Padre terminaba de atar un pequeño grupo de cirios con cordel. Después de haber roto la mesa había fabricado antorchas con las patas y la ropa negra de los domingos, para asegurarse de que no les faltara luz mientras llegaban a la iglesia. Sacar al niño de la casa no le convencía pero necesitaba salvar a Shirley. Y dejarlo solo no era una opción.

—Tu llevarás esta antorcha e irás delante —le indicó a su hija—. Nosotros te seguiremos. Yo iré con estas dos y Will cogerá este pequeño invento que acabo de improvisar.

—¿Y si hay viento? —preguntó la muchacha con la voz temblorosa.

—No lo habrá, mira el calor que hace. La casa de Dios no queda muy lejos, llegaremos en seguida —indicó el hombre, intentando que su tono sonara convincente.

—Estoy aterrada…

—Yo también mi niña, yo también —le respondió él, abrazándola. No había garantías para ninguno de ellos y ni siquiera sabía si lavar la lesión de su pequeña la curaría. Pero no conocía ningún otro remedio y el agua bendita debía tener, por fuerza mayor, algún poder benigno sobre los diablos que los atacaban.

De repente se oyó un estruendo en el piso de arriba y los tres supieron que habían entrado. Una de aquellas criaturas asomó en los peldaños superiores. Sus ojos rojos refulgieron inyectados en sangre cuando se posaron sobre padre, ignorando a los jóvenes que gritaban aterrados. Bajó unos pasos hasta quedarse en la frontera iluminada por las velas. Y aulló de forma aterradora.

El hombre sintió un profundo escalofrío. Aquella criatura era de mayor envergadura que la agresora de su hija. Y en aquellos orbes escarlata brillaba la inteligencia. Era como si supiera que él había sido quien… Su culpabilidad por la atrocidad que había cometido lo golpeó contundente y lo llenó de rabia. Le lanzó uno de los cirios cercanos, logrando que la bestia se refugiara en el piso de arriba. Se oyeron mas ventanas hechas añicos y como aquellas cosas iban concentrándose sobre sus cabezas.

—¡Tenemos que irnos! —exclamó padre.

Después esparció los girones de ropa por el suelo y se agachó a la altura del pequeño, que no paraba de llorar. Lo besó en la frente.

—Escucha, es de vital importancia que aguantes las velas bien fuerte y procures que no se apaguen. Te ataré a mi pecho con una cuerda y tu iluminarás mi espalda. Intenta no quemarme el pelo, ¿De acuerdo?

A continuación padre sacó del bolsillo de su jubón la bolsita de cuero y extrajo un pequeño pellizco de polvos, midiendo la cantidad con sumo cuidado. Ordenó a su hijo que abriera la boca y se los tiró en la lengua. Aquello lo atontaría un poco, lo justo como para relajarlo y en caso de que salieran mal las cosas, haría que la muerte fuera más benigna con él. Tras cogerlo en brazos le indicó que se agarrara bien fuerte con los brazos y las piernas. Luego pidió a Shirley que los atara con una cuerda, para que tuviera mayor agarre.

Cuando la joven hubo terminado besó las manos de Will y le acarició la cara, antes de darle las velas. Entonces padre la abrazó y la besó en la frente. Encendió las antorchas en la chimenea y le tendió la primera.

Ambos se miraron a los ojos.

—Le quiero mucho padre —dijo Shirley, conteniendo el llanto.

—Yo también os quiero hijos míos, más que a mi propia vida.

Los monstruos rugían ya desde la escalera cuando el hombre roció la estancia con todo el aguardiente que les quedaba. Dedicó una última mirada al que había sido su hogar y tiró algunas velas antes de salir al exterior. El fuego brilló con su furia destructora…

La joven caminaba la primera, conteniendo el aliento. La luna no brillaba en el cielo y tampoco se veían las estrellas, por lo que paso a paso iba descubriendo lo que tenía delante. Cada poco se encontraba con el cadáver descuartizado de alguno de sus vecinos y a pesar de los sustos apenas podía respirar debido al terror que la embargaba, por lo que tampoco era capaz de gritar. Padre la seguía de muy cerca con una antorcha a cada mano, indicando el camino a seguir. Y Will aguantaba el grupito de velas con las manitas adormiladas.

No llevaban ni un minuto en la calle cuando sintieron que los susurros se concentraban a su alrededor, incluso podían intuir como aquellas cosas se desplazaban en los límites de la luz. Oían sus gritos de furia y alguna se aventuraba a acercarse con malas ideas hasta que la luz la repelía.

Pronto el edificio de la iglesia refulgió en la oscuridad. Habían colocado multitud de velas en la puerta y la luz resplandecía desde el interior a través de las ventanas.

—¡Ya casi hemos llegado! —gritó el hombre.

Shirley se volvió para mirarlo un segundo y algo la agarró de la pierna haciéndola caer al suelo. La antorcha se le escapó de la mano, quedando un poco alejada e iluminó de forma tenue a una mujer mayor.

—¡Ayudadme! —suplicó ésta, aferrándose al tobillo de la muchacha que gritaba aterrada. Entonces una de aquellas cosas agarró a la anciana aprovechando la distancia de la llama y la estiró hacia la oscuridad, llevándose a la joven consigo. 

El hombre gritó y corrió persiguiendo a su hija. La había perdido.

—¡SHIRLEY! —gritó entre lágrimas—. ¡DIOS MÍO SHIRLEY!

Tenía que ir a buscarla, no estaba dispuesto a rendirse tan fácilmente. Pero el niño… Miró hacia la casa de Dios y corrió hacia allí. Will estaría a salvo entre aquellas cuatro paredes, lo dejaría y volvería a por su hija. Prefería morir de una manera atroz antes que perder a cualquiera de los dos. 

Me llamo Ramón Márquez Ruiz y soy escritor, diseñador gráfico e ilustrador. Bienvenidos a Novelesco. Si deseas saber más cosas sobre mi, clica abajo. Muchas gracias por leerme ; )

4 Comentarios

  1. Josep Mª

    Vaya, Ramón, creía que con esta entrega darías fin a la historia, pero observo que has preferido alargar el «suplicio» y mantenernos a la espera de nuevos acontecimientos, jaja.
    La cosa está que arde, como decimos coloquialmente. Espero un final feliz, tanto para el abnegado padre como para sus hijos. Ese «Padre Coraje» tiene que salvar a Shirley como sea, jeje.
    Un abrazo.

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    • Ramón Márquez

      ¡Muchas gracias por comentar Josep Mª! me alegro de que te siga gustando, jeje. El final ya está escrito pero había una pieza que no lograba encajar y decidí cortarlo. A ver si salto ese escollo, jeje. Desde luego que el hombre es un padrazo, a ver que le sucederá… ¡Un fuerte abrazo!

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  2. Irene F. Garza

    Hola, Ramón.
    ¿Cómo nos dejas así? je, je
    Bueno… te perdonamos, pero no tardes mucho en darnos la siguiente entrega, necesitamos saber qué va a pasar.
    No sé, pero me da; que final feliz, feliz no será.
    Muy buena continuación.
    Un fuerte abrazo.

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    • Ramón Márquez

      ¡Muchas gracias por comentar Irene! Me alegro de que te haya enganchado esta historia. ¡Como nos vamos conociendo! jajajajaja. O en este caso, jojojojojojo —a lo risa malévola— porque puede pasar de todo. La semana que viene si puedo publico el final, o eso espero. ¡Un fuerte abrazo! ; )

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