Eleanor llamó al timbre y esperó, mirando la imponente fachada de la casa.
“¿Habré acertado?” se preguntó, apretando la asa del maletín que portaba consigo. Aquella noche visitaba al señor Remington, un nuevo cliente muy adinerado que le había rogado que fuera ella quien escogiera los juguetitos en su lugar; un acontecimiento insólito que la llenaba de morbo por ser poco usual.
Unos segundos después se abrió la puerta y apareció un cincuentón muy bien vestido bajo el umbral.
—La señorita Terciopelo, supongo —quiso saber él.
La vampiresa asintió, esbozando una sonrisa traviesa que mostraba sus colmillos afilados.
—¿Me permite pasar, por favor? —le pidió al hombre sin borrar el gesto de la cara, sintiéndose visualmente satisfecha.
El caballero pareció dudar, antes de invitarla. Una vez dentro ella le acarició la cara y ciñó los dedos con fuerza en torno a su cuello.
—¿Ha sido malo?
—He sido muy jodidamente malo —contestó Remington lujurioso, cerrando la puerta.
Desde la antigüedad se decía que el mordisco de un Ser de la noche provocaba más placer que cien orgasmos. Y la especialidad de Eleanor consistía en hallar un equilibrio perfecto entre el más absoluto placer y el dolor controlado…
—Dicen que en la niebla del valle se oculta desde entonces.
El fuego crepitaba en la chimenea proyectando marcadas y danzarinas sombras sobre el arrugado rostro del anciano. En el exterior la niebla parecía tan densa que daba la sensación de poder cortarse con un cuchillo.
—Sandeces —dijo el corpulento aventurero, al terminar la historia—. He pasado millones de veces por aquí y nunca me he topado con semejante disparate. Una taberna maldita llena de diablos que devoran a los viajeros, que tontería. No son mas que cuentos de viejas.
En ese momento la esbelta hija del posadero se le acercó para servirle otra jarra de cerveza. El hombre aceptó la bebida de buen grado y le sonrió de forma seductora, mostrándole su perfecta dentadura.
—¿Tú también te crees esa historia, preciosa? —le dijo, sentándola sobre su rodilla.
—Claro, guapo —le dijo la muchacha—. Ahora mismo te encuentras en ella.
Al oír eso, el hombre observó a sus contertulianos percatándose de algo que en un principio le había pasado desapercibido. Nadie había consumido desde su llegada. Y ahora, todos lo observaban de forma extraña y le dedicaban horripilantes sonrisas, mostrándole dentaduras tan afiladas como cuchillos.
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Me llamo Ramón Márquez Ruiz y soy escritor, diseñador gráfico e ilustrador. Bienvenidos a Novelesco. Si deseas saber más cosas sobre mi, clica abajo. Muchas gracias por leerme ; )
Dos historias completamente distintas. La primera muy sensual, la segunda un poco aterradora.
Muy buenas. Me han gustado.
Muchas gracias por los halagos y por comentar, María! Me alegra que te hayan gustado las dos! ; )
Me topé con este blog y recié lo veo por primera vez. Me encanta todo lo que he encontrado aquí. Buenos relatos! 🙂
Muchas gracias por visitarme y comentar, Made! Vuelve siempre que quieras! ; )
Dos historias a cuál más sugerente, aunque me quedo con la segunda, el relato 14, y no porque sea supersticioso sino porque el escenario es mucho más propicio para un cuento de misterio y de leyendas fantásticas. Lo has descrito de una forma muy «visual».
Un abrazo.
P.D.- Quizá esté equivocado, pero en el relato 13 los términos, «picar al timbre» (llamar al timbre) y «nansa» (asa), parecen más bien propios del catalán, ¿no?
Muchas gracias por leerme y comentar, Josep Mª! Me alegra que te hayan gustado los relatos y ahora que lo comentas, es posible que se me hayan colado un par de catalanismos, jaja. Es lo que tiene haberse criado con los dos idiomas cogidos de la mano. Lo revisaré enseguida, un abrazo! ; )