CAPÍTULO 5. LA ABUELITA DE LOS GATOS

La señora Clotilda miró como Guille dejaba al niño en el sofá, bien tapado con la manta de Spiderman.

—Volveremos en un rato, ¿de acuerdo? —le dijo Anselmo—. Aunque puede que antes venga tu padre, aún no lo sé.

—No pasa nada yayo —lo calmó el crío, con un hilo de voz. Notaba que la mujer lo miraba fijamente, de una forma que lo desconcertaba un poco.

Anselmo besó a su nieto en la cabeza y se despidió de la anciana, antes de marcharse con el muchacho. El señor Julián los acompañó hasta la puerta, dejándolos solos en el salón. Carlitos dedicó una tímida mirada a la mujer, comprobando que sus ojos se hallaban clavados en él, insistentes, logrando que se sintiera como un programa de la tele, uno de esos que daban los sábados por la noche y que su padre criticaba sin cesar.

Bajo la mesa del salón, dos gatos enormes jugaban a darse con las patitas en la cara y de vez en cuando soltaban algún maullido perezoso.

—Hola bonito —dijo la abuela de repente, con una cándida sonrisa—. ¿Cómo te llamas?

Esa vecina siempre le preguntaba lo mismo y nunca se acordaba de nada. Por fortuna el nene sabía un poco sobre la enfermedad que padecía. “Has de ser bueno con la señora Clotilda ”, recordó algo que le había dicho su padre, tiempo atrás. “La pobre tiene una enfermedad que hace que olvide las cosas. Cuando hables con ella ten paciencia y sé educado, ¿de acuerdo? No queremos ser malos con las buenas personas…”

—Carlitos —contestó el crío. Tosió un poquito.

—Ohhh —dijo la abuela— ¿Y estás malito?

—Si.

Se hizo un silencio incómodo, aunque ambos mantuvieron el contacto visual. En ese momento apareció el señor Julián.

—Bueno guapo, ahora te quedarás aquí un rato. ¿Quieres un zumito o algo?

Carlitos se encogió de hombros. Realmente no le apetecía hacer nada ni tomar nada, en sentido literal.

—¿Te pongo la tele? —preguntó el hombre con una sonrisa.

El crío asintió, pensando que a lo mejor, con la tele puesta, la abuela también se distraería.

—Está bien —contestó el vecino, cogiendo el mando y encendiendo el televisor; tras buscar un canal donde dieran dibujos animados se marchó a la cocina.

Y por un rato el silencio quedó roto gracias a la vocecilla de Mikey Mouse, aunque la atenta mirada de la señora Clotilda no se distrajo ni un segundo. El niño se sentía cada vez más incómodo.

—¿Has visto a mis gatos? —le soltó la anciana, esbozando una sonrisa—. Tengo tres.

En ese momento el tercero de los animales apareció en el salón y caminó de forma elegante hacia su ama, para subir de un salto a su regazo. Ese no estaba tan gordo como los otros y al niño le agradó su agilidad.

—Son muy bonitos —contestó Carlitos, con una sonrisita—. ¿Cómo se llaman?

La señora Clotilda arqueó las cejas.

—Pues no lo recuerdo. A todos los llamo Julián, como mi niño. Es un crío tan bueno…

“¿Es un crío tan bueno?” se repitió el nene, mentalmente. El señor Julián era mayor que su padre, hasta tenía un hijo grande, que siempre le hacía muchas bromas y era muy divertido, Guille. “No le digas nada a la yaya” pensó “o dile que sí y ya está”.

—Que bien. Seguro que son buenos.

—Tengo un secreto para que lo sean —susurró la anciana de golpe, acercándose un poco en un gesto de complicidad; lentamente, introdujo la mano derecha en un lateral del sofá y sacó un bote de plástico con un spray, para dejarlo junto a ella.

—¿A que lleva agua? —preguntó el niño, sin borrar la sonrisa.

—¿Cómo lo sabes? —quiso saber la mujer, sorprendida.

—Yo lo utilizo con el monstruo que hay bajo la cama —contestó Carlitos, siguiéndole el juego y bajando la voz.

—¡Ahhhhh! ¿Y cómo te va?

—Muy bien. Ya casi no tengo pesadillas ni nada. Y también tengo otro ataque secreto, por si el primero no funciona.

—¿A si?

—Si.

—¿Cuál?

Carlitos pensó si responder a eso. “Es la señora Clotilda, seguramente lo olvidará”.

—Me tiro un buen pedo, a los monstruos no les gusta el mal olor.

La anciana lo miró en silencio durante unos instantes, para luego estallar en una sonora carcajada. Su risa era jovial y tan contagiosa que el niño acabó riéndose con ella…

¡¡¡Plas!!!

Un ruido rasgó el momento cómico y ambos miraron hacia la mesa del salón. Uno de los gatos había logrado subirse, tirando al suelo un pequeño plato decorativo. La señora Clotilda frunció el ceño y dejó de reírse; agarró el spray y se levantó con una determinación que sorprendió al crío. El animal que antes había estado en su regazo, al ver que echaba mano del bote, se refugió detrás del sofá como alma que lleva el diablo. Y rápidamente, la abuela corrió hacia la mesa para encañonar al animal…

—¡Bicho maaalo! —le gritó, rociándolo sin piedad. El felino intentaba escaquearse pero la mujer seguía mojándolo, hasta que finalmente el gato, completamente empapado, saltó al suelo y huyó hacia el pasillo.

Carlitos miró la escena con la boca muy abierta. “Vaya con la yaya” pensó. “Como para hacerle algo que la moleste”. En ese momento el señor Julián salió de la cocina y se dirigió hacia su madre.

—¿¡Pero qué ha pasado aquí!? —exclamó.

—Uno de los gatos ha tirado eso —respondió el nene.

La mujer miró a su hijo, aparentemente desconcertada.

—¡Uy! ¿Qué hago de pie?

El hombre le dedicó una triste sonrisa y la cogió de la mano.

—Has castigado a un malhechor —le dijo, conduciéndola de nuevo hacia el sofá—. No te preocupes, ya lo recojo yo.

El vecino sentó a la anciana con un cuidado casi reverencial y le quitó el bote de espray, para dejarlo en el suelo, bien cerquita.

—Gracias majo, eres un hombre muy guapo. ¿Conoces a mi Julián?

—Sí, mamá, lo conozco muy bien.

Carlitos miró a su vecino, captando que le brillaban los ojos. Y lo siguió con la mirada mientras él recogía los trozos más grandes con las manos, antes de regresar a la cocina.

Pasaron unos minutos en silencio.

—Hola bonito —la señora Clotilda saludó al niño de nuevo—. ¿Cómo te llamas?

El nene la miró con intensidad. “Ya no se acuerda de nada, que pena” pensó.

—Me llamo Carlitos.

—Es un nombre precioso. ¿Y estás malito?

—Si, ya te lo había dicho antes.

La mujer pareció sorprenderse.

—Oh, perdona cariño —añadió, con un tono cargado de melancolía—. Últimamente no me acuerdo mucho de las cosas…

Entonces el niño descubrió que se encontraba bastante mejor. No hay un remedio más infalible que la distracción, y aquella señora siempre le había gustado, aunque se comportara de maneras extrañas. Apartó su manta de Spiderman y se levantó para ir junto a ella.

—No pasa nada, abuelita —le dijo a continuación, abrazándola—. Puedes estar segura de que pase lo que pase, yo no te voy a olvidar nunca…

Carlitos daba la espalda a entrada de la cocina y no pudo ver como el señor Julián lo contemplaba desde la puerta, con el recogedor y la escoba en las manos. En su rostro se dibujaba una amplia sonrisa, mientras que sus ojos reflejaban pura gratitud hacia las pequeñas cosas de la vida, hacia la bondad de un crío que, según su parecer, aún seguía sin comprender los convencionalismos que los adultos se imponían unos a otros como una cruz. “Yo tampoco te voy a olvidar nunca, mamá”, se dijo para sus adentros. “Estarás conmigo por siempre jamás, pase lo que pase”.

¡DEDICADO A MI MADRE Y A TODAS LAS MADRES DEL MUNDO! MÁS VALE PRONTO QUE NUNCA…

¡FELIZ DÍA DE LA MADRE!

Licencia Creative Commons
El niño que no entendía convencionalismos 5. La abuelita de los gatos por Ramón Márquez Ruiz se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivar 4.0 Internacional.

Me llamo Ramón Márquez Ruiz y soy escritor, diseñador gráfico e ilustrador. Bienvenidos a Novelesco. Si deseas saber más cosas sobre mi, clica abajo. Muchas gracias por leerme ; )

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