RELATO 23

Coge otra, vamos” se dijo Daphne, mientras sus dedos volvían a ejecutar el mismo movimiento por quinta vez. ¿Quién iba a decirle que el blanco velo ocultaba un moño casi metálico? Al quitárselo y palparse el cabello se había sorprendido de la ingente cantidad de horquillas que lo sujetaban, algo que le pareció maravilloso.

El silencio, roto por el suave crepitar de las hogueras, engullía a la doncella y dibujaba horrores en la oscuridad. Al vigésimo intento de pulso tembloroso, un sonido metálico brotó de la cerradura y ante sus atónitos ojos, los grilletes se abrieron dejándola escapar.

Una vez liberada, la joven recordó las forzosas lecciones que su hermanito le había impartido el día anterior. Sopló un viento helado que acabó por deshacerle el peinado, logrando que viera que tenía algo enganchado en el pelo. Y tras quitárselo descubrió que se trataba de una nota escrita por una mano infantil y temblorosa, con una tinta extraña que brillaba en la oscuridad…

“La naturaleza del dragón no es lo que aparenta, desconfía” leyó la muchacha en voz alta, reconociendo la caligrafía de Julien. Se oyó el relinchar de un caballo y vislumbró a lo lejos el titilante candor de una antorcha, que se aproximaba a gran velocidad. Corrió hacia su rescatador con el corazón encogido, temerosa de que en cualquier momento apareciera el maldito dragón…

—¡Mi señor! —exclamó al reconocer aquellas bellas facciones, cuando el corcel se detuvo de repente para no arrollarla.

—¡Daphne! ¿Cómo os habéis liberado?

—Con la ayuda de unas veinte horquillas y la mágica doctrina del escapismo.

Él príncipe parecía turbado, en cierto punto compungido. Se bajó del caballo y miró a la doncella.

—¿Que hacéis? ¡Marchemos antes de que nos caiga la bestia!

Apareció la luna en un claro de nubes, magnética.

—No podemos irnos a ningún lado, querida mía. Si vos regresáis con vida, el pueblo os convertirá en un símbolo de sublevación…

—¡Qué decís!

—Recaerán sospechas sobre los sorteos, complicando mi situación…

La joven recordó el papel que aún sostenía en su mano y retrocedió unos pasos, siendo consciente de que algo turbio ocurría. Pues, ¿qué hacía allí él, si no había acudido a rescatarla?

—¡Oh Dios santo! —soltó, dando un paso atrás.

Los ojos del príncipe se tornaron rojos como la sangre, brillantes, malignos e iracundos…

RELATO 24

—¡Engendro del diablo! —le chilló Daphne—. ¡Estáis acabando con la vida de vuestro pueblo!

—¡Lo lamento muchísimo, amada mía! ¡Yo no deseaba que saliera vuestro nombre, alguien me tendió una trampa!

La boca del muchacho comenzó a cambiar, alargándose para mostrar dientes afilados como escarpias. La antorcha cayó de sus manos cuando se transformaban en garras, su cuerpo creció rompiendo la ropa con cada palmo ganado y el corcel huyó despavorido.

Ella lo miró llena de terror. ¡Siempre había sido él! Salió corriendo angustiada, más no sabía hacia qué dirección huir.

—¡He de cenar carne humana cada noche para no morir! —le llegó una voz gutural— ¡Así lo dicta mi maldición!

La muchacha llegó al círculo de hogueras, escuchando el discurso del villano y el batir de unas gigantescas alas resonó en la inmensidad. Luego vino el rugido atroz del dragón que la hizo temblar.

Entonces, se oyó el trote de caballos y una antorcha se vislumbró a lo lejos. Alguien se acercaba a ellos a pleno galope, tan veloz que pronto se detuvo frente a la espantada joven.

—¡Cuidado! —exclamó ella, al comprobar que se trataba de un caballero que, para su sorpresa, agarraba las bridas del corcel fugado— ¡La bestia nos acecha!

El recién llegado se levantó la visera del casco, iluminado por la luz de las hogueras, mostrándole a un hombre de gallardas facciones.

—¡No temáis, mi bella damisela! ¡Creo que he venido a por vos!

El monstruo apareció sobre ambos y chispas incandescentes le brotaban de la boca cuando arremetió contra el mástil rojo, de tal forma que al caer éste los separó a los dos. Una de las hogueras quedó aplastada y el fuego se expandió por algunos matorrales cercanos, los animales se encabritaron espantados…

—¡Coged y huid! —le indicó el salvador a la muchacha, bajándose para ayudarla—. ¡Cerca de aquí hay una cueva, marchad, rápido!

Daphne saltó el tronco caído y montó al animal.

—¿Y vos? —preguntó compungida.

Una sonrisa se dibujó en los labios del hombre que, sin mediar palabra, azotó el trasero de su caballo para obligarlo a marchar. Ella se agarró a las bridas para no caer, sorprendida, escuchando a sus espaldas como el dragón aterrizaba en el suelo, levantando un gran estruendo.

—¡QUIEN OSA ESTORBAR MI TRÁGICA CENA! 

—¡Un hombre de Dios, engendro demoniaco!

La doncella prosiguió hasta llegar al lugar indicado, siendo consciente de que tal vez, la suerte la había guiado. O quizás no, pues se topó con que varias antorchas encendidas le marcaban la entrada de la gruta escondida. Y por muy extraño que le pareciera, la franqueó sin dudar con montura incluida, logrando detener al corcel en lo que parecía una gigantesca gruta circular.

Entonces vio que había una lanza clavada en el suelo, rodeada de velas. Con el corazón en vilo la muchacha se bajó del caballo y descubrió que el arma tenía una nota escrita.

—Dásela al caballero, es mágica —leyó con mano temblorosa, percatándose de había sido escrita por su hermanito con la misma tinta luminiscente. “Mi Julien” pensó ella, arrancándola antes de volver a montar.

La joven galopó de nuevo hacia el mástil caído y al verla, su salvador se quedó perplejo.

—¡Tomad! —exclamó ella, tendiéndole el arma—. ¡Matará a la bestia!

Y así dio comienzo un combate que sería recordado por siempre jamás. El dragón olvidó a la hija del duque y se centró en escupir un fuego al caballero que, a duras penas, conseguía esquivar. Y tras varios ataques fallidos con su lanza por fin logró dar en el blanco, clavándosela en el pecho a la infame bestia que herida de muerte, comenzó a cambiar hasta volver a ser el príncipe de antaño.

Pero lejos de sentir remordimiento y sabiendo que poco faltaba para su último aliento, la muchacha se agachó junto al moribundo cuando el sol ya despuntaba en el firmamento.

—Amor mío, gracias por romper la maldición que me volvía un ser oscuro.

Ella le apretó la mano bien fuerte en silencio, pues veía en sus ojos que decía la verdad. Y de su pecho ensangrentado manó una rosa, grande, bella y pura.

—Cogedla —le indicó su señor, antes de fallecer—. Al fin descansaré en paz.

La muchacha obedeció y arrancó la flor de la herida mortal. Después, el caballero se quitó la capa medio chamuscada y cubrió el cadáver.

—¿Quién sois? —quiso saber Daphne, con lágrimas en los ojos.

—Me llamo Georgius de Tarento y por muy extraño que parezca, creo que los ángeles me han guiado hasta aquí.

Me llamo Ramón Márquez Ruiz y soy escritor, diseñador gráfico e ilustrador. Bienvenidos a Novelesco. Si deseas saber más cosas sobre mi, clica abajo. Muchas gracias por leerme ; )

4 Comentarios

  1. María

    Ohhh que romántico. Me ha encantado.
    Súper enganchada.
    Un besillo.

    Responder
    • Ramón Márquez Ruiz

      Jajaja, muchas gracias María! Me alegro de que te guste! ; )

      Responder
  2. Josep Mª

    Una bella leyenda de Sant Jordi. Bien podría ocupar un puesto de honor entre las «oficiales». Al menos esta versión tiene una base mucho más siniestra, si cabe, lo que la hace más interesante.
    Un abrazo.

    Responder
  3. Ramón Márquez Ruiz

    Muchas gracias por comentar, Josep Mª! Me alegro de que te esté gustando esta versión alternativa de la leyenda. Un abrazo! ; )

    Responder

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