Mataró era una ciudad muy cercana a Barcelona. Según las indicaciones de la adivina, si cogía la línea del autobús e once punto dos debía apearme en la tercera parada, situada junto a un descampado; luego, subir en línea recta, hasta llegar a un bar que hacía esquina. Y si no me fallaban los cálculos, daría con la calle indicada y con la puerta de su casa. Ella vivía en un nuevo bloque y me había asegurado que desentonaba, que lo vería a la primera.

“Aquí estoy” pensé, viendo cómo el autobús se alejaba calle abajo. De golpe se levantó una brisa que meció mi falda amarilla de forma escandalosa; yo, por impulso, me agarré el sombrero y un anciano que pasaba por allí me miró directamente las bragas, despistándose tanto que chocó contra la señal que había en un lateral de la parada.

—¿Disculpe señor, está bien? —le pregunté enseguida, acercándome a él. Por fortuna mi vestido había vuelto a la normalidad.

—Sí, sí, no se preocupe. Yo… lo lamento, pero no lo he podido resistir. Es usted un ángel señorita, de lo más bonito que he visto.

Le dediqué una encantadora sonrisa.

—Muchas gracias. Y queda disculpado, me alegro de que no se haya hecho daño. La naturaleza y su llamada nunca nos abandona, mucho menos cuando vemos algo que nos agrada. Siempre formará parte de nosotros.

—¡Vaya! —exclamó el abuelo, sorprendido de mis palabras— Es usted filósofa, a la par que hermosa.

“El anciano tiene miga” pensé divertida; “En sus tiempos mozos seguro que arrasaba”.

—Deje de alagarme, hará que me ponga muy roja —le supliqué con fingida inocencia—. Ahora que lo pienso, ¿podría decirme dónde encontrar una calle? Se llama Ronda dels països Catalans, creo…

—Por supuesto, yo voy para allá, la acompaño un trecho. Y resulta que sólo hay que subir, está justo aquí al lado.

A día de hoy sigo sin saber el motivo de que le preguntara sobre mi destino. Surgió improvisando, sin más. Y mientras ambos caminábamos y el hombre me contaba sus batallitas, no paré de estudiar cada arruga de su rostro con suma atención. Él había gozado de una buena vida, estaba segura; sentía el amor de una familia, también percibía en su silueta el peso de la pérdida, tal vez de su amada esposa… pero su postura erguida, su manera de caminar jovial y su sentido del humor me transmitían una profunda calma interior, como si ya hubiera conseguido la paz para disfrutar del resto de su vida. Y a pesar de que rondaba los ochenta años, no podía dejar de verlo como un niño bonito. Yo en cambio, era muy vieja, pero mi cuerpo no se marchitaba nunca. Y siempre, siempre me quedaba sola, pasara lo que pasara. De repente me invadió la desagradable sensación de que había sido creada, simplemente, para verlos a todos morir.

Tras besarme la mano y despedirse, el anciano se metió por una de las calles adyacentes. Sonreí mientras lo veía marcharse y seguí subiendo, saboreando la agradecida sombra de los árboles. Pronto llegué al bar que hacía esquina y pasé de largo alrededor de las mesas que había en la acera. Varios hombres que tomaban algo a la fresca me miraron sin disimulo y me silbaron, algo que no logró que me volviera para mirarlos.

Tal y como había indicado la adivina, su bloque de pisos se hallaba en la acera de enfrente, y sí, desentonaba con todo lo demás. Quedaba apartado en un tramo de acera, dando una rara sensación de aislamiento. Tras pensar que era extraño, crucé la calle estudiando la impoluta fachada de diseño. Y al llegar a la puerta, piqué en el interfono el botón indicado…

Al bajarme del ascensor en la sétima planta, busqué el tercero, topándome con que una mujer de cabello moreno y gafas me esperaba a la puerta.

—Hola —la saludé, dándole la mano—. ¿Es usted la señora Maribel Sempere?

Ella me escrutó con disimulo, de arriba abajo, pese a que lo percibí al vuelo.

—Si, soy yo. Usted debe ser Sandra, ¿no? Adelante por favor —me invitó, apartándose para dejarme pasar— Y nada de señora, no soy tan vieja.

—Gracias —respondí, quitándome el sombrero y entrando en un amplio pasillo.

—Sabe, he de decirle que su estilazo me ha dejado escandalizada, me encanta. Sígame, por favor. ¿Ha tenido algún problema para llegar hasta aquí?

—No se preocupe, ha ido perfecto.

Mientras las dos caminábamos hacia una habitación situada al fondo, miré a la adivina con curiosidad.

Andaba cerca de los cincuenta años, a lo sumo. Un holgado y colorido vestido hippy cubría y favorecía su silueta de curvas pronunciadas. Desprendía una energía que me gustaba, notaba un poco de luz, algo que los estafadores y los locos no solían hacer.

Al entrar en la estancia nos sentamos alrededor de una mesita cuadrada y estudié la decoración por encima. Contra todo pronóstico no estaba abarrotada de cosas. A mi espalda quedaba un mueble de aspecto antiguo sobre el cual había una bandeja y un incensario que desprendía una fina estela de humo; un buda enorme me miraba desde la pared de enfrente, quedando detrás de la mujer; a excepción de unas velas sobre la mesa y una cortina de color oscuro en la ventana, no había nada más, hasta las paredes eran blancas. Y olía a lavanda, toda una novedad. Desde hacía unos años, ese tipo de momentos siempre habían quedado precedidos por una neblina mística, tan cargada de olor a mirra y variantes que apenas permitía respirar. Quizá en el transcurso de los dos últimos siglos mi meta había mutado hacia la búsqueda de buenos actores, como si la consulta se tratara del show de la semana.

—Me gusta esa escultura —le dije—. Y la decoración en general, es simple y chic al mismo tiempo.

—Gracias —me respondió—. A mí también me lo parece. ¿Puedo preguntarle donde ha comprado ese vestido?

—Fue en Londres, hace unos años. La verdad es que lo cuido mucho, es un tesoro.

—Me fascina, pareces una estrella de cine clásico —añadió, dedicándome una sonrisa—. Y ese sombrero… Disculpa, soy una enamorada de todo lo vintage. Aunque sospecho que a mí tu conjunto no me quedaría del mismo modo…

Ambas nos reímos.

—No se engañe, es mágico. Convierte a todas las mujeres en estrellas. A mí me gusta el suyo.

—Mercy, me caes bien, Sandra; ahora dime, ¿ya te han tirado las cartas con anterioridad?

Asentí con un movimiento de cabeza.

—Perfecto. Antes de comenzar me gustaría matizar otra vez que cobro cincuenta euros la sesión, que suele durar una hora. Aunque puede alargarse sin sobrecargo, de ser preciso.

—¿Suelen alargarlas mucho? Sus sesiones, quiero decir.

La adivina se río.

—Eso depende de la persona, cielo. He de decir que no tienes pinta de ser así, te veo una jovencita muy lanzada, e increíblemente madura. Hablas como una persona mucho mayor, denotas una seguridad bestial.

—Me alaga. La verdad es que no creo que esto se prolongue más de lo necesario; no me mal interprete, es solo que no deseo preguntar demasiado.

—Muy bien, Sandra, me gusta tu determinación —soltó ella, abriendo una cajita de madera situada en un lateral de la mesa. A continuación sacó un zajo de cartas alargadas, con un bonito estampado bucólico en el reverso—. Ahora toma, mézclalas pensando en lo que deseas consultar, así yo acabo de prepararlo todo.

Nada más dármelas sacó de un pequeño cajón un paquete de cerillas y encendió las velas. Después de guardarlo en su sitio, se levantó y caminó hacia la ventana, cerrando las cortinas.

Me sorprendí con el cambio lumínico; la atmosfera adquirió una tonalidad cálida y tenue, pero seguía quedando algo de luz filtrada por la cortina.

—Cubren bastante, lo sé —añadió ella; volvió a su silla y se sentó de nuevo frente a mí, observando como mezclaba las cartas.

Nos miramos a los ojos mientras mis manos se movían con agilidad y noté el cambio repentino en su actitud. Se puso nerviosa. “Es una muy buena señal” pensé. La gente con cierta sensibilidad captaba mi naturaleza, o para ser precisa, que no era exactamente como la suya.

—Bien, cariño, ahora me gustaría que hicieras un par de cosas por mí. No me digas nada que no sea estrictamente necesario, y solo cuando te pregunte. Es para que no me contamines con información, así me será más sencilla la lectura. Y has de decirme, de una manera simple, sobre lo que deseas preguntar.

—De acuerdo —respondí sonriente—. Me gustaría una tirada general. ¿Ahora qué hago?

—Ponlas encima de la mesa y corta.

La obedecí.

—Vale, ¿cuál escoges?

—El de la izquierda.

—Perfecto —dijo la mujer, apartando el montón sobrante—. Hazme un abanico, sin miedo.

Le hice caso otra vez, divertida.

—Ahora ves escogiendo y me las vas dando una a una. Creía… creía que ya habías asistido a varias sesiones…

—Cierto, sí, es que me encanta observar los movimientos, la puesta en escena. Y he de decirle que la suya es de las más mundanas, algo que me gusta mucho.

La mujer me miró a los ojos antes de darme las gracias.

—Bien, ves escogiendo para que yo pueda irlas colocando.

Dejé que mi mano flotara sobre las cartas, en un movimiento horizontal. Ya conocía la sensación y el toque que me hacía elegir al azar, una chispa de calor en la yema de los dedos. Con un rápido gesto agarré la primera, para dársela. Ella le dio la vuelta y la colocó en el centro de la mesa.

—El mago —me dijo; sentí un escalofrío intenso por todo el cuerpo. Después escogí la segunda y en aquella ocasión la adivina la dejó tumbada encima, sin darle la vuelta.

Y el juego siguió así, hasta que los naipes centrales quedaron rodeados por cuatro más, formando una especie de cruz arcaica.

—Antes de continuar, me gustaría analizar un poco lo que veo aquí; yo utilizo una variante de la cruz celta y la carta en la sombra, a la que aún no se le ha dado la vuelta, pertenece al Oráculo. Es la última que veremos.

—Vale.

—En el centro está el mago. El mago siempre habla de la fuerza, la iniciativa, la creatividad… aunque no estoy muy segura, pero… yo veo aquí…

Percibí sus dudas, un atisbo de inseguridad que me pareció muy gratificante.

—Veo la figura de un hombre, cariño.

“Ohlalá” me dije. Pese a que la señora Sempere causaba una buena impresión, aún debía de superar varias de mis expectativas. Y lo cierto es que había comenzado de una forma insuperable.

—Sabes, ahora me estoy dando cuenta de que sólo has sacado arcanos mayores, que curioso. Mira, la carta de arriba nos habla de lo que reconoces.

—La muerte —leí el anunciado—. Tengo entendido que habla sobre los cambios de la vida…

La adivina pareció quedarse absorta por un instante y volvió a mirarme a los ojos.

—Si, Sandra, entre los muchos otros significados —logró añadir—. Yo veo al segador como el aprendizaje hacia la madurez. Y me llega que vas a seguir evolucionando, aunque el camino se tuerza un poco.

—Perfecto, prosiga por favor.

—El naipe de abajo nos dice lo que tú percibes, y es la de los enamorados. ¿Tienes a algún pretendiente? Te va a ir de maravilla, me llega que vas a triunfar con alguien…

—No hay nadie. Pero no soy una persona que se cierre a las emociones nuevas. Ha llovido una eternidad desde mis primeros amores.

—Entiendo. Ahora vayamos a tu pasado, ésta de aquí —añadió, señalando la carta que había a la izquierda—. La Suma sacerdotisa, que curioso. Habla de tu aprendizaje intuitivo, de que en tu pasado aprendiste a ver otra realidad distinta a la que tenías… y la que hay a la derecha, nos sugiere tu futuro inmediato, el juicio…

Una de las velas chisporroteó de forma extraña y ambas le dedicamos un vistazo. La mujer volvió a la lectura y tocó indecisa el último naipe… y de repente noté que le temblaban las manos… ella abrió mucho los ojos, sus dedos se dirigieron hacia la carta central, la del Oráculo… Yo sabía que aún faltaban cuatro por colocar, pero tuve la impresión de que había sido golpeada por su intuición… “Dime que eres real, preciosa” pensé, contemplando como dudaba un instante antes de darle la vuelta, muy lentamente…

—El diablo —leí en voz alta.

La adivina me fue mirando poco a poco, hasta que sus ojos se clavaron en los míos, contuvo el aliento… Entonces su cabeza se estampó contra la mesa, con un golpe tan duro que me hizo rebotar de la silla.

—¡DIOS MÍO! —exclamé, levantándome apresurada—. ¿Se encuentra bien? ¿ME OYE?

Distinguí que algo de aspecto viscoso botaba de su cabello, creando un charquito a su alrededor. Reconocí el olor de la sangre y corrí hacia las cortinas, para abrirlas…

No… las… abras… —me llegó su voz; sonaba extraña, envejecida y lenta, sus palabras rozaban la agonía de una forma escalofriante.

Al volverme para mirarla, me topé con que intentaba enderezarse, patosa… “O es la mejor actriz que he visto en siglos o esto es real”. Sentí un entusiasmo repentino, pese a que la situación no era del todo alentadora.

—¿Señora Sempere? —pregunté, acercándome a la mesa. Al sentarme en la silla ella se incorporó de repente y me miró a través de los cristales rotos de las gafas, con dos ojos negros cargados de oscuridad. Se había abierto una herida en la frente, justo en la zona del tercer ojo; la sangre le cubría el rostro como una leve cascada, provocando un efecto grotesco.

Ya no quedaba ni rastro del aroma a lavanda; olía a rancio, a encierro…

¡Tú! —exclamó, con una voz ronca y lejana, espectral.

Sentí un poco de miedo, había acertado con aquella mujer.

Siempre supe que daría contigo, engendro de la naturaleza —añadió.

Reconocí quien había invadido aquel cuerpo. Con los años una aprendía cosas, sobre todo a percibir posesiones demoníacas o de deidades paganas. El mundo parecía simple, pero era un lugar insólito y extraño.

—Hola de nuevo, querida amiga. Hace mucho desde la última vez —le contesté—. Y es una muy grata sorpresa, ni en un millón de años hubiese esperado algo así…

¡CÁLLATE MALDITA ZORRA! —me cortó— Escucha, no hay tiempo… Este recipiente posee un don puro, pero no está bien entrenado…

Mi instinto me mandó obedecer, por lo que cerré la boca.

Se acerca la oscuridad, la urna se ha roto…

Escuchar la última frase no me gustó nada. Sabía de lo que hablaba, sentí un insoportable nudo en la boca del estómago… “Grandísima mierda”.

—Es imposible —murmuré.

¿Te crees más grande que el universo, niña eterna? Ha olido el mal que se cierne sobre todos y su miasma de tiniebla ha brotado al mundo otra vez… Y lo ha buscado… ha matado… y ya lo ha encontrado…

—¡¿A QUIEN?! —exclamé sin poder contenerme.

A la aberración perfecta…

“La aberración perfecta…” repetí sus palabras de forma mental. No era posible, Aleksey… Me sentí como si me hubieran tirado un jarrón de agua helada encima, noté mis emociones desbordarse, las primeras lágrimas… “Él no era una aberración, era una luz” me dije una y otra vez…

Las tinieblas engullirán esta tierra maldita y los antiguos Dioses dormidos despertarán para reclamar lo que antes era suyo. Tu profecía se cumplirá, puta ladrona.

—¡Vete al infierno, bruja rencorosa! —le grité fuera de mí, levantándome de la silla.

Vengo de allí, bonita. Y te lanza señales con mucho amor.

Al menos la vieja no había perdido nada de su maldito humor negro.

—¿Por qué ahora? ¿Qué es eso de la aberración?

Mi otra mitad ya lo ha engañado una vez, se ha fortalecido… Se alimentará de sus dones, de su luz… Has de protegerlo cueste lo que cueste, has de impedir que cambie su naturaleza… recuerda lo que te dije el día en el que me lo robaaasteee… recuérdalo bien… todos los ojos se han puesto sobre tu amada ciudad… y una parte de tu pasado olvidado ha venido para darte una patada en ese culo tan teeersooo… Ya te obseeeeervan, coooosa… Deeeescoooooonfía de la beeelle…

Supe que se quedaba sin energía y noté como la presencia abandonaba aquel cuerpo. La señora Sempere gritó histérica, llevándose una mano a la lesión. Parecía mareada.

Corrí hacia las cortinas para que la luz del día dejara ver mejor los desperfectos y busqué mi Iphone en el bolso. Lo saqué y marqué a toda velocidad el número de urgencias.

—¡¿QUÉ HA PASADO?! —preguntó la mujer, con voz temblorosa.

—Creo que le ha dado una bajada de tensión y se ha desplomado sobre la mesa. No se preocupe, estoy llamando al ciento doce… Tapónese la herida, en seguida estoy con usted…

Licencia Creative Commons
Ciudades de tiniebla. Capítulo 6. Señales del infierno (primera parte) por Ramón Márquez Ruiz se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivar 4.0 Internacional.

Me llamo Ramón Márquez Ruiz y soy escritor, diseñador gráfico e ilustrador. Bienvenidos a Novelesco. Si deseas saber más cosas sobre mi, clica abajo. Muchas gracias por leerme ; )

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