CAPÍTULO 1. EL TEO DEL PELO VERDE

—¿Por qué deseas ser como los demás, cuando puedes ser tú mismo?

El niño miró a su abuelo a los ojos. Éstos siempre le sonreían con un cariño infinito, repleto de la sabiduría que sólo se adquiría con el devenir de la vida, la madurez.

—Porque ser diferente duele —respondió Carlitos—. Los niños me tratan de otra manera, no como a los demás. En mi clase dicen que soy “el raro”.

Anselmo suspiró. Él no conocía mucho mundo, apenas había salido de la gran ciudad. Pero los años y las experiencias le habían enseñado a ver la pureza de las cosas.

—¿Y por qué te dicen eso? —preguntó, interesado.

Carlitos lo miró a los ojos y una expresión indecisa cruzó su semblante.

—Porque… —comenzó a explicarse—. Porque el otro día teníamos que colorear un dibujo de Teo y yo le pinté el pelo verde.

El abuelo reprimió una sonrisa. “Le pintó el pelo de verde, que cachondo”.

—¿Y por qué lo pintaste de ese color?

—¿Por qué no? —soltó el pequeño—. Lo he visto en los dibujos de la tele, algunas veces salen personajes con pelos de colores.

Al oír eso Anselmo esbozó otra sonrisa. Era muy cierto, él también había visto esos dibujos con su nieto. ¿Y qué más daba?

—¿Sólo por eso te llaman “el raro”?

Otra expresión distinta traspasó la cara del niño. El abuelo supo al instante que había algo más.

—Pues… no… —respondió Carlitos.

—¿Entonces? No tengas miedo, sabes que al yayo le puedes contar lo que quieras.

El crío le dedicó una intensa mirada.

—¿Se lo dirás a papá y a mamá?

—Sólo si tú quieres.

—¿Y si yo no quiero?

De haber sido más joven, Anselmo se hubiera postrado de rodillas. Pero sus piernas ya no eran como antes, ni tampoco la espalda, ni…

—Lo prometo —se decidió a responderle, apoyando las palabras con un rápido gesto de los dedos sobre la boca, como si cerrara una cremallera.

—Uno de los profesores me interrumpió cuando terminaba el dibujo y me lo quitó, diciéndome que las personas normales no tenían el pelo verde.

—Eso es cierto, no es común. Pero… ¿te quitó el dibujo?

Carlitos asintió con un rápido movimiento de cabeza.

—Luego me dio otro y me dijo que lo pintara “NORMAL”. Y un rato más tarde lo escuché hablar con otra profe, y le dijo que yo ya la estaba liando otra vez y que era un niño raro.

—Vaya con tu maestro —añadió el abuelo, fingiendo serenidad. Desde luego, en esa historia había algo que no le parecía “NORMAL”. El profesor— ¿Y ya está?

—No —respondió el pequeño—. No fui el único que lo escuchó. Unos cuantos niños más lo oyeron y ahora me dicen “el raro” todo el rato.

—Vaya —soltó Anselmo. “Desde luego que a ese profesor le falta psicología»— ¿Y el profe no hace nada?

—Les mete bronca, pero no puede enterarse de todo, es una persona. Y yo no soy un chivato.

El abuelo se rio con ganas, aunque por dentro sentía un poco de rabia. Seguidamente, pensó dos cosas:

La primera: Si su nuera se enteraba de eso, ya podía prepararse el profe.

La segunda: Jamás dejaría de sorprenderlo la estupidez del mundo moderno. Tanta tontería por pintar verde el pelo de un monigote infantil.

Anselmo pensó muy bien lo que deseaba transmitirle a su nieto y respiró fuerte antes de hablar.

—Escúchame bien —le dijo a Carlitos, con cuidado de que su voz sonara profunda—. Todas las personas tenemos una luz interior. En ocasiones brilla como un faro, atrae a los demás como sucede con los barcos perdidos en las tormentas. Pero al mismo tiempo algunas luces son incapaces de ver ese destello en los demás.

Carlitos esbozó una mueca.

—¿Yo también tengo una luz de esas?

—Pues claro que sí. La luz más brillante que mis ojos hayan visto jamás, y mira que soy un tipo muy viejo. Ahora es cuando te doy un consejo. No malgastes energía en personas que no ven las cosas buenas que hay en ti. Puede que tardes un tiempo, pero encontrarás a gente que brille tanto como tú. Palabra de abuelo.

La mueca del niño se transformó en una bonita sonrisa.

—Y otra cosa —añadió el hombre. En ocasiones sentía una comunicación bestial con el niño y olvidaba eso, precisamente, que hablaba con un crío— pasa de los de tu clase, de todos. Son unos Cilipollas —la emoción del momento consiguió que se le escapara un pequeño taco. “¡Mierda!” pensó “Bueno, menos mal que lo he dicho con C…”

Carlitos estalló en una sonora carcajada.

—Abuelo —le dijo, cuando pudo parar de reír—. Eres el hombre más listo del mundo, después de papá. Pero Gilipollas, se escribe con G.

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El niño que no entendía convencionalismos 1. El Teo del pelo verde por Ramón Márquez Ruiz se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivar 4.0 Internacional.

Me llamo Ramón Márquez Ruiz y soy escritor, diseñador gráfico e ilustrador. Bienvenidos a Novelesco. Si deseas saber más cosas sobre mi, clica abajo. Muchas gracias por leerme ; )

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