—¿Qué es lo que ha sucedido? —me preguntó uno de los camilleros mientras el doctor atendía a la herida.

Tanto él como sus compañero paseaban la mirada de la habitación a mi persona, poniendo especial interés en mis piernas y el bajo del vestido, como esperando a que una corriente de aire les mostrara mis bragas. Y con una de ellas, y de buena mañana, yo ya había tenido más que suficiente…

—Creo que le ha dado una bajada de tensión; de golpe se ha desplomado sobre la mesa, con tan mala suerte que se ha roto las gafas —respondí, intentando parecer serena.

Por dentro hervía y sentía un torbellino de emociones encontradas. “Vaya con la señora Sempere” me dije, pensando en el sobre rojo que había esperado unos cuantos añitos dentro de aquel bolso, deseoso de que lo sacara de paseo; y la idea de inflarlo un poco ganaba peso a cada segundo, ya que por fin había dado con una auténtica Augur, y no precisamente con una cualquiera…

La sala de espera de emergencias se hallaba abarrotada. Pero no me importaba quedarme sentada el rato que hiciera falta, con tal de asegurarme que para la pobre mujer todo hubiera vuelto a la normalidad. Con las posesiones no se podía jugar, mucho menos cuando se trataba de antiguas Deidades rencorosas. Y aquella médium me caía de maravilla, por no mencionar que era un diamante en bruto. Además, me veía responsable de su estado actual…

“Se acerca la oscuridad, la urna se ha roto…” recordé sus palabras, percibiendo un desagradable escalofrío por todo el cuerpo. Me crucé de piernas con cuidado y coloqué el bolso de forma estratégica, para no mostrar demasiado. Dos cuarentones me miraban impasibles desde las sillas de en frente, casi sin pestañear. Pero en aquel momento de crispación no me apetecía demasiado ser objeto de deseo, por lo que los confronté de forma directa y tras dedicarles una radiante sonrisa, les guiñé un ojo descarada. Ambos mirones reaccionaron y se hicieron los locos, volviendo a una conversación perdida desde hacía rato.

Una vez tranquila regresé a mi mundo interior, ansiosa por sumergirme en el irrefrenable torbellino del tiempo, para regresar junto a él. “Oh Aleksey” lo invoqué de nuevo, anhelándolo; y noté que mis ojos se humedecían mientras una chispa de consciencia daba un salto cuántico hacia uno de los periodos más felices y extraños de mi estrambótica vida…

Nueva York 1922

La oscuridad del apartamento se quebró por un fogonazo de luz cuando mi espalda dio de lleno en el interruptor del pasillo. Aleksey me besaba con pasión, mientras íbamos chocando contra las paredes, contra los marcos de madera que se quejaban por los golpes de nuestro efervescente deseo… su sombrero cayó al suelo quedando relegado a un olvido momentáneo…

—¿Dónde está la cama? —me preguntó él en un instante de pausa, cogido para respirar un poco.

—Muy lejos. Hay un sofá al final del pasillo —le respondí antes de besarlo otra vez. Por dentro me sentía llena de una energía renovada que me incitaba y me humedecía… algo muy profundo en mi interior me susurraba que con aquel hombre no habría secretos, que podría ser simplemente una mujer, ser yo misma… Enrollé las piernas alrededor de su cuerpo y me dejé llevar hasta el comedor… Cuando mis pies volvieron a tocar el suelo le desabroché el pantalón e introduje mi mano en su interior, en busca del premio.

Aleksey soltó un gemido breve al tocarle el pene, que ya se iba endureciendo; y volví a reconocer la señal…

—Eres virgen —susurré, segura de lo que decía.

—Nnoo… para nada…

—Tranquilo… —lo callé, cubriéndole los labios con un dedo.

Después le destensé los tirantes y le bajé el pantalón hasta las rodillas… su miembro sobresalía por los faldones de la camisa, apuntándome ya rígido, percibía su deseo en cada una de sus caricias, ansiosa por sentirlo bien adentro… “Deberíamos quitarnos la ropa” reflexioné un instante. Pero notaba la urgencia, no había tiempo, lo quería ya. Él me subió la falda del vestido y me rompió las bragas de satén con un fuerte estirón. Entonces oí a una engorrosa parte de mi consciencia que se hallaba insegura de si debía tener sexo con aquel crío; pero lo deseaba, mi cuerpo exigía el contacto con el suyo, lo exigía YA. Me dejé caer en el sofá, me abrí de piernas y dejé que se pusiera encima…

—Hazlo lentamente —le pedí, ayudándolo a colocar su miembro de forma correcta.

Unos segundos después me estremecí de placer con la primera envestida, cuando se abrió paso en mi vagina, lo oí gemir…

—Así cariño —lo alagué, antes de fundirme un sus labios, de unirme a él como no lo había hecho antes con ningún caballero…

Su respiración se volvió acelerada, le apreté las nalgas bien fuerte, clavándole las uñas… de repente noté como una energía extraña nos envolvía y sorprendida, abrí mucho los ojos, descubriendo que todo se había llenado de chispitas azules… él aceleró sus movimientos, empujando con mayor intensidad, mientras las lucecitas se iban volviendo cada vez más brillantes… gemí llegando al orgasmo…

—Puedes derramarte dentro —le susurré, conteniendo la respiración—. Nunca ha sucedido nada…

Aleksey me miró a los ojos y me envistió unas cuantas veces más…

—¡OH DIOS! —Exclamó. Sentí como eyaculaba en mi interior y las centellas ardieron alcanzando su cénit, iluminándonos antes de esfumarse. Luego él cayó rendido sobre mí.

“¿Y tú deseas averiguar que soy yo?” me pregunté en silencio, respirando de forma acelerada por el esfuerzo. A pesar de saber que había durado menos de cinco minutos, jamás había sentido nada semejante. Aquel muchacho me había hecho llegar al orgasmo con una rapidez abrumadora, en toda mi vida nadie lo había logrado en tan poco tiempo. Y durante el coito su cuerpo había desprendido magia, estaba segura…

—Lo siento —me dijo al oído entre jadeos, sacándome de mis ensoñaciones—. No he durado demasiado…

—Tranquilo, ha sido perfecto —lo calmé—. Hay que ir aprendiendo despacio, guapo. Además, puedo asegurarte que estás hecho de buena madera…

Él sonrió y cerró los ojos, quedándose dormido al instante. Fue extraño pero antes de ceder al sueño yo también, noté su intenso olor a sudor y comprobé que hasta su aroma a humanidad me resultaba maravilloso. Y una idea ridícula chisporroteó en mi mente, sentí que aquel hombre había sido creado para mi, un concepto idiota que logró arrancarme una sonrisa antes de caer ante los influjos de Morpheo…

Al ver que un señor atractivo se asomaba por la puerta y me hacía señas volví a la realidad y me levanté de la silla. Supuse que se trataba del conocido de la vidente.

—Es la acompañante de la señora Sempere, ¿cierto? —me preguntó, dedicándome un repaso mal disimulado.

—En efecto. ¿Qué tal está?

—Le han dado cinco puntos de sutura y va a quedarse en observación durante un buen rato; debió de darse un golpe tremendo…

—Lo fue, se lo aseguro —respondí, con una risita tensa.

—¿Puedo preguntar de que se conocen?

—Soy una clienta reciente —contesté sin inmutarme— ¿Y usted? En la ambulancia ella balbuceó algo sobre un conocido, un doctor que trabajaba en este hospital…

—Perdone mi falta de educación —se disculpó él, dedicándome una sonrisa—. Me llamo Tomás Romeo y mi mujer también es clienta suya, para mi desgracia, muy habitual. Aunque he de admitir que Sempere no me parece una mala persona; y si creyera en estas cosas, diría que es auténtica…

“Joder, vaya que si lo es” pensé, recordándola con el rostro bañado de sangre y los ojos negros, repletos de una tiniebla ancestral y antigua…

—Encantada —respondí, dándole la mano.

—Me ha pedido que venga a buscarla y le pregunte si desea entrar a verla.

—Por supuesto.

—Pues sígame, la llevaré al box —me indicó, abriéndome la puerta, como todo un caballero.

Sonreí agradecida por aquel inusitado gesto de galantería y caminamos a través de los pasillos de urgencias.

—Ahora permítame una pregunta indiscreta —añadió el doctor, rompiendo con sus palabras el sonido de nuestros pasos— ¿Le ha acertado algo?

—Pues le sorprendería, se lo aseguro —contesté, guiñándole un ojo.

Nada más verme aparecer una sonrisa se perfiló en los labios de mi nueva amiga. Aún seguía igual de pálida que antes, aunque por fortuna le habían lavado la cara y tapado la herida de la frente con un apósito. Y algo en su apariencia me relajó, pues ya no percibía nada místico a su alrededor.

—Bueno, las dejo solas, he de volver al trabajo —dijo el médico antes de darme la mano—. Si hay algún problema llame a las enfermeras. O pregunte por mí, directamente.

—Descuide.

El hombre se rio y me dedicó una mirada inquisitiva antes de marcharse.

—A que es guapo —soltó Sempere.

—Muy atractivo, sin duda —contesté, volviéndome hacia la vidente.

—Su esposa no se fía de que nuestro Romeo le sea fiel —añadió ella, soltando una risita—. Y aunque creo que se equivoca, la pobre muchacha no puede desprenderse de su paranoia.

Escuché el discurso y me reí, pese a que en aquel momento no me parecía un tema interesante.

—Pobre doctor, su apellido no le ayuda… —dije por educación, antes de centrarme en lo que realmente me importaba— ¿Dígame, como se encuentra?

La mujer me dedicó otra sonrisa. Parecía muy cansada.

—Bien, con cinco puntos en la frente pero bien —suspiró—. Vaya con las malditas gafas, con lo caras que eran y me han dejado bien jodida, con perdón. Aunque en realidad lo peor es que me siento agotada, sí, esa sería la palabra correcta; como si hubiera recorrido a nado todo el estrecho de Gibraltar…

“Para dejarla pasar debiste ir mucho, muchísimo más lejos” reflexioné, mientras le daba unas palmaditas en la mano. No sabía exactamente hacia donde iban las almas de los Augures durante la posesión, pero en todas las ocasiones en las que había presenciado una, con ellos siempre sucedía lo mismo al terminar. Sobre todo si seguían vivos…

—Por lo visto he tenido una conmoción cerebral o algo así —siguió hablando ella, sacándome de mis ensoñaciones—. Aunque no creo que sea nada serio.

—Claro que no, ya lo verá —le respondí—. Yo me quedo con usted el tiempo que haga falta, como si es durante toda la noche.

—Oh, que detalle… Muchas gracias, de verdad… Mis hijos viven fuera de España y en Cataluña no tengo familia cercana.

—¿Y su marido?

—Un accidente de coche nos lo robó hace unos años. No tengo ganas de hablar sobre eso…

—Por supuesto, disculpe —añadí en seguida. Me senté en una silla que había junto a la cama y paseé la mirada por el box.

Entonces las dos nos miramos a los ojos e intuí que una pregunta se acercaba, una que me parecía del todo inevitable.

—¿Qué sucedió en mi casa, Sandra? —quiso saber la vidente—. Sé que algo extraño me sucedió durante la sesión, estoy convencida. Pero no consigo recordar nada… o al menos, a partir de un punto determinado…

—¿Qué es lo último que recuerda?

—Comencé a sentir frío al colocar las primeras cartas, a notarme rara, no sabría describirlo. Y cuando giré el último naipe, el del oráculo…

—¿Si?

—Verás —se explicó, con deje nervioso—. En mi vida jamás he engañado a nadie en cuanto a mis dones, si es que lo que tengo puede considerarse así. Creo que siempre he percibido presencias, cosas… pero no he visto apariciones ni desencarnados, nunca. Aunque contigo cariño, cuando giré esa carta… ¿Había alguien más con nosotras, verdad? Sentí una energía descomunal, inmensa y aterradora, como una fuerza destructora de la naturaleza…

La miré a los ojos y esbocé un cómplice amago de sonrisa. No deseaba iluminarla demasiado, creí que no le convenía.

—¿Quién diablos eres, Sandra? Nunca me ha pasado esto… Lo sentí nada más verte, hay algo diferente en ti… No sabría decir por qué, pero cuando te miro, creo que tu físico no se corresponde con tu interior, con tu alma… en tus ojos brilla una chispa sutil que choca con esa carita de niña. Si Crepúsculo no me pareciera demasiado edulcorada, diría que eres…

—Que soy que…

—Una… una… vampiresa…

No pude evitar el soltar una sonora carcajada.

—¡Por Dios, no! —exclamé, cuando logré parar de reír—. La purpurina con la luz del sol no está hecha para mí. Los chupasangres no existen, Maribel. Soy una mujer como tú, aunque he de admitir que maduré a una edad muy temprana, por varias cuestiones de la vida. Es mejor que no entre en detalles, créeme.

Un amago de sonrisa se perfiló en sus labios.

—Está bien, te creo. ¿Pero me pasó algo, cierto?

—Muy cierto. Aunque lo vuelvo a decir, de momento es mejor que no pregunte y descanse. ¡Oh, lo olvidaba! —abrí el bolso y saqué el sobre rojo—. Sus honorarios.

Una chispa de curiosidad resplandeció en sus ojos mientras lo aceptaba con un gesto de sorpresa.

—No hace falta que me pagues Sandra, considero que al final no hubo sesión ni nada… Aunque te lo agradezco…

“Vaya que si la hubo” pensé.

—NO —remarqué la palabra con énfasis—. No acepto devoluciones, Maribel. Me ha ayudado mucho más de lo que cree.

Una expresión alegre se dibujó en el rostro de la mujer, al compás de una risita traviesa.

—Pues vale —dijo, encantada de la vida—. Tienes buen gusto hasta para los sobres, cariño. El color es precioso —añadió, levantando la solapa y mirando en su interior… —¡AY DIOS! ¡Esto es mucho dinero! —comenzó a gritar a continuación, bajando el volumen de forma gradual.

—Doce mil euros —puntualicé—. Y faltan otros cinco mil, que le haré llegar en unos días.

—¡¿Pero esto por qué, Sandra?! ¡NO ES NECESARIO, DE VERDAD! —siguió diciendo ella, cada vez más eufórica y nerviosa al mismo tiempo.

—He sido una chica ahorradora —añadí, acariciándole el brazo—, en parte para poder gastarlo en lo que me diera la real gana. Y usted, Maribel, ha respondido a una incógnita que llevaba muchos años sin resolverse.

—¿Cuál?

Le dediqué la más radiante de mis sonrisas mientras me cruzaba de piernas, aliviada de que Sempere fuera una mujer y no intentara mirarme las bragas.

—¿Aún quedan videntes de verdad? —formulé la pregunta, consiguiendo que ella abriera los ojos hasta casi reventar…

Al final nos quedamos en el hospital toda la noche y después de que un taxi nos dejara en casa de la adivina, regresé hacia la parada en la que me había bajado a la mañana anterior. La despedida con la Augur fue corta y tras un beso en la mejilla le prometí que volvería a tener noticias mías, para pagarle los cinco mil euros prometidos. Ella me estudió en todo momento, completamente alucinada, aunque aguantó como una campeona y no me cosió a preguntas, algo que agradecí.

Cuando llegaba a mi parada el autobús me adelantó, por lo que me vi forzada a correr un poco para no perderlo. Por fortuna me topé con algo de cola, en hecho que me salvó de esperar al siguiente.
Nada más acomodarme en uno de los asientos del final, coloqué mi sombrero en el regazó y miré por la ventana, deseosa de que emprendiera la marcha. Entonces caí en la cuenta de que tenía casi una hora para reflexionar sobre lo acontecido hasta ese momento, rememorando algunas de las palabras de la vidente. Y el recuerdo me invadió sin esfuerzo, mientras mi mente se abandonaba de nuevo para regresar junto a él…

Nueva York, 1922

Los dos seguíamos en el sofá, ahora desnudos, mientras nos recomponíamos de otro escarceo más. Ya llevábamos unos cuatro y Aleksey mejoraba con cada uno, poco a poco pero a lo seguro. Nuestra ropa yacía tirada desde hacía un buen rato, esparcida por cada rincón del salón, a la espera de que volviéramos a reclamarla.

—Estás hecho todo un caballero —le dije a mi acompañante de placeres, acurrucada junto a su pecho y acunada por uno de su brazo. Mis dedos jugueteaban con los suyos, comparando el tamaño de nuestras manos. La suya era bastante más grande que la mía, pero mi carne ganaba en cuanto a eternidad…

—¿Por avisarte de que iba a eyacular? —me preguntó él, tímido.

Me reí y me di la vuelta para verle la cara.

—Ha sido un detalle original —solté, antes de besarlo lentamente. Noté que su miembro volvía a clavárseme en la piel, rígido de nuevo…— ¡Venga ya! ¡No hace ni cinco minutos del último!

—Lo siento, no puedo evitarlo. Me has vuelto loco, desde que te vi en aquel tugurio una parte de mi cerebro dejó de funcionar como debiera —se defendió él, acariciándome uno de los pechos con una mano mientras que la otra descendía peligrosamente hacia mi ingle…

—Pues no se notó demasiado —respondí con la voz queda, dejándome inundar por el placer de sus caricias, humedecida de nuevo…

En aquella ocasión el muchacho logró llegar a los diez minutos, un lapso de tiempo en el que disfruté de varios orgasmos, algo que había dejado de sorprenderme. Aunque un detalle no me había pasado desapercibido; su cuerpo ya no emitía magia, por lo que algo me susurró que aquellas lucecitas habían sido creadas de manera involuntaria, al experimentar una forma de placer nueva y desconocida. “Soy una desvirga niños” pensé traviesa. “Oh, qué diablos, ya tiene los veinte bien cumplidos, no es un crío”.

—¿Puedo preguntarte algo? —dije, mirándolo a los ojos en la penumbra.

Él me regaló una sonrisa, con la cabeza apoyada en una mano.

—Claro, lo que quieras. Aunque no puedo responderte a todo, o al menos, por el momento.

—¿Canalizas magia, cierto?

—Podría decirse así —respondió él—. Tengo ese don desde que era pequeño. Pero no fue hasta que mi padre me sacó del orfanato cuando aprendí a controlarlo un poco. ¿Quieres ver un truco?

Asentí, aplaudiendo la iniciativa; él pasó sobre mí con cuidado y se levantó para situarse a unos palmos del sofá. Yo lo miré expectante, deseosa de ver cualquiera digno de un escenario en Broadway.

Aleksey cerró los ojos, al mismo tiempo que juntaba las manos delante del pecho, como si deseara formar un cofre con sus dedos. Entonces respiró de forma acompasada una vez, dos… De repente algo de luz se filtró entre las rendijas de sus extremidades, que fueron abriéndose lentamente, hasta que un ser diminuto, similar a un hada, salió de su cárcel y revoloteó a nuestro alrededor emitiendo destellos azulados.

—Increíble —solté, con los ojos muy abiertos.

—Aún no has visto nada —dijo él.

Percibí como se concentraba, noté la tensión en cada uno de sus músculos, sentí una energía extraña que lo envolvía… “Algo no va bien” pensé durante un segundo… y todo se llenó de chispas, que fueron creciendo de tamaño hasta transformarse en hojas y ramas, cada vez más frondosas y espesas, hasta que mi salón se transformó en un jardín de plantas translúcidas y luminosas. Me incorporé del sofá quedando sentada y estudié a mi alrededor, atónita por su proeza. Al instante cualquier emoción de alarma quedó relegada al olvido…

—Maravilloso —susurré, tan encantada que apenas podía hablar.

Con uno de mis dedos toqué una de las ramas y en el punto de contacto surgió un capullo. Entonces aquel extraño edén se llenó de iguales por doquier, que comenzaron a abrirse al mismo tiempo transformarse en preciosas flores de loto…

—¡SUBLIME! —exclamé.

En mi vida jamás había visto nada parecido. Aquel muchacho podía usar la magia del planeta como le convenía, algo de lo más insólito. Con una gran sonrisa en los labios busqué a Aleksey entre la jungla traslúcida y luminosa para comprobar que algo no iba bien… él tenía los ojos en blanco y un chorro de sangre manaba por su nariz, bañándole los labios y la barbilla…

—¡DIOS MÍO! —grité, levantándome para correr hacia él. Nada más alcanzarlo el paraíso de luz se desvaneció y el chico cayó sobre mis brazos, temblaba…

De repente, volví a la realidad con un nudo en la garganta. No obstante sentí algo de alivio al ver que por fin había llegado a Barcelona, a Plaza Cataluña. Esperé paciente a que casi toda la gente se levantara y comenzara a salir a la calle. Me calé el sombrero en la cabeza y justo cuando me acercaba a la puerta central vi a un chico que se había dormido. “Parece agotado” pensé, antes de hablarle.

—Despierta guapo, ya hemos llegado —le dije, apretándole del hombro con suavidad. Al tocarlo noté que una extraña corriente eléctrica penetraba en la yema de mis dedos. Supuse que debía estar cargada de estática.

El joven se sobresaltó asustado y me miró. Al verle mejor la cara, me quedé congelada durante un momento. “Aleksey” me dije sorprendida. “No seas tonta” me regañé a continuación. Aquel muchacho se le parecía en algunas cosas, pese a varias diferencias. Pero tenía un aire que me lo recordaba. “Estoy jodidamente nostálgica”.

—Gra… gracias —me contestó él, visiblemente sorprendido.

Noté su forma de mirarme, tímida pero intensa, y le regalé una sonrisa. Después de todo, era un niño bonito, al fin y al cabo…

Licencia Creative Commons
Ciudades de tiniebla. 8. Señales desde el infierno (segunda parte) por Ramón Márquez Ruiz se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivar 4.0 Internacional.

Me llamo Ramón Márquez Ruiz y soy escritor, diseñador gráfico e ilustrador. Bienvenidos a Novelesco. Si deseas saber más cosas sobre mi, clica abajo. Muchas gracias por leerme ; )

1 Comentario

  1. Terri

    Me gusta este sitio web ¡es una obra maestra!
    Me alegro de haber encontrado esto en google.

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