Novelesco se complace en presentar este relato un poco gamberrete —sobre todo el final, aviso—. La idea surgió sola y lo escribí de una sentada casi sin darme cuenta. El caso es que tengo mas ideas, así que me gustaría que me comentarais si queréis que se convierta en una nueva —y pequeña— serie. Espero que os guste ; )

Olía a mierda en la calle Saint Weller, casi más que cualquier otro día del año, una sensación que aumentaba gracias al tórrido verano que parecía golpear al viejo continente sin piedad.

Pod miró la mano de su nuevo amigo con una cara inexpresiva, centrándose en el sello de oro que contrastaba en aquellos dedos cubiertos por abundante, rizado y oscuro vello.

—¿Se la darás? —quiso saber el señor Flurch, modulando el tono de voz para que sonara agradable, pese a que no lograba esconder cierta falsedad.

—Ya le dije que no será gratis —contestó el chaval, estudiando el anillo con suma atención.

Aquel caballero había salido de la parte alta de la ciudad, estaba seguro. Y en cierto sentido, le intrigaba sobremanera que aún siguiera portando esa joya encima. Conocía a gente que sería capaz de matarlo con tal de robarle los zapatos, incluso hasta el sombrero.

—Claro que no, pequeño bribón —soltó el hombre, esbozando una sonrisa lobuna—. ¿Cuántos años me has dicho que tienes?

—Dieciséis.

—Ya eres todo un machote. Así que toma este par de monedas y dáselas a Miss Daisy después de entregarle la misiva. No te defraudará, créeme.

Pod lo miró a los ojos antes de aceptar ambas cosas en silencio. Ahora sabía que ese señor, al que acababa de conocer fortuitamente, era mucho más problemático que cualquier gañan que pululara en Saint Weller. Había algo en su forma de mirarlo que le provocaba un profundo escalofrío, y eso no solía sucederle a menudo. «Este es peligroso de narices» reflexionó, comprendiendo el motivo de que Flurch caminara tan tranquilo en una de las peores calles de La Ciudad y sin inmutarse, pasando casi tan desapercibido como una de las marcadas sombras proyectadas por el sol abrasador.

La puerta era azul, tal y como le habían indicado. El chico se acercó sintiendo el corazón acelerado, pues conocía el simbolismo que ocultaba aquel color en particular. Todos los lupanares del viejo continente lo vestían, marcándolo con orgullo en las entradas de sus locales.

Él nunca había visitado ninguno, aunque se le había pasado por la cabeza en muchas ocasiones. Pero para eso necesitaba dinero, un recurso que en su vida de ratero callejero apenas le duraba en las manos. Y todo gracias al maldito Cazatalto.

“Viejo asqueroso” prnsó al recordar a su tutor, mientras picaba con los nudillos en la superficie de gastada madera. Le parecía increíble que en tanto tiempo jamás hubiera reparado en aquel escondido callejón. Él controlaba casi todos los antros depravados del barrio, ya que le reportaban ganancias sustanciales cuando lograba robar a algún que otro cliente borracho de Sopa.

No había ni un alma y pese al desalmado día, la mayor parte de la estrecha callejuela permanecía en penumbra por hallarse encarcelada entre altos y retorcidos edificios que la engullían.

Pronto oyó pasos en el interior y la puerta se abrió, mostrándole a un gordo sudoroso que lo observó de malas maneras.

—¡Que coño quieres, jodido gamberro! —le gritó a modo de saludo.

Pod se mordió el labio, intentando no contestarle con la misma amabilidad. Ser un chico medianamente listo le había desarrollado un instinto cauto, que se acrecentaba al comparar su reducido tamaño con el de los demás. Alguno de sus amigos había fallecido al plantarle cara a gente más grande, con la cabeza aplastada por una piedra o gracias a un certero navajazo. Y como él valoraba demasiado su miserable existencia, y sabía que tenía que desconfiar de todo el mundo, se limitó a enseñar el pergamino.

Al ver el sello de lacre que lo envolvía, el hombre entornó los ojos y se apartó para dejarlo pasar.

—Te están esperando en la habitación número trece, ratilla. Es la última del piso de arriba.

El chaval respiró hondo y dedicó al mastodonte una breve mirada desafiante. Una que le permitiera mostrar un poco de asco sin que le partieran la cara. Luego, se internó en el oscuro interior.

El tugurio estaba casi vacío y olía a rancio, pero un par de señores sentados alrededor de una destartalada mesa lo miraron de forma asesina cuando se dirigía a la escalera. Los peldaños crujieron bajo sus pies mientras ascendía. Y en aquel momento podía sentir sus ojos clavados en la nuca, provocándole un nudo en la boca del estómago.

“¿Donde diablos me he metido?” se preguntó el joven al llegar al final del pasillo. Picó en la última habitación, tal y como dijera el imbécil de la entrada.

—Adelante —le llegó una voz femenina, algo cascada y rasposa.

Él entró y cerró la puerta, luego se volvió y contempló la sucia habitación, comprobando que sin duda aquel no era un burdel al que elegiría visitar libremente. Sobre una cama de aspecto usado había sentada una mujer de físico enjuto, que lo contemplaba con unos fríos ojos azules.

A Pod, Miss Daisy no le pareció fea, pese a sus facciones angulosas. Tampoco hubiera sido capaz de describirla como una beldad angelical, pero cuanto menos, no resultó ser un mal bicho a la altura de las otras personas del local. Y aparentaba estar limpia.

—Vaya, vaya, vaya —dijo ella, dedicándole una gran sonrisa en la que faltaba un colmillo—. Mira que tenemos aquí. Maldito Flurch, hijo de perra, que gusto para escoger mensajeritos…

—Creo… Creo que esto es para usted, señora…

—¡Señora dice! —exclamó la prostituta, estallando en una sonora carcajada—. ¡Un ratero con modales, qué novedad!   

Lo cierto era que Pod no solía ser muy cortés. Maleducado tampoco, había gente peor. Se acercó al lecho tendiendo la misiva y esperó, con el brazo extendido.

La mujer dejó de reírse y le arrebató el pergamino, asegurándose de tocarle los dedos de forma sensual. Después rompió el sello de lacre y lo abrió. La lectura que apenas duró un minuto.

—Ya puedes irte, chico —le dijo al terminar, mirándolo a los ojos.

Pero él no se movió. Había cumplido el encargo y ahora quería su premio. Sacó las monedas de un bolsillo del gastado pantalón y se las enseñó.

—También me dio esto —añadió, con los círculos de metal en la palma de la mano.

—Ya veo, ese ha sido tu pago. Lamento decirte que Flurch es un miserable, lo que te ha dado solo llega para mostrarte un seno, casi ni eso…

Una expresión decepcionada cruzó la cara de Pod, que esperaba algo más. No obstante se mantuvo firme con su postura.

—Pues muéstramelo —le exigió envalentonado.

Miss Daisy volvió a reírse, satisfecha por la bravuconería.

—¿Qué edad tienes, renacuajo? —quiso saber, tomando las monedas.

—Dieciséis, a punto de cumplir diecisiete —mintió el chico. Apenas había pasado una semana desde que acabara de cumplirlos.

—Pues aparentas mucho menos, con ese cuerpecito tan enclenque.

—Me lo han dicho muchas veces —dijo él, encogiéndose de hombros.

Entonces ella se abrió la túnica, justo lo suficiente como para sacarse una teta pequeñita de pezón puntiagudo.

—Voy a ser buena contigo y voy a dejar que me la chupes si quieres. He de admitir que has cumplido muy bien con el encargo, así que es un extra. Aunque antes, déjame hacerte una pregunta. ¿Cuánto hace que conoces al señor Flurch?

—Desde hace un rato. Me caí en Saint Weller y él fue el único que se detuvo para ayudarme. Luego me invitó a un poco de Sopa.

—¡Vaya! —dijo ella, sorprendida—. ¿Tan joven y ya bebes eso?

La Sopa era bien conocida en el viejo continente por ser una mezcla de licores y algo de láudano. En cada lugar la preparaban de una manera distinta, adulterándola para abaratar su fabricación. Solían llamarlo de esa manera por el aspecto consistente que tenía y pese a ser ilegal, ningún agente de la ley con dos dedos de frente cuestionaba su comercialización en lugares marginales como aquel antro escondido.

—Yo me bebí una limonada —contestó Pod—. He nacido viendo los efectos que esa asquerosidad provoca en la gente. Antes prefiero comerme la lengua.

—Chico listo, chico listo —lo interrumpió ella con dulzura, acariciándole la cabeza. Lugo cerró la mano con suavidad en torno a su nuca y lo fue acercando poco a poco—. No te preocupes, yo tengo algo más sabroso para ti…

El chaval no supo cuanto tiempo estuvo en faena. Mientras lo hacía decidió poner a Miss Daisy a prueba y la magreó con mano torpe. Ella se dejó hacer, hasta que percibió que sus caricias descendían lentamente por la zona del ombligo, captando sus intenciones.

—El mundo es un lugar cruel, cariño —dijo de forma cómica, sin oponer resistencia—. Y en breve vas a descubrir que jamás, bajo ninguna circunstancia, debes fiarte de hombres como Flurch.

El joven siguió a lo suyo y llegado al punto deseado, introdujo la mano a través de la tela, deseoso de palpar algo nuevo por primera vez. Entonces sus dedos tocaron el bulto. Tres, para ser precisos, un hecho que hizo que la empujara y la mirara con los ojos abiertos como platos.

—¡Mierda! —gritó—. ¡Pero si eres un hombre!

La prostituta se rio con ganas ante el espantado muchacho.

—¡Sorpresa…!

El chico salió del tugurio como alma que lleva el diablo y corrió dejando atrás el angosto callejón. Al llegar a la calle colindante se apoyó contra la fachada de uno de los edificios y respiró hondo, intentando calmarse. Él se había criado en Saint Weller y ya sabía que algunos hombres se vestían de mujeres, incluso que hasta lo parecían o se sentían de la misma manera que ellas. También había visto lo mismo con el género femenino. Creía a pies juntillas que el destino era caprichoso, capaz de meter un alma en el cuerpo equivocado. Y nunca le había importado, ni juzgado a nadie por tal cosa; creía que todo el mundo tenía derecho y era libre de vivir como deseara.

No obstante odiaba, odiaba con toda la fuerza de su ratero y huérfano corazón, que le tomaran el pelo de aquella manera. Así que esperó a serenarse para pensar, e ideó una travesura antes de volver con el señor Flurch. Tal vez a él no pudiera jugársela, pero…

Unas pedradas alertaron al vigilante que en seguida salió a investigar. Al abrir la puerta le llegó un hedor calentón más intenso que de costumbre… Entonces descubrió que alguien se había cagado en el umbral, para luego dedicarse a extender la mierda sobre la superficie azulada de la madera…

—¡MALDITOS HIJOS DE PUTA! —chilló fuera de sí, con los ojos llenos de rabia—. ¡YA OS PILLARÉ, JODIDOS CABRONES!

Una delgada silueta observó la escena en silencio, oculta tras unos barriles situados al principio del callejón. Una amplia sonrisa se perfiló en los labios de Pod, que no perdía detalle del espectáculo. Sin lugar a dudas, arriesgarse un poco había merecido mucho la pena y ahora, el color de la puerta se correspondía con la calidad del local que protegía.

“Ese es el tono indicado” pensó. “Marrón, como tiene que ser…”    

Me llamo Ramón Márquez Ruiz y soy escritor, diseñador gráfico e ilustrador. Bienvenidos a Novelesco. Si deseas saber más cosas sobre mi, clica abajo. Muchas gracias por leerme ; )

10 Comentarios

  1. Julia C.

    Un relato estupendo, Ramón. Aunque la acción se desenvuelve en un ambiente sórdido, la nota de humor del final, al que nos conduces con la curiosidad del princio intacta, nos deja la sonrisa en los labios y la sensación de que Pod ha tenido finalmente una recompensa a la altura del mal trago pasado. Ameno, interesante y muy bien escrito, como siempre. ¡Muchas felicidades!

    Un abrazo de martes.

    Responder
    • Ramón Márquez Ruiz

      Muchas gracias por leerme, comentar y por los halagos Julia! Me alegra verte por aquí otra vez, se te echaba de menos. Miraré a ver si has vuelto a estar operativa, jeje, para hacerte una visita.
      La verdad es que mientras escribía este relato me lo imaginaba como de humor, aunque la ambientación sea sórdida y más «propia de una obra de Dikens» –una comparación que me hizo un familiar y en la que no había caído para nada hasta que la mencionaron–. ¿Te interesarían más historias de La Ciudad? Con toque cómico, aunque sea una chispita. Un abrazo! ; )

      Responder
  2. María

    Buenas, me ha gustado mucho como has creado el ambiente. Nos llevas a aquel ambiente de época que no deja de ser romántico a pesar de su sordidez.
    Pod debía de ser un chico con mucho carácter. Dan ganas de conocer más de su historia.
    Un besillo.

    Responder
    • Ramón Márquez Ruiz

      Muchas gracias por comentar y el halago, María! Me alegra que te haya gustado. Es muy posible que haga más capítulos sobre «La Ciudad», en los que se muestre un poco mejor a Pod. Un abrazo! ; )

      Responder
  3. David Rubio

    Ja, ja, ja… ¡Qué buen relato! Escatológico y gamberro, pero muy entretenido. Los diálogos están fantásticamente logrados. Un lienzo de los bajos fondos, un regreso al género picaresco. Me encantó! Saludos!

    Responder
    • Ramón Márquez Ruiz

      Muchas gracias por comentar y por los halagos David! Me alegra que te haya gustado, jeje. Un abrazo! ; )

      Responder
  4. María Delgado

    Holaa!! Me parece un relato muy divertido, sí que es gamberro pero para nada de mal gusto. Has recreado muy bien la situación, haciendo que quisiera leer más y que sintiera curiosidad :))
    Me ha gustado mucho!!
    Un saludo :))

    Responder
    • Ramón Márquez Ruiz

      Muchas gracias por pasarte por aquí, leerme y comentar, María! Me alegra que el relato te haya divertido y gustado. Vuelve siempre que quieras, un abrazo! ; )

      Responder
  5. Josep Maria

    Pues me ha resultado un relato la mar de entretenido, divertido incluso, y muy bien narrado. Yo creo que las andanzas de ese pilluelo muy bien podrían dar lugar a una serie. Así que te animo a que continúes con ella.
    Y, por cierto, tiene mucho mérito que la hayas escrito de un tirón. Eso indica que la historia te inspira lo suficiente para desarrollarla mucho más.
    Enhorabuena y un abrazo.

    Responder
    • Ramón Márquez Ruiz

      Muchas gracias por comentar y por los halagos Josep Mª! Me alegra que te haya gustado y divertido. Quizá cuando acabe con N.a.t.i.v.i.t.y –bueno, seguramente– escriba un poco más sobre esta historia. Desde luego, personajes curiosos no le faltan, jeje. Un abrazo! ; )

      Responder

Enviar un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

He leído y acepto la política de privacidad

Uso de cookies

Este sitio web utiliza cookies propias y de terceros para que usted tenga la mejor experiencia de usuario. Entre sus funciones están la de analizar el tráfico web e implementar las redes sociales. Si continúa navegando está dando su consentimiento para la aceptación de las mencionadas cookies y la aceptación de nuestra política de cookies, pinche el enlace para mayor información.plugin cookies

ACEPTAR
Aviso de cookies
error: Content is protected !!
Share This