LA VENTANA ABIERTA

LA VENTANA ABIERTA

Julio permanecía sentado al borde de la cama. La persiana bajada apenas permitía que algunos rayos furtivos entraran en la estancia, acrecentando el aire melancólico que imperaba en el ambiente. El hombre no se atrevía a darse la vuelta. El lecho vacío que se abría a su espalda le parecía inmenso, tan grande como un desierto aterrador.

—Abuela, necesito estar solo.

Carmen suspiró al ser descubierta y se acomodó junto a su nieto. Ella llegaría muy pronto y más le valía prepararse.

—¡Tonterías! —exclamó la mujer—. En la oscuridad y la soledad no arreglarás nada, créeme. Yo experimenté lo mismo hace tiempo. Y sucumbí, como hicieron los demás.

Entonces Julio se volvió para observar aquel rostro que tantas veces había visto en fotografías en blanco y negro. Pese a la penumbra podía verlo con claridad.

—Lola se ha ido —sentenció a continuación con amargura—. He enviudado a los treinta y seis, la misma edad con la que lo hizo mamá, la misma con la que también lo hiciste tú.

Carmen esbozó una sonrisa triste.

—Hasta hace dos años no sabía nada de la maldición —continuó hablando él entre lágrimas—. Me enteré por la biografía familiar.

Ella asintió.

—¿Lo creíste? —quiso saber.

—Al principio no.

La mujer suspiró. A todos les había sucedido lo mismo.

—¿Te importaría contarme nuestra historia, abuela? Tienes una voz maravillosa.

Ella aceptó complacida. Luego empezó su relato.

—Hace mucho tiempo, en un pueblo cercano a Granada, vivía un muchacho guapo y honesto llamado Julio, como tú. Tenía a todas las mujeres encandiladas y muchas madres pretendían casarlo con sus hijas. Pero él siempre rechazaba las proposiciones que recibía, sin saber que entre todas sus admiradoras había una especial.

»Amparada se llamaba la mujer del alcalde. Guardaba muy bien las apariencias, pues en secreto practicaba las artes oscuras. Era una bruja caprichosa que deseaba al mozo para su hija. A pesar de eso fueron pasando los años sin que nadie conquistara el corazón de Julio, hasta que un día apareció en el pueblo una nueva familia venida de la ciudad…

—Un matrimonio con tres hijas —la interrumpió su nieto, con voz soñadora— a cada cual más hermosa. Y quiso el destino que el bueno de Julio se enamorara de la mediana, que curiosamente, se llamaba Juliana. Todo suena a cuentos de hadas —añadió—. Lástima que estemos en una pesadilla.

Carmen sintió la tentación de acariciarlo.

—¿Quieres que prosiga?

Obtuvo un gesto afirmativo como respuesta.

—La boda se celebró tras un intenso noviazgo y Amparada no soportó que Julio se casara. El muchacho había osado rechazarla a ella como suegra y merecía un castigo. Invocó a las tinieblas y creó un terrible maleficio que duraría diez generaciones.

»Juliana murió tras dar a luz a una preciosa niñita, justo cuando Julio cumplía treinta y seis años. Esa misma noche, la primera de luto, el hombre recibió la visita de un ser oscuro que se alimentó de su desesperación, susurrante, hasta que consiguió inducirlo al suicidio, dejando huérfana a una pobre criatura.

—La décima generación fue mi madre, ¿verdad?

La mujer iba a responder cuando la oscuridad se volvió densa y gélida. El hombre se levantó de repente, alertado.

—Ya está aquí, cariño.

Unas manos de dedos largos y retorcidos navegaron en las tinieblas.

—Pobre alma rota… —dijo una voz cascada.

El espectro cobró visibilidad y empezó a danzar alrededor de Julio con movimientos enfermizos.

Carmen recordó la primera vez que la vio y pensó en la ironía del destino. Toda magia oscura tenía un precio. Tras fallecer, Amparada pagó el suyo quedando condenada a ser la mensajera de muerte que había pretendido invocar.

—Es insoportable —decía la bruja— Acaba con el sufrimiento. Yo veo como tu corazón sufre.

—¡Abre la ventana, cariño! —exclamó la mujer. Veía resignada como su nieto se tragaba aquella ponzoña plagada de mentiras y no podía interferir de otro modo—. ¡No tiene control sobre ti, te reclama porque es avariciosa! ¡La maldición terminó con tu madre, no la escuches!

—Lola te espera, Julio. Está sola en la oscuridad… Grita tu nombre y llora…

Él temblaba. Sentía como esas palabras se le clavaban en el alma como un millar de alfileres. Carmen supo que estaba cediendo, si no hacía algo más la maldición ganaría de nuevo.

—¡Recuerda a Casandra, tu hija! —le gritó a su nieto, desesperada—. ¡Recuerda la promesa que le hiciste a Lola antes de que muriera!

Entonces el hombre reaccionó y la miró. Sabía que le habían concedido un regalo al mandársela para velar por él. Pensó en su pequeña, en que tenía los mismos ojos verdes de Lola.

—¡Tu dolor aúlla! —escupió el ser—. ¡Acaba con él, hazlo ahora!

Las manos de Julio se aferraron a la correa de la persiana y la estiraron con fuerza, dejando que la luz devorara las tinieblas. Carmen sonreía. Ya empezaba a desvanecerse junto al espectro, a sabiendas de que el maleficio se había terminado al fin.

Ambos contemplaron como Amparada se esfumaba absorbida por la claridad, chillando de agonía.

—¿Y ahora qué? —le preguntó Julio a su abuela cuando se quedaron solos. Lloraba de forma liberadora.

Ella volvió a regalarle una sonrisa. También se marchaba, apenas era visible ya.

—Ahora lucha por la hija que te ha dado Lola. Aprenderás a vivir con el dolor, lo prometo. Y sobre todo, mira hacia delante, siempre hacia delante.

Me llamo Ramón Márquez Ruiz y soy escritor, diseñador gráfico e ilustrador. Bienvenidos a Novelesco. Si deseas saber más cosas sobre mi, clica abajo. Muchas gracias por leerme ; )

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