Bienvenidos de nuevo, luciernaguillas. He de admitir que me encaaantaaaa volver a veros por aquí. ¿Mi pícaro, descarado y oscuro sentido del humor os ha encandilado? Sinceramente no me extraña, ya que siempre fui el ogro más carismático de mi clase. Ohhhh, ya lo sé. Acabo de dejar a los alrededores sin flores, tan pelados como la corteza de un árbol quebradizo y muerto. Qué penita tan asfixiante. Hoy hablaremos sobre otro fabuloso cuento de hadas, otra de esas joyitas edulcoradas por el paso del tiempo, pero que poco azúcar tenía en su versión original, escrita por primera vez en el año 1636. Disfrutad de la lectura mientas mi cuerpo vuelve a transformarse en el de un bonito gatito que orina purpurina de colorines.

Seguro que al ver la imagen de arriba un recuerdo os ha invadido la mente: esperad, esperad, dejad que enmarque mi frente con ambas manos para concentrar la energía y adivinarlo: veo a una preciosa princesita llamada Aurora, protagonista de una muy muy dulce película de dibujos animados, obra de un archiconocido estudio estadounidense. ¿Me he equivocado? Celebro ver que la respuesta es negativa. Pero tengo una mala noticia. Esa versión de la historia dista mucho de acercarse a la original, ya que ni siquiera acierta con el nombre de la princesa.

Pero vayamos por partes. ¿Qué decir de este relato que no se sepa ya? Haré un breve resumen, para entrar en contexto.

El cuento explica la historia de unos reyes que desean de todo corazón tener un hijo y no lo consiguen. Pasado un tiempo la reina por fin queda encinta, y nueve meses después alumbra a una preciosa niñita. El soberano, lleno de gozo, convoca una fiesta por todo lo alto para celebrar que por fin dejó de ser estéril y ha logrado ser padre. Qué bonito, ¿Verdad?

Volviendo al relato, la feliz pareja invita a los festejos a todo el reino, incluyendo a las hadas que viven allí. Pero quiere la desgracia que solo les queden doce platos de oro, metiéndolos en un pequeño apuro y rompiendo una simple ecuación matemática. Resulta que hay trece féminas mágicas, no doce. Los reyes piensan como saltar el escollo, aunque siendo sinceros, no se quiebran demasiado la cabeza; y después de cavilar unos segundos hallan la solución más maravillosa, de las que tanto me agradan. Deciden hacerle el feo a la menos popular y no invitarla a la fiesta.

El esperado día amanece y los soberanos presentan a su preciosa niñita en sociedad, ante un reino que les muestra su júbilo incondicional. Todo es música, banquetes alucinantes, gente brindando, cantando, riendo, bailando… Se va sucediendo la velada hasta que las hadas, orgullosas y felices de haber sido invitadas, deciden brindar a la criatura de todos los dones que cualquier mortal desearía:

“La niña será hermosa, la niña será lista, la niña bla bla bla”.

Prefiero ser práctico y no enrollarme demasiado aquí. El caso es que cuando le va a tocar el turno a la última, irrumpe en el banquete el hada que han dejado en casa, hecha toda una furia. Siempre me han gustado las mujeres con carácter. Y… ¿Quién dijo que las haditas no podían dar por saco? El bomboncito se dirige al bebé con la misma frialdad que una cruda ventisca de un invierno infernal y le da su regalo, cargado del más puro resentimiento hacia los reyes por haberla considerado impopular.

“Cuando la princesa cumpla quince años se pinchará el dedo con un huso y morirá”.
Qué queréis que os diga, siento especial predilección por las almas originales. Y la fiesta ya comenzaba a parecerme anodiiinaaaa.

Todo el reino, incluidos los reyes, quedan congelados de puro terror, mientras la intrusa desaparece en un pestañeo. La reina abraza a su hija y llora desconsolada, mientras su marido las mira con los ojos llenos de rabia y tristeza. Pero como suele pasar en estas historias, no todo está perdido, ya que aún queda un hada por formular su deseo. Y como la pobre criatura de Dios no puede deshacer lo que ya está hecho, decide jugar una carta en su favor.

“Cuando suceda lo del huso la princesa no morirá. En su lugar caerá sumida en un profundo sueño hasta que un beso de amor verdadero la despierte”.

Ya quedó claro en el capítulo anterior, Blancanieves, que lo de los besos no suele ser un detalle original. Perdonad esta puyita pero no lo he podido resistir, continuemos con el relato “Standard”.

Pese a los intentos de la buena hadita, a los reyes les entra un pánico atroz y ordenan retirar todos los husos, ruecas y demás instrumental puntiagudo para coser. A esta medida suman la de prohibir, bajo pena de muerte, su utilización de forma clandestina. Encierran todas las herramientas incautadas en lo más profundo de una torre de palacio y cruzan los dedos, esperando que con esa estrategia puedan librar a su niña del trágico destino.

Van pasando los años y la nena crece hasta convertirse en una hermosa princesa, como no, colmada de dones. Pero el destino no puede evadirse y una vez escrito, o maldito, como es el caso que nos ocupa, se cumplirá de forma inevitable.

En su quinceavo cumpleaños nuestra hermosa protagonista da con el almacén clandestino y pesadilla secreta de sus padres. Sin saberlo penetra en el interior de una estancia enorme repleta de agujas predestinadas y se pincha un dedito con un huso, cayendo dormida al instante. Sí, queridas luciernaguillas, lo sé, lo sé. Toda una novedad en este tipo de relatos. Desde luego la originalidad no era una prioridad.

Una vez la bella durmiente ya ha caído ante un plácido y hechizado sueño, las hadas deciden tumbarla en una bonita habitación decorada para la ocasión, sobre una cama en el centro de la sala, a lo expositor. Y seguidamente duermen a todos los habitantes del castillo.

Entonces va pasando el tiempo, los años se suceden de forma inalterable hasta que finalmente transcurre un siglo. Es entonces cuando un joven príncipe, que va de caza, descubre un palacio misterioso devorado por la espesura del bosque. Y para sorpresa de nadie, decide entrar. Como no, las hadas, que suelen ser inmortales —o casi, es muy muy complicado matarlas— lo conducen ante la hermosa muchacha. Al instante el joven queda tan embelesado por su belleza que la besa, consiguiendo así que la maldición se rompa y que la bella le prenda fuego al durmiente y lo cambie por un despierta.

El resto de la historia es bla bla bla. Considero del todo innecesario que me explaye más. Vamos, seguro que intuís lo que viene a continuación, esa manida frase de comieron perdices, etc.

Bien, a estas alturas mi metamorfosis en gatito se ha efectuado del todo; ya voy levantando la patita, con la vejiga llenita de bonita orina de purpurina. Noto como los músculos se tensan y sale el chorrito de amor directamente hacia mi cajita gatuna rosa. ¿Por qué digo esto, os preguntaréis? Pues porque sería capaz de meterme entero en una hoguera al afirmar que la versión original de este relato no os va a dejar indiferente. Es de los favoritos del Mr. por el impacto que le causó en su día, hace ya mucho tiempo.
Pero para abordar el tema, antes hemos de hablar sobre un escritor italiano, Giambattista Basile (1575 – 1632).

¿Quien es? Espero que os preguntéis… Oh, como sois, sabéis que contestaré encantado. Seré un ogro, pero me encanta lucir mi asombrosa inteligencia, qué le vamos a hacer; nací siendo un chico listo, el más inteligente de la familia.

Este simpático caballero nació en el seno de una familia napolitana de clase media y sirvió como militar para algunos príncipes y para el dogo veneciano. Es conocido por ser el autor de  «Lo cunto de li cunti overo lo trattenemiento de peccerille», también conocido como el “Pentamerón”, por su estructura similar al “Decamerón” de Boccaccio.

El dux (latín dux, «líder») o dogo (del italiano doge, adaptación del veneciano doxe, y este a su vez del latín dux) era el magistrado supremo y máximo dirigente de la República de Venecia durante más de mil años, entre los siglos VIII y XVIII. INFORMACIÓN SACADA DE WIKIPEDIA.

El Pentamerón es un compendio de cuentos, seguramente de tradición oral, que su autor fue recogiendo durante sus viajes entre Creta y Venecia. Como dato curioso me gustaría mencionar que el pobre no vivió lo suficiente como para ver esta obra publicada y que sería su hermana quien lo hiciera a título póstumo entre los años 1634 y 1636. Y es en aquí donde se menciona por escrito, y por primera vez, a la bella durmiente. Aunque hasta el título es diferente a la versión que todos conocéis. Y sí, eso se debe a que unos añitos más tarde, Charles Perrault —ya hablaremos sobre él en otra ocasión— adaptó la historia, digamos que le quitó detallitos que, según mi parecer, le daban mucha gracia al relato. Es una pena que la versión conocida en nuestros tiempos modernos se asemeje más a la versión del escritor francés que a la del italiano. Pero qué le vamos a hacer. Dudo mucho que nadie se atreva a explicar el cuento real a un niño. Yo creo que sería delicioso, porque lo traumatizaría.
Oh sí, SÍ, lo sé, ha sonado tan rancio… ¿Qué diablos queréis que os diga? Soy Mr. Ogro, ¿Recordáis?

Vayamos al tema que nos interesa, empezando por el título original.

Érase una vez —bla, bla, bla— en un próspero reino, gobernado por un gran rey, vive una niña llamada Talía, la hija del soberano. Sí, luciernaguillas, la auténtica bella durmiente. El caso es que cuando la protagonista de la historia es muy pequeña los astrólogos y sabios del reino advierten a su padre de que un peligro se cierne sobre ella, ya que por lo visto el destino de la chiquilla es pincharse con una astilla ponzoñosa oculta entre lino. Como supondréis, tal es la paranoia del buen hombre que llega a prohibir la entrada de este tejido a sus fronteras, e incluso manda incautar los utensilios para hilarlo. Y contra todo pronóstico esa estrategia funciona bastante bien durante unos años, Talía crece sana y salva hasta la adolescencia y se transforma en una auténtica hermosura. Pero como sucedía en Blancanieves, siempre ha de haber un pero, viva la redundancia. Resulta que alguien tiene una rueca clandestina en palacio, precisamente para hilar lino, y la muchacha se pincha con ella clavándose la temida astilla bajo una uña. De esta manera cae rendida ante su destino, aparentemente muerta.

El rey queda tan afectado por la tragedia que se ve incapaz de enterrarla, por lo que la deja tumbada en sus aposentos, sobre una manta de terciopelo rojo. Y tanto él como la corte abandonan el castillo para no volver jamás. Tal y como yo lo veo, usa su morada como mausoleo por lo que se ahorra la construcción de uno nuevo.

De la noche a la mañana la vida abandona el palacio, que queda vacío, como maldito. No obstante las hadas, conocedoras de la auténtica naturaleza de lo que le sucede a la princesa, deciden vigilarla de vez en cuando para que al menos no esté sola. Y es de ese modo como pasa un largo, larguísimo siglo. El castillo abandonado queda medio sepultado por la naturaleza que vuelve a reclamar la tierra antaño perdida y la bella Talía se transforma en una leyenda contada a los niños alrededor de una hoguera.

De momento la versión “moderna” y “clásica” se asemejan un poco. Os aviso de que cualquier similitud se termina aquí y de forma bastante abrupta. Como veis, no hay ni rastro de los dones maravillosos, ni de los festejos para celebrar el nacimiento de la princesa, ni se ha nombrado nada, absolutamente nada, de un beso de amor verdadero.

Van pasando los años como un torrente imparable, relegando al olvido la presencia de la familia real y del castillo. Cien años después de la caída en desgracia de la princesa, un rey —hay versiones en las que lo llaman simplemente noble— que caza en un bosque cercano encuentra el castillo perdido, gracias a que su inseparable halcón lo guía hasta allí. Asombrado por el tesoro descubierto, el hombre pasea por las estancias conteniendo el aliento, prendado de cada sala de ese palacio medio devorado por el bosque, hasta que halla a una hermosa muchacha tumbada sobre una manta de terciopelo rojo. Tal es la belleza de la joven que el soberano intenta despertarla, con escaso éxito. Y como no lo consigue, recurre al viejo truco del beso, cosechando el mismo y nulo resultado. Un poco decepcionado de no lograr su objetivo se conforma con observar a la chica, de la que comienza a sentirse cada vez más atraído, tanto, que no lo puede resistir… cinco minutos más tarde, tras una subida de enaguas y faldones, una rápida bajada de calzones y seis o siete embestidas jadeantes con final feliz, acaba por darse por vencido y se marcha de nuevo, volviendo a dejar a la princesa tan sola como la había encontrado, aunque no por mucho tiempo… Ahora puntualizaré dos cosas:

La primera: las hadas decidieron irse «de fiesta» en muy mal momento, dejando sola y desamparada a la muchacha. ¡Muy mal, Haditas malas!

La segunda: Sí, creo que habéis entendido muy bien; ese rey mantiene relaciones con una persona inconsciente.

Seré un ogro pero también soy sensato y justo —bueno, en algunas ocasiones—. Lo que le sucedió a la pobre princesa fue una clara violación.

Quizá esta es una —sí, he dicho sólo una— de las partes más fuertes del relato original. A pesar de eso la historia no se detiene aquí, así que prosigamos.

Van sucediéndose los meses y el vientre de la princesa va creciendo y creciendo, hasta que pasados unos nueve, se convierte en madre sin saberlo y alumbra un par de mellizos, un niño y una niña. Las hadas, supongo que un poco arrepentidas por el desliz, cuidan a los bebés ya que la madre sigue sumida en los sueños de Morpheo. Va pasando el tiempo y un día, uno de los críos intenta llegar hasta los senos e incapaz de lograrlo, comienza a mamar de uno de los dedos, queriendo la divina providencia que escoja el pinchado cien años antes y sin querer, consiga arrancar la astilla venenosa que había bajo la uña y que provocó la maldición. Así que la bella Talía despierta de repente, con dos bonitas criaturas en sus brazos y sin saber a ciencia cierta qué diablos le ha sucedido. ¿Creéis que el despertar de los protagonistas de «Resacón en las vegas» fue malo? Pues no quiero ni pensar en este.

Hasta aquí nos hemos centrado en la princesa. Pero ahora vayamos al reino del abusón, para encontrarnos con la villana de la semana, mi dulce bombocito de helado corazón. Pues, para meter un poco de marujeo a la ecuación, el rey era un hombre casado. Si, si, lo habéis leído bien. Pero vayamos paso a paso.

Un tiempo después de aquel encuentro, nuestro soberano sigue recordando a la joven dormida y finalmente decide hacerle una visita. ¿Remordimientos tal vez? Mantendré esta versión, pues el señor acaba demostrando que pese a todo, al final «no es tan malo» como aparenta.

Para su sorpresa, el señor halla a la princesa despierta y con dos preciosas criaturas. Tras estudiar a los niños con detenimiento y casi con lupa, por qué no decirlo, llega a la acertada conclusión de que ha sido padre. Es en ese momento cuando decide ser sincero y le explica a Talía lo que sucedió cuando la encontró.  Siempre me inclinaré a pensar que el mamoncete agradó a la muchacha a primera vista o algo similar, porque ella lo perdona y accede a tener una relación con él. La pareja pone nombre a sus hijos, Sol al niño y Luna a la niña, y juntos pasan unos maravillosos días, en la que se enamoran locamente el uno del otro.

No obstante el rey, que en ningún momento menciona a la joven que ya está casado, ha de volver a su hogar con su esposa, prometiendo con presteza.

Y en este punto de la historia, el relato toma otro matiz un poco oscuro, algo que personalmente, me encanta. ¿Por qué? Os preguntaréis. Esto se debe gracias, principalmente, a que soy un ogro, ¿recordáis? Y a la maravillosa intervención de mi villana favorita de la semana, mi dulce bomboncito de helado corazón. La reina y esposa de nuestro monarca.

Los acontecimientos suceden de la siguiente manera:

Una noche, mientras el hombre duerme plácidamente, nombra a Talía varias veces, queriendo el destino —o el infortunio— que su mujer se halle despierta y lo escuche. Ella, que es una persona muy inteligente y paciente, consigue ir hilando la historia completa, descubriendo la existencia del castillo perdido, de la princesa… y de los hijos bastardos de su marido.

Furiosa por el engaño, urde un horrible plan para vengarse de la infidelidad. A la noche siguiente, cuando su esposo está bien dormido, logra sonsacarle la ubicación exacta del lugar y ordena al secretario real que mande a alguien para que secuestre a la dama escondida y a los niños. Ya sabe lo que hará con ellos, y lo que es peor, sabe que a su rey infiel no le gustará.

Unos días después y con los cautivos ya en su poder, mi hermosa villana de la semana entrega a los infantes al cocinero real con una horrible petición. Desea que los degüelle tal y como haría con un par de cerdos y los cocine en un plato sorpresa, un manjar especial dedicado únicamente a su marido. El hombre, que resulta ser una buena persona —tal y como sucedía con el cazador de Blancanieves— se escandaliza y cuando se ha quedado solo con los niños, decide esconderlos para ponerlos a salvo. Huye a su casa y deja a los pequeños con su esposa, advirtiéndola de las nefastas consecuencias que habría de ser descubiertos. La pobre señora, aterrada, jura que no fallará y nadie sabrá que tiene a los bebés.

Una vez que el tema de los niños está resuelto y ya han salido aparentemente de peligro, el cocinero idea un plan. Mata a una cabra y prepara los platos con su carne.

Para Talía, en cambio, mi amorcito urde otro plan. Ordena que construyan una gran hoguera en los jardines de palacio y conducen a la princesa ante su ejecución. Pero nuestra protagonista solicita a la celosa reina una última petición, que consiste en que la deje quitarse las prendas más delicadas antes de que la quemen viva. La soberana, pensando que la amante de su esposo se ha vuelto loca de miedo, accede con una triunfal sonrisa y se retira para reunirse con su marido, ya que por fin ha llegado la hora de comer. Ordena que cuando terminen el banquete especial que ha preparado metan en su cálido lecho a la princesa, aunque le ordena a los verdugos que la dejen desnudarse con tranquilidad.

Todo fluye con aparente tranquilidad durante el banquete. Y llega el turno de princesa churrascada. Pero nuestra princesa demuestra pensar con claridad en los momentos más turbios. Cada vez que retira una prenda de ropa, un agónico y desgarrador grito de dolor brota de sus labios, con la esperanza de que su amado la escuche.

El rey, que justo acaba de terminar con el manjar, oye los chillidos y al instante reconoce la voz de su dulce Talía. Muerto de miedo y furioso al mismo tiempo, le pide explicaciones a su esposa y esta le responde:

“Sí, amor mío. Tu amante ahora sufre mientras arde en los jardines. Y tu acabas de comerte algo que es tuyo ¡Acabas de devorar a tus hijos bastardos!”

El hombre enloquece de cólera y corre hacia su amada, con la esperanza de, cuanto menos, poder salvarla a ella. Por fortuna llega justo a tiempo, cuando van a incendiar la pira con Talía medio desnuda y atada al mástil. Al instante detiene la ejecución y él mismo libera a la princesa, para ordenar a continuación que arresten a su mujer, al tesorero y al cocinero real. En ese momento aparece el último con los dos niños sanos y salvos, y le explica a la pareja que no fue capaz de llevar a cabo las órdenes de la reina y escondió a los niños con su esposa.

Finalmente el rey manda que ejecuten a su mujer por la atrocidad de sus acciones y al secretario por hacerle caso. Además, ya tiene la pira construída, por lo que la sentencia se ejecuta de inmediato. De esa forma mi amorcito de la semana muere quemada viva, tal y como ella pretendía hacer con Talía.

Y como es de suponer, el cocinero asciende a tesorero —por haber demostrado ser una buena persona— y la pareja, una vez liberada del malévolo y encantador obstáculo, se casa para vivir felices con sus hijos por siempre jamás.

Ahora sacad vuestras propias conclusiones, luciernaguillas. Espero que este cuento de hadas no os haya dejado indiferente.

Hasta el próximo Miércoles, amiguitos y amiguitas!!! Si os atrevéis…

BIBLIOGRAFÍA:

Nota importante: Algunas de las fuentes que usé hace años para escribir este artículo han caído y ya no están disponibles. No obstante, he vuelto a buscar información y comparto varias que perfectamente, podría haber usado en su momento. Una fuente de la que no voy a compartir enlace es el cuento original de Basile, escrito en 1636.

WIKIPEDIA: SOBRE EL AUTOR DEL CUENTO ORIGINAL

WIKIPEDIA: LA BELLA DURMIENTE

SOL, LUNA Y TALÍA, WIKIPEDIA

LA ATERRADORA HISTORIA DE «LA BELLA DURMIENTE», MILENIO

Me llamo Ramón Márquez Ruiz y soy escritor, diseñador gráfico e ilustrador. Bienvenidos a Novelesco. Si deseas saber más cosas sobre mi, clica abajo. Muchas gracias por leerme ; )

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