CAPÍTULO 8. EL GATO DEL SÍNDROME VOLADOR

Lucía leía tranquila, sentada bajo la sombra del toldo en su butacón de mimbre favorito, disfrutando los momentos de agradable soledad; el niño se hallaba en el colegio, Carlos trabajando y Anselmo había salido a almorzar con unos viejos amigos; el abuelo gozaba de una buena vida social, algo que tanto su marido como a ella agradecían muchísimo.

“Vaya lujazo” pensó la mujer, desviando la atención de su Ipad para centrarla en Noire, que correteaba de un lado para otro como un loco, a lo largo de la terraza. “Bueno, sola, sola, pues tampoco estoy” se dijo con una sonrisa. El animal era muy bueno y cariñoso, a pesar de que en ocasiones se volvía un poco travieso; por fortuna permanecía tranquilo casi todo el tiempo, hasta Carlos ya comenzaba a encariñarse con él; y el crío se encargaba de todo sus cuidados felinos, incluso le limpiaba las heces de la caja de arena, demostrando lo responsable que sabía ser. “Hay unos bichitos en las caquitas de Nwag que para mamá y el hermanito son malas” recordó que le habían dicho. “Así que como es tuyo te toca a ti encargarte de él”. Y el niño lo hacía encantado de la vida, muy agradecido de que la barita mágica le hubiese concedido su otro deseo.

La mamá orgullosa sonrió al recordarlo y volvió a prestar atención a la lectura, intrigada con el texto. A pesar de que no solía leer nada de fantasía, entraba en secreto al blog literario de Carlos y se había enganchado a su segunda novela, que escribía de forma episódica. “Si se entera que lo leo y no le digo nada me mata” pensó con una sonrisa traviesa. Su marido creía que no le interesaba su faceta creativa, pero ella lo admiraba; con su primera ficción ya le había demostrado que poseía de un talento oculto, sorpresa…

La mujer siempre había amado la literatura, a su manera; sus géneros predilectos se movían entre la novela histórica, las biografías y el género policiaco. Pero gracias a Carlos había descubierto otra nueva faceta lectora; devoró las últimas líneas del texto y soltó una exclamación.

—¡Que bestia! —dijo, riéndose después—. Vaya final de capítulo, sí señor ¡Lo malo es que ahora me toca esperar una semana entera! —“O a lo mejor puedo colarme en su ordenador cuando no esté en casa…” maquinó. “Aunque… ¿no sería más fácil decirle que lo lees, que te encanta lo que crea y que es un hombre maravilloso?” se preguntó soñadora. Desde luego, lo último se lo había dicho en varias ocasiones, y sabía que él lo sabía.

Lucía apartó la mirada de la tablet y contempló el cielo azul, relajada. Por suerte llevaba un rato sin vomitar y parecía que su estómago le daba una tregua. Desde hacía unos días no se encontraba demasiado bien y regurgitaba a menudo, por lo que se había dado un descanso en el trabajo; quitando ese pequeño detalle el embarazo transcurría con normalidad y ya comenzaba a percibirse la creciente redondez de su barriga, un acontecimiento que a Carlitos lo tenía hipnotizado. “¿El bebé saldrá dentro de poco?” recordó que le había preguntado el niño, acariciándole el vientre con un cariño infinito. “En unos meses, todavía es muy pronto para que nazca”. Entonces el crío solía dedicarle una sonrisa y se marchaba a jugar con su padre, el abuelo, el gato o con todos al mismo tiempo. “Qué bonito que es mi nene” se dijo ella sonriente, centrando su atención en Noire y descubriendo que el animal caminaba por la barandilla y miraba a una palomita que revoloteaba perezosa en el borde… “¡UF!” caviló, al darse cuenta de que el gato adquiría una pose de cazador…

—Nwag, bonito, psi, psi, psi —lo llamó, levantándose de forma apresurada.

Su mascota la miró un momento, para centrarse de nuevo en el insecto; permaneció inmóvil durante una fracción de segundo, sus músculos se tensaron y de repente saltó, flotando en el vacío… Lucía lo contempló a cámara lenta, horrorizada.

—¡Grandísima mierda! —gritó, al oír un asustado maullido cuando el animal se precipitaba terraza abajo. Corrió hacia la barandilla y se asomó, sintiendo un alivio instantáneo al ver que no había ni rastro de gato espachurrado.

—¡Ayyyyy! —gritó una anciana desde la calle— ¡Pobre animal!

La mujer entró apresurada en el comedor, buscó las llaves y salió al rellano, para darse de bruces con un feo cartel en la puerta del ascensor. “Averiado” leyó, maldiciendo su suerte; comenzó a bajar las escaleras lo más rápido que le permitieron las piernas. “Maldita sea” se decía por dentro, con ojos brillantes. Le encantaba ese gatito, deseaba de todo corazón que no se hubiese muerto.

Al llegar al portal y salir a la calle se topó con una vecina mayor que miraba bajo una furgoneta cercana. Se trataba del coche de unos chicos que tenían un taller de serigrafía justo debajo de casa.

—Disculpe, señora Josefa —le dijo Lucía, nerviosa— ¿Ha visto usted caer a un gato por aquí? —“seguro que se piensa que le tomo el pelo y me manda a tomar por saco…”

—Ah, ¡Es tuyo! —le dijo la anciana—. No sabía que tuvieseis animales; ha sido muy raro, me ha pillado pasando justo por aquí, casi me mata del susto cuando se ha estampado contra el cristal.

—¡Hay Dios! —soltó la mujer, dándose cuenta de unas marcadas brechas en las lunas del coche. “Lo ha dejado bonito” pensó.

—Se ha escondido ahí abajo —añadió la abuela, señalando bajo la furgoneta.

—Nwag, bonito —lo llamó Lucía con voz temblorosa, agachándose para intentar ver mejor; ponto le llegó un maullido y el gato asomó la cabecita.

—¿Pero niña, se te ha caído del cuarto? —preguntó la vecina.

—Si —respondió ella, consiguiendo agarrar al bichito y sacarlo de su escondite, comprobando que se dejaba coger, pese a lo asustado que estaba.

—¡Santo cielo! Este ha gastado tres vidas, por lo menos…

El veterinario miró al animal otra vez, corroborando sus sospechas.

—No tiene absolutamente nada —le respondió a Lucía, dejándola mucho más calmada— ¿Y dice que impactó sobre el cristal de una furgoneta?

—Si.

—Pues creo que ese coche a amortiguado la caída, en cierto sentido. Y es un felino con mucha, muchísima suerte. Pero creo que pueden tener un problema; ¿Ha oído hablar del gato del síndrome volador o del paracaidista?

Ella negó con un movimiento de cabeza.

—Suena fatal.

El hombre sonrió antes de contestar.

—Son felinos que no tienen miedo a las alturas y se dejan caer desde sitios muy altos, en un patrón de conducta que puede repetirse una y otra vez hasta que aprenden o… bueno, se acabe con lesiones serias, etc. Suele darse en la juventud del animal, o cuando hay celo de por medio.

Lucía miró a Nwag maldiciendo su suerte. “Espero que haya aprendido la lección, porque si no lo llevamos claro…” pensó. “Bueno, al menos no se ha hecho nada, no seas quisquillosa”.

—¿Se le ha caído desde un balcón? —preguntó el veterinario.

—Desde una terraza.

—De acuerdo, pues recomiendo que lo vigilen cuando salga. Y no quiero llamar al mal tiempo, pero el índice de reincidencia con el síndrome es muy elevado, depende del animal y de que los dueños lo controlen, vaya.

—No se preocupe, intentaremos que eso no suceda otra vez.

—Hola cariño, que pasa —respondió Carlos, a la segunda señal—. ¿Estás bien?

—Hola cielo, si tranquilo, estoy bien. ¿A que no adivinas de dónde acabo de salir?

—Pues no, para nada. ¿Del supermercado?

—Ni te acercas —respondió Lucía—. He ido al veterinario.

—¿Qué le ha pasado al gato? —quiso saber su marido, interesado.

—Se nos ha caído desde la terraza.

—¿Pero qué dices, desde NUESTRA terraza? ¡Pero si es un cuarto! —una carcajada rasgó la conversación.

—No me hace ni puñetera gracia.

—Joder, cariño, es que es para reírse. Y supongo que te habrá costado un riñón…

La mujer no dijo nada, dejando que un silencio incómodo colocara a Carlos en su lugar.

—Vale, vale, es verdad. Ahora dime que está bien…

—Lo sorprendente es que ha gastado unas cuantas vidas y no tiene absolutamente nada más, lo único es que hay… unos insignificantes problemitas.

—No me ha gustado nada cómo te ha sonado eso.

—¿Recuerdas a los chicos que tienen el estudio debajo de casa?

—Claro. ¿Qué ha pasado?

—Vas a tener que ir a hablar con ellos; el gato ha aterrizado sobre su furgoneta, encima del cristal para ser más exacta.

—¡La virgen! Y lo ha reventado, por supuesto…

—El veterinario dice que ha amortiguado la caída y que como el cristal es ligeramente curvo, ha servido para frenar el impacto. ¿Podrías ir a verlos cuando vuelvas a casa? Tal vez tengamos la suerte de que se lo cubra el seguro… No lo sé. Yo estoy muy cansada y me voy directa a hacer la comida.

Carlos renegó por lo bajo.

—Vale, vale, ya iré yo; espero que no me manden a la mierda, porque suena a excusa total. Y más espero no pagar las lunas…

—Hay testigos, no te preocupes. La vecina del segundo lo ha visto caer; la pobre mujer se ha llevado un susto…

—Pues vaya con el gato… Tengo que dejarte, cariño. Hablamos cuando llegue a casa, te quiero.

Lucía colgó el teléfono y se volvió hacia el asiento de atrás, para ver que el animal la miraba de forma serena desde el interior del transportín.

—¿Qué crees que dirá mi marido cuando se entere de que puedes tener un síndrome raro? —preguntó al aire.

El animal soltó un maullido corto y se lamió la pata delantera; la mujer le dedicó una sonrisa y pensó en algo divertido; Carlitos, desde luego, iba a alucinar cuando le dijera que tenían en casa a un gatito volador. “Sólo espero que no se tire más veces” caviló. “Al menos el niño podrá fardar en el colegio” pensó, intentando buscar el lado bueno de las cosas. Y quien sabía, a lo mejor el extraño síndrome sacaba su paracaídas y una corriente de aire se lo llevaba bien lejos, a cualquier otro lugar y a cualquier otra parte…

Licencia Creative Commons
El niño que no entendía convencionalismos 8. El gato del síndrome volador por Ramón Márquez Ruiz se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivar 4.0 Internacional.

Me llamo Ramón Márquez Ruiz y soy escritor, diseñador gráfico e ilustrador. Bienvenidos a Novelesco. Si deseas saber más cosas sobre mi, clica abajo. Muchas gracias por leerme ; )

0 comentarios

Enviar un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

He leído y acepto la política de privacidad

Uso de cookies

Este sitio web utiliza cookies propias y de terceros para que usted tenga la mejor experiencia de usuario. Entre sus funciones están la de analizar el tráfico web e implementar las redes sociales. Si continúa navegando está dando su consentimiento para la aceptación de las mencionadas cookies y la aceptación de nuestra política de cookies, pinche el enlace para mayor información.plugin cookies

ACEPTAR
Aviso de cookies
error: Content is protected !!
Share This