CAPÍTULO 3. EL MONSTRUO BAJO LA CAMA

Carlos se acercó a Lucía, bajo el edredón. Al contacto de sus pies helados la mujer pegó un bote.

—¡¡¡UF!!! ¡No me toques con los pinreles, los tienes congelados!

El hombre se rio; seguidamente la abrazó por la espalda y le olfateó el cabello, deleitándose con el dulce aroma de su perfume.

—No seas quejica, te echaba mucho de menos.

Ella sonrió, sabiendo que su marido no la veía. Lucía también los había añorado a todos. Esas dos semanas se le habían hecho cuesta arriba, aunque no se hallaba dispuesta a decírselo a nadie. “Menos mal que ya estoy en casa, junto a mis tres fieras” pensó aliviada.

—Ahora no, cariño. Tengo mucho sueño, el viaje ha sido agotador.

Él la besó en el cuello y le acarició los senos bajo el camisón. Tanto el niño como el abuelo ya dormían desde hacía rato, era el momento perfecto…

—Venga nena —le susurró—. Tengo ganas de ti…

En ese momento un grito infantil rasgó el “intento de romanticismo” de la situación.

—¿El niño sigue teniendo esa pesadilla, verdad? —preguntó Lucía, apartándose de su marido para darse la vuelta y mirarlo a la cara.

Carlos asintió con la cabeza.

—¡PAPÁAAA!

Entonces la mujer frunció el ceño.

—¡Oye! —exclamó picajosa— ¿Desde cuándo el nene te llama a ti primero?

El hombre se rio y le pellizcó suavemente la punta de la nariz.

—No me culpes, ¿quieres? Nos ha salido práctico, en eso se parece a ti. Te llamó los primeros días, pero como no estabas comenzó a llamarnos a nosotros. Sobre todo al yayo.

—Pobre Anselmo —dijo la mujer, soltando una risita. “Bueno, no hay mal que por bien no venga”, pensó. Se sentía tan cansada que no le apetecía, para nada, salir de la cama…

—Anda, ya voy yo —se ofreció Carlos. Lucía le hizo cosquillas en la tripita que se veía entre la camisa abierta del pijama y contempló en silencio como se levantaba. “¿Está más gordito o me lo parece?” pensó, al notarle el cambio de anchura, no demasiado pronunciado. “Bah, no me importa; sigue siendo un hombre maravilloso” se dijo después.

—Bueno —añadió con un tono zalamero, mientras él se cubría con la bata y se calzaba las zapatillas—, como te estás portando tan bien a lo mejor te doy un premio cuando regreses…

—Descuida cariño. Puedes estar segura de que lo reclamaré —soltó el hombre, volviéndose para guiñarle un ojo.

Al llegar a la habitación del niño, Carlos se dio cuenta de que la luz ya se hallaba encendida. Encontró al crío incorporado en la cama, jadeante y con los ojos muy abiertos. “Ha tenido una pesadilla de las malas, el pobrecillo” pensó.

—¡Papá, hay un monstruo debajo de mi cama! —le dijo Carlitos nada más verlo.

—No pasa nada, campeón —le contestó su padre, sentándose en un lado del colchón—. Ha sido una pesadilla, sólo eso.

—Pues mira para asegurarnos…

Carlos le acarició el cabello y se rio. “¿Yo también obligaba a mi padre a hacer esas cosas?”.

—Está bien, chavalote; miraré para que te vuelvas a dormir, como los niños buenos.

Y rápidamente se agachó, haciendo un gesto exagerado y teatral; una bonita sonrisita se perfiló en los labios de Carlitos, mientras su padre levantaba el edredón y echaba un vistazo. “Que puñeteras son las pesadillas” se dijo. Lucía lo esperaba en la cama, tan calentita…

—No hay nada, Carlitos —“Qué puedo hacer…” Entonces Carlos recordó un detalle de su infancia que le pareció muy divertido y le venía que ni pintado…— Espera un momento, cariño, ahora vuelvo —le dijo al crío, antes de salir apresurado de la habitación.

Pasados un par de minutos el hombre regresó con un bote de espray lleno de agua.

—¿Qué es eso, papá? —quiso saber el niño.

—Un remedio que el abuelo me enseñó hace ya muchísimo tiempo. ¿Sabías que los monstruos le tienen miedo al agua?

El crío negó con un gesto de cabeza.

—¿De verdad?

—De verdad de la buena. Voy a dejar esto en la mesita y si vuelves a despertarte, metes un poco el bote y rocías al monstruo sin piedad. Ya verás cómo se va.

—¡Anda! —exclamó Carlitos—. La vecina también hace eso con los gatos que se portan mal.

Carlos la recordó; era cierto, no lo había pensado. Aunque la anciana no estaba muy fina, la pobrecita. El alzheimer era una enfermedad que siempre le parecería una tremenda hija de la gran…

—Y si rocío al monstruo, ¿qué le pasará? —quiso saber el crío.

Su padre lo miró con una sonrisa en los ojos.

—Nada, chavalote. Sólo se esfumará, hará ¡¡¡PLOFFF!!! y adiós bicho. ¿Lo probamos?

Carlitos lo meditó unos instantes y asintió. Le quitó el bote de las manos y lo colocó en la mesita, bien a su alcance. Luego se tumbó y cerró los ojos, dejando que Carlos lo arropara y le diera un beso en la frente.

El hombre se disponía a salir de la habitación cuando su hijo lo llamó de nuevo, y se volvió para mirarlo.

—¿Y si el agua no funciona? —preguntó el nene, con la voz tensa.

Carlos pensó algo rápidamente. “Lucía, Lucia…”

—Si el agua no funciona haz fuerza y tírate el pedo más grande que puedas. Eso lo hará seguro, a los monstruos no les gusta —soltó Carlos. “Anda, vaya chorrada le acabo de decir…” se dijo después—. Pero eso solo funciona en la cama, ¿eh?

El niño soltó una risita y cerró los ojos. La luz se apagó y Carlos regresó junto a su mujer, aguantándose la risa. “Mierda, espero que ahora el crío no vaya peyéndose por ahí…”

—¿Carlitos está bien? —quiso saber Lucía, mientras su marido se quitaba la bata y se metía en la cama; lo abrazó bajo el edredón, pegándose a él para notar su calorcillo corporal. Desde luego, se había portado como todo un caballero…

Carlos notó como ella bajaba la mano a través de su ombligo.

—Todo bien, ya te lo contaré mañana… —y la besó en los labios, mientras apagaba las luces…

El niño volvió a despertarse un rato después, por culpa de otra pesadilla. Encendió la luz y miró el bote con los ojos entornados. “Bueno, si no funciona nada de lo que ha dicho papá lo llamaré otra vez”, pensó. Con mucho cuidado introdujo el spray bajo el somier y lo roció todo sin piedad. “Ya está, se habrá ido”. Apagó la luz un poco más tranquilo y cerró los ojos de nuevo. “Pero a lo mejor no ha ido bien y sigue por aquí…” se dijo después. Entonces hizo fuerza con la barriguita y un sonido estridente rasgó la quietud del silencio nocturno.

—Que peste —susurró el nene, tapándose la nariz.

Aunque tal y como había dicho su padre, Carlitos era un crío práctico; ventiló un poco el ambiente con el edredón y cerró los ojos. Sí, nunca estaba de más tomar precauciones para que las cosas salieran bien. Ya no apestaba tanto y ahora el monstruo se había marchado seguro…

Licencia Creative Commons
El niño que no entendía convencionalismos 3. El monstruo bajo la cama por Ramón Márquez Ruiz se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivar 4.0 Internacional.

Me llamo Ramón Márquez Ruiz y soy escritor, diseñador gráfico e ilustrador. Bienvenidos a Novelesco. Si deseas saber más cosas sobre mi, clica abajo. Muchas gracias por leerme ; )

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