PRELUDIO SEGUNDA TEMPORADA. UNA REFLEXIÓN INTRANQUILA

PRELUDIO SEGUNDA TEMPORADA. UNA REFLEXIÓN INTRANQUILA

Novelesco se complace en presentar un breve preludio de la Segunda temporada de Ciudades de Tiniebla. Espero que os guste y vayáis preparando la vista, porque ya está cerca… ; )

Fudo Itawa miraba por la ventana aparentemente embelesado con las vistas de su lujoso despacho, que daban a un esplendoroso jardín privado. Aquel remanso de paz constituía una proeza arquitectónica, diseñado al mínimo detalle sobre la azotea de la torre Fukubashi, el rascacielos más puntero de toda Kioto.

Shitamura estudiaba al viejo en silencio, sentado al otro lado del imponente escritorio de caoba, intentando camuflar una expresión agriada que apenas podía contener. Siempre que acudía a visitarlo acababa de mal humor, su actitud risueña y soñadora se le antojaba totalmente impropia del fundador de una gran compañía tecnológica. “Maldito vejestorio” pensó, esperando a que volviera a prestarle algo de atención.

—¿Cual es el informe de nuestro infiltrado? —quiso saber Itawa, mirándolo de nuevo después de un rato.

—Por lo visto la señorita Stone va a rechazar la propuesta. En breve recibiremos noticias oficiales.

Al oír eso el anciano respiró hondo, antes de contemplar al otro lado del frío cristal, ignorando a su vicepresidente mientras reflexionaba. En el exterior llovía a raudales y las gotas creaban ondas en el estanque cercano. “Justo lo que creía” se dijo. La noticia no lo había sorprendido en absoluto, ya contaba con ella. Además, comprendía que la mujer no deseara vender su imperio así como así. No obstante, Creytoc suponía una seria amenaza, mucho más en Barcelona, por lo que tenía que seguir dándole vueltas a la estrategia de cómo superar el peligroso escollo.

—He de reconocer que hiciste muy bien en insistir, el espía es de auténtica utilidad —añadió sin apartar los ojos del jardín, halagando a su protegido.

—Muchas gracias sensei. Es de sabios reconocer los errores.

Se hizo el silencio momentáneo. Fudo reprimió la risa al escuchar la contestación y lo miró de reojo. A pesar de haber gozado de una buena educación y muchos recursos, Satoru había demostrado dotes para ascender a una edad bastante temprana, hasta llegar a su posición actual gracias a sus méritos. Y cada vez que lo miraba, sentía una pizca de orgullo, pese a discernir que la relación entre ambos empeoraba año tras año, un hecho que lo impelía a vigilarlo de cerca.

Desde niño había percibiendo una oscura tenacidad en Shitamura, que se había ido acrecentando a lo largo del tiempo hasta volverlo imprevisible. Y de no haber formulado la promesa, tal vez… Las imágenes del aciago día acudieron a su mente, dibujando una escena dolorosa. En ésta se veía a sí mismo treinta años más joven, ante el lecho de muerte de un amigo muy querido… “Llovía tanto como hoy” reflexionó, apartando el recuerdo y esbozando una triste sonrisa. “Sólo espero que su hijo no acabe conmigo por cumplir mi palabra…”

Una tos forzada logró sacar al anciano de sus ensoñaciones.

—Si hemos terminado permítame que me marche, sensei. He de atender asuntos urgentes.

—Antes de que lo hagas, me gustaría saber si has averiguado algo sobre el libro que busco.

El vicepresidente entornó los ojos. Nunca había comprendido la compulsiva pasión que el viejo sentía hacia su selecta colección, mucho menos el extraño interés que le suscitaba aquel maldito volumen que buscaba con tanto ahínco. “Cretino”. Que lo usaran de vulgar recadero no le gustaba, su trabajo no consistía en satisfacer los caprichos de nadie.

—Sigue desaparecido, sensei ­—contestó, cuidando que sus palabras no reflejaran el enojo que lo embargaba—. Me gustaría añadir a mi favor que mi cargo suscita obligaciones de mayor importancia. Y buscarle un estúpido libro de ocultismo no forma parte de ellas.

“No, claro que no” se dijo el señor Itawa, sonriendo de nuevo. “En cambio, conspirar contra mi parece que sí”. Por fortuna a su protegido aún le faltaban agallas para dar el salto y él tenía la situación totalmente controlada. El espía de Creytok no era el único que había contratado en el último año.

—Está bien, mi querido Satoru. Si tanto te molesta, deberías habérmelo dicho desde el principio. A partir de ahora me encargaré yo personalmente de ese asunto, retírate.

El hombre apretó los labios y se levantó en silencio. Después de una inclinación de cabeza abandonó el despacho a paso veloz, dejando a Itawa en soledad.

Éste observó como la puerta se cerraba, pensativo. En ocasiones sentía que había fallado educando al chico, un pensamiento que en ese momento acudió de nuevo a golpearlo… “No seas ingenuo” se regañó al instante. “Siempre ha sido así, no puedes cambiar la naturaleza de las personas…”

La atención del anciano regresó a la ventana y continuó en absoluto silencio un rato más, embelesado por la furia de la tempestad, hasta que una vibración en el bolsillo interno de la americana lo hizo reaccionar. Tras sacar su teléfono personal y mirar la pantalla, lo descolgó al instante.

—Hola Takeshi. ¿Hay alguna novedad?

—Tengo noticias desde Barcelona…

Aquel tono de voz tan conocido no escondía secretos para Itawa. En esa ocasión percibió algo sutil, nuevo, un ligero temblor que lo alertó. Takeshi llevaba de incógnito varios años en la ciudad catalana, cumpliendo una misión trascendental para la orden.

—Creo que lo he encontrado, sensei.

“Oh Dios mío” pensó Fudo, mesándose la canosa barba.

—¿Estás seguro?

—Totalmente. Mañana debería recibir un paquete especial. Yo seguiré por aquí controlando la situación, tal y como me ordenó…

En la mesa había una multitud de fotografías, sacadas de un sobre acolchado. Itawa se masajeó las sienes, harto de mirarlas.

Por mucho que hubiera intentado encontrar algo distinto en todas y cada una de las imágenes, había sido incapaz de hacerlo. Absolutamente nada le parecía extraño, ni tan siquiera oscuro. Y después de varias horas de pesquisa, incluso con una lupa de aumento, el cansancio acumulado, junto a las tensiones de la empresa, habían caído sobre él como una pesada losa invisible.

“Maldita sea” pensó. Si Takeshi se hallaba en lo cierto, tenía que reunir al consejo de la orden para llegar a un consenso aceptable…

Asqueado de permanecer sentado, el anciano se levantó y se dirigió hacia una enorme escultura femenina, colocada en un lateral de la sala y resguardada por una vitrina de grueso cristal. Todos los visitantes de su despacho le dedicaban alguna mirada furtiva, embelesados por la belleza y la fuerza que la figura reflejaba. Hasta Satoru, en una ocasión, se atrevió a preguntarle de su antigüedad.

Fudo solía decir que se trataba de una pieza de colección, procedente de la Europa del siglo quince. Una mentira que cualquier entendido en arte clásico hubiera descubierto de mirarla con ojo experto, incluso a pesar de que su estilo no coincidía con los cánones estipulados por la historia, y constituyendo la prueba irrefutable de que el pasado no tenía por qué concordar exactamente con lo que imaginaba el hombre actual.

—Oh, bella Cassandra —la llamó cuando se detuvo justo delante, leyendo una desgastada inscripción que había en la base, apenas perceptible.

La escultura le sobresalía una cabeza, midiendo casi el metro noventa de altura.

—Tú vaticinaste su caída, viste la perdición de Ilión cuando se convirtió en una Ciudad de Tiniebla, la primera documentada —reflexionó en voz alta, con una triste sonrisa dibujada en su arrugado semblante—. Ahora una nueva metrópolis te ha robado el título, después de muchas otras. Pero para nuestra desgracia, mi amada Délfica, es muy posible que sea la última de todas…

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Preludio Segunda temporada. Una reflexión Intranquila por Ramón Márquez Ruiz se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivar 4.0 Internacional.

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CAPÍTULO 10. UN ACONTECIMIENTO INTERESANTE

CAPÍTULO 10. UN ACONTECIMIENTO INTERESANTE

La verdad es que me pareció extraño —comentó el técnico de seguridad, con un deje nervioso en la voz.

Lo miré fijamente, percibiendo su incomodidad. Acababa de despedir a veinte personas de una tacada y entendía que aquello pusiera nervioso a cualquiera.

—Explíquese, por favor —exigí, controlando cada sílaba para contener la enorme irritación que sentía por dentro. Aunque sabía que en el fondo no lo conseguía tan bien como deseaba.

—Es… es una tontería, pero ha sucedido justo antes del… incidente…

“Fina manera de referirse a la ruina que llama a mi puerta” pensé, antes de sacar un cigarrillo de la pitillera y colocarlo en mis crispados labios.

—Señorita Stone, aquí… aquí no se puede…

Una simple mirada logró que el pobre hombre, que ya parecía estar al borde del colapso nervioso, dejara la frase incompleta.

—Relájese, por hoy ya hemos tenido suficientes fallecidos. Y escucho sus latidos desde aquí. ¿Dónde se ha captado eso que tanto le ha llamado la atención?

—En… en uno de los servicios de caballeros de la planta trece, señorita Stone.

“Fabuloso” pensé sarcástica, encendiéndome el pitillo. “Malditos ancestros” reflexioné asqueada. Si aquello era protección, íbamos muy bien servidos…

—Aquí… aquí —dijo el técnico, cargando el video. Éste se repitió de forma clónica en cada uno de los monitores que había frente a nosotros.

—Me gustaría verlo en grande, por favor.

El empleado se limitó a obedecer y como extra añadió algo de zoom.

La grabación se repartió entre todas las pantallas, volviéndose gigantesca. La cámara había captado a un usuario del baño, algo que me pareció relevante. Gracias a la ampliación de la zona deseada veíamos la espalda de un hombre que se miraba en uno de los espejos. Por fortuna el ángulo captaba su reflejo con bastante detalle, permitiéndonos distinguir a un chico joven y bien vestido.

—Accione el video, por favor —pedí con un tono resignado, incapaz de discernir qué de especial tenía aquel muchacho… a simple vista me resultaba guapo, pero muy común…

En ese momento sonó mi teléfono y lo descolgué tras mirar de quien se trataba, haciendo un gesto al operario para que esperara. Era Billy.

—¡¿QUE DIABLOS HA PASADO, MARLA?! Acabo de enterarme y estoy alucinado.

A pesar de saber que no me vería, una sonrisa se dibujó en mis labios.

—Créeme, yo estoy igual que tú. Sobre todo al enterarme de que nuestras cámaras de seguridad llevaban cerca de un año registrando varios escarceos amorosos entre trabajadores y que las grabaciones eran eliminadas, después de que una copia te fuera enviada a ti personalmente, por supuesto…

Se hizo el silencio al otro lado de la línea.

—Eres muchas cosas, Billy Stone Abrahams —volví a la carga, decidiendo no concederle más respiro—. Pero desconocía que también fueras un jodido pervertido. Tus proxenetas de porno han sido despedidos, por supuesto.

Varios ingenieros me miraron con disimulo, un gesto que logró agrandar el gesto de mi rostro. En aquel momento me sentía tan furiosa que todo me importaba un comino, incluso que un grupo numeroso de empleados escuchara una conversación tan privada como aquella. Además, poseían un alto nivel de inglés, por supuesto.

—¡No me juzgues, Marla! —exclamó él, con tono tajante—. No es de tu incumbencia. Y desde luego, la desgracia que nos ha acontecido hoy tampoco es culpa mía…

—¡Óyeme bien, maldito zoquete! —lo corté otra vez, antes de darle una profunda calada al cigarro—. Dos de nuestros asalariados han muerto fornicando como conejos en mi amado edificio de la Ciudad Condal. He invertido mucho esfuerzo en levantar Creytok Barcelona. Y como ésta catástrofe trascienda al exterior se va a convertir en una jodida mancha, una que nos va a costar millones. Y ahora mismo estoy muy, MUY enfadada.

Escuché como mi primo respiraba de forma agitada. Sabía que no servía de nada que me pusiera así, por no decir que incluso desde la distancia, me llegaba el hervir de su testosterona.

—Tengo que dejarte, Billy. Es un mal momento para gastar el tiempo contigo. Ahora déjame en paz, te informaré si hay progresos cuando considere que se me ha pasado un poco el enfado.

Colgué sin esperar respuesta y apagué la colilla en una planta cercana. Después, volví a prestar toda mi atención en los asuntos que debía atender.

El técnico me miraba rojo como un tomate.

—¿Ha oído la conversación, cierto? —le pregunté, dedicándole una radiante sonrisa.

El hombre se limitó a asentir con la cabeza. Noté las miradas de todos clavadas sobre nosotros.

—Perfecto —respondí, pensando en que iba a tener que limpiar la mente de unas quince personas. Aunque había constituido un desahogo que merecía la pena y unos cuantos billetes siempre detentaban el poder de comprar el silencio de cualquiera…

Miré la imagen de nuevo, estupefacta.

—Vuelva a ponerlo —pedí al técnico por quinta vez consecutiva.

El joven retrocedió a una velocidad muy reducida, causando un efecto extraño y mecánico, para terminar mirando a su reflejo con una cara de enfado monumental… se repitió la anomalía e indiqué al operario que le diera al pause…

“Oh mi Gosh”. En aquel momento sentí un desconcierto apabullante en mi interior, incrédula de lo que mis ojos captaban. Allí aparecía la maldita anciana que llevaba unas semanas quitándome el sueño, como si un especialista en efectos especiales la hubiera introducido de forma digital, sacándola primero de mi cerebro. Salía detrás del chico, blandiendo una escalofriante sonrisa en los labios. Y miraba directamente a la cámara, con dos orbes negros, oscuros y llenos de maldad… Hasta había provocado interferencias en la imagen… “Joder, es muy real” me dije casi angustiada. Había visto demasiadas cosas como para no saber discernir con claridad.

Bruja hermosa, volveremos a vernos…” recordé sus palabras, sintiendo un profundo escalofrío… Ahora sabía que los ancestros la habían colocado en mi órbita por algún motivo… “No puede ser posible…” cavilé para mis adentros. Y no era una mujer que creyera precisamente en las coincidencias. Volví a mirar la hora en la esquina inferior del vídeo, comprobando que coincidía con el incidente… “Esto se pone interesante…”

—¿Qué… que le parece? —preguntó el hombre, mirándome de reojo.

—Curioso, tenía mucha razón —respondí, controlando mi voz al máximo—. ¿Podría rebobinar un poco otra vez? Me gustaría ver la cara del chico.

El técnico obedeció sin rechistar y me fijé en el muchacho.

“No supera los 30. Es atractivo, pero del montón”. Mis ojos hicieron varios barridos en toda su silueta, pero no fue hasta que me centré más detenidamente cuando sentí un sutil cosquilleo. Vestía un traje que se veía claramente de calidad, y le quedaba como un guante. Yo era toda una experta en aquellas materias. Se notaba que iba cómodo, percibía su gusto, y eso solía ser innato.

“Probablemente lo ha heredado de una figura masculina importante, un progenitor, un familiar muy cercano o un tutor…” analicé, sintiendo una punzada interior. De repente recordé a mi padre… aparté el pensamiento con mano dura y seguí examinando al chico. Advertí en él algo de inseguridad y un enfado de mil narices, pero el resto parecía normal… “¿Quién diablos eres tú?”

—Está bien, ya es suficiente —solté, sacando otro cigarrillo y colocándomelo en los labios.

En aquel momento el operario me miraba fijamente, por lo que le tendí la pitillera ofreciéndole uno.

—No se preocupe, invita la jefa —espeté.

El pobre aceptó el ofrecimiento en silencio y me dio fuego, en un gesto que hubiera sido galán de no haberle temblado tanto la mano. No era para menos, esa vieja era capaz de asustar hasta al mismísimo Conan el Bárbaro.

—Quiero que haga una copia del video y me la mande. Luego, investiguen si ha habido algún hackeo del sistema y hemos sufrido un ataque. Pero antes que nada deseo saberlo todo, absolutamente TODO, de ese chico, ¿de acuerdo? Esa es su prioridad número uno.

Pese a ser una mujer eficiente me era imposible controlarlo todo, como por ejemplo el retraso mental de alguno de mis empleados. Justo como me temía, alguien había filtrado información del incidente mediante un tweet, con una terrible fotografía de regalo. Y como no podía ser de otro modo en una sociedad tan infecta y podrida como la nuestra, se había convertido en viral casi al instante. Cuando los de Twitter y Creytok reaccionamos y lo quitamos de circulación ya era tarde, había corrido como la pólvora…

—Parecen hienas —pensé en voz alta, parada frente a las puertas principales de mi edificio. Me dio la impresión de que deseaban arrancarnos las entrañas. Una multitud de flashes rebotaba incesante contra el doble cristal, haciéndome sentir una celebridad en un fotocall. “Malditos bastardos”.

—Que se mantenga la máxima seguridad hasta que yo lo indique. Prohíbe la salida y controlad el acceso —le pedí a Johansson, uno de mis altos cargos.

—¿Y qué hacemos con los periodistas?

Lo miré antes de responder. Siempre me había encantado su estilo, con sus trajes de tres piezas y su cabello canoso y espeso, engominado hacia atrás, como un actor de cine clásico. Él no lo sabía pero andaba en mi lista de futuribles Andros Pater, en caso de que fuera necesario. Aunque antes, barajaba la opción de una aventura. Sabía que me deseaba en silencio, pese a ser un marido perfecto. Algo que me divertía.

—De momento nada, deja que se aplasten unos a otros ahí fuera o que se ahoguen bajo el aguacero, es mejor no darle excusas a la prensa. Si se vuelven pesados, ya me encargaré yo personalmente.

—¿Y con el chivato? He de admitir que me extraña que solo haya habido uno…

Le puse bien el nudo de la corbata en un gesto coqueto.

—Queda a tu cargo —contesté, dándole unos suave toquecitos en la mejilla—. Harías bien en aconsejarle que buscara a un buen abogado. Le van a quedar pocas ganas de redes sociales cuando acabemos con él, te lo aseguro. Ahora he de atender algunos asuntos de urgencia, encargaos vosotros. Y si tenéis dudas sobre algo, llamad al pornógrafo de mi primo.

Johansson me miró arqueando una ceja y se marchó, dejándome en el vestíbulo. “Malditos periodistas, ni siquiera la tormenta que nos cae encima consigue que se disipen. Hay que admitir su tesón” me dije, esbozando una sonrisa, antes de partir al encuentro de tal vez, un nuevo amigo. Ya había ojeado con creces su historial, por lo que me sentía preparada para conocerlo. Los ancestros podían ser retorcidos, pero casi nunca cometían errores…

—El Sr. Dédalo, Darío Dédalo…

Nada más llamarlo el chico se levantó y vino hasta mí haciendo un gesto impulsivo con el brazo, para remarcar que era él. He de admitir que al natural, ganaba mucho, pese a no dejar de parecerme un joven como cualquier otro. Luego nos dimos la mano de forma cortés. “Creo que no me ha reconocido” reflexioné satisfecha. Con un poco de suerte la entrevista iría como la seda y podría sacar algo de información.

—Sígame, por favor —le indiqué. Él obedeció sin rechistar y caminamos en silencio por varios pasillos, hasta llegar a las oficinas de uno de mis altos cargos, que me había cedido para la ocasión. Nunca solía llevar a nadie a la mía, a menos que fuera especial.

En todo el trayecto noté sus ojos clavados sobre mi espalda y supuse que le gustaba el escote de mi vestido.

—Por aquí, caballero —le indiqué que entrara, tras abrirle la puerta.

Dédalo reaccionó mirándome de forma escrutadora e hizo caso de nuevo. Y en aquella ocasión fui yo la que se fijó en su culito. El pantalón le quedaba perfecto, y pese a llevar la americana bajo el brazo, supuse que se ajustaría a su cuerpo de igual modo. Entonces me fijé en el paño, que me pareció de calidad.

Aunque me cueste admitirlo, de mi abuelo aprendí algunas cosas buenas, como a distinguir los detalles excelsos, algo totalmente necesario en un mundo como el mío. “Tiene mejor gusto que varios multimillonarios que conozco” pensé. “Y seguramente, mucho menos dinero…”

—Antes de nada me gustaría decirle que lamento todo lo que ha sucedido, no ha debido de ser agradable —le dije, aprovechando su silencio.

Él me miró y percibí un sutil atisbo de sonrisa, que se quedó a medio camino.

—Gracias —respondió.

—¿Le importa si nos dejamos de tanta cordialidad? —le pregunté sonriente—. Aparentas rondar los veinti algo, ¿me equivoco?

Sabía perfectamente su edad, pero necesitaba abrir una brecha de comunicación. No podía pasar por alto el espectáculo del que había sido testigo, por lo que había decidido andarme con cuidado.

—Mañana cumplo los treinta.

—Vaya —dije, aparentando estar afectada. Siempre me había dicho a mí misma que podría haber sido actriz en vez de prostituta del diablo, tal y como me llamaba mi queridísimo abuelo cuando andaba furioso conmigo. “Gracias grandpa, espero que ardas en el infierno” pensé al recordarlo—. Lo lamento muchísimo, que haya sucedido algo como esto casi el día de tu cumpleaños no ha de ser alentador…

—¿Puedo hablarle con propiedad?

—Claro, tutéame; me llamo Marla.

Noté que Darío me escrutaba un segundo, como si le hubiera sonado mi nombre. Pero me sentí satisfecha al comprobar que seguía sin reconocerme. Y no pude evitar el preguntarme hasta que punto mis trabajadores de Barcelona conocían la historia de la empresa, pese a que en aquel instante me pareciera una ventaja. Analicé sus movimientos, su manera de expresarse, sus rasgos, que se me antojaron tiernos, con la barba bien arreglada… había algo en él que me gustaba, una energía pura que contrastaba muchísimo con la infame presencia que habían captado las cámaras en el baño de la planta número trece…

—Encantado —me respondió, lanzándose un poco. Percibí que necesitaba desahogarse—. Es una soberana putada, en sentido literal. Aunque lo hubiese sido de todos modos cualquier otro día.

—Comprendo; tengo entendido que fuiste uno de los que encontró… la escena, digamos.

Él asintió y se quedó absorto en sus propios pensamientos durante unos segundos.

—¿Estás bien? —le pregunté.

El chico dio un respingo.

—No —contestó, sorprendiéndome por su sinceridad.

Entonces nos miramos a los ojos y me quedé absorta, pues había algo en su forma de observarme que me transmitía calor, una sensación que me recordaba a papá… Hacía mucho tiempo que nadie lograba remover esos recuerdos, solía mantenerlos encerrados en el fondo de mi mente para no sentir dolor… Blandí los pensamientos con mano dura para regresar al presente. El vídeo no engañaba… “¿Qué diablos tienes en común con esa cosa?” me pregunté intrigada. Aquel chico comenzaba a constituir un auténtico enigma para mí…

Necesité reaccionar y me fijé en la mancha de su camisa. Varios testigos y cámaras de seguridad habían grabado un suceso momentos antes del accidente. Resultó que nuestro fallecido del día era el jefe de Dédalo y para más inri había mantenido una fuerte disputa con él momentos antes de morir. Cuando leí aquel detalle en el expediente sentí un nudo en la boca del estómago, ya que eso podía ser un detonante que explicara la expresión de enfado monumental captada en el baño, antes de la aparición estelar de la cosa… y al regresar a la sala de control y ver la grabación, mis sospechas no hicieron otra cosa que reafirmarse, pues el difunto le había tirado al chico un café caliente con una clara premeditación…

—¿Y esa mancha? —le pregunté pasados un par de minutos, fijándome en el lamparón.

—El señor De Felipe me tiró encima, y a mala fe, un café hirviendo.

—Veo que hoy esta empresa ha amanecido fatal… —reflexioné en voz alta—. Algunos de tus compañeros me han hablado de cómo era ese señor. Y he de admitir que me ha sorprendido…

No conocía al finado en persona pero atesoraba un expediente abarrotado de abusos de poder, pese a que ser familiar de un alto ejecutivo siempre le salvaba el trasero, un dato que me desagradó y del que me hallaba dispuesta a pedir explicaciones. Creytok tenía que dar una imagen intachable, no consentía que ningún cretino tirara por tierra mi laborioso trabajo. Aunque a todo cerdo, tarde o temprano, le llegaba su sanmartín. “Tal vez cabreó a algo demasiado oscuro para él” reflexioné, volviendo a centrarme en Darío, que seguía sin mostrar indicios de absolutamente nada que fuera perturbador. Hasta lo notaba afectado…

—De Felipe era un cabrón. Disfrutaba torturando psicológicamente a sus subordinados —dijo el chico—. Cada mañana escogía a un par de personas y les hacía pasar una jornada infernal. Hasta ha llegado a embestirme en un pasillo, a lo toro salvaje… Pero morir así…

Se pasó la mano por la barba, como intentando dominar sus emociones. Noté su tristeza y sus ganas de romper a llorar, otro dato que me desconcertó.

—Y que puedes decirme de la otra víctima, de Ángela Sánchez —quise saber.

Él reaccionó al escuchar aquel nombre. “Así que lloras más por ella que por tu jefe” me dije, sospechando que aquello iba a ser lo único turbio de la charla.

—Que no se merecía ese final; vamos, ninguno de los dos, aunque ella todavía menos. Creo que nadie sospechaba que mantenían una relación…

“Necesito algo más” me dije; una reacción, un indicador…

—Ambrosio De Felipe estaba casado y tenía cuatro hijos, dos de ellos menores de diez años.

El joven me miró a los ojos, sorprendido.

—Genial —dijo a continuación, quedándose absorto en el ventanal…

No había nada de nada, ni un triste cambio en su energía. Percibí que se sentía mucho peor, por lo que intenté reconfortarlo. Sí, había algo en él que me gustaba, que sacaba una parte tierna en mí. Y eso me intrigaba sobremanera.

—No ha sido culpa tuya, ¿Lo sabes, verdad?

—Lo supongo —me contestó—. Que yo sepa no controlo cortocircuitos en edificios o algo por el estilo. ¿Ya se sabe que ha sucedido?

Negué con un gesto de cabeza.

—La investigación sigue en curso, pero se sospecha a que se debe a un fallo en el sistema eléctrico, algo que no debería haber sucedido, desde luego, y mucho menos en una inversión tan cara como esta. Créeme si te digo que lloverán demandas millonarias a los posibles responsables.

Me permití el lujo de bromear sobre el tiempo y percibí que le había hecho gracia.

—Vaya.

—¿Puedo hacerte una pregunta personal? —inquirí.

Él asintió.

—Bueno, no deseo preguntar nada, sólo siento curiosidad; tu apellido es muy pintoresco.

—Gracias. Mi padre era un hombre con un extraño sentido del humor; pero me inscribió en el registro con el de mi madre, poco después de que falleciera.

Lo miré a los ojos, sin pestañear. Por lo visto era tan huérfano como yo. Había leído en su expediente que su progenitor había fallecido de cáncer hacía poco tiempo y me di cuenta de que seguía bastante afectado. Yo sufrí lo indecible cuando perdí al mío…

—Lo siento mucho, no quería remover más energías negativas… —dije con total sinceridad…

Darío me volvió a mirar de esa forma tan suya.

—¿Ahora puedo preguntarte yo algo? —soltó; noté que había sido impulsivo.

—Depende de lo que sea no pienso responderte, queda claro.

—¿Eres inglesa?

“Veo que no soy la única que siente intriga” reflexioné. Pese a que hablaba un español perfecto en ocasiones se me notaba un ligero deje anglosajón,  muy escaso.

—No, la verdad es que soy americana. Aunque mi padre era un barcelonés afincado en Madrid, por lo que desde pequeña me machacaron mucho con el idioma; y lo cierto es que me encanta.

—Genial… me parece muy acertado no perder las raíces. ¿Y cómo acabaste siendo psicóloga de Creytok?

Me quedé de piedra por unos instantes y me puse seria, intentando percibir si me tomaba el pelo. Pero entonces lo comprendí. “Debería haberme presentado, que estúpida” me regañé. Él no se hallaba en un buen momento precisamente, y yo lo había ido a buscar al mismo tiempo que los psicólogos atendían a los afectados por la tragedia. “Psicóloga, oh my Gosh…” No quise hacerlo, pero se me escapó una sonora carcajada que lo dejó aturdido…

—Lo siento Darío, no pretendo ofenderte, de verdad —intenté explicarme, esforzándome sobremanera para dejar de reír—. Tu planteamiento me ha dejado fuera de combate, aunque lo entiendo a la perfección… No soy psicóloga.

—¿Ah, no?

—Vuelvo a disculparme, vas a pensar que soy idiota o algo por el estilo. Me llamo Marla Stone…

Entonces el chico me miró a los ojos, al mismo tiempo que una expresión de sorpresa se dibujaba en su rostro, haciéndome ver que reconocía mi nombre completo… Por lo visto sabía de mi existencia, después de todo…

—Y soy la propietaria de Creytok —añadí, tendiéndole la mano…

Miré a través del ventanal de mi despacho, quedándome absorta en las vistas de una Barcelona esplendorosa y empapada. Mi cabeza no paraba de analizar varias cosas al mismo tiempo, dándome una sensación de embotamiento mental…

Por un lado me atormentaba el caos mediático que se había formado sobre mi amado edificio de la Ciudad Condal. “Esto nos va a costar mucho” pensé asqueada. Había disfrutado de lo lindo solucionando el indeseable problema del asedio a mis puertas, más aún al ver la eficaz labor de la policía… Entonces mi mente cambió de dirección, retornándome a aquel indómito lugar oscuro que había visto en el último círculo, del que había brotado aquella maldita cosa…

“Y ahora la he tenido en mi propia casa” reflexioné, sintiendo un profundo escalofrío… “¿Y si lo que ha sucedido hoy ha sido para conducirme hacia el chico?” Desde luego, todas las piezas que había sido capaz de reunir indicaban justamente eso, incluso a pesar de que la entrevista con el señor Dédalo no había resultado como esperaba. Durante todo el rato no logré captar ni un sólo índice oscuro, algo que me intrigaba sobremanera.

“Tanto el encontronazo con el fallecido y Dédalo en los pasillos coinciden con las grabaciones del servicio de caballeros…” Para mi desgracia, las cámaras de la sala de las fotocopiadoras de la planta trece habían dejado de captar nada unos segundos antes del suceso, como por arte de magia. Y yo no creía en las coincidencias…

Entonces, sin saber por qué, recordé la expresión de sorpresa de Darío cuando lo invité a cenar… Por principios, jamás solía ser tan lanzada; normalmente prefería que fueran los hombres los que se arrojaran sobre un campo de minas, brindándome el privilegio de juguetear. No obstante el caso de mi nueva amistad era distinto, pues ambos sabíamos que me hallaba a muchos planetas de distancia en la escala social, tanto, que me vi forzada a ser yo quien arrojara el lazo.

Y lo cierto era que el chico, por sí mismo, me atraía pese a no saber discernir exactamente por qué. Tal vez fuera por su naturalidad, o su cálida ingenuidad, o tal vez porque mi instinto lo señalaba y lo veía como una caja de sorpresas o un cubo de Rubik. El caso era que me había decidido a seguirle la pista bien cerquita…

Hastiada de pensar tanto aparté las cavilaciones a un lado y me volví hacia mi despacho, para contemplar el paquete que habían dejado un rato antes, bien colocado sobre mi escritorio. Ya habían transcurrido unos cuantos días desde que se lo solicitara a Billy, y mi primo siempre cumplía su palabra, pese a tener una infinidad de defectos…

“Creo que ya va siendo hora de mirar lo que hay dentro” pensé, caminando lentamente hacia él. El día había sido tan jodido que podía considerarlo casi como un presente de consolación. Leí la etiqueta de disculpa que había escrito y la tiré a la basura. Luego, lo desenvolví hasta dejar al descubierto una caja bastante grande de metal, ornamentada con motivos rojos y clásicos que le daban un toque vistoso. Al quitar la tapa, los cuatro lados se abrieron como una flor de loto cuadrada, mostrándome su valioso contenido…

—Hola guapo —saludé a la cabeza de mi asociado muerto, que había caído junto a su séquito hacía poco.

En su mirada y en sus rasgos quedaba patente una congelada expresión de terror absoluto, algo que en vivo contrastaba más que en las fotografías…

Le acaricié la mejilla y sonreí, pensando en el mito de Salomé y Juan Bautista… Aunque yo no era ninguna princesa, y él, ni mucho menos un santo…

—Siento que te hayas muerto así, pero eras un tremendo bastardo y te lo merecías… No obstante mis servicios no deberían haber fallado…

Ya iba siendo hora de averiguar quién había cometido el craso error de ir aniquilando a mis asociados premium. Debía admitir que en el fondo, una parte de mí deseó que ella existiera, pese a sentirme desbordada de problemas. Eternal la llamaban las malas lenguas. Tal vez no fuera un personaje de leyenda, tal y como insistía todo el mundo…

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CAPÍTULO 9. EN UN RINCÓN OSCURO DE LA MENTE (PRIMERA PARTE)

CAPÍTULO 9. EN UN RINCÓN OSCURO DE LA MENTE (PRIMERA PARTE)

Al llegar a mi puerta e introducir las llaves me di cuenta de que no estaban echadas. Entré en mi apartamento, topándome con las luces de la cocina/comedor encendidas y con Mercè dormida en el sofá. La miré unos segundos antes de dejar la cartera en el colgador y mientras me quitaba el abrigo, ella despertó de repente, asustándose al verme.

—¡Merda! —gritó, llevándose una mano al pecho—. ¡Darío, me has asustado!

—Pues menos mal que ésta es mi casa —le dije, con un amago de sonrisa. Me sentía agotado, cansado de verdad, incluso demasiado hecho polvo como para hacer algo tan sencillo como sonreír. El viaje hasta Mataró me había matado y los asientos del autobús, absorbido la escasa energía que me quedaba.

—Tienes mal aspecto —me dijo ella, levantándose de golpe—. Anda, ven aquí.

Mercè abrió los brazos y una vez liberado del abrigo y del paraguas acepté el gesto de buen grado.

—Ha debido de ser horrible —me dijo a continuación, después de darme un beso en la mejilla.

—Sí, en general ha sido un día muy feo.

Entonces ella me sonrió y dedicó una mirada a mi camisa, viendo la mancha que la ensuciaba.

—¿Y eso? —quiso saber, arqueando una ceja.

—Mi jefe me tiró un café caliente encima. Lo malo es que el muy cret… —de repente me golpeó la realidad y la idea de insultarlo me pareció horrible. “Joder, pobre diablo”. “Y Ángela…”— Mi… mi jefe manchó la corbata preferida de padre…

—Oh, maleït imbècil —dijo ella en catalán, sin miramientos—. Bueno cariño, me la dejas luego y mañana la llevo a una tintorería que conozco…

—Mercè, mi jefe es el que se ha electrocutado hoy.

—Oh, ¡OHHH!… Vale, ya… Pues vaya.

La mueca de culpabilidad que se dibujó en su cara logró arrancarme una sonrisa. Siempre había sido una buena mujer. Con una mala leche de escándalo, pero una persona genial.

—De Felipe, es cierto, ha salido en las noticias…

—Has de explicarme lo que ha pasado en la calle —le sugerí, reprimiendo un cansado bostezo mientras me rascaba la parte trasera de la cabeza. Me notaba enturbiado, como sumergido en un aura insana y tensa.

—Mira, he traído dos botellas de vino tinto. ¿Por qué no te duchas, te pones cómodo y pedimos al japonés que tanto te gusta? Cenando, hablamos de lo que quieras.

—Es a ti a quien te vuelve loca ese japonés —le recriminé. Sin venir a cuento, la imagen de las piernas de Ángela temblando detrás del cuerpo del boss me sacudió, cortándome la respiración. Y la idea del vino me pareció acertada, muy, muy acertada.

—¡Pero si te encanta el sushi! —se defendió Mercè.

Eso era verdad, no lo podía rebatir. Me encogí de hombros, intentando no pensar más. Comenzó a dolerme la cabeza, por lo que me fui directo al baño, dejando a mi madrastra en el diminuto salón, marcando a la velocidad del rayo el número de su restaurante favorito.

El agua caliente me relajó tanto que cerré los ojos y por un momento creí encontrarme en el paraíso. El recuerdo del suceso revoloteó de nuevo por mi mente, pero conseguí cerrarlo. “Piensa en otra cosa…” me regañé. “En cualquier otra cosa…” Intenté imaginarme un cielo azul, moteado de pequeñas nubes blancas que se desplazaban en la inmensidad de forma perezosa; pero las piernas de Ángela volvieron a la carga, junto al constante repiqueteo de la hebilla del cinturón del boss… Noté otra vez aquel hedor a carne frita de fotocopiadora… Una arcada me sorprendió. “Joder” me dije, pasándome los dedos por la nariz. Cerré los ojos intentando no pensar en nada, pero el ansia ya era irrefrenable, por lo que acabé vomitando sin control.

“Te di lo que pediste, mi amor”

“¡Mierda! ¡¿Qué?!”

“Ahora formo más parte de ti…”

Seguí regurgitando hasta que ya no había nada que expulsar. “Qué diablos ha sido eso?” pensé, dándome cuenta de que me sentía un poco mareado. “Es un trauma, tengo un trauma, es eso”, reflexioné mientras dejaba que el agua se llevara los restos de la vergüenza. 

Luego agarré la toalla que había dejado colgada de un gancho y me sequé con enérgicos movimientos, antes de salir de la ducha. El vaho imperaba en el ambiente; limpié el espejo con el brazo y miré mi reflejo, soltando un prolongado suspiro. El cansancio y el asqueo se reflejaba en cada palmo de mi cara. “Felices treinta” me dije, intentando esbozar una sonrisa. Pero no me sentía nada feliz. Ángela, Ángela sonriendome al pasarle unos documentos, Ángela contandome un libro que le había gustado, Ángela, Ángela.

Vi como mis ojos se iban empañando poco a poco hasta que comencé a llorar de manera silenciosa, pensando en la guapa que había sido; y la recordé aquella misma mañana, ataviada con su vestidito negro y los taconazos de infarto… “Qué jodida e injusta puede llegar a ser la vida”. 

Me lavé las lágrimas con agua fría y volví a mirarme en el espejo. Entonces recordé a Marla Stone, lo único decente que había tenido en aquel día de locos. Y como me había hecho sentir, incluso por encima del agobio y el dolor… “Increíble”. En el bolsillo de la americana guardaba una tarjeta con su número y la dirección de un restaurante francés de Barcelona, uno de los elegantes y caros. Contra todo pronóstico, la dueña de un imperio se había interesado en un trabajador como yo, un chico del montón. 

“No seas ingenuo” escuché mi voz crítica. “Hay intereses ocultos.” “¿En mí?” me habló otra parte de mi cerebro. “SI, sí, claro campeón…” Por más que me revenara los sesos no se me ocurría qué podía tener yo de interesante para aquella mujer. Seguro que la señorita Stone había acompañado a magnates de cuerpo escultural y forrados. No era que me considerara feo, pero sí un tipo común. Y desde luego, de fortuna no iba precisamente muy bien servido.

“Para mí eres un ángel” me sacudió el pensamiento repentino. Sentí una presión en el pecho, me noté jodidamente incómodo. Reconocí la voz… era la misma que me había susurrado en los lavabos de Creytok… Me sobrevino otra arcada y respiré lentamente, conteniéndola. “Necesito desconectar” reflexioné. Entonces recordé que Mercè me esperaba en el comedor, con dos botellas de vino, que a bien seguro serían de las buenas. «Suerte que Mercè tiene un buen paladar” reflexioné, saliendo del baño.

Al entrar en mi pequeño comedor descubrí la cena bien colocada en la mesa.

—Ya tenemos aquí nuestra deliciosa comida japonesa —dijo Mercè con tono jovial, nada más verme, regalándome una sonrisa— ¿Estás mejor, cariño?

—Bastante —respondí, logrando devolverle el gesto sin esfuerzo. Aunque por dentro no me sentía demasiado convencido.

—¿Vino?

—Oh, sí.

Ella soltó una risita y me llenó una copa. La acepté y le di el primer trago, saboreándolo e intentando discernir la calidad. Pero mi paladar no era demasiado fino, al contrario que el de mi padre, que intentó educarme en algunos aspectos con escaso éxito… Al pensar en él necesité verlo y me planté delante del pequeño mueble de la entrada, sobre el cual había varias fotografías.

Mi progenitor me miró desde el papel, con su radiante sonrisa y su pose de galán tan característica, a lo actor cásico de cine. Sentí un nudo en la garganta. “Te echo mucho de menos, papá. Seguro que en un momento como éste, me habrías dicho un par de animaladas para relajarme y nos habríamos reído como posesos”.

Entonces, sin saber por qué, desvié mi atención a la imagen del marco de al lado, estudiando los rasgos de la difunta familia de Mercè. A pesar de no haber conocido ni a Hugo ni a los niños, las expresiones risueñas y felices de aquella fotografía siempre habían tenido el poder de cautivarme. Los críos se parecían mucho a su padre, aunque tenían rasgos indiscutibles de mi madrastra…

—Sabes —me sorprendió ella, apareciendo junto a mí—. Siempre te he agradecido sin palabras que te llevaras esta foto de mi casa y la pusieras aquí.

Ambos nos miramos a los ojos y nos sonreímos, antes de chocar suavemente nuestras copas en un brindis silencioso.

—Me hubiera encantado conocerlos.

—Estoy segura de que a Hugo, tanto tú como tu padre le hubierais encantado. Era un hombre maravilloso, mi primer amor, el irrepetible y el padre de mis hijos. Luego, bastante tiempo después, apareció un caballero canalla y seductor, que se topó con la horma de su otro zapato y que me volvió loca por ser el primer hombre en volver a comprenderme de verdad. Y más sorprendida todavía quedé al descubrir que aquel galán empedernido tenía un vástago y era tan viudo como yo…

Nos reímos al mismo tiempo.

—Su relación conmigo era muy abierta, hablábamos casi de todo. Y me contó cómo os pasasteis dos días intentando seduciros, en un tira y afloja monumental. Te llamaba “La rubia salvaje”.

—Lo sé, me tenía frita con ese mote. ¿Cenamos? Tengo mucha hambre…

—De acuerdo. Pero quiero que me cuentes con pelos y señales todo lo que ha sucedido en la calle mientras yo estaba en la oficina…

Tras cederle el último maki a Mercè como todo un señor, me recosté en la silla hinchado de tanto sushi. Ella masticó la delicia de arroz y salmón lentamente, degustándolo, y me rellenó la copa vacía con más vino.

—Estaba todo delicioso —dije, rompiendo la quietud del momento—. Muchas gracias por invitarme a cenar.

—De nada guapo, los treinta solo se cumplen una vez. Y ya veo algunas canitas por ahí arriba…

“A parte de un poco de panza” pensé.

—¿Y se ha filtrado quien lo twiteó? —quise saber, volviendo al tema que me interesaba. Mercè había alucinado con mi relato del día. Y yo no podía creerme el lío que se había montado en la calle.

—Y tanto —me contestó ella—. Un tal AitorPenades, o algo así. ¿Te suena?

—Para nada —dije, después de pensar unos instantes.

—Se le va a caer el pelo. Míralo en el Twitter, ya lo verás. Creytok ha intentado taparlo pero ha corrido como la espuma… Eso sí, la identidad de las víctimas siguen siendo un secreto. Pobre chica, por Dios… Y bueno, el cabrón de tu ex jefe…

Volví a dar un trago. “Ángela no se merecía un escándalo como éste, no se merecía morir así… ni siquiera el boss…”

—No soy un tipo de redes sociales, así que no tengo cuenta en ninguna de las dos.

—Joder Darío, así no encontrarás ni mujer. ¿Quién diablos no tiene una maldita cuanta en Facebook o en Twitter?

La miré encogiéndome de hombros.

—Bueno, eso es algo que solucionaremos en breve —alegó Mercè, levantándose —. Voy un momento a casa a buscar unas cosas. Puede que tarde, no lo sé —añadió, guiñándome un ojo.

—Al menos eres mi vecina —argumenté, poniendo una mueca.

—Y tu casera guapo, no lo olvides. Así que no te pases de listo… Y por cierto… no mires en la nevera, ¿Vale?

Me reí con ganas, intrigado, y vacié la copa de un trago.

Mercè me sorprendió desobedeciendo su petición, vencido por la etílica curiosidad que sentía.

—Te dije que no hicieras eso —soltó ella, con un tono cargado de resignación.

—Madre del amor hermoso —le dije, hipnotizado por la tarta—. Entre todas las malditas formas que hay en este mundo perdido de la mano de Dios… ¡HAS IDO A ESCOGER LA DE UNA MALDITA FOTOCOPIADORA!

Las dos piernas de Ángela volvieron a herir mi mente. De nuevo me hallaba viendo aquel espectáculo grotesco… Percibí  el hedor a carne quemada…

—Lo siento mucho, cariño —oí las disculpas, con un tono afectado—. Como trabajas en una oficina… La encargué la semana pasada y la he ido a buscar esta mañana, no sabía los mórbidos detalles del día… y cuando me lo has contado durante la cena me he quedado como loca…

Cerré los ojos, intentando no pensar y bloquear los recuerdos. Me sobrevino una arcada pero la contuve y respiré lentamente, calmando mi agitada cabeza. Un minuto después todo volvió a su sitio y aliviado me volví para mirarla, descubriendo que iba cargada con tres paquetes muy bien envueltos y una botella de un wisky japonés.

—No pasa nada, no te preocupes —le dije, arrepentido de mi actitud. Cerré la puerta de la nevera y la abracé, antes de darle un beso en la mejilla—. Hoy me siendo muy raro…

—Tranquilo, lo entiendo. Ya son las doce, así que… ¡Felicidades, treintañero! Vayamos al sofá, esto es para ti.

Abrí el primer regalo intentando tener ilusión, pero los acontecimientos del día me habían dejado con la energía de un ladrillo. Tras varios intentos logré atisbar su secreto contenido.

—Muchas gracias, es muy bonita —solté, poco convencido. La camisa no era fea del todo, pero el estampado de cuadros rosas y blancos no acababa de convencerme.

—Oh, no te gusta —dijo mi madrastra, dando un sorbo a su vaso. Los hielos tintinearon contra el cristal, creando un sonido hipnótico—. Coincidí en el probador con un chaval que se la enseñaba a su novia, y al vérsela me encantó como quedaba puesta. Yo creo que ligarás seguro, a las mujeres nos gustan los hombres sensibles.

—¿Y éste color quiere decir eso? —pregunté, riéndome por su comentario. Entonces noté un bulto entre las telas y la desplegué, topándome con una caja de condones.

—¡Ese era el regalo sorpresa, cariño! —exclamó Mercè, chasqueando los dedos.

Los dos estallamos en una sonora carcajada. Mi relación con aquella mujer no era formal. Más que con mi madrastra, en muchas ocasiones me sentía acompañado de una amiga, con mucho instinto protector y maternal, pero pasado por un alocado y divertido filtro.

—Ya sé por qué llevas un tiempo sin levantar cabeza, chavalote —alegó ella, imitando un tono que añorábamos muchísimo, el de mi padre—. Te falta mojar el pizarrín…

Me reí al escucharla y le di un beso en la mejilla.

—Llegué a odiar que me dijera eso, pero ahora lo echo tanto de menos —alegué a continuación.

—Te quería con locura Darío, muchísimo. Eras lo más importante para él… —le tembló la voz—. Y en ocasiones disfrutaba enfadándote, ya lo sabes. Toma, abre el segundo, venga…

Dejé la prenda y los profilácticos a un lado del sofá y obedecí sin rechistar, un poco más enérgico. El papel apenas opuso resistencia y en pocos segundos me encontré mirando la caja de una Polaroid, que venía con un paquete de papel especial. Huelga decir que el segundo presente me encantó más que el primero. Aunque los condones nunca estaban de más…

—¡Que pasada! —exclamé.

—Al verla me pareció una idea original.

Abrí el envoltorio y saqué la cámara, para examinarla.

—Papá tenía una cuando era pequeño —sonreí al recordar aquello—. Un día se me cayó y se rompió, quedando muy hecha polvo.

—Lo sé cariño, él me lo contó hace tiempo. Supongo que me acordé de esa anécdota y cuando la vi, supe que era para ti.

Ella bebió un poco de whisky en silencio, hasta que se decidió a hablar.

—Y tu tercer regalo…

Noté algo en su tono de voz, como si no estuviera convencida. Entonces miré a su lado y vi el paquete que todavía no me había dado, dándome cuenta de que lo había colocado alejado del resto. “Que extraño” me dije, observando como lo cogía y me lo daba.

—Muchas gracias.

—Lo he querido reservar para el final porque tiene algo de historia. Así que antes de que lo abras, quiero que me escuches atentamente.

Asentí con un gesto de cabeza y dejé las manos quietas, intrigado por el giro de los acontecimientos. “A lo mejor me está tomando el pelo” pensé. Pero captaba varios detalles en la actitud de Mercè que me indicaban todo lo contrario.

—Éste regalo me lo dio tu padre un poco antes de que se nos fuera. Y me hizo prometer que te lo daría cuando te viera preparado para recibirlo… Y vaya, la verdad es que me ha costado mucho decidirme. El año pasado estuve a punto de hacerlo, pero no sabría decir por qué, al final no me atreví.

Sentí como mis ojos se humedecían al recordar aquellos días, en la casa de campo que mi madrastra tenía por Gerona. Fueron los últimos que papá pasó con nosotros… “No pienses, Darío, ahora no”.

—¿Que es? —dije, aprovechando que ella hacía una pausa.

—Son las únicas pertenencias que él guardó de tu madre tras su muerte.

La miré con los ojos muy abiertos.

—¡Venga chavalote! —me instó ella, volviendo a imitar a papá.

—Joodeeer.

Me entró una corriente de energía por todo el cuerpo y me temblaron las manos antes de que se volvieran locas con el papel, al que no mostraron ninguna piedad. De repente había dejado de ser un adulto de treinta años para convertirme en un niño asesino de envoltorios en el día de reyes. “¡Esto es de mi madre, son sus cosas!” me dije alucinado.

Observé los dos objetos, dándome cuenta de que se trataba de cosas independientes entre sí. El libro tenía una pinta antigua y extraña, y en aquel momento no supe decir por qué, pero hasta el tacto me desagradaba, provocándome una sensación incómoda. Las cubiertas parecían de piel curtida, añeja, muy muy añeja, cosida con mucho esmero, tanto, que las costuras se asemejaban a cicatrices bien curadas.

—Lo sé —me dijo Mercè—. El aspecto es abrumador…

La miré a los ojos y dejé a un lado la bolsa de terciopelo que lo acompañaba, para examinarlo mejor. “Desde luego, es intrigante…”

La guarda estaba amarilla y raída, y al pasarla, la página crujió de forma desagradable, mostrándome que faltaba un gran trozo de hoja en el lado izquierdo de la portada, fragmentando el título y borrando el nombre del autor.

—Icon —leí las únicas letras que quedaban. Observé que la tipografía era grande y con cuerpo, llena de detalles. Al instante supe que posiblemente había sido escrita a mano…

—Es curioso, parece antiguo —musité.

—Lo es, aunque no sabría decir cuánto. Durante un tiempo insistí a tu padre para que lo llevara a un tasador, o a un especialista —suspiró—. Pero el muy cabezota se negó en rotundo. Me dijo que se trataba de un ejemplar escaso y muy valioso, y que no le interesaba que nadie supiera que lo tenía. Cuando me lo dio para ti, me hizo prometer que no se lo enseñarías a nadie.

—Vaya —solté, centrando de nuevo mi atención en el libro.

Pasé un par de páginas para darme cuenta de que mi primera impresión sobre la portada seguía siendo acertada. Todo él parecía haber sido escrito de puño humano, con una caligrafía contundente y pequeña. Estudiando el texto con mayor detenimiento descubrí que una parte de la redacción era en latín. E identifiqué que la otra, sin ser un experto, debía ser árabe o algún idioma similar.

Seguí pasando las hojas, percatándome de que todo el tomo se hallaba repleto de detalles e ilustraciones magníficas, pero aterradoras… Entonces, algo en mi interior logró que me parara en una página en especial y mi atención se centrara en un fragmento apartado del resto. La imagen de una mano de humo o vapor, que surgía de las profundidades de un ornamentado espejo, lo rodeaba, otorgándole un toque siniestro.

—Qui iam reliqui quod essentia rursum trans fretum poscere iustitiam vita adempta —leí en voz alta, casi de forma inconsciente. Noté una chispa eléctrica en los labios y un escalofrío por todo el cuerpo.

Mercè se sobresaltó.

—¡Por Dios Darío, no leas eso así! Ha sonado fatal, como un hechizo o algo similar.

—Lo siento, no sé qué me ha pasado —me disculpé, cerrando el volumen—. El librito parece haber salido del decorado de una película de terror.

—Yo pensé lo mismo cuando lo vi por primera vez. ¿Otro Whisky?

—Si, por favor. ¿Y lo que hay ahí también da grima?

Mi madrastra pareció relajarse.

—Averígualo —contestó, llenándome el vaso.

Acepté el reto y dejé el libro sobre la mesa, antes de coger la bolsa de terciopelo. Deshice el nudo de la apertura e introduje la mano, palpando un cuerpo de metal. Saqué el objeto con cuidado, satisfecho al ver que se trataba de un joyero de plata. Tras colocarlo sobre mi regazo, lo abrí sin miramientos, descubriendo que en su interior había un extenso zaco de cartas, con un precioso estampado en el reverso. Parecían antiguas, aunque bastante más recientes que el tocho siniestro.

Comencé a examinarlas, dándome cuenta de que se trataba de una baraja de tarot, con unos dibujos preciosos y barrocos, pintados con tal profusión de detalles, que cada naipe se transformaba en una obra de arte.

—¡Son increíbles! —exclamé, un poco más animado— ¿Y dices que también eran de mi madre?

—En efecto, cariño. Las dos cosas le pertenecían. Y me alegro de que te gusten, aunque ese libro me pone mala, no sé por qué. Hasta su tacto me repugna.

“A mí me ha sucedido algo parecido” pensé, mientras revisaba las cartas de una en una, poniéndolas con cuidado en el interior de la caja. En seguida hubo ciertos detalles que me llamaron la atención…

—Están… Están pintadas a mano, o eso creo…

—Cierto, son muy especiales. Hace tiempo se las llevé a una de mis amigas para que las revisara… ¿Te acuerdas de Maribel Sempere?

La miré entornando los ojos.

—La pitonisa… —puntualizó ella, haciendo un gesto con los dedos como si le metiera a la palabra unas comillas.

—Ah sí, vale… ¿Y qué te dijo?

—La verdad es que alucinó muchísimo. Llegó a ofrecerme bastante dinero por ellas, pero no podía haceros eso. Son tuyas por derecho propio, al igual que ese maldito vademécum del diablo…

Un rato más tarde los dos seguíamos hablando en el sofá, saboreando el caro whisky japonés. En varias ocasiones me vi tentado a preguntarle a mi madrastra cuanto había pagado por aquella botella, pero finalmente logré desistir. Y durante ese rato, los sucesos del día habían quedado relegados a un rincón de mi cabeza, volviéndose etéreos y evanescentes.

—Tengo una idea —me dijo Mercè, como tocada por un rayo— ¿Por qué no te pruebas la camisa y te hago una fotografía? Así verás que soy una mujer con un gusto exquisito para vestir a los hombres.

—¿Ahora? Estoy muy bien en el sofá…

—Venga va, yo preparo la cámara mientras te cambias… No seas malo y compláceme, anda… tu padre siempre me hacía ese favor y en muchas ocasiones le demostraba que tenía buen ojo para vestirlo, aunque siendo sincera, no le hacia ninguna falta.

—Lo sé, era un Gentleman.

Nunca se me había dado bien quedar impasible a sus expresiones de súplica por mucho tiempo. Supongo que en aquello me parecía a papá, por lo que a regañadientes me fui a mi cuarto y me cambié, poniéndome de paso los pantalones que había llevado durante el día. Una vez vestido me miré en el espejo del baño, comprobando que en efecto, la camisa puesta quedaba diferente… “La vas a cambiar y lo sabes” me dije con total sinceridad. El rosa era un color que no me encajaba, al contrario que a mi progenitor, que había tenido de todo de ese tono y lo había lucido impasible, con la rubia cogida del brazo.

“Marla” pensé de repente, acordándome de ella por primera vez en un buen rato.

—¿Sales ya o qué? —me increparon desde el comedor.

Suspiré y regresé al salón.

—¡Guapísimo! —exclamó ella—. Venga, ponte chulo.

Me crucé de brazos e intenté sonreír, pero no me apetecía en absoluto hacer aquel paripé. Mercè esperó paciente, preparada para hacer la fotografía, hasta que comprendió que no iba a lograr otra pose.

—Eres más soso que las piedras, ¿Lo sabías?

—Venga ya, hazla de una maldita vez. He hecho lo que querías, ¿no?

El flash me cegó por unos instantes y la cámara emitió un sonido al comenzar a imprimir la fotografía.

—Vale, vale, ya está cariño, creo que saldrá genial. Muchas gracias por complacerme. ¿Quieres otro whisky?

—Si, por favor. Me voy a cambiar, ahora vuelvo. Hoy necesito pillar un cebollón.

Mercè se retiró a su casa a las dos y media de la mañana, con la botella que había traído casi vacía y el pastel con forma de fotocopiadora tan intacto como había llegado.

Me puse el pijama con la camisa sin abrochar y me metí entre las sábanas, deseando no tener demasiada resaca al día siguiente. En poco tiempo sucumbí a un sueño etílico, intranquilo, que me mantuvo dando vueltas en la cama hasta que me desperté de repente, bañado en un sudor helado. En mi habitación hacía un frío incómodo, incluso con el edredón podía notar como me calaba en lo más hondo de los huesos.

Abrí los ojos, notando la boca reseca y un olor extraño, penetrante, como a carne quemada. El apagado fulgor de la calle se filtraba entre las rendijas de la persiana bajada, rompiendo ligeramente la oscuridad. Escuché una respiración acelerada y miré en la dirección, distinguiendo a una silueta femenina parada frente a mi.

—Que narices… —solté, todavía borracho.

—Hola Darío —me contestó alguien desde las tinieblas, con una voz lejana.

Al reconocerla, un intenso escalofrío recorrió cada palmo de mi cuerpo y desesperado, busqué el interruptor. Debía de hallarme en un sueño, era imposible.

Mi mano encontró lo que buscaba y el fogonazo me cegó por un momento. Pero unos segundos más tarde, vi algo que me cortó la respiración.

Ángela me miraba desde los pies de la cama, con su vestido negro arrugado… estaba muy rara, no parecía ella misma… su melena enmarañada enmarcaba un rostro ceniciento, en el que se dibujaban unas pronunciadas ojeras bajo unos siniestros ojos muertos y blancos…

—Me sentía muy perdida, Darío… —comenzó a decirme—. Es un lugar tan oscuro…

—Án… Ángela, como has venid…

—De repente escuché una voz que hablaba en un idioma raro… y te reconocí… —se pasó una mano por la cara y miró a su alrededor, como perdida— ¿Estoy muerta, verdad?

—¿Q… Que?

—Sí, ahora lo recuerdo… él me la metía en la sala de las fotocopiadoras, prometiéndome como siempre que dejaría a su mujer y a sus hijos para irse conmigo… ¡Puto mentiroso de mierda! ¡TODOS LOS HOMBRES SOIS UNOS CABRONES!

—Án… Ángela… —intenté llamar su atención, con los ojos nublados y un regoldo agrio en la garganta…

—Sentí mucho dolor y chillé, y chillé. Tenía una vida prometedora, ¿Sabes? —de golpe me frunció el ceño, soltando una risita sarcástica que se desvaneció al instante. Y me miró con intensidad, mientras en su cara se dibujaba una expresión llena de una furia aterradora— ¡TÚ! ¡TÚ! ¡FUISTE TÚ!

—¡¿QUÉ?! —exclamé angustiado, notando como las lágrimas empezaban a bañarme la cara—. Es imposible Ángela, yo no puedo hacer…

Entonces ella agarró el edredón, me destapó entero de un estirón y se abalanzó sobre mí, arañándome el vientre con sus uñas rojas… yo no podía moverme, ya que me había quedado paralizado de la impresión y grité a pleno pulmón, viendo como me abría en canal y la sangre comenzaba a salpicar por todas partes…

—¡TÚ ME ASESINASTE, BRUJA DE MIERDA! —bramó desquiciada, sacando fuera trozos de mis entrañas.

Una parte de mi cabeza recordó tanto la pesadilla que había tenido el día anterior como la siniestra voz que me hablaba en ocasiones Y fue en ese momento cuando sentí que sus manos se cerraban en torno a mis tripas, y noté como estiraba bien fuerte, abriéndome la herida hasta el pecho. El dolor se volvió insoportable, no podía respirar. Dejé de ver con claridad, Ángela forcejeaba contra algo que surgía de un rincón oscuro de mi y tras varios intentos conseguí enfocar mejor, viendo que había sacado de mi cuerpo unos brazos esqueléticos, de manos de dedos largos y retorcidos. No obstante ya no tenía fuerzas para gritar, ya no percibía nada y la oscuridad se apoderó de mi mente…

Abrí los ojos invadido por unas increíbles ganas de vomitar. Conseguí levantarme y corrí al baño desesperado, tapándome la boca con la mano. No logré llegar al váter, por lo que mi estómago descargó su furia sobre el mueble de la pica. “Dios mío, que pesadilla tan horrible” pensé, mientras me venían las arcadas incesantes.

Un rato más tarde logré controlar la situación y respiré fuerte varias veces para calmarme, convencido de que la borrachera no había sido, para nada, una buena idea. “Seré idiota, como se me ha podido ocurrir” me regañé. “Vaya estropicio acabas de montar, maldito imbécil” reflexioné, mirando al espejo salpicado de comida mal digerida. Y descubrí un detalle que me dejó sin aliento, pues una raja superficial y roja me saludaba desde el vientre de mi reflejo, una sonrisa vertical que le llegaba hasta el pecho.

—¡DIOS! —exclamé, antes de sentir el mareo y volver a vomitar otra vez…

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Ciudades de Tiniebla.9. En un rincón oscuro de la mente (Primera parte) por Ramón Márquez Ruiz se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivar 4.0 Internacional.

Me llamo Ramón Márquez Ruiz y soy escritor, diseñador gráfico e ilustrador. Bienvenidos a Novelesco. Si deseas saber más cosas sobre mi, clica abajo. Muchas gracias por leerme ; )

CAPÍTULO 8. SEÑALES DESDE EL INFIERNO (SEGUNDA PARTE)

CAPÍTULO 8. SEÑALES DESDE EL INFIERNO (SEGUNDA PARTE)

—¿Qué es lo que ha sucedido? —me preguntó uno de los camilleros mientras el doctor atendía a la herida.

Tanto él como sus compañero paseaban la mirada de la habitación a mi persona, poniendo especial interés en mis piernas y el bajo del vestido, como esperando a que una corriente de aire les mostrara mis bragas. Y con una de ellas, y de buena mañana, yo ya había tenido más que suficiente…

—Creo que le ha dado una bajada de tensión; de golpe se ha desplomado sobre la mesa, con tan mala suerte que se ha roto las gafas —respondí, intentando parecer serena.

Por dentro hervía y sentía un torbellino de emociones encontradas. “Vaya con la señora Sempere” me dije, pensando en el sobre rojo que había esperado unos cuantos añitos dentro de aquel bolso, deseoso de que lo sacara de paseo; y la idea de inflarlo un poco ganaba peso a cada segundo, ya que por fin había dado con una auténtica Augur, y no precisamente con una cualquiera…

La sala de espera de emergencias se hallaba abarrotada. Pero no me importaba quedarme sentada el rato que hiciera falta, con tal de asegurarme que para la pobre mujer todo hubiera vuelto a la normalidad. Con las posesiones no se podía jugar, mucho menos cuando se trataba de antiguas Deidades rencorosas. Y aquella médium me caía de maravilla, por no mencionar que era un diamante en bruto. Además, me veía responsable de su estado actual…

“Se acerca la oscuridad, la urna se ha roto…” recordé sus palabras, percibiendo un desagradable escalofrío por todo el cuerpo. Me crucé de piernas con cuidado y coloqué el bolso de forma estratégica, para no mostrar demasiado. Dos cuarentones me miraban impasibles desde las sillas de en frente, casi sin pestañear. Pero en aquel momento de crispación no me apetecía demasiado ser objeto de deseo, por lo que los confronté de forma directa y tras dedicarles una radiante sonrisa, les guiñé un ojo descarada. Ambos mirones reaccionaron y se hicieron los locos, volviendo a una conversación perdida desde hacía rato.

Una vez tranquila regresé a mi mundo interior, ansiosa por sumergirme en el irrefrenable torbellino del tiempo, para regresar junto a él. “Oh Aleksey” lo invoqué de nuevo, anhelándolo; y noté que mis ojos se humedecían mientras una chispa de consciencia daba un salto cuántico hacia uno de los periodos más felices y extraños de mi estrambótica vida…

Nueva York 1922

La oscuridad del apartamento se quebró por un fogonazo de luz cuando mi espalda dio de lleno en el interruptor del pasillo. Aleksey me besaba con pasión, mientras íbamos chocando contra las paredes, contra los marcos de madera que se quejaban por los golpes de nuestro efervescente deseo… su sombrero cayó al suelo quedando relegado a un olvido momentáneo…

—¿Dónde está la cama? —me preguntó él en un instante de pausa, cogido para respirar un poco.

—Muy lejos. Hay un sofá al final del pasillo —le respondí antes de besarlo otra vez. Por dentro me sentía llena de una energía renovada que me incitaba y me humedecía… algo muy profundo en mi interior me susurraba que con aquel hombre no habría secretos, que podría ser simplemente una mujer, ser yo misma… Enrollé las piernas alrededor de su cuerpo y me dejé llevar hasta el comedor… Cuando mis pies volvieron a tocar el suelo le desabroché el pantalón e introduje mi mano en su interior, en busca del premio.

Aleksey soltó un gemido breve al tocarle el pene, que ya se iba endureciendo; y volví a reconocer la señal…

—Eres virgen —susurré, segura de lo que decía.

—Nnoo… para nada…

—Tranquilo… —lo callé, cubriéndole los labios con un dedo.

Después le destensé los tirantes y le bajé el pantalón hasta las rodillas… su miembro sobresalía por los faldones de la camisa, apuntándome ya rígido, percibía su deseo en cada una de sus caricias, ansiosa por sentirlo bien adentro… “Deberíamos quitarnos la ropa” reflexioné un instante. Pero notaba la urgencia, no había tiempo, lo quería ya. Él me subió la falda del vestido y me rompió las bragas de satén con un fuerte estirón. Entonces oí a una engorrosa parte de mi consciencia que se hallaba insegura de si debía tener sexo con aquel crío; pero lo deseaba, mi cuerpo exigía el contacto con el suyo, lo exigía YA. Me dejé caer en el sofá, me abrí de piernas y dejé que se pusiera encima…

—Hazlo lentamente —le pedí, ayudándolo a colocar su miembro de forma correcta.

Unos segundos después me estremecí de placer con la primera envestida, cuando se abrió paso en mi vagina, lo oí gemir…

—Así cariño —lo alagué, antes de fundirme un sus labios, de unirme a él como no lo había hecho antes con ningún caballero…

Su respiración se volvió acelerada, le apreté las nalgas bien fuerte, clavándole las uñas… de repente noté como una energía extraña nos envolvía y sorprendida, abrí mucho los ojos, descubriendo que todo se había llenado de chispitas azules… él aceleró sus movimientos, empujando con mayor intensidad, mientras las lucecitas se iban volviendo cada vez más brillantes… gemí llegando al orgasmo…

—Puedes derramarte dentro —le susurré, conteniendo la respiración—. Nunca ha sucedido nada…

Aleksey me miró a los ojos y me envistió unas cuantas veces más…

—¡OH DIOS! —Exclamó. Sentí como eyaculaba en mi interior y las centellas ardieron alcanzando su cénit, iluminándonos antes de esfumarse. Luego él cayó rendido sobre mí.

“¿Y tú deseas averiguar que soy yo?” me pregunté en silencio, respirando de forma acelerada por el esfuerzo. A pesar de saber que había durado menos de cinco minutos, jamás había sentido nada semejante. Aquel muchacho me había hecho llegar al orgasmo con una rapidez abrumadora, en toda mi vida nadie lo había logrado en tan poco tiempo. Y durante el coito su cuerpo había desprendido magia, estaba segura…

—Lo siento —me dijo al oído entre jadeos, sacándome de mis ensoñaciones—. No he durado demasiado…

—Tranquilo, ha sido perfecto —lo calmé—. Hay que ir aprendiendo despacio, guapo. Además, puedo asegurarte que estás hecho de buena madera…

Él sonrió y cerró los ojos, quedándose dormido al instante. Fue extraño pero antes de ceder al sueño yo también, noté su intenso olor a sudor y comprobé que hasta su aroma a humanidad me resultaba maravilloso. Y una idea ridícula chisporroteó en mi mente, sentí que aquel hombre había sido creado para mi, un concepto idiota que logró arrancarme una sonrisa antes de caer ante los influjos de Morpheo…

Al ver que un señor atractivo se asomaba por la puerta y me hacía señas volví a la realidad y me levanté de la silla. Supuse que se trataba del conocido de la vidente.

—Es la acompañante de la señora Sempere, ¿cierto? —me preguntó, dedicándome un repaso mal disimulado.

—En efecto. ¿Qué tal está?

—Le han dado cinco puntos de sutura y va a quedarse en observación durante un buen rato; debió de darse un golpe tremendo…

—Lo fue, se lo aseguro —respondí, con una risita tensa.

—¿Puedo preguntar de que se conocen?

—Soy una clienta reciente —contesté sin inmutarme— ¿Y usted? En la ambulancia ella balbuceó algo sobre un conocido, un doctor que trabajaba en este hospital…

—Perdone mi falta de educación —se disculpó él, dedicándome una sonrisa—. Me llamo Tomás Romeo y mi mujer también es clienta suya, para mi desgracia, muy habitual. Aunque he de admitir que Sempere no me parece una mala persona; y si creyera en estas cosas, diría que es auténtica…

“Joder, vaya que si lo es” pensé, recordándola con el rostro bañado de sangre y los ojos negros, repletos de una tiniebla ancestral y antigua…

—Encantada —respondí, dándole la mano.

—Me ha pedido que venga a buscarla y le pregunte si desea entrar a verla.

—Por supuesto.

—Pues sígame, la llevaré al box —me indicó, abriéndome la puerta, como todo un caballero.

Sonreí agradecida por aquel inusitado gesto de galantería y caminamos a través de los pasillos de urgencias.

—Ahora permítame una pregunta indiscreta —añadió el doctor, rompiendo con sus palabras el sonido de nuestros pasos— ¿Le ha acertado algo?

—Pues le sorprendería, se lo aseguro —contesté, guiñándole un ojo.

Nada más verme aparecer una sonrisa se perfiló en los labios de mi nueva amiga. Aún seguía igual de pálida que antes, aunque por fortuna le habían lavado la cara y tapado la herida de la frente con un apósito. Y algo en su apariencia me relajó, pues ya no percibía nada místico a su alrededor.

—Bueno, las dejo solas, he de volver al trabajo —dijo el médico antes de darme la mano—. Si hay algún problema llame a las enfermeras. O pregunte por mí, directamente.

—Descuide.

El hombre se rio y me dedicó una mirada inquisitiva antes de marcharse.

—A que es guapo —soltó Sempere.

—Muy atractivo, sin duda —contesté, volviéndome hacia la vidente.

—Su esposa no se fía de que nuestro Romeo le sea fiel —añadió ella, soltando una risita—. Y aunque creo que se equivoca, la pobre muchacha no puede desprenderse de su paranoia.

Escuché el discurso y me reí, pese a que en aquel momento no me parecía un tema interesante.

—Pobre doctor, su apellido no le ayuda… —dije por educación, antes de centrarme en lo que realmente me importaba— ¿Dígame, como se encuentra?

La mujer me dedicó otra sonrisa. Parecía muy cansada.

—Bien, con cinco puntos en la frente pero bien —suspiró—. Vaya con las malditas gafas, con lo caras que eran y me han dejado bien jodida, con perdón. Aunque en realidad lo peor es que me siento agotada, sí, esa sería la palabra correcta; como si hubiera recorrido a nado todo el estrecho de Gibraltar…

“Para dejarla pasar debiste ir mucho, muchísimo más lejos” reflexioné, mientras le daba unas palmaditas en la mano. No sabía exactamente hacia donde iban las almas de los Augures durante la posesión, pero en todas las ocasiones en las que había presenciado una, con ellos siempre sucedía lo mismo al terminar. Sobre todo si seguían vivos…

—Por lo visto he tenido una conmoción cerebral o algo así —siguió hablando ella, sacándome de mis ensoñaciones—. Aunque no creo que sea nada serio.

—Claro que no, ya lo verá —le respondí—. Yo me quedo con usted el tiempo que haga falta, como si es durante toda la noche.

—Oh, que detalle… Muchas gracias, de verdad… Mis hijos viven fuera de España y en Cataluña no tengo familia cercana.

—¿Y su marido?

—Un accidente de coche nos lo robó hace unos años. No tengo ganas de hablar sobre eso…

—Por supuesto, disculpe —añadí en seguida. Me senté en una silla que había junto a la cama y paseé la mirada por el box.

Entonces las dos nos miramos a los ojos e intuí que una pregunta se acercaba, una que me parecía del todo inevitable.

—¿Qué sucedió en mi casa, Sandra? —quiso saber la vidente—. Sé que algo extraño me sucedió durante la sesión, estoy convencida. Pero no consigo recordar nada… o al menos, a partir de un punto determinado…

—¿Qué es lo último que recuerda?

—Comencé a sentir frío al colocar las primeras cartas, a notarme rara, no sabría describirlo. Y cuando giré el último naipe, el del oráculo…

—¿Si?

—Verás —se explicó, con deje nervioso—. En mi vida jamás he engañado a nadie en cuanto a mis dones, si es que lo que tengo puede considerarse así. Creo que siempre he percibido presencias, cosas… pero no he visto apariciones ni desencarnados, nunca. Aunque contigo cariño, cuando giré esa carta… ¿Había alguien más con nosotras, verdad? Sentí una energía descomunal, inmensa y aterradora, como una fuerza destructora de la naturaleza…

La miré a los ojos y esbocé un cómplice amago de sonrisa. No deseaba iluminarla demasiado, creí que no le convenía.

—¿Quién diablos eres, Sandra? Nunca me ha pasado esto… Lo sentí nada más verte, hay algo diferente en ti… No sabría decir por qué, pero cuando te miro, creo que tu físico no se corresponde con tu interior, con tu alma… en tus ojos brilla una chispa sutil que choca con esa carita de niña. Si Crepúsculo no me pareciera demasiado edulcorada, diría que eres…

—Que soy que…

—Una… una… vampiresa…

No pude evitar el soltar una sonora carcajada.

—¡Por Dios, no! —exclamé, cuando logré parar de reír—. La purpurina con la luz del sol no está hecha para mí. Los chupasangres no existen, Maribel. Soy una mujer como tú, aunque he de admitir que maduré a una edad muy temprana, por varias cuestiones de la vida. Es mejor que no entre en detalles, créeme.

Un amago de sonrisa se perfiló en sus labios.

—Está bien, te creo. ¿Pero me pasó algo, cierto?

—Muy cierto. Aunque lo vuelvo a decir, de momento es mejor que no pregunte y descanse. ¡Oh, lo olvidaba! —abrí el bolso y saqué el sobre rojo—. Sus honorarios.

Una chispa de curiosidad resplandeció en sus ojos mientras lo aceptaba con un gesto de sorpresa.

—No hace falta que me pagues Sandra, considero que al final no hubo sesión ni nada… Aunque te lo agradezco…

“Vaya que si la hubo” pensé.

—NO —remarqué la palabra con énfasis—. No acepto devoluciones, Maribel. Me ha ayudado mucho más de lo que cree.

Una expresión alegre se dibujó en el rostro de la mujer, al compás de una risita traviesa.

—Pues vale —dijo, encantada de la vida—. Tienes buen gusto hasta para los sobres, cariño. El color es precioso —añadió, levantando la solapa y mirando en su interior… —¡AY DIOS! ¡Esto es mucho dinero! —comenzó a gritar a continuación, bajando el volumen de forma gradual.

—Doce mil euros —puntualicé—. Y faltan otros cinco mil, que le haré llegar en unos días.

—¡¿Pero esto por qué, Sandra?! ¡NO ES NECESARIO, DE VERDAD! —siguió diciendo ella, cada vez más eufórica y nerviosa al mismo tiempo.

—He sido una chica ahorradora —añadí, acariciándole el brazo—, en parte para poder gastarlo en lo que me diera la real gana. Y usted, Maribel, ha respondido a una incógnita que llevaba muchos años sin resolverse.

—¿Cuál?

Le dediqué la más radiante de mis sonrisas mientras me cruzaba de piernas, aliviada de que Sempere fuera una mujer y no intentara mirarme las bragas.

—¿Aún quedan videntes de verdad? —formulé la pregunta, consiguiendo que ella abriera los ojos hasta casi reventar…

Al final nos quedamos en el hospital toda la noche y después de que un taxi nos dejara en casa de la adivina, regresé hacia la parada en la que me había bajado a la mañana anterior. La despedida con la Augur fue corta y tras un beso en la mejilla le prometí que volvería a tener noticias mías, para pagarle los cinco mil euros prometidos. Ella me estudió en todo momento, completamente alucinada, aunque aguantó como una campeona y no me cosió a preguntas, algo que agradecí.

Cuando llegaba a mi parada el autobús me adelantó, por lo que me vi forzada a correr un poco para no perderlo. Por fortuna me topé con algo de cola, en hecho que me salvó de esperar al siguiente.
Nada más acomodarme en uno de los asientos del final, coloqué mi sombrero en el regazó y miré por la ventana, deseosa de que emprendiera la marcha. Entonces caí en la cuenta de que tenía casi una hora para reflexionar sobre lo acontecido hasta ese momento, rememorando algunas de las palabras de la vidente. Y el recuerdo me invadió sin esfuerzo, mientras mi mente se abandonaba de nuevo para regresar junto a él…

Nueva York, 1922

Los dos seguíamos en el sofá, ahora desnudos, mientras nos recomponíamos de otro escarceo más. Ya llevábamos unos cuatro y Aleksey mejoraba con cada uno, poco a poco pero a lo seguro. Nuestra ropa yacía tirada desde hacía un buen rato, esparcida por cada rincón del salón, a la espera de que volviéramos a reclamarla.

—Estás hecho todo un caballero —le dije a mi acompañante de placeres, acurrucada junto a su pecho y acunada por uno de su brazo. Mis dedos jugueteaban con los suyos, comparando el tamaño de nuestras manos. La suya era bastante más grande que la mía, pero mi carne ganaba en cuanto a eternidad…

—¿Por avisarte de que iba a eyacular? —me preguntó él, tímido.

Me reí y me di la vuelta para verle la cara.

—Ha sido un detalle original —solté, antes de besarlo lentamente. Noté que su miembro volvía a clavárseme en la piel, rígido de nuevo…— ¡Venga ya! ¡No hace ni cinco minutos del último!

—Lo siento, no puedo evitarlo. Me has vuelto loco, desde que te vi en aquel tugurio una parte de mi cerebro dejó de funcionar como debiera —se defendió él, acariciándome uno de los pechos con una mano mientras que la otra descendía peligrosamente hacia mi ingle…

—Pues no se notó demasiado —respondí con la voz queda, dejándome inundar por el placer de sus caricias, humedecida de nuevo…

En aquella ocasión el muchacho logró llegar a los diez minutos, un lapso de tiempo en el que disfruté de varios orgasmos, algo que había dejado de sorprenderme. Aunque un detalle no me había pasado desapercibido; su cuerpo ya no emitía magia, por lo que algo me susurró que aquellas lucecitas habían sido creadas de manera involuntaria, al experimentar una forma de placer nueva y desconocida. “Soy una desvirga niños” pensé traviesa. “Oh, qué diablos, ya tiene los veinte bien cumplidos, no es un crío”.

—¿Puedo preguntarte algo? —dije, mirándolo a los ojos en la penumbra.

Él me regaló una sonrisa, con la cabeza apoyada en una mano.

—Claro, lo que quieras. Aunque no puedo responderte a todo, o al menos, por el momento.

—¿Canalizas magia, cierto?

—Podría decirse así —respondió él—. Tengo ese don desde que era pequeño. Pero no fue hasta que mi padre me sacó del orfanato cuando aprendí a controlarlo un poco. ¿Quieres ver un truco?

Asentí, aplaudiendo la iniciativa; él pasó sobre mí con cuidado y se levantó para situarse a unos palmos del sofá. Yo lo miré expectante, deseosa de ver cualquiera digno de un escenario en Broadway.

Aleksey cerró los ojos, al mismo tiempo que juntaba las manos delante del pecho, como si deseara formar un cofre con sus dedos. Entonces respiró de forma acompasada una vez, dos… De repente algo de luz se filtró entre las rendijas de sus extremidades, que fueron abriéndose lentamente, hasta que un ser diminuto, similar a un hada, salió de su cárcel y revoloteó a nuestro alrededor emitiendo destellos azulados.

—Increíble —solté, con los ojos muy abiertos.

—Aún no has visto nada —dijo él.

Percibí como se concentraba, noté la tensión en cada uno de sus músculos, sentí una energía extraña que lo envolvía… “Algo no va bien” pensé durante un segundo… y todo se llenó de chispas, que fueron creciendo de tamaño hasta transformarse en hojas y ramas, cada vez más frondosas y espesas, hasta que mi salón se transformó en un jardín de plantas translúcidas y luminosas. Me incorporé del sofá quedando sentada y estudié a mi alrededor, atónita por su proeza. Al instante cualquier emoción de alarma quedó relegada al olvido…

—Maravilloso —susurré, tan encantada que apenas podía hablar.

Con uno de mis dedos toqué una de las ramas y en el punto de contacto surgió un capullo. Entonces aquel extraño edén se llenó de iguales por doquier, que comenzaron a abrirse al mismo tiempo transformarse en preciosas flores de loto…

—¡SUBLIME! —exclamé.

En mi vida jamás había visto nada parecido. Aquel muchacho podía usar la magia del planeta como le convenía, algo de lo más insólito. Con una gran sonrisa en los labios busqué a Aleksey entre la jungla traslúcida y luminosa para comprobar que algo no iba bien… él tenía los ojos en blanco y un chorro de sangre manaba por su nariz, bañándole los labios y la barbilla…

—¡DIOS MÍO! —grité, levantándome para correr hacia él. Nada más alcanzarlo el paraíso de luz se desvaneció y el chico cayó sobre mis brazos, temblaba…

De repente, volví a la realidad con un nudo en la garganta. No obstante sentí algo de alivio al ver que por fin había llegado a Barcelona, a Plaza Cataluña. Esperé paciente a que casi toda la gente se levantara y comenzara a salir a la calle. Me calé el sombrero en la cabeza y justo cuando me acercaba a la puerta central vi a un chico que se había dormido. “Parece agotado” pensé, antes de hablarle.

—Despierta guapo, ya hemos llegado —le dije, apretándole del hombro con suavidad. Al tocarlo noté que una extraña corriente eléctrica penetraba en la yema de mis dedos. Supuse que debía estar cargada de estática.

El joven se sobresaltó asustado y me miró. Al verle mejor la cara, me quedé congelada durante un momento. “Aleksey” me dije sorprendida. “No seas tonta” me regañé a continuación. Aquel muchacho se le parecía en algunas cosas, pese a varias diferencias. Pero tenía un aire que me lo recordaba. “Estoy jodidamente nostálgica”.

—Gra… gracias —me contestó él, visiblemente sorprendido.

Noté su forma de mirarme, tímida pero intensa, y le regalé una sonrisa. Después de todo, era un niño bonito, al fin y al cabo…

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Ciudades de tiniebla. 8. Señales desde el infierno (segunda parte) por Ramón Márquez Ruiz se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivar 4.0 Internacional.

Me llamo Ramón Márquez Ruiz y soy escritor, diseñador gráfico e ilustrador. Bienvenidos a Novelesco. Si deseas saber más cosas sobre mi, clica abajo. Muchas gracias por leerme ; )

CAPÍTULO 10. UN ACONTECIMIENTO INTERESANTE

CAPÍTULO 7. EL VENENO DE LA SERPIENTE

«Madrid, 17 de Julio de 1986»

 

En el exterior hacía un bochorno insoportable, pero dentro de la limusina reinaba un agradable frescor.

Álvaro miró como su hija se sentaba a su lado, tan silenciosa como una sombra. Sabía que la niña tenía las mismas ganas que él de asistir a aquel encuentro, pero había obligaciones familiares que no podían evadir… Nada más cerrarse la puerta, dedicó una sonrisa a su chófer. 

—Rodrigo, cuando quiera ya podemos marcharnos —le indicó a continuación, de forma amistosa.

—Como guste, señor Siena.

—Por Dios, tutéame. Ahora no llevas a Mr. Stone…

El conductor le devolvió el gesto desde el espejo retrovisor, antes de subir la mampara de vidrio oscuro para concederles intimidad. Entonces la atención de Álvaro volvió a centrarse en su pequeña. 

—Mira cariño, es para ti —le dijo, señalando al regalo que había depositado previamente en uno de los asientos vacíos. 

Marla lo observó con una expresión de sorpresa dibujada en el rostro, desconcertada; luego estudió el enorme presente, mordiéndose el labio inferior. 

—¿Y esto por qué? —preguntó curiosa, después de la pausa—. Sabes que hoy no es mi cumpleaños…

—¡Vaya! —exclamó el hombre, con un tono jovial— debo haberme confundido…

La chiquilla soltó una risita. 

—Que tonto eres papá… venga, dime por qué.

—¿Desde cuándo eres tan preguntona? Anda cógelo, te está llamando…

Pero ella no se movió de su lado, dejándolo confundido. Él contempló cada centímetro de aquella carita que amaba con locura y se perdió en el intenso azul de sus ojos. “Cada día se parece más a su madre” pensó satisfecho; su esposa había sido una mujer muy especial, fuerte, carismática, de una belleza sublime y un alma rebelde como pocas. 

—¿Quieres hacerme el favor de abrirlo? —añadió, forzando la situación—. O me lo quedo para mí…

El silencio se impuso entre los dos.

—No lo quiero. Sé que viene de parte del abuelo…

El hombre se asombró con la respuesta. Su hija demostraba ser inteligente y sensible, captaba la esencia de aquel anciano a la perfección. Desde luego, su suegro no era la clase de persona que despertara simpatías, mucho menos infantiles. Y siendo sincero, a él tampoco le agradaba, pese a que los uniera un lazo familiar. 

—Es mío, él no tiene nada que ver. 

—Prométemelo. El abuelo no me gusta, es mala persona. Y tampoco tengo ganas de que vayamos a verlo. 

Álvaro no pudo reprimir una ligera satisfacción interior, pese a que se veía forzado a regañarla. Las relaciones con aquel hombre empeoraban cada vez que iba a visitarlos a Madrid, incluso empezaba a comprender por qué su mujer había intentado, a toda costa, alejarlos de él.

—No hables así, ¿quieres? —le contestó con un tono severo—. Recuerda que es el padre de tu madre, tal vez ella ya no esté entre nosotros pero le debemos respeto a su familia, por muy extraña que nos parezca. Además, también han venido tu tía Margaret y tus primos Billy y Joe… Se mueren de ganas de verte, te han echado mucho de menos…

Al oír eso un amago de sonrisa se dibujó en la cara de Marla. Joe tampoco le caía demasiado bien, le parecía un chico de carácter huraño y hosco que siempre se distanciaba de todo el mundo; pero adoraba tanto a Margaret como a Billy. 

—Aún no me lo has prometido —insistió la niña, esbozando una sonrisa.

—Pues te lo prometo ahora mismo —contestó su padre, besándose el dedo meñique de la mano derecha—. El regalo es de mi parte, solamente mío…

—Vale, te creo —respondió la nena, antes de abalanzarse sobre el paquete. Al quitar el papel se topó con una caja blanca; y al levantar la tapa contuvo el aliento… Ante sus ojos tenía a la muñeca de cerámica más grande y preciosa que había visto nunca. Sus pupilas lilas y enormes la miraban desde una carita redonda de facciones estilizadas. Unos abundantes rizos oscuros de tacto suave le caían de la cabeza como una cascada, cubiertos por un sombrero de seda a juego con el fabuloso vestido que la cubría hasta los tobillos.

—¿Te gusta?

—Es preciosa, papá ¡Me encanta! —exclamó Marla, recuperando el habla— ¡Y es enorme!

—Celebro que te entusiasme, cariño. Me la han fabricado por encargo, es tan única como tú.

Álvaro sonrió satisfecho de su elección, al ver que la niña lo abrazaba con efusividad; intentó no pensar en el encuentro que los acontecía a los dos, lográndolo hasta que miró a través de una de las ventanas, contemplando su maravillosa ciudad. Por desgracia, comprobó que ya se hallaban cerca del lujoso Villareal. Y algo le decía que el anciano insistiría de nuevo en encargarse de la educación de hija, en llevársela a Estados unidos… “Antes habrá de pasar sobre mi cadáver” pensó, mientras besaba el dorado cabello de su tesoro…

«En la acutalidad»

 

Ni siquiera la selecta y zen decoración de mi despacho en Creytok lograba relajar la excitación que me embargaba por dentro. Durante un instante pensé que las fotos de uno de mis asociados y de sus hombres me miraban desde la mesa, todos con los ojos muy abiertos y sin brillo, muertos.

—Aún no me lo creo —le respondí a mi primo después de la pausa, apretando el teléfono con fuerza.

—Pues créetelo, ahí tienes las pruebas. Son fotografías de la escena del crimen, cedidas por uno de nuestros hombres de la policía.

Suspiré y miré a través de la cristalera, hacia la esplendorosa y radiante Barcelona.

—Supongo que hasta los titanes pueden eclipsarse —solté—. ¿Seguimos sin encontrar supervivientes?

—No los hay Marla, ya que cayeron todos —añadió Billy, desde el otro lado de la red—. Un testigo nos hubiera venido que ni pintado.

—Maravilloso —solté irónica. Oí como él aguantaba una risita.

—Pongámonos serios —añadió mi primo— ¿Tienes las fotos delante?

—Sí, espera —contesté, dedicando otro vistazo a las imágenes.

—Observa la de nuestro ex socio. Verás que tiene una herida en las manos, pero nada mortal…

Sonreí en silencio. El maldito bastardo seguía siendo un tipo elegante y guapo, incluso así, tan pálido y vacío de aliento. Alguien le había clavado las manos con su Katana, un detalle que me parecía interesante. “Logró liberar una” analicé rápida; después pensé que en este caótico mundo existía cierta justicia poética, al fin y al cabo, ya que aquel había sido su juguete favorito para terminar con los que consideraba sus enemigos, o estorbos…

—Esto no es obra de alguien cualquiera —argumenté unos segundos más tarde—. Hay que tener mucho valor para haberse enfrentado a ellos y hacerles eso. Por no decir que nuestro hombre gozaba de una excelente forma física.

—Y de nuestra sagrada protección —me interrumpió Billy.

—En efecto querido, no lo olvido. Por eso digo que nos enfrentamos a algo inusual. ¿También hemos conseguido el informe del forense?

—Por supuesto, ¿Acaso lo dudabas?

Me reí.

—En absoluto, tanto tú como tu equipo sois los mejores asesores, ya lo sabes.

—No me alagues tanto y prosigue analizando la foto, céntrate en la expresión de su rostro. ¿Qué ves?

—Miedo —respondí al momento—. Terror, más bien. Y eso es lo que me parece extraño. ¿Han encontrado huellas dactilares o algo por el estilo?

—Nada. Lo único que han hallado son unos agujeros misteriosos, que van desde una pared cercana y se extienden hacia el techo.

—¿Hacia el techo?

—Sí, querida. Son perforaciones, da la impresión de haber sido creadas clavando un punzón. Lo desconcertante es que siguen un recorrido que termina justo encima de nuestro hombre…

—Dudo mucho que alguien perdiera su tiempo en hacer boquetes con un palo, o algo así —lo interrumpí por instinto. Billy me cedió la palabra, como todo un caballero—. Me resulta muy interesante… ¿Alguna otra cosa extraña?

—La cristalera reventada y unas marcas en el asfalto de la calle, como si hubieran tirado un objeto contundente. Tal vez nuestro sicario vuele… —añadió mi primo, perspicaz.

Analicé la información, procesando todos los datos.

—¿Tú que crees? —le pregunté después de la pausa.

Billy pareció meditar una respuesta.

—Yo digo que si tú no vuelas nadie puede hacerlo —respondió bromista—. Pero volvamos a ponernos serios, es el tercer asociado español que cae en menos de seis meses. Y estamos hablando de clientes Premium, de los que han pagado escandalosas sumas de dinero para vivir tranquilos…

—¿Y las cámaras de seguridad? —volví a interrumpirlo—. Recuerda que fuimos nosotros los que instalamos nuestra tecnología en su edificio…

—Aunque suene increíble, Marla, lo han vuelto a fundir con un virus, dejándolo inutilizable…

—¡Oh, vamos! —exclamé, volviendo al ventanal. El cielo azul sobre la ciudad volvió a brindarme otra estampa de postal—. Esto se va tornando cada vez más interesante… Así que de nuevo, no hay grabaciones…

—A mí no me parece interesante, querida. Más bien diría que es una putada. Ahora estamos recibiendo llamadas de nuestros socios en tropel, casi no damos abasto para calmarlos a todos. Por no decir que tendrás que buscar a otro “voluntario” —mi primo remarcó la última palabra con énfasis—. Recuerda que ha caído junto a todos sus camaradas…

Solté una carcajada, era verdad. La mano derecha de nuestro ex socio debía de cumplir un papel importante en una reunión cercana, traicionado y vendido por su mejor amigo y jefe como si fuera un boleto para una lotería. Y lo cierto era que había sido seleccionado con mucho mimo, yo siempre elegía lo mejor.

—Hay más, no te preocupes —respondí—. Nuestros asociados son muy bien intencionados con nosotros, no te preocupes. Elegiré a otro y ya está. Ahora volvamos al tema que nos interesa. Así que no hay evidencias de ningún tipo, ni grabaciones, ni muestras…

—Es como si una sombra cargada de muerte hubiera entrado en su edificio, al igual que sucediera con los otros.

Siempre me habían encantado los enigmas. Sonreí abiertamente a mi reflejo, recordando los cuentos que corrían por los bajos fondos…

—¿Piensas que ha sido ella? —quise saber, directa— Cómo la llaman… ah, sí, Eternal.

Billy se rió.

—Puede ser. Desde luego que no hablamos de un asesino normal. Los forenses aún siguen practicando autopsias, pero los cuerpos analizados demuestran que estaban sanos al morir, y eso es lo raro. En los tres casos que llevamos se repite ese patrón. Y ya han muerto doscientas personas, entre nuestros asociados y sus séquitos.

—Supongo que no han encontrado marcas de mordiscos ni nada por el estilo —añadí jocosa.

—No, nada de eso, como era de suponer. ¡Por Dios! Los yonquis tienen mucha imaginación gracias a las porquerías de baja estofa que les venden. ¿Un vampiro? —se rió—. Ambos sabemos que hay cosas muy jodidas, pero esa especie no existe. Yo diría que se trata de un justiciero, en todo caso.

—Esto es obra de una mujer, me lo dice mi instinto —lo corregí.

—Como digas Marla, tú eres la experta en esa materia. Ahora dime, qué quieres hacer.

Necesité unos segundos para meditar; conocía una manera de esclarecer la situación, aunque Billy tendría que hacerme un diminuto favor para lograrlo.

—De momento quiero que consigas algo para mí. ¿Podrás, primito?

—Tú pide por esa boquita tan preciosa que tienes, cariño. Y yo me las arreglaré para cumplir tus deseos, como siempre.

Sonreí. Sabía que lo haría, Billy me seguía como un perrito faldero, desesperado por meterse en mis bragas, algo que no lograría jamás. Sería muchas cosas, pero no necesitaba abrirme de piernas para cumplir mis objetivos. Y él nunca me fallaba…

Miré mi reflejo denudo en el enorme espejo estilo Luis XV, preparándome mentalmente para la velada que me esperaba. Sabía que los invitados ya habían comenzado a llegar, pero necesitaba de unos momentos de intimidad. De repente sentí la necesidad de volverme y buscar a mi inseparable compañera de viaje, un talismán que me acompañaba allí donde fuera, desde hacía ya muchos años. Siempre que la miraba recordaba a mi padre, algo que me llenaba de energía y de valor, incluso a pesar de que después de todos sus intentos, había acabado convirtiéndome en la persona de la que él había intentado salvarme. No obstante algunos de sus valores habían cuajado en lo más hondo de mi ser, pese a considerarme una mujer fatal y perversa.

Contemplé los ojos lilas y preciosos de la muñeca, tumbada en la cama junto al precioso vestido dorado con el que iba a cubrirme para la ocasión. “Sé que me miras desde el cielo, papá” pensé nostálgica. “Pero hace tiempo que acepté cual era mi destino; las personas malditas como yo han de afrontar y aceptar su oscuridad”.

Unos golpes en la puerta me sobresaltaron, sacándome de mis ensoñaciones.

—Adelante —dije con la voz firme; sabía quién era.

Billy entró en la estancia y dedicó una intensa mirada a mi silueta. Iba engalanado con un frac que le quedaba perfecto, como un guante. Y noté como se excitaba al mirarme los senos. Pero no me importaba que me viera desnuda, jamás consentí que me tocara.

—Estás preciosa —me dijo, acercándose para darme un beso en la mejilla. Por instinto miré un segundo a su entrepierna, notando el bulto. Sonreí y le dediqué una sonrisa a sus ojos.

—Más lo estaré arreglada —respondí—. Ese vestido es precioso.

—Lo dudo mucho, querida —alegó mi primo, antes de apartarse para dejarme espacio— ¿Qué tal ha ido el vuelo?

—Tan perfecto como esta mansión, apenas la recordaba. Sin duda es lo mejor que nos pudo dejar el abuelo. Y han hecho un trabajo magnífico con la restauración.

—Celebro que te guste, Marla. La re inauguración nos brinda el escenario perfecto para solicitar protección a los ancestros; y algo me dice que la necesitamos más que nunca.

Ambos nos quedamos en silencio, mirándonos a los ojos.

—Por cierto —añadió él, después de la pausa—. Casi lo olvido, Maggie y los niños te mandan muchos recuerdos y se mueren de ganas de verte…

Le sonreí otra vez. Una preciosa mujer embarazada de seis meses y tres hijos llenos de luz eran lo mejor que me había dado mi primo. Y la verdad era que los amaba a mi manera, disfrutaba con ellos y de su inocente normalidad… Vivían tan alejados del oscuro mundo real…

—Tal vez mañana vaya a visitaros. Maggie ha de estar radiante…

—Si por radiante quieres decir gorda como una ballena, en efecto —respondió él, poniendo una mueca.

Mi mirada se endureció. A Billy le tenía en gran estima, pero no dejaba de ser la clase de hombre que acudía al lecho de una mujer con la verga dura, como si nosotras fuéramos un regalo que le perteneciera. “Bastardo” pensé, arrepintiéndome de haberle concedido, antaño, mi mejor regalo de cumpleaños. Conseguir el amor ciego de una top model de éxito no había constituido un reto para mi elaborado arte. Y Maggie seguía conservando su fértil belleza, junto a su dulzura…

Él notó la frialdad de mis ojos y se dirigió al tocador, dándome la espalda. Supe que me preparaba un estimulante.

—No soporto que me mires así. Anda, ven aquí; necesitas un poco de mi receta especial.

—Sólo si no es la mercancía de un muerto —argumenté.

—¿Por quien me tomas, querida? Aún quedan buenos y honrados narcotraficantes entre nuestros asociados.

Al apartarse vi que me había dejado preparada, sobre una bandeja de plata, una perfecta raya de coca. Yo nunca me drogaba en el día a día, pero en nuestras celebraciones sagradas necesitaba de ese estímulo para anular la mente racional; o tal vez, para aplacar a esa niña aterrorizada que de vez en cuando, pugnaba por surgir a la superficie desde un oscuro rincón de mi alma…

Al descender la escalera principal con mi precioso vestido dorado todas las miradas se posaron sobre mí. Disfruté el momento en silencio, permitiéndome el lujo de esbozar una tenue sonrisa. Los invitados iban engalanados para la ocasión y con las caras cubiertas por pálidas máscaras venecianas. Incluso Billy se había puesto una, regalándome el lujo de ser la única asistente de rostro descubierto.

Cuando llegué al primer rellano miré a mi público desde las alturas, compuesto por más de quinientos asistentes, la flor y nata de la sociedad.

—Bienvenidos, hermanos y hermanas, al círculo de este sagrado lugar —dije, con la voz bien alta.

—Bienvenidos somos —respondieron todos al mismo tiempo, con una voz contundente que resonó como un eco por todo el enorme recibidor.

Sonreí antes de hablar.

—Tiempos aciagos nos acechan desde las sombras. Hoy conmemoraremos a los caídos, pediremos energías renovadas y protección a los dormidos. ¡YO OS DOY EL FARO!

—¡NOSOTROS TE ENTREGAMOS LA MECHA!

—¡YO OS DOY LA LUZ QUE ALUMBRA NUESTRO ÉXITO EN LAS TINIEBLAS!

Todos los presentes se agacharon grácilmente ante mí, durante unos segundos que disfruté como una reina.

—Traedme al Andros Pater —pedí.

La masa de invitados comenzó a abrirse, formando un pasillo vacío justo en el centro. Por él apareció un hombre ataviado de gala como el resto, con una banda roja alrededor del torso y una máscara del mismo color, que lo diferenciaban entre los demás. Una atractiva sonrisa de dientes perfectos se dibujaba en la parte visible de su rostro, mientras caminaba orgulloso como un rey, precedido por dos sacerdotes que portaban túnicas de terciopelo oscuro.

La gente murmuraba a su paso y aplaudía fuera de sí.

—Hete aquí al Andros que cerrará el círculo sagrado —dije, cuando mi invitado de honor se postró ante el último peldaño de la escalera—. El rito puede comenzar.

Mis acólitos se arremolinaban en un círculo alrededor del altar y de nosotros. El ritmo de los cánticos y de los tambores comenzaba a surtir efecto en mi cabeza, notaba el poder ascendiendo desde la base de mi columna vertebral, mordiéndome bajo la piel… Las bailarinas ataviadas con vestidos escarlata y translúcidos ya habían comenzado su danza, situadas en los cuatro puntos cardinales. La luz de las velas iluminaba la escena desde las enormes lámparas de araña, metamorfoseando el ambiente y otorgándole un aire místico e irreal.

El Andros Pater lo miraba todo con los ojos muy abiertos, percibía la excitación debajo de su máscara carmesí. Y notaba su lujuria, mientras los sacerdotes le bajaban los pantalones hasta los tobillos y lo ayudaban a tumbarse en el altar. Yo había ordenado que le administraran una viagra con la primera copa de champán, para asegurarnos de que nada podía fallar. Los ancestros necesitaban alimentarse de la sagrada energía de la procreación para comunicarse, era de vital importancia que el sacrificio estuviera bien dispuesto. Dediqué un vistazo a su miembro, sabiendo al instante que posiblemente, no hubiera hecho falta el poder de la pildorita azul. No tenía el pene muy grande, pero era grueso como un tronco; sentí que me humedecía. “Pobre diablo” pensé un segundo más tarde. Aquel hombre había sido vendido por su clienta, una de mis asociadas más antiguas; era uno de sus abogados y hacía unos meses, también había sido su juguete favorito. Pero ella ya estaba cansada del amorío. Y él reunía todas las características; maduro, sano, atractivo, esposo y padre, su semilla ya había engendrado más de una vida. Y había acudido al círculo libremente, engañado como todos sus predecesores.

—¡DIOSES Y ANCESTROS! —grité bien alto, con los brazos alzados al cielo—. ¡HABLADME, PROTEGED A VUESTRO CÍRCULO FIEL DE SUS ENEMIGOS. AMADNOS!

—¡NOSOTROS OS DAMOS LA MECHA! —repitieron todos al mismo tiempo, un eco que se extendió por todo el lujoso salón de baile—. ¡VOSOTROS NOS DAIS LA LUZ QUE ALUMBRA NUESTRO ÉXITO EN LAS TINIEBLAS!

Mi alrededor cobró vida, los acólitos comenzaron a moverse en círculos, con las manos unidas, pareciendo un agitado mar de carne y hueso. Supe que había llegado el momento y estiré un hilo del vestido; éste se desprendió resbalando por mi piel, hasta dejarme desnuda.

—¡OH, ANDROS PATER, SAGRADO VARÓN! —exclamé.

—¡OH, SAGRADA HEMBRA!

Los sacerdotes me levantaron por la cintura y me ayudaron a subirme sobre mi anfitrión. La excitación del hombre quedaba más patente que nunca, la sentí entrar por mi vagina, recorrer cada palmo de mi cuerpo que se movía como un autómata, rítmico, al compás de la melodía tribal que reverberaba en la sala. Él gemía, sonidos viriles que me llenaban de gozo, noté que mi tocado se deshacía, el cabello salvaje y suelto, agitándose a mi alrededor… Entonces vino la primera sacudida, mi poder ya había llegado a la sutura sagital, como una serpiente de luz… aquella era mi contribución al sacrificio, el Andros daba la vida, yo la energía. Y la visión me sacudió, dejándome ida. Vi a los ancestros a nuestro alrededor, espectros sin rostro que se arremolinaban sobre nosotros, acariciándonos… las puertas de mi consciencia se quebraron como un cristal, floté… de repente ya no me hallaba en el círculo, sino en un lugar oscuro y húmedo, una cueva con extrañas pinturas relucientes en las paredes; había una urna de aspecto arcaico, supe que era tan antigua como la humanidad. De golpe comenzó a quebrarse, percibí una energía colosal en su interior, la más oscura que había captado jamás; y quería brotar al mundo… sentí terror, hipnotizada, mientras contemplaba como la grieta crecía y crecía de tamaño, hasta que sin previo aviso, el recipiente reventó en mil pedazos. Grité al ver que una niebla negra surgía al exterior, adquiriendo la apariencia de una anciana terrorífica… ella me miró con los ojos rojos, una tétrica sonrisa se esbozó en sus cadavéricas facciones…

BRUJA HERMOSA… —me susurró sin palabras, un mensaje que se clavó en mi psique—. LLEVO MUCHO TIEMPO ESPERÁNDOTE… VOLVEREMOS A VERNOS, TU DESTINO TE AGUARDA…

Todo a mi alrededor se volvió brumoso, escuché unos intensos gemidos y regresé a mi cuerpo, al círculo… todavía abrumada, supe que él estaba a punto de llegar al orgasmo y miré como los sacerdotes le cubrían la cabeza con una bolsa de terciopelo negro… quiso resistirse, pero yo le agarré de las manos y aceleré el ritmo sobre su miembro. Él logró liberarse, un estertor invadió sus piernas, quiso empujarme… las bailarinas lo sujetaron con fuerza, impidiéndoselo… unos minutos más tarde eyaculó con violencia, me sentí llena… y mi Andros Pater exhaló su último aliento, quedando tan quieto como una estatua. El sacrificio había concluido.

El cigarrillo se agitaba entre mis dedos, ya que no podía dejar de temblar. Hacía rato que me hallaba en mi habitación, mirando por la ventana y cubierta por un cálido y suave albornoz. La fiesta seguía su curso, pero necesitaba descansar, ocultar mi enturbiado ánimo. Unos golpes en la puerta me despertaron, logrando que me volviera para mirar. Billy entró en la estancia, sonriente.

—Ya hemos solucionado el tema de nuestro anfitrión —soltó a modo de saludo.

—Perfecto —respondí, poco convencida—. ¿Lo habéis cambiado?

—Claro. Es más natural que lo encuentren con su ropa de diario que con un frac, ¿No te parece? Uno de nuestros hombres está dejando su deportivo en un descampado, bien lejos de aquí. No te preocupes, saldrá bien, como siempre.

Quise sonreírle, pero me fue imposible.

—En unos días volveremos a ver por la televisión otro caso de nuestro psicópata favorito —añadió ante mi silencio—. ¿Estás bien?

—Cansada —dije, pensando en lo que acababa de oír.

El asesino del terciopelo había sido nuestra mejor invención, una mascarada perfecta para ocultar los rituales. Todos los Andros Pater eran cambiados de ropa, llevados a un lugar apartado y colocados en el lugar del conductor, con las manos atadas detrás del asiento. Habíamos creado un mito moderno, una distracción perfecta para los medios de comunicación y las autoridades. Hasta tenía seguidores en las redes sociales, un acontecimiento que me hacía pensar en lo jodidamente loca que estaba la gente.

—Has… ¿Los ancestros te han dado un mensaje? —preguntó Billy, indeciso.

Asentí con un movimiento de cabeza.

—Un miasma de tiniebla se ha cernido sobre todos nosotros —respondí, volviendo a mirar por la ventana—. Sucesos importantes están por llegar, te lo aseguro.

Mi primo se quedó en silencio, mirándome fijamente. Notaba sus ojos clavados en la nuca, pero no me importó. Me sentía medio desfallecida. Y una idea ridícula revoloteó por mi cabeza, logrando que meditara sobre ella. Pensé en el torrente de energía que corría a través del cuerpo humano, serpenteando entre los chakras o puntos cardinales, llena de luz. Todos poseíamos esa conexión con lo divino, pese a que la mayoría de la población la tuviera rota y apagada. Entonces, caí en la cuenta de que hacía mucho tiempo, la mía se había transmutado en una serpiente hermosa y letal, cargada de veneno…

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Ciudades de tiniebla. 7. El veneno de la serpiente por Ramón Márquez Ruiz se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivar 4.0 Internacional.

Me llamo Ramón Márquez Ruiz y soy escritor, diseñador gráfico e ilustrador. Bienvenidos a Novelesco. Si deseas saber más cosas sobre mi, clica abajo. Muchas gracias por leerme ; )

CAPÍTULO 8. SEÑALES DESDE EL INFIERNO (SEGUNDA PARTE)

CAPÍTULO 6: SEÑALES DESDE EL INFIERNO (PRIMERA PARTE)

Mataró era una ciudad muy cercana a Barcelona. Según las indicaciones de la adivina, si cogía la línea del autobús e once punto dos debía apearme en la tercera parada, situada junto a un descampado; luego, subir en línea recta, hasta llegar a un bar que hacía esquina. Y si no me fallaban los cálculos, daría con la calle indicada y con la puerta de su casa. Ella vivía en un nuevo bloque y me había asegurado que desentonaba, que lo vería a la primera.

“Aquí estoy” pensé, viendo cómo el autobús se alejaba calle abajo. De golpe se levantó una brisa que meció mi falda amarilla de forma escandalosa; yo, por impulso, me agarré el sombrero y un anciano que pasaba por allí me miró directamente las bragas, despistándose tanto que chocó contra la señal que había en un lateral de la parada.

—¿Disculpe señor, está bien? —le pregunté enseguida, acercándome a él. Por fortuna mi vestido había vuelto a la normalidad.

—Sí, sí, no se preocupe. Yo… lo lamento, pero no lo he podido resistir. Es usted un ángel señorita, de lo más bonito que he visto.

Le dediqué una encantadora sonrisa.

—Muchas gracias. Y queda disculpado, me alegro de que no se haya hecho daño. La naturaleza y su llamada nunca nos abandona, mucho menos cuando vemos algo que nos agrada. Siempre formará parte de nosotros.

—¡Vaya! —exclamó el abuelo, sorprendido de mis palabras— Es usted filósofa, a la par que hermosa.

“El anciano tiene miga” pensé divertida; “En sus tiempos mozos seguro que arrasaba”.

—Deje de alagarme, hará que me ponga muy roja —le supliqué con fingida inocencia—. Ahora que lo pienso, ¿podría decirme dónde encontrar una calle? Se llama Ronda dels països Catalans, creo…

—Por supuesto, yo voy para allá, la acompaño un trecho. Y resulta que sólo hay que subir, está justo aquí al lado.

A día de hoy sigo sin saber el motivo de que le preguntara sobre mi destino. Surgió improvisando, sin más. Y mientras ambos caminábamos y el hombre me contaba sus batallitas, no paré de estudiar cada arruga de su rostro con suma atención. Él había gozado de una buena vida, estaba segura; sentía el amor de una familia, también percibía en su silueta el peso de la pérdida, tal vez de su amada esposa… pero su postura erguida, su manera de caminar jovial y su sentido del humor me transmitían una profunda calma interior, como si ya hubiera conseguido la paz para disfrutar del resto de su vida. Y a pesar de que rondaba los ochenta años, no podía dejar de verlo como un niño bonito. Yo en cambio, era muy vieja, pero mi cuerpo no se marchitaba nunca. Y siempre, siempre me quedaba sola, pasara lo que pasara. De repente me invadió la desagradable sensación de que había sido creada, simplemente, para verlos a todos morir.

Tras besarme la mano y despedirse, el anciano se metió por una de las calles adyacentes. Sonreí mientras lo veía marcharse y seguí subiendo, saboreando la agradecida sombra de los árboles. Pronto llegué al bar que hacía esquina y pasé de largo alrededor de las mesas que había en la acera. Varios hombres que tomaban algo a la fresca me miraron sin disimulo y me silbaron, algo que no logró que me volviera para mirarlos.

Tal y como había indicado la adivina, su bloque de pisos se hallaba en la acera de enfrente, y sí, desentonaba con todo lo demás. Quedaba apartado en un tramo de acera, dando una rara sensación de aislamiento. Tras pensar que era extraño, crucé la calle estudiando la impoluta fachada de diseño. Y al llegar a la puerta, piqué en el interfono el botón indicado…

Al bajarme del ascensor en la sétima planta, busqué el tercero, topándome con que una mujer de cabello moreno y gafas me esperaba a la puerta.

—Hola —la saludé, dándole la mano—. ¿Es usted la señora Maribel Sempere?

Ella me escrutó con disimulo, de arriba abajo, pese a que lo percibí al vuelo.

—Si, soy yo. Usted debe ser Sandra, ¿no? Adelante por favor —me invitó, apartándose para dejarme pasar— Y nada de señora, no soy tan vieja.

—Gracias —respondí, quitándome el sombrero y entrando en un amplio pasillo.

—Sabe, he de decirle que su estilazo me ha dejado escandalizada, me encanta. Sígame, por favor. ¿Ha tenido algún problema para llegar hasta aquí?

—No se preocupe, ha ido perfecto.

Mientras las dos caminábamos hacia una habitación situada al fondo, miré a la adivina con curiosidad.

Andaba cerca de los cincuenta años, a lo sumo. Un holgado y colorido vestido hippy cubría y favorecía su silueta de curvas pronunciadas. Desprendía una energía que me gustaba, notaba un poco de luz, algo que los estafadores y los locos no solían hacer.

Al entrar en la estancia nos sentamos alrededor de una mesita cuadrada y estudié la decoración por encima. Contra todo pronóstico no estaba abarrotada de cosas. A mi espalda quedaba un mueble de aspecto antiguo sobre el cual había una bandeja y un incensario que desprendía una fina estela de humo; un buda enorme me miraba desde la pared de enfrente, quedando detrás de la mujer; a excepción de unas velas sobre la mesa y una cortina de color oscuro en la ventana, no había nada más, hasta las paredes eran blancas. Y olía a lavanda, toda una novedad. Desde hacía unos años, ese tipo de momentos siempre habían quedado precedidos por una neblina mística, tan cargada de olor a mirra y variantes que apenas permitía respirar. Quizá en el transcurso de los dos últimos siglos mi meta había mutado hacia la búsqueda de buenos actores, como si la consulta se tratara del show de la semana.

—Me gusta esa escultura —le dije—. Y la decoración en general, es simple y chic al mismo tiempo.

—Gracias —me respondió—. A mí también me lo parece. ¿Puedo preguntarle donde ha comprado ese vestido?

—Fue en Londres, hace unos años. La verdad es que lo cuido mucho, es un tesoro.

—Me fascina, pareces una estrella de cine clásico —añadió, dedicándome una sonrisa—. Y ese sombrero… Disculpa, soy una enamorada de todo lo vintage. Aunque sospecho que a mí tu conjunto no me quedaría del mismo modo…

Ambas nos reímos.

—No se engañe, es mágico. Convierte a todas las mujeres en estrellas. A mí me gusta el suyo.

—Mercy, me caes bien, Sandra; ahora dime, ¿ya te han tirado las cartas con anterioridad?

Asentí con un movimiento de cabeza.

—Perfecto. Antes de comenzar me gustaría matizar otra vez que cobro cincuenta euros la sesión, que suele durar una hora. Aunque puede alargarse sin sobrecargo, de ser preciso.

—¿Suelen alargarlas mucho? Sus sesiones, quiero decir.

La adivina se río.

—Eso depende de la persona, cielo. He de decir que no tienes pinta de ser así, te veo una jovencita muy lanzada, e increíblemente madura. Hablas como una persona mucho mayor, denotas una seguridad bestial.

—Me alaga. La verdad es que no creo que esto se prolongue más de lo necesario; no me mal interprete, es solo que no deseo preguntar demasiado.

—Muy bien, Sandra, me gusta tu determinación —soltó ella, abriendo una cajita de madera situada en un lateral de la mesa. A continuación sacó un zajo de cartas alargadas, con un bonito estampado bucólico en el reverso—. Ahora toma, mézclalas pensando en lo que deseas consultar, así yo acabo de prepararlo todo.

Nada más dármelas sacó de un pequeño cajón un paquete de cerillas y encendió las velas. Después de guardarlo en su sitio, se levantó y caminó hacia la ventana, cerrando las cortinas.

Me sorprendí con el cambio lumínico; la atmosfera adquirió una tonalidad cálida y tenue, pero seguía quedando algo de luz filtrada por la cortina.

—Cubren bastante, lo sé —añadió ella; volvió a su silla y se sentó de nuevo frente a mí, observando como mezclaba las cartas.

Nos miramos a los ojos mientras mis manos se movían con agilidad y noté el cambio repentino en su actitud. Se puso nerviosa. “Es una muy buena señal” pensé. La gente con cierta sensibilidad captaba mi naturaleza, o para ser precisa, que no era exactamente como la suya.

—Bien, cariño, ahora me gustaría que hicieras un par de cosas por mí. No me digas nada que no sea estrictamente necesario, y solo cuando te pregunte. Es para que no me contamines con información, así me será más sencilla la lectura. Y has de decirme, de una manera simple, sobre lo que deseas preguntar.

—De acuerdo —respondí sonriente—. Me gustaría una tirada general. ¿Ahora qué hago?

—Ponlas encima de la mesa y corta.

La obedecí.

—Vale, ¿cuál escoges?

—El de la izquierda.

—Perfecto —dijo la mujer, apartando el montón sobrante—. Hazme un abanico, sin miedo.

Le hice caso otra vez, divertida.

—Ahora ves escogiendo y me las vas dando una a una. Creía… creía que ya habías asistido a varias sesiones…

—Cierto, sí, es que me encanta observar los movimientos, la puesta en escena. Y he de decirle que la suya es de las más mundanas, algo que me gusta mucho.

La mujer me miró a los ojos antes de darme las gracias.

—Bien, ves escogiendo para que yo pueda irlas colocando.

Dejé que mi mano flotara sobre las cartas, en un movimiento horizontal. Ya conocía la sensación y el toque que me hacía elegir al azar, una chispa de calor en la yema de los dedos. Con un rápido gesto agarré la primera, para dársela. Ella le dio la vuelta y la colocó en el centro de la mesa.

—El mago —me dijo; sentí un escalofrío intenso por todo el cuerpo. Después escogí la segunda y en aquella ocasión la adivina la dejó tumbada encima, sin darle la vuelta.

Y el juego siguió así, hasta que los naipes centrales quedaron rodeados por cuatro más, formando una especie de cruz arcaica.

—Antes de continuar, me gustaría analizar un poco lo que veo aquí; yo utilizo una variante de la cruz celta y la carta en la sombra, a la que aún no se le ha dado la vuelta, pertenece al Oráculo. Es la última que veremos.

—Vale.

—En el centro está el mago. El mago siempre habla de la fuerza, la iniciativa, la creatividad… aunque no estoy muy segura, pero… yo veo aquí…

Percibí sus dudas, un atisbo de inseguridad que me pareció muy gratificante.

—Veo la figura de un hombre, cariño.

“Ohlalá” me dije. Pese a que la señora Sempere causaba una buena impresión, aún debía de superar varias de mis expectativas. Y lo cierto es que había comenzado de una forma insuperable.

—Sabes, ahora me estoy dando cuenta de que sólo has sacado arcanos mayores, que curioso. Mira, la carta de arriba nos habla de lo que reconoces.

—La muerte —leí el anunciado—. Tengo entendido que habla sobre los cambios de la vida…

La adivina pareció quedarse absorta por un instante y volvió a mirarme a los ojos.

—Si, Sandra, entre los muchos otros significados —logró añadir—. Yo veo al segador como el aprendizaje hacia la madurez. Y me llega que vas a seguir evolucionando, aunque el camino se tuerza un poco.

—Perfecto, prosiga por favor.

—El naipe de abajo nos dice lo que tú percibes, y es la de los enamorados. ¿Tienes a algún pretendiente? Te va a ir de maravilla, me llega que vas a triunfar con alguien…

—No hay nadie. Pero no soy una persona que se cierre a las emociones nuevas. Ha llovido una eternidad desde mis primeros amores.

—Entiendo. Ahora vayamos a tu pasado, ésta de aquí —añadió, señalando la carta que había a la izquierda—. La Suma sacerdotisa, que curioso. Habla de tu aprendizaje intuitivo, de que en tu pasado aprendiste a ver otra realidad distinta a la que tenías… y la que hay a la derecha, nos sugiere tu futuro inmediato, el juicio…

Una de las velas chisporroteó de forma extraña y ambas le dedicamos un vistazo. La mujer volvió a la lectura y tocó indecisa el último naipe… y de repente noté que le temblaban las manos… ella abrió mucho los ojos, sus dedos se dirigieron hacia la carta central, la del Oráculo… Yo sabía que aún faltaban cuatro por colocar, pero tuve la impresión de que había sido golpeada por su intuición… “Dime que eres real, preciosa” pensé, contemplando como dudaba un instante antes de darle la vuelta, muy lentamente…

—El diablo —leí en voz alta.

La adivina me fue mirando poco a poco, hasta que sus ojos se clavaron en los míos, contuvo el aliento… Entonces su cabeza se estampó contra la mesa, con un golpe tan duro que me hizo rebotar de la silla.

—¡DIOS MÍO! —exclamé, levantándome apresurada—. ¿Se encuentra bien? ¿ME OYE?

Distinguí que algo de aspecto viscoso botaba de su cabello, creando un charquito a su alrededor. Reconocí el olor de la sangre y corrí hacia las cortinas, para abrirlas…

No… las… abras… —me llegó su voz; sonaba extraña, envejecida y lenta, sus palabras rozaban la agonía de una forma escalofriante.

Al volverme para mirarla, me topé con que intentaba enderezarse, patosa… “O es la mejor actriz que he visto en siglos o esto es real”. Sentí un entusiasmo repentino, pese a que la situación no era del todo alentadora.

—¿Señora Sempere? —pregunté, acercándome a la mesa. Al sentarme en la silla ella se incorporó de repente y me miró a través de los cristales rotos de las gafas, con dos ojos negros cargados de oscuridad. Se había abierto una herida en la frente, justo en la zona del tercer ojo; la sangre le cubría el rostro como una leve cascada, provocando un efecto grotesco.

Ya no quedaba ni rastro del aroma a lavanda; olía a rancio, a encierro…

¡Tú! —exclamó, con una voz ronca y lejana, espectral.

Sentí un poco de miedo, había acertado con aquella mujer.

Siempre supe que daría contigo, engendro de la naturaleza —añadió.

Reconocí quien había invadido aquel cuerpo. Con los años una aprendía cosas, sobre todo a percibir posesiones demoníacas o de deidades paganas. El mundo parecía simple, pero era un lugar insólito y extraño.

—Hola de nuevo, querida amiga. Hace mucho desde la última vez —le contesté—. Y es una muy grata sorpresa, ni en un millón de años hubiese esperado algo así…

¡CÁLLATE MALDITA ZORRA! —me cortó— Escucha, no hay tiempo… Este recipiente posee un don puro, pero no está bien entrenado…

Mi instinto me mandó obedecer, por lo que cerré la boca.

Se acerca la oscuridad, la urna se ha roto…

Escuchar la última frase no me gustó nada. Sabía de lo que hablaba, sentí un insoportable nudo en la boca del estómago… “Grandísima mierda”.

—Es imposible —murmuré.

¿Te crees más grande que el universo, niña eterna? Ha olido el mal que se cierne sobre todos y su miasma de tiniebla ha brotado al mundo otra vez… Y lo ha buscado… ha matado… y ya lo ha encontrado…

—¡¿A QUIEN?! —exclamé sin poder contenerme.

A la aberración perfecta…

“La aberración perfecta…” repetí sus palabras de forma mental. No era posible, Aleksey… Me sentí como si me hubieran tirado un jarrón de agua helada encima, noté mis emociones desbordarse, las primeras lágrimas… “Él no era una aberración, era una luz” me dije una y otra vez…

Las tinieblas engullirán esta tierra maldita y los antiguos Dioses dormidos despertarán para reclamar lo que antes era suyo. Tu profecía se cumplirá, puta ladrona.

—¡Vete al infierno, bruja rencorosa! —le grité fuera de mí, levantándome de la silla.

Vengo de allí, bonita. Y te lanza señales con mucho amor.

Al menos la vieja no había perdido nada de su maldito humor negro.

—¿Por qué ahora? ¿Qué es eso de la aberración?

Mi otra mitad ya lo ha engañado una vez, se ha fortalecido… Se alimentará de sus dones, de su luz… Has de protegerlo cueste lo que cueste, has de impedir que cambie su naturaleza… recuerda lo que te dije el día en el que me lo robaaasteee… recuérdalo bien… todos los ojos se han puesto sobre tu amada ciudad… y una parte de tu pasado olvidado ha venido para darte una patada en ese culo tan teeersooo… Ya te obseeeeervan, coooosa… Deeeescoooooonfía de la beeelle…

Supe que se quedaba sin energía y noté como la presencia abandonaba aquel cuerpo. La señora Sempere gritó histérica, llevándose una mano a la lesión. Parecía mareada.

Corrí hacia las cortinas para que la luz del día dejara ver mejor los desperfectos y busqué mi Iphone en el bolso. Lo saqué y marqué a toda velocidad el número de urgencias.

—¡¿QUÉ HA PASADO?! —preguntó la mujer, con voz temblorosa.

—Creo que le ha dado una bajada de tensión y se ha desplomado sobre la mesa. No se preocupe, estoy llamando al ciento doce… Tapónese la herida, en seguida estoy con usted…

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Ciudades de tiniebla. Capítulo 6. Señales del infierno (primera parte) por Ramón Márquez Ruiz se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivar 4.0 Internacional.

Me llamo Ramón Márquez Ruiz y soy escritor, diseñador gráfico e ilustrador. Bienvenidos a Novelesco. Si deseas saber más cosas sobre mi, clica abajo. Muchas gracias por leerme ; )

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