La verdad es que me pareció extraño —comentó el técnico de seguridad, con un deje nervioso en la voz.

Lo miré fijamente, percibiendo su incomodidad. Acababa de despedir a veinte personas de una tacada y entendía que aquello pusiera nervioso a cualquiera.

—Explíquese, por favor —exigí, controlando cada sílaba para contener la enorme irritación que sentía por dentro. Aunque sabía que en el fondo no lo conseguía tan bien como deseaba.

—Es… es una tontería, pero ha sucedido justo antes del… incidente…

“Fina manera de referirse a la ruina que llama a mi puerta” pensé, antes de sacar un cigarrillo de la pitillera y colocarlo en mis crispados labios.

—Señorita Stone, aquí… aquí no se puede…

Una simple mirada logró que el pobre hombre, que ya parecía estar al borde del colapso nervioso, dejara la frase incompleta.

—Relájese, por hoy ya hemos tenido suficientes fallecidos. Y escucho sus latidos desde aquí. ¿Dónde se ha captado eso que tanto le ha llamado la atención?

—En… en uno de los servicios de caballeros de la planta trece, señorita Stone.

“Fabuloso” pensé sarcástica, encendiéndome el pitillo. “Malditos ancestros” reflexioné asqueada. Si aquello era protección, íbamos muy bien servidos…

—Aquí… aquí —dijo el técnico, cargando el video. Éste se repitió de forma clónica en cada uno de los monitores que había frente a nosotros.

—Me gustaría verlo en grande, por favor.

El empleado se limitó a obedecer y como extra añadió algo de zoom.

La grabación se repartió entre todas las pantallas, volviéndose gigantesca. La cámara había captado a un usuario del baño, algo que me pareció relevante. Gracias a la ampliación de la zona deseada veíamos la espalda de un hombre que se miraba en uno de los espejos. Por fortuna el ángulo captaba su reflejo con bastante detalle, permitiéndonos distinguir a un chico joven y bien vestido.

—Accione el video, por favor —pedí con un tono resignado, incapaz de discernir qué de especial tenía aquel muchacho… a simple vista me resultaba guapo, pero muy común…

En ese momento sonó mi teléfono y lo descolgué tras mirar de quien se trataba, haciendo un gesto al operario para que esperara. Era Billy.

—¡¿QUE DIABLOS HA PASADO, MARLA?! Acabo de enterarme y estoy alucinado.

A pesar de saber que no me vería, una sonrisa se dibujó en mis labios.

—Créeme, yo estoy igual que tú. Sobre todo al enterarme de que nuestras cámaras de seguridad llevaban cerca de un año registrando varios escarceos amorosos entre trabajadores y que las grabaciones eran eliminadas, después de que una copia te fuera enviada a ti personalmente, por supuesto…

Se hizo el silencio al otro lado de la línea.

—Eres muchas cosas, Billy Stone Abrahams —volví a la carga, decidiendo no concederle más respiro—. Pero desconocía que también fueras un jodido pervertido. Tus proxenetas de porno han sido despedidos, por supuesto.

Varios ingenieros me miraron con disimulo, un gesto que logró agrandar el gesto de mi rostro. En aquel momento me sentía tan furiosa que todo me importaba un comino, incluso que un grupo numeroso de empleados escuchara una conversación tan privada como aquella. Además, poseían un alto nivel de inglés, por supuesto.

—¡No me juzgues, Marla! —exclamó él, con tono tajante—. No es de tu incumbencia. Y desde luego, la desgracia que nos ha acontecido hoy tampoco es culpa mía…

—¡Óyeme bien, maldito zoquete! —lo corté otra vez, antes de darle una profunda calada al cigarro—. Dos de nuestros asalariados han muerto fornicando como conejos en mi amado edificio de la Ciudad Condal. He invertido mucho esfuerzo en levantar Creytok Barcelona. Y como ésta catástrofe trascienda al exterior se va a convertir en una jodida mancha, una que nos va a costar millones. Y ahora mismo estoy muy, MUY enfadada.

Escuché como mi primo respiraba de forma agitada. Sabía que no servía de nada que me pusiera así, por no decir que incluso desde la distancia, me llegaba el hervir de su testosterona.

—Tengo que dejarte, Billy. Es un mal momento para gastar el tiempo contigo. Ahora déjame en paz, te informaré si hay progresos cuando considere que se me ha pasado un poco el enfado.

Colgué sin esperar respuesta y apagué la colilla en una planta cercana. Después, volví a prestar toda mi atención en los asuntos que debía atender.

El técnico me miraba rojo como un tomate.

—¿Ha oído la conversación, cierto? —le pregunté, dedicándole una radiante sonrisa.

El hombre se limitó a asentir con la cabeza. Noté las miradas de todos clavadas sobre nosotros.

—Perfecto —respondí, pensando en que iba a tener que limpiar la mente de unas quince personas. Aunque había constituido un desahogo que merecía la pena y unos cuantos billetes siempre detentaban el poder de comprar el silencio de cualquiera…

Miré la imagen de nuevo, estupefacta.

—Vuelva a ponerlo —pedí al técnico por quinta vez consecutiva.

El joven retrocedió a una velocidad muy reducida, causando un efecto extraño y mecánico, para terminar mirando a su reflejo con una cara de enfado monumental… se repitió la anomalía e indiqué al operario que le diera al pause…

“Oh mi Gosh”. En aquel momento sentí un desconcierto apabullante en mi interior, incrédula de lo que mis ojos captaban. Allí aparecía la maldita anciana que llevaba unas semanas quitándome el sueño, como si un especialista en efectos especiales la hubiera introducido de forma digital, sacándola primero de mi cerebro. Salía detrás del chico, blandiendo una escalofriante sonrisa en los labios. Y miraba directamente a la cámara, con dos orbes negros, oscuros y llenos de maldad… Hasta había provocado interferencias en la imagen… “Joder, es muy real” me dije casi angustiada. Había visto demasiadas cosas como para no saber discernir con claridad.

Bruja hermosa, volveremos a vernos…” recordé sus palabras, sintiendo un profundo escalofrío… Ahora sabía que los ancestros la habían colocado en mi órbita por algún motivo… “No puede ser posible…” cavilé para mis adentros. Y no era una mujer que creyera precisamente en las coincidencias. Volví a mirar la hora en la esquina inferior del vídeo, comprobando que coincidía con el incidente… “Esto se pone interesante…”

—¿Qué… que le parece? —preguntó el hombre, mirándome de reojo.

—Curioso, tenía mucha razón —respondí, controlando mi voz al máximo—. ¿Podría rebobinar un poco otra vez? Me gustaría ver la cara del chico.

El técnico obedeció sin rechistar y me fijé en el muchacho.

“No supera los 30. Es atractivo, pero del montón”. Mis ojos hicieron varios barridos en toda su silueta, pero no fue hasta que me centré más detenidamente cuando sentí un sutil cosquilleo. Vestía un traje que se veía claramente de calidad, y le quedaba como un guante. Yo era toda una experta en aquellas materias. Se notaba que iba cómodo, percibía su gusto, y eso solía ser innato.

“Probablemente lo ha heredado de una figura masculina importante, un progenitor, un familiar muy cercano o un tutor…” analicé, sintiendo una punzada interior. De repente recordé a mi padre… aparté el pensamiento con mano dura y seguí examinando al chico. Advertí en él algo de inseguridad y un enfado de mil narices, pero el resto parecía normal… “¿Quién diablos eres tú?”

—Está bien, ya es suficiente —solté, sacando otro cigarrillo y colocándomelo en los labios.

En aquel momento el operario me miraba fijamente, por lo que le tendí la pitillera ofreciéndole uno.

—No se preocupe, invita la jefa —espeté.

El pobre aceptó el ofrecimiento en silencio y me dio fuego, en un gesto que hubiera sido galán de no haberle temblado tanto la mano. No era para menos, esa vieja era capaz de asustar hasta al mismísimo Conan el Bárbaro.

—Quiero que haga una copia del video y me la mande. Luego, investiguen si ha habido algún hackeo del sistema y hemos sufrido un ataque. Pero antes que nada deseo saberlo todo, absolutamente TODO, de ese chico, ¿de acuerdo? Esa es su prioridad número uno.

Pese a ser una mujer eficiente me era imposible controlarlo todo, como por ejemplo el retraso mental de alguno de mis empleados. Justo como me temía, alguien había filtrado información del incidente mediante un tweet, con una terrible fotografía de regalo. Y como no podía ser de otro modo en una sociedad tan infecta y podrida como la nuestra, se había convertido en viral casi al instante. Cuando los de Twitter y Creytok reaccionamos y lo quitamos de circulación ya era tarde, había corrido como la pólvora…

—Parecen hienas —pensé en voz alta, parada frente a las puertas principales de mi edificio. Me dio la impresión de que deseaban arrancarnos las entrañas. Una multitud de flashes rebotaba incesante contra el doble cristal, haciéndome sentir una celebridad en un fotocall. “Malditos bastardos”.

—Que se mantenga la máxima seguridad hasta que yo lo indique. Prohíbe la salida y controlad el acceso —le pedí a Johansson, uno de mis altos cargos.

—¿Y qué hacemos con los periodistas?

Lo miré antes de responder. Siempre me había encantado su estilo, con sus trajes de tres piezas y su cabello canoso y espeso, engominado hacia atrás, como un actor de cine clásico. Él no lo sabía pero andaba en mi lista de futuribles Andros Pater, en caso de que fuera necesario. Aunque antes, barajaba la opción de una aventura. Sabía que me deseaba en silencio, pese a ser un marido perfecto. Algo que me divertía.

—De momento nada, deja que se aplasten unos a otros ahí fuera o que se ahoguen bajo el aguacero, es mejor no darle excusas a la prensa. Si se vuelven pesados, ya me encargaré yo personalmente.

—¿Y con el chivato? He de admitir que me extraña que solo haya habido uno…

Le puse bien el nudo de la corbata en un gesto coqueto.

—Queda a tu cargo —contesté, dándole unos suave toquecitos en la mejilla—. Harías bien en aconsejarle que buscara a un buen abogado. Le van a quedar pocas ganas de redes sociales cuando acabemos con él, te lo aseguro. Ahora he de atender algunos asuntos de urgencia, encargaos vosotros. Y si tenéis dudas sobre algo, llamad al pornógrafo de mi primo.

Johansson me miró arqueando una ceja y se marchó, dejándome en el vestíbulo. “Malditos periodistas, ni siquiera la tormenta que nos cae encima consigue que se disipen. Hay que admitir su tesón” me dije, esbozando una sonrisa, antes de partir al encuentro de tal vez, un nuevo amigo. Ya había ojeado con creces su historial, por lo que me sentía preparada para conocerlo. Los ancestros podían ser retorcidos, pero casi nunca cometían errores…

—El Sr. Dédalo, Darío Dédalo…

Nada más llamarlo el chico se levantó y vino hasta mí haciendo un gesto impulsivo con el brazo, para remarcar que era él. He de admitir que al natural, ganaba mucho, pese a no dejar de parecerme un joven como cualquier otro. Luego nos dimos la mano de forma cortés. “Creo que no me ha reconocido” reflexioné satisfecha. Con un poco de suerte la entrevista iría como la seda y podría sacar algo de información.

—Sígame, por favor —le indiqué. Él obedeció sin rechistar y caminamos en silencio por varios pasillos, hasta llegar a las oficinas de uno de mis altos cargos, que me había cedido para la ocasión. Nunca solía llevar a nadie a la mía, a menos que fuera especial.

En todo el trayecto noté sus ojos clavados sobre mi espalda y supuse que le gustaba el escote de mi vestido.

—Por aquí, caballero —le indiqué que entrara, tras abrirle la puerta.

Dédalo reaccionó mirándome de forma escrutadora e hizo caso de nuevo. Y en aquella ocasión fui yo la que se fijó en su culito. El pantalón le quedaba perfecto, y pese a llevar la americana bajo el brazo, supuse que se ajustaría a su cuerpo de igual modo. Entonces me fijé en el paño, que me pareció de calidad.

Aunque me cueste admitirlo, de mi abuelo aprendí algunas cosas buenas, como a distinguir los detalles excelsos, algo totalmente necesario en un mundo como el mío. “Tiene mejor gusto que varios multimillonarios que conozco” pensé. “Y seguramente, mucho menos dinero…”

—Antes de nada me gustaría decirle que lamento todo lo que ha sucedido, no ha debido de ser agradable —le dije, aprovechando su silencio.

Él me miró y percibí un sutil atisbo de sonrisa, que se quedó a medio camino.

—Gracias —respondió.

—¿Le importa si nos dejamos de tanta cordialidad? —le pregunté sonriente—. Aparentas rondar los veinti algo, ¿me equivoco?

Sabía perfectamente su edad, pero necesitaba abrir una brecha de comunicación. No podía pasar por alto el espectáculo del que había sido testigo, por lo que había decidido andarme con cuidado.

—Mañana cumplo los treinta.

—Vaya —dije, aparentando estar afectada. Siempre me había dicho a mí misma que podría haber sido actriz en vez de prostituta del diablo, tal y como me llamaba mi queridísimo abuelo cuando andaba furioso conmigo. “Gracias grandpa, espero que ardas en el infierno” pensé al recordarlo—. Lo lamento muchísimo, que haya sucedido algo como esto casi el día de tu cumpleaños no ha de ser alentador…

—¿Puedo hablarle con propiedad?

—Claro, tutéame; me llamo Marla.

Noté que Darío me escrutaba un segundo, como si le hubiera sonado mi nombre. Pero me sentí satisfecha al comprobar que seguía sin reconocerme. Y no pude evitar el preguntarme hasta que punto mis trabajadores de Barcelona conocían la historia de la empresa, pese a que en aquel instante me pareciera una ventaja. Analicé sus movimientos, su manera de expresarse, sus rasgos, que se me antojaron tiernos, con la barba bien arreglada… había algo en él que me gustaba, una energía pura que contrastaba muchísimo con la infame presencia que habían captado las cámaras en el baño de la planta número trece…

—Encantado —me respondió, lanzándose un poco. Percibí que necesitaba desahogarse—. Es una soberana putada, en sentido literal. Aunque lo hubiese sido de todos modos cualquier otro día.

—Comprendo; tengo entendido que fuiste uno de los que encontró… la escena, digamos.

Él asintió y se quedó absorto en sus propios pensamientos durante unos segundos.

—¿Estás bien? —le pregunté.

El chico dio un respingo.

—No —contestó, sorprendiéndome por su sinceridad.

Entonces nos miramos a los ojos y me quedé absorta, pues había algo en su forma de observarme que me transmitía calor, una sensación que me recordaba a papá… Hacía mucho tiempo que nadie lograba remover esos recuerdos, solía mantenerlos encerrados en el fondo de mi mente para no sentir dolor… Blandí los pensamientos con mano dura para regresar al presente. El vídeo no engañaba… “¿Qué diablos tienes en común con esa cosa?” me pregunté intrigada. Aquel chico comenzaba a constituir un auténtico enigma para mí…

Necesité reaccionar y me fijé en la mancha de su camisa. Varios testigos y cámaras de seguridad habían grabado un suceso momentos antes del accidente. Resultó que nuestro fallecido del día era el jefe de Dédalo y para más inri había mantenido una fuerte disputa con él momentos antes de morir. Cuando leí aquel detalle en el expediente sentí un nudo en la boca del estómago, ya que eso podía ser un detonante que explicara la expresión de enfado monumental captada en el baño, antes de la aparición estelar de la cosa… y al regresar a la sala de control y ver la grabación, mis sospechas no hicieron otra cosa que reafirmarse, pues el difunto le había tirado al chico un café caliente con una clara premeditación…

—¿Y esa mancha? —le pregunté pasados un par de minutos, fijándome en el lamparón.

—El señor De Felipe me tiró encima, y a mala fe, un café hirviendo.

—Veo que hoy esta empresa ha amanecido fatal… —reflexioné en voz alta—. Algunos de tus compañeros me han hablado de cómo era ese señor. Y he de admitir que me ha sorprendido…

No conocía al finado en persona pero atesoraba un expediente abarrotado de abusos de poder, pese a que ser familiar de un alto ejecutivo siempre le salvaba el trasero, un dato que me desagradó y del que me hallaba dispuesta a pedir explicaciones. Creytok tenía que dar una imagen intachable, no consentía que ningún cretino tirara por tierra mi laborioso trabajo. Aunque a todo cerdo, tarde o temprano, le llegaba su sanmartín. “Tal vez cabreó a algo demasiado oscuro para él” reflexioné, volviendo a centrarme en Darío, que seguía sin mostrar indicios de absolutamente nada que fuera perturbador. Hasta lo notaba afectado…

—De Felipe era un cabrón. Disfrutaba torturando psicológicamente a sus subordinados —dijo el chico—. Cada mañana escogía a un par de personas y les hacía pasar una jornada infernal. Hasta ha llegado a embestirme en un pasillo, a lo toro salvaje… Pero morir así…

Se pasó la mano por la barba, como intentando dominar sus emociones. Noté su tristeza y sus ganas de romper a llorar, otro dato que me desconcertó.

—Y que puedes decirme de la otra víctima, de Ángela Sánchez —quise saber.

Él reaccionó al escuchar aquel nombre. “Así que lloras más por ella que por tu jefe” me dije, sospechando que aquello iba a ser lo único turbio de la charla.

—Que no se merecía ese final; vamos, ninguno de los dos, aunque ella todavía menos. Creo que nadie sospechaba que mantenían una relación…

“Necesito algo más” me dije; una reacción, un indicador…

—Ambrosio De Felipe estaba casado y tenía cuatro hijos, dos de ellos menores de diez años.

El joven me miró a los ojos, sorprendido.

—Genial —dijo a continuación, quedándose absorto en el ventanal…

No había nada de nada, ni un triste cambio en su energía. Percibí que se sentía mucho peor, por lo que intenté reconfortarlo. Sí, había algo en él que me gustaba, que sacaba una parte tierna en mí. Y eso me intrigaba sobremanera.

—No ha sido culpa tuya, ¿Lo sabes, verdad?

—Lo supongo —me contestó—. Que yo sepa no controlo cortocircuitos en edificios o algo por el estilo. ¿Ya se sabe que ha sucedido?

Negué con un gesto de cabeza.

—La investigación sigue en curso, pero se sospecha a que se debe a un fallo en el sistema eléctrico, algo que no debería haber sucedido, desde luego, y mucho menos en una inversión tan cara como esta. Créeme si te digo que lloverán demandas millonarias a los posibles responsables.

Me permití el lujo de bromear sobre el tiempo y percibí que le había hecho gracia.

—Vaya.

—¿Puedo hacerte una pregunta personal? —inquirí.

Él asintió.

—Bueno, no deseo preguntar nada, sólo siento curiosidad; tu apellido es muy pintoresco.

—Gracias. Mi padre era un hombre con un extraño sentido del humor; pero me inscribió en el registro con el de mi madre, poco después de que falleciera.

Lo miré a los ojos, sin pestañear. Por lo visto era tan huérfano como yo. Había leído en su expediente que su progenitor había fallecido de cáncer hacía poco tiempo y me di cuenta de que seguía bastante afectado. Yo sufrí lo indecible cuando perdí al mío…

—Lo siento mucho, no quería remover más energías negativas… —dije con total sinceridad…

Darío me volvió a mirar de esa forma tan suya.

—¿Ahora puedo preguntarte yo algo? —soltó; noté que había sido impulsivo.

—Depende de lo que sea no pienso responderte, queda claro.

—¿Eres inglesa?

“Veo que no soy la única que siente intriga” reflexioné. Pese a que hablaba un español perfecto en ocasiones se me notaba un ligero deje anglosajón,  muy escaso.

—No, la verdad es que soy americana. Aunque mi padre era un barcelonés afincado en Madrid, por lo que desde pequeña me machacaron mucho con el idioma; y lo cierto es que me encanta.

—Genial… me parece muy acertado no perder las raíces. ¿Y cómo acabaste siendo psicóloga de Creytok?

Me quedé de piedra por unos instantes y me puse seria, intentando percibir si me tomaba el pelo. Pero entonces lo comprendí. “Debería haberme presentado, que estúpida” me regañé. Él no se hallaba en un buen momento precisamente, y yo lo había ido a buscar al mismo tiempo que los psicólogos atendían a los afectados por la tragedia. “Psicóloga, oh my Gosh…” No quise hacerlo, pero se me escapó una sonora carcajada que lo dejó aturdido…

—Lo siento Darío, no pretendo ofenderte, de verdad —intenté explicarme, esforzándome sobremanera para dejar de reír—. Tu planteamiento me ha dejado fuera de combate, aunque lo entiendo a la perfección… No soy psicóloga.

—¿Ah, no?

—Vuelvo a disculparme, vas a pensar que soy idiota o algo por el estilo. Me llamo Marla Stone…

Entonces el chico me miró a los ojos, al mismo tiempo que una expresión de sorpresa se dibujaba en su rostro, haciéndome ver que reconocía mi nombre completo… Por lo visto sabía de mi existencia, después de todo…

—Y soy la propietaria de Creytok —añadí, tendiéndole la mano…

Miré a través del ventanal de mi despacho, quedándome absorta en las vistas de una Barcelona esplendorosa y empapada. Mi cabeza no paraba de analizar varias cosas al mismo tiempo, dándome una sensación de embotamiento mental…

Por un lado me atormentaba el caos mediático que se había formado sobre mi amado edificio de la Ciudad Condal. “Esto nos va a costar mucho” pensé asqueada. Había disfrutado de lo lindo solucionando el indeseable problema del asedio a mis puertas, más aún al ver la eficaz labor de la policía… Entonces mi mente cambió de dirección, retornándome a aquel indómito lugar oscuro que había visto en el último círculo, del que había brotado aquella maldita cosa…

“Y ahora la he tenido en mi propia casa” reflexioné, sintiendo un profundo escalofrío… “¿Y si lo que ha sucedido hoy ha sido para conducirme hacia el chico?” Desde luego, todas las piezas que había sido capaz de reunir indicaban justamente eso, incluso a pesar de que la entrevista con el señor Dédalo no había resultado como esperaba. Durante todo el rato no logré captar ni un sólo índice oscuro, algo que me intrigaba sobremanera.

“Tanto el encontronazo con el fallecido y Dédalo en los pasillos coinciden con las grabaciones del servicio de caballeros…” Para mi desgracia, las cámaras de la sala de las fotocopiadoras de la planta trece habían dejado de captar nada unos segundos antes del suceso, como por arte de magia. Y yo no creía en las coincidencias…

Entonces, sin saber por qué, recordé la expresión de sorpresa de Darío cuando lo invité a cenar… Por principios, jamás solía ser tan lanzada; normalmente prefería que fueran los hombres los que se arrojaran sobre un campo de minas, brindándome el privilegio de juguetear. No obstante el caso de mi nueva amistad era distinto, pues ambos sabíamos que me hallaba a muchos planetas de distancia en la escala social, tanto, que me vi forzada a ser yo quien arrojara el lazo.

Y lo cierto era que el chico, por sí mismo, me atraía pese a no saber discernir exactamente por qué. Tal vez fuera por su naturalidad, o su cálida ingenuidad, o tal vez porque mi instinto lo señalaba y lo veía como una caja de sorpresas o un cubo de Rubik. El caso era que me había decidido a seguirle la pista bien cerquita…

Hastiada de pensar tanto aparté las cavilaciones a un lado y me volví hacia mi despacho, para contemplar el paquete que habían dejado un rato antes, bien colocado sobre mi escritorio. Ya habían transcurrido unos cuantos días desde que se lo solicitara a Billy, y mi primo siempre cumplía su palabra, pese a tener una infinidad de defectos…

“Creo que ya va siendo hora de mirar lo que hay dentro” pensé, caminando lentamente hacia él. El día había sido tan jodido que podía considerarlo casi como un presente de consolación. Leí la etiqueta de disculpa que había escrito y la tiré a la basura. Luego, lo desenvolví hasta dejar al descubierto una caja bastante grande de metal, ornamentada con motivos rojos y clásicos que le daban un toque vistoso. Al quitar la tapa, los cuatro lados se abrieron como una flor de loto cuadrada, mostrándome su valioso contenido…

—Hola guapo —saludé a la cabeza de mi asociado muerto, que había caído junto a su séquito hacía poco.

En su mirada y en sus rasgos quedaba patente una congelada expresión de terror absoluto, algo que en vivo contrastaba más que en las fotografías…

Le acaricié la mejilla y sonreí, pensando en el mito de Salomé y Juan Bautista… Aunque yo no era ninguna princesa, y él, ni mucho menos un santo…

—Siento que te hayas muerto así, pero eras un tremendo bastardo y te lo merecías… No obstante mis servicios no deberían haber fallado…

Ya iba siendo hora de averiguar quién había cometido el craso error de ir aniquilando a mis asociados premium. Debía admitir que en el fondo, una parte de mí deseó que ella existiera, pese a sentirme desbordada de problemas. Eternal la llamaban las malas lenguas. Tal vez no fuera un personaje de leyenda, tal y como insistía todo el mundo…

Licencia Creative Commons
Ciudades de Tiniebla. 10. Un acontecimiento interesante por Ramón Márquez Ruiz se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivar 4.0 Internacional.

Me llamo Ramón Márquez Ruiz y soy escritor, diseñador gráfico e ilustrador. Bienvenidos a Novelesco. Si deseas saber más cosas sobre mi, clica abajo. Muchas gracias por leerme ; )

0 comentarios

Enviar un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

He leído y acepto la política de privacidad

Uso de cookies

Este sitio web utiliza cookies propias y de terceros para que usted tenga la mejor experiencia de usuario. Entre sus funciones están la de analizar el tráfico web e implementar las redes sociales. Si continúa navegando está dando su consentimiento para la aceptación de las mencionadas cookies y la aceptación de nuestra política de cookies, pinche el enlace para mayor información.plugin cookies

ACEPTAR
Aviso de cookies
error: Content is protected !!
Share This