LEYENDAS 4

LEYENDAS 4

RELATO 7

Las olas sacudían el navío con furia. Beth cerró los ojos, completamente mareada. No obstante, una dulce sensación la invadía al recordar que había logrado escapar…

Aquel viejo con el que iban a casarla no estaba hecho para ella. Su padre se lo había presentado durante un baile celebrado en su honor y desde el principio, su prometido la había repugnado por su forma obscena de mirarla. Pero era asquerosamente rico, algo que hizo comprender a la muchacha que para su desgracia, ella no dejaba de ser la hija de un gobernador, a la que su progenitor movía como un peón según su conveniencia.

Por lo que cuando Swordsea atacó la isla con sus piratas y acudió a la mansión pretendiendo raptarla, Beth casi se le arrojó a los brazos. Aquel hombre era guapo y galán. Además, entre ambos había una atracción que los seducía y que crecía cada día, a pesar del mal tiempo y de las sirenas que intentaban atraer a los marineros.

“Como vea a otra de esas busconas caníbales le pego un tiro” pensó la chica. Nadie rompería el prometedor, idílico y aventurero futuro que la esperaba, a menos que el barco se hundiera primero…

RELATO 8

Kass disfrutaba en su colchoneta, mecida suavemente por las olas. Mientras tanto, su marido braceaba a su alrededor en líneas rectas, dándole unos instantes de serenidad.

De vez en cuando la mujer miraba hacia la paradisiaca orilla, que se le antojó espectacular. “Una cala preciosa” reflexionó. No entendía por qué nadie acudía allí, le parecía una de las mejores playas de toda la isla…

—Estás de gloria, ¿eh cariño? —le dijo Jim de repente, antes de apoyarse sobre la colchoneta, que se sumergió un poco.

—¡Burro! —le regañó ella, quedando cegada por un rayo de sol… Formó una visera con la mano y cerró los ojos un momento, notando un brusco movimiento en el agua… al volver a mirar, su pareja se había esfumado…

—¿Jim?

Kass pensó que la quería asustar y se incorporó un poco… De repente la mano de su esposo sujetó la colchoneta con fuerza, hundiéndola parcialmente y a su alrededor el agua comenzó a volverse roja… La mujer gritó histérica e intentó estirar a su marido hacia arriba, quedándose con el brazo… Chilló, más al ver que del agua surgía una criatura humanoide de grandes fauces, que la miraba fríamente, como si fuera una presa…

Me llamo Ramón Márquez Ruiz y soy escritor, diseñador gráfico e ilustrador. Bienvenidos a Novelesco. Si deseas saber más cosas sobre mi, clica abajo. Muchas gracias por leerme ; )

CAPÍTULO 2

CAPÍTULO 2

Capítulo 2

La tormenta rugía furiosa sobre dos figuras a las puertas del hospital, rociándolas sin piedad y logrando que sus cabellos y sus ropas se les adhirieran sobre el cuerpo como una segunda piel. Una multitud de gente protegida con paraguas entraba y salía del edificio, esquivándolas de forma automática sin apenas detenerse a contemplarlas, como si no fueran más que sombras cruzadas en su camino. Pero de haber mostrado interés, alguien se habría fijado en aquella mujer joven que abrazaba con fuerza a un niño pequeño, de rodillas en el suelo, siendo capaz de captar el halo de increíble tristeza que los sumergía más que la tempestad…

1970, Barcelona

—¿Es usted la señora Avellán, la esposa de Mario Martín?

—Yo misma —respondió Macarena, sintiendo un helado escalofrío.

Desde que llegaran al hospital su cuerpo no había parado de captar señales extrañas que la alertaban, provocándole un intenso malestar emocional… No sabía explicarlo con palabras pero ya no… ya no lo sentía…

Daniel se abrazaba a las piernas de su madre con fuerza, mirándolo todo mostrando aparente inseguridad.

—¡¿Cómo está mi marido?! —preguntó la mujer, alzando el volumen de forma involuntaria.

El médico desvió la mirada y pareció quedarse absorto en el pequeño, un gesto que para ella no pasó desapercibido. “Dios mío” pensó, cerrando los ojos y dejando que las primeras lágrimas resbalaran por sus mejillas. Aquel silencio momentáneo había hablado a viva voz mucho antes de que fluyeran las palabras, transmitiendo un mensaje que la traspasaba como un cuchillo y le rompía el corazón.

—Lo lamento, su esposo no ha podido superarlo… Hemos hecho cuanto heeeeeeemmmmm…

El mundo desapareció durante unos segundos. Macarena apretó por instinto a su hijo contra sí, incapaz de mirarlo a los ojos. Se cubrió la boca con la mano, en un intento de contener un aullido interior que pugnaba por salir a la superficie, desde una parte recóndita de su ser. Por dentro se sentía hervir de forma agonizante, mientras rememoraba los preciosos ojos de Mario, su sonrisa… Aquella misma mañana habían hecho el amor antes de que él se marchara a trabajar muy temprano. Después ella había vuelto a dormirse, aprovechando que aún le quedan dos horas para levantarse, sin ni siquiera decirle adiós…

—¿Mama, qué dice este señor? Quiero ver a papá, ¿dónde está?

Al oír la voz de su hijo, la mujer volvió a la cruda realidad… ¿Cómo iba a criarlo ella sola? Ya no le quedaba familia…

—Ha de haber un error… No… no puede ser… Mi marido no superaba los cuarenta años, estaba sano…

El hombre había captado la tensión del momento y con resignada paciencia, respiró hondo antes de hablar.

—En ocasiones sucede, no es común pero se dan casos…

—¡No es posible! —lo interrumpió ella—. ¡Los infartos no ocurren con personas tan jóvenes! ¡NO PUEDE HABER MUERTO, HAN DEBIDO DE EQUIVOCARSE!

Al oír a su madre el niño estalló a llorar y salió corriendo, esquivando a la gente que lo miraba extrañada.

—¡Daniel!

—¡Dios santo, que alguien coja a esa criatura! —gritó el doctor.

La mujer logró reaccionar y arrancó a perseguir a su hijo. Le temblaban las piernas, tanto que apenas lograba mantenerse en pie y veía con dificultad, en un llanto incesante que no era capaz de dominar…

—¡CARIÑO! —lo iba llamando, con voz temblorosa— ¡DANI!

De golpe varias personas, conscientes de la situación, intentaron agarrar al pequeño pero éste se escabulló entre sus manos. Pronto llegaron a las puertas principales del hospital, donde ya se oía el estruendo de la tempestad.

Macarena vio horrorizada como Daniel salía al exterior y aceleró todavía más, consiguiendo interceptarlo en la calle, exhausta. Llovía a mares, tanto que en menos de un par de segundos ambos ya se hallaban calados hasta los huesos. Entonces ella cayó de rodillas al suelo, agotada y jadeante, rendida ante la vida. Al verla en aquel estado el pequeño la abrazó con fuerza, y ambos se fusionaron en uno solo, unidos por el dolor de la pérdida. Porque a partir de aquel mismo instante, sus vidas habían cambiado para siempre.

Me llamo Ramón Márquez Ruiz y soy escritor, diseñador gráfico e ilustrador. Bienvenidos a Novelesco. Si deseas saber más cosas sobre mi, clica abajo. Muchas gracias por leerme ; )

LEYENDAS 3

LEYENDAS 3

RELATO 5

Cuca estudió la elaborada ornamentación de la tapa.

—¿Y su precio?

—Mil euros.

La mujer asintió. Desde luego, su entrenado ojo le decía que el objeto era auténtico… “A Julio le encantaría…”

—Cuénteme sobre ella.

—Verá, está chapada en oro y tiene cuatro esmeraldas incrustadas. En su día perteneció a los Hawlery, una familia americana. Como él era aficionado a los puros, su señora se la compró para celebrar sus treinta aniversario de casados. Nos la vendió su hijo mayor después de que la pareja feneciera.

—Muy interesante. Y mire por donde, creo que a mi marido le va a entusiasmar…

Entonces al mencionar aquello el hombre dedicó a la mujer una enigmática mirada.

—Le diré que Mr. Hawlery me advirtió que sobre éste objeto pesa una oscura maldición. Por lo visto toda mujer que se la regale a su esposo acabará matándolo en menos de un año, y de una forma atroz.

Cuca sintió un escalofrío. “La virgen” pensó. Pero le parecía tan bonita… “Bah, supercherías sin fundamento…”

Julio gritó mientras su amorcito lo abría en canal hasta el pecho con un afilado cuchillo. Los ojos de ella se habían convertido en dos pozos negros, repletos de maldad…

RELATO 6

Blanca miró la manzana con deseo.

—Es preciosa… ¿Y dice que me la regala?

La vieja buhonera asintió con la cabeza.

—No podré quedármela a menos que usted acepte algo a cambio…

—No es necesario querida…

—Insisto —la cortó la muchacha, ofreciéndole una bolsita—. Son unos bombones que he hecho esta mañana. Le endulzarán el camino.

Entonces la joven le dio un mordisco a la fruta y cayó al suelo dándose un buen trompazo…

—¡Perfecto! —exclamó la anciana, soltando una carcajada—. ¡Ha tardado, la muy zopenca!

La mujer no había recorrido ni la mitad del trayecto a casa cuando recordó los bombones. “Han de saber a victoria” pensó sonriente. Sacó la bolsita y nada más abrirla se topó con un pedrusco raro, medio envuelto en un trozo de papiro con un mensaje escrito.

—¡¿Pero qué…?!

“Espero que te gusten las barbacoas, zorra rencorosa” leyó. De golpe notó que la cosa se calentaba con mucha rapidez, quemándole la mano…

Blanca abrió los ojos al oír la explosión y escupió el trozo de manzana. Los enanos tenían razón con aquel mineral, sin duda se volvía volátil y peligroso al darle la luz del sol… “Un obstáculo menos” se dijo, pensando en su príncipe…

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CAPÍTULO 2

CAPÍTULO 1

Capítulo 1

Los dos niños miraron a su madre, que parecía haberse quedado absorta, como perdida en su propio mundo interior.

—Mamá —se atrevió a decir Samuel, el mayor, rompiendo el silencio artificioso—. ¿Papá estará bien?

Hanna dio un respingo al escucharlo y lo miró a través de las gafas de sol, que ocultaban sus ojos enrojecidos por el llanto. Una resignada y tenue sonrisa se dibujó en sus labios al percibir que sobre sus hijos también flotaba un extraño halo de melancolía y tristeza.

—Claro que sí, cariño —se decidió a responderle—. Papá necesita asimilar su dolor, al igual que nosotros. Por eso nos vamos a dar un paseo, para dejarle su espacio.

Los críos asintieron y el mutismo volvió a invadir la cabina del ascensor, otorgando a la mujer otra pausa que aprovechó para estudiar a su reflejo. La idea de salir había sido suya, surgida de forma repentina tras una pelea. Conocía demasiado bien a su marido y sabía que él nunca le hubiera pedido nada semejante.

“Tal vez a los dos nos haga bien alejarnos un rato” reflexionó. Si era sincera consigo misma, desde que había llegado a casa después del crematorio sentía una opresión que la invadía, sobre todo en la cocina; y tal vez respirar un poco de aire fresco, pasear por el centro de la ciudad o ir a algún parque la relajara…

“Mi dulce Macarena” pensó. “Nos has dejado muy rotos, cariño. Aunque estaremos bien, no te preocupes. Sólo danos un poquito de tiempo…” Su suegra había sido una mujer maravillosa, la clase de persona que dejaba huella en todo aquel que se cruzara en su camino. Aún no podía creerlo… La de vueltas que podía dar la vida en una semana, incluso llegando a extinguirse como la llamita de una vela…

El ascensor se detuvo y las puertas interiores se abrieron de par en par. Hanna regresó al presente y abandonó la cabina. Pero cuando iban a salir y su mano flotaba hacia el pomo tuvo que detenerse, embargada por un llanto repentino que fue incapaz de controlar.

—Mamá, ¿Estás bien? —le preguntó Samuel, con los ojos brillantes. Tanto él como su hermanito se habían mostrado muy contenidos todo el día, incluso durante la discusión…

Entonces ella los miró y los abrazó con fuerza, un gesto que logró romper las corazas de sus hijos. La abuela ya no volvería a casa nunca más…

Daniel se aflojó el nudo de la corbata y por impulso sus pasos lo condujeron a la cocina. Al encender la luz se quedó mirando la habitación desde la puerta, sin atreverse a franquearla. En otros tiempos aquella estancia siempre le había parecido enorme y hasta desaprovechada, pues al principio de mudarse allí tanto él como su mujer solían comer fuera los días laborales. Pero cuando Macarena se mudó con ellos, trayendo consigo su afición a la repostería, a la que amaba más que cualquier otro pasatiempo, un delicioso aroma comenzó a recorrer cada palmo del piso casi todo el año. Y tanto las risas como los juegos, las jornadas con una copa de vino y buena comida española, las meriendas o los cumpleaños de los niños en los que la habitación se convertía en el refugio de los adultos habían ido trascurriendo varias primaveras, hasta que… ella había…

“Ya nunca volveré a oír el maravilloso sonido de tu voz, ni tus risas mientras jugabas con tus nietos, ni a verte preparando esos increíbles pasteles…” pensó Daniel, lleno de tristeza. Su madre se les había marchado a los sesenta y cinco, a causa de un fatídico accidente…

El hombre se sintió roto por dentro y pensó en cómo la mujer le había plantado cara a la muerte, luchando para salir a flote durante una semana. Pero las lesiones habían sido demasiado graves…

—Nosotros venimos de Marte, mi dulce Macarena —tuvo la necesidad de hablar en voz alta. Tanto él como su progenitora siempre habían sido personas de mentalidad muy abierta, hasta espiritual en muchos sentidos pese a no ser estrictamente religiosos.

Las primeras lágrimas aparecieron y Daniel decidió dejarlas correr libres, al menos durante unos instantes. Golpeó el marco con los puños hasta que se sintió como un imbécil, intentando vaciar la frustración que sentía por dentro. Nada podría cambiar lo que ha había sucedido, ni devolvérsela… Respiró con fuerza, dedicó una última mirada a la cocina y apagó la luz. Entonces pensó en Hanna, que había salido con los niños tras una fuerte discusión. Y deseó que se hubieran quedado con él, notó que incluso aquel ratito en soledad se le atragantaba en el corazón…

El sonido de la puerta logró que el hombre se volviera para mirar hacia el pasillo. No llevaba solo ni cinco minutos…

—¡Cariño! —lo llamó su mujer.

La pareja se reunió en un fuerte abrazo, junto con los críos. Daniel se agachó un poco para besarlos en la frente y luego miró a su mujer a los ojos, que por fin se habían despojado de las gafas de sol para mostrarse rojos e hinchados. Aquel había sido otro de los milagros de Macarena, conseguir que dos caminos distintos se cruzaran hasta formar una unión, tan sólida como un menhir, pese a las turbulencias de la vida…

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