Capítulo 1

Los dos niños miraron a su madre, que parecía haberse quedado absorta, como perdida en su propio mundo interior.

—Mamá —se atrevió a decir Samuel, el mayor, rompiendo el silencio artificioso—. ¿Papá estará bien?

Hanna dio un respingo al escucharlo y lo miró a través de las gafas de sol, que ocultaban sus ojos enrojecidos por el llanto. Una resignada y tenue sonrisa se dibujó en sus labios al percibir que sobre sus hijos también flotaba un extraño halo de melancolía y tristeza.

—Claro que sí, cariño —se decidió a responderle—. Papá necesita asimilar su dolor, al igual que nosotros. Por eso nos vamos a dar un paseo, para dejarle su espacio.

Los críos asintieron y el mutismo volvió a invadir la cabina del ascensor, otorgando a la mujer otra pausa que aprovechó para estudiar a su reflejo. La idea de salir había sido suya, surgida de forma repentina tras una pelea. Conocía demasiado bien a su marido y sabía que él nunca le hubiera pedido nada semejante.

“Tal vez a los dos nos haga bien alejarnos un rato” reflexionó. Si era sincera consigo misma, desde que había llegado a casa después del crematorio sentía una opresión que la invadía, sobre todo en la cocina; y tal vez respirar un poco de aire fresco, pasear por el centro de la ciudad o ir a algún parque la relajara…

“Mi dulce Macarena” pensó. “Nos has dejado muy rotos, cariño. Aunque estaremos bien, no te preocupes. Sólo danos un poquito de tiempo…” Su suegra había sido una mujer maravillosa, la clase de persona que dejaba huella en todo aquel que se cruzara en su camino. Aún no podía creerlo… La de vueltas que podía dar la vida en una semana, incluso llegando a extinguirse como la llamita de una vela…

El ascensor se detuvo y las puertas interiores se abrieron de par en par. Hanna regresó al presente y abandonó la cabina. Pero cuando iban a salir y su mano flotaba hacia el pomo tuvo que detenerse, embargada por un llanto repentino que fue incapaz de controlar.

—Mamá, ¿Estás bien? —le preguntó Samuel, con los ojos brillantes. Tanto él como su hermanito se habían mostrado muy contenidos todo el día, incluso durante la discusión…

Entonces ella los miró y los abrazó con fuerza, un gesto que logró romper las corazas de sus hijos. La abuela ya no volvería a casa nunca más…

Daniel se aflojó el nudo de la corbata y por impulso sus pasos lo condujeron a la cocina. Al encender la luz se quedó mirando la habitación desde la puerta, sin atreverse a franquearla. En otros tiempos aquella estancia siempre le había parecido enorme y hasta desaprovechada, pues al principio de mudarse allí tanto él como su mujer solían comer fuera los días laborales. Pero cuando Macarena se mudó con ellos, trayendo consigo su afición a la repostería, a la que amaba más que cualquier otro pasatiempo, un delicioso aroma comenzó a recorrer cada palmo del piso casi todo el año. Y tanto las risas como los juegos, las jornadas con una copa de vino y buena comida española, las meriendas o los cumpleaños de los niños en los que la habitación se convertía en el refugio de los adultos habían ido trascurriendo varias primaveras, hasta que… ella había…

“Ya nunca volveré a oír el maravilloso sonido de tu voz, ni tus risas mientras jugabas con tus nietos, ni a verte preparando esos increíbles pasteles…” pensó Daniel, lleno de tristeza. Su madre se les había marchado a los sesenta y cinco, a causa de un fatídico accidente…

El hombre se sintió roto por dentro y pensó en cómo la mujer le había plantado cara a la muerte, luchando para salir a flote durante una semana. Pero las lesiones habían sido demasiado graves…

—Nosotros venimos de Marte, mi dulce Macarena —tuvo la necesidad de hablar en voz alta. Tanto él como su progenitora siempre habían sido personas de mentalidad muy abierta, hasta espiritual en muchos sentidos pese a no ser estrictamente religiosos.

Las primeras lágrimas aparecieron y Daniel decidió dejarlas correr libres, al menos durante unos instantes. Golpeó el marco con los puños hasta que se sintió como un imbécil, intentando vaciar la frustración que sentía por dentro. Nada podría cambiar lo que ha había sucedido, ni devolvérsela… Respiró con fuerza, dedicó una última mirada a la cocina y apagó la luz. Entonces pensó en Hanna, que había salido con los niños tras una fuerte discusión. Y deseó que se hubieran quedado con él, notó que incluso aquel ratito en soledad se le atragantaba en el corazón…

El sonido de la puerta logró que el hombre se volviera para mirar hacia el pasillo. No llevaba solo ni cinco minutos…

—¡Cariño! —lo llamó su mujer.

La pareja se reunió en un fuerte abrazo, junto con los críos. Daniel se agachó un poco para besarlos en la frente y luego miró a su mujer a los ojos, que por fin se habían despojado de las gafas de sol para mostrarse rojos e hinchados. Aquel había sido otro de los milagros de Macarena, conseguir que dos caminos distintos se cruzaran hasta formar una unión, tan sólida como un menhir, pese a las turbulencias de la vida…

Me llamo Ramón Márquez Ruiz y soy escritor, diseñador gráfico e ilustrador. Bienvenidos a Novelesco. Si deseas saber más cosas sobre mi, clica abajo. Muchas gracias por leerme ; )

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