¡BAM!

¡BAM!

Una mueca apenas perceptible cruzó el rostro de Lennerman.

—¿Y bien? —insistí, picando con la tapa de la estilográfica sobre el folio.

—Señor Eldorf, creí haberle dejado claro que durante la entrevista no iba a responder a preguntas de índole personal.

Me había costado mucho  conseguir aquella oportunidad y no podía desaprovecharla. El galán mostraba indicios de haber perdido la paciencia, remarcándome que debía actuar ya y lanzar el comodín que tenía bien guardado bajo la manga. Apreté los labios y abrí el portafolio que usaba para escribir.

—Pues eso es justo de lo que deseo hablar —dije, mientras sacaba una fotografía y la dejaba sobre la mesita de caoba que nos separaba.

Lennerman la observó y arqueó las cejas, sorprendido. Una copia de sí mismo y la mujer desnuda nos miraban indignados desde un lecho revuelto. A pesar de ser una instantánea mal tomada ella no perdía ni un ápice de belleza.

—¿Cómo la ha conseguido? —preguntó él, tajante.

—Tengo mis medios.

Una sonrisa lobuna cruzó sus facciones. No me gustó nada.

—¡Ya comprendo! —exclamó—. ¡Usted era el fotógrafo pervertido!

Intenté parecer impávido. Yo no era esa clase de hombres. Pero me había llegado un soplo y acudí, buscando una exclusiva que acabó siendo mucho más. Nunca imaginé que me toparía con la dolida viuda de Richard Hansen, el magnate del petróleo más rico de Estados Unidos, retozando en la cama con Lennerman, el gigoló. ¡Bam!

—Un millón de dólares —solté, serio.

—¿Perdón?

—Es el precio de mi silencio por no publicar la fotografía, tomada la misma tarde en la que Hansen fue enterrado.

Lennerman me estudió. Luego todo sucedió muy deprisa. Alguien, desde atrás, rodeó mi cuello con un tipo de cordón. Intenté forcejear en vano.

—Será que no, señor Eldorf —dijo el galán. Y entonces sonrió.

Me llamo Ramón Márquez Ruiz y soy escritor, diseñador gráfico e ilustrador. Bienvenidos a Novelesco. Si deseas saber más cosas sobre mi, clica abajo. Muchas gracias por leerme ; )

LA VENTANA ABIERTA

LA VENTANA ABIERTA

Julio permanecía sentado al borde de la cama. La persiana bajada apenas permitía que algunos rayos furtivos entraran en la estancia, acrecentando el aire melancólico que imperaba en el ambiente. El hombre no se atrevía a darse la vuelta. El lecho vacío que se abría a su espalda le parecía inmenso, tan grande como un desierto aterrador.

—Abuela, necesito estar solo.

Carmen suspiró al ser descubierta y se acomodó junto a su nieto. Ella llegaría muy pronto y más le valía prepararse.

—¡Tonterías! —exclamó la mujer—. En la oscuridad y la soledad no arreglarás nada, créeme. Yo experimenté lo mismo hace tiempo. Y sucumbí, como hicieron los demás.

Entonces Julio se volvió para observar aquel rostro que tantas veces había visto en fotografías en blanco y negro. Pese a la penumbra podía verlo con claridad.

—Lola se ha ido —sentenció a continuación con amargura—. He enviudado a los treinta y seis, la misma edad con la que lo hizo mamá, la misma con la que también lo hiciste tú.

Carmen esbozó una sonrisa triste.

—Hasta hace dos años no sabía nada de la maldición —continuó hablando él entre lágrimas—. Me enteré por la biografía familiar.

Ella asintió.

—¿Lo creíste? —quiso saber.

—Al principio no.

La mujer suspiró. A todos les había sucedido lo mismo.

—¿Te importaría contarme nuestra historia, abuela? Tienes una voz maravillosa.

Ella aceptó complacida. Luego empezó su relato.

—Hace mucho tiempo, en un pueblo cercano a Granada, vivía un muchacho guapo y honesto llamado Julio, como tú. Tenía a todas las mujeres encandiladas y muchas madres pretendían casarlo con sus hijas. Pero él siempre rechazaba las proposiciones que recibía, sin saber que entre todas sus admiradoras había una especial.

»Amparada se llamaba la mujer del alcalde. Guardaba muy bien las apariencias, pues en secreto practicaba las artes oscuras. Era una bruja caprichosa que deseaba al mozo para su hija. A pesar de eso fueron pasando los años sin que nadie conquistara el corazón de Julio, hasta que un día apareció en el pueblo una nueva familia venida de la ciudad…

—Un matrimonio con tres hijas —la interrumpió su nieto, con voz soñadora— a cada cual más hermosa. Y quiso el destino que el bueno de Julio se enamorara de la mediana, que curiosamente, se llamaba Juliana. Todo suena a cuentos de hadas —añadió—. Lástima que estemos en una pesadilla.

Carmen sintió la tentación de acariciarlo.

—¿Quieres que prosiga?

Obtuvo un gesto afirmativo como respuesta.

—La boda se celebró tras un intenso noviazgo y Amparada no soportó que Julio se casara. El muchacho había osado rechazarla a ella como suegra y merecía un castigo. Invocó a las tinieblas y creó un terrible maleficio que duraría diez generaciones.

»Juliana murió tras dar a luz a una preciosa niñita, justo cuando Julio cumplía treinta y seis años. Esa misma noche, la primera de luto, el hombre recibió la visita de un ser oscuro que se alimentó de su desesperación, susurrante, hasta que consiguió inducirlo al suicidio, dejando huérfana a una pobre criatura.

—La décima generación fue mi madre, ¿verdad?

La mujer iba a responder cuando la oscuridad se volvió densa y gélida. El hombre se levantó de repente, alertado.

—Ya está aquí, cariño.

Unas manos de dedos largos y retorcidos navegaron en las tinieblas.

—Pobre alma rota… —dijo una voz cascada.

El espectro cobró visibilidad y empezó a danzar alrededor de Julio con movimientos enfermizos.

Carmen recordó la primera vez que la vio y pensó en la ironía del destino. Toda magia oscura tenía un precio. Tras fallecer, Amparada pagó el suyo quedando condenada a ser la mensajera de muerte que había pretendido invocar.

—Es insoportable —decía la bruja— Acaba con el sufrimiento. Yo veo como tu corazón sufre.

—¡Abre la ventana, cariño! —exclamó la mujer. Veía resignada como su nieto se tragaba aquella ponzoña plagada de mentiras y no podía interferir de otro modo—. ¡No tiene control sobre ti, te reclama porque es avariciosa! ¡La maldición terminó con tu madre, no la escuches!

—Lola te espera, Julio. Está sola en la oscuridad… Grita tu nombre y llora…

Él temblaba. Sentía como esas palabras se le clavaban en el alma como un millar de alfileres. Carmen supo que estaba cediendo, si no hacía algo más la maldición ganaría de nuevo.

—¡Recuerda a Casandra, tu hija! —le gritó a su nieto, desesperada—. ¡Recuerda la promesa que le hiciste a Lola antes de que muriera!

Entonces el hombre reaccionó y la miró. Sabía que le habían concedido un regalo al mandársela para velar por él. Pensó en su pequeña, en que tenía los mismos ojos verdes de Lola.

—¡Tu dolor aúlla! —escupió el ser—. ¡Acaba con él, hazlo ahora!

Las manos de Julio se aferraron a la correa de la persiana y la estiraron con fuerza, dejando que la luz devorara las tinieblas. Carmen sonreía. Ya empezaba a desvanecerse junto al espectro, a sabiendas de que el maleficio se había terminado al fin.

Ambos contemplaron como Amparada se esfumaba absorbida por la claridad, chillando de agonía.

—¿Y ahora qué? —le preguntó Julio a su abuela cuando se quedaron solos. Lloraba de forma liberadora.

Ella volvió a regalarle una sonrisa. También se marchaba, apenas era visible ya.

—Ahora lucha por la hija que te ha dado Lola. Aprenderás a vivir con el dolor, lo prometo. Y sobre todo, mira hacia delante, siempre hacia delante.

Me llamo Ramón Márquez Ruiz y soy escritor, diseñador gráfico e ilustrador. Bienvenidos a Novelesco. Si deseas saber más cosas sobre mi, clica abajo. Muchas gracias por leerme ; )

LOS SUSURROS DE LA NOCHE (DESENLACE)

LOS SUSURROS DE LA NOCHE (DESENLACE)

Los alaridos de padre resonaban en las tinieblas. Shirley apenas podía caminar o mantenerse en pie y avanzaba despacio, llorando tanto que le faltaba el aire.

 ¿Por qué sucedía aquello? El mundo le parecía un lugar de pesadilla, carente de sentido.  

 El pozo había indicado a la joven qué dirección seguir y conocía tanto Wesborth que incluso a oscuras era capaz de llegar a la iglesia, si no la mataban aquellas criaturas primero. Cuando había conseguido avanzar unos pasos se hizo el silencio y supo que su progenitor había muerto. Sintió una fuerte presión en el pecho. Le fallaron las piernas y cayó al suelo, quedando sentada en la oscuridad. Chilló fuera de sí, traspasada por el dolor. Ya no le importaba nada, aquellas malditas bestias del bosque podían hacer con ella lo que quisieran. Una dolorosa quemazón le subía por el brazo y le llegaba hasta el cuello, lo notaba palpitar como si hubiera otro corazón en él. Sentía que la fiebre le arrebataba las fuerzas. Tenía frío a pesar del terrible calor. Quiso rendirse allí mismo, cansada de sufrir.   

 Y de repente recordó a Will. Padre le había hecho prometer que lo buscaría, no podía dejar a su hermanito solo en el mundo. Tenía que llegar a su lado. Además, quizá el agua bendita la curase. El niño merecía al menos que lo intentara.

 Ese pensamiento logró que la muchacha reuniera las fuerzas necesarias para levantarse y empezó a caminar de nuevo. La casa de Dios no tardó en aparecer a lo lejos, iluminada por abundantes velas que le daban un toque irreal, casi fantasmagórico. Arrastró los pies y continuó hacia delante, en un tramo que se le hizo interminable. Cuando llegó junto a las puertas las empujó hacia dentro con un arduo esfuerzo, consiguiendo abrirlas lo suficiente para pasar. Quedó cegada durante un momento.

 —¡Shirley! —la llamó una voz infantil.

 La joven recuperó la visión. Por todos lados había velas encendidas, incluso en el altar. Se dio cuenta de que notaba los colores de una forma distinta, con mayor intensidad. Y comprobó que habían colocado bancos en la entrada, en un burdo intento de sellarla. Entonces vio a su hermano y cualquier otro pensamiento se esfumó. El pequeño la miraba con los ojos muy abiertos, parado en medio del pasillo que se abría entre las dos hileras de asientos. Su expresión reflejaba desconcierto, un atisbo de miedo quizá. Pero no le importó. Se dejó caer de rodillas, exhausta, abriendo las brazos hacia él.

 —¡Estás bien, gracias al cielo! —consiguió decirle, notando como las lágrimas volvían a correr por sus mejillas. El niño venció su reticencia y corrió hacia ella, abrazándola bien fuerte.

 —¿Dónde está padre? —preguntó Will, reprimiendo un sollozo.

 Su hermana necesitó concentrarse. A cada minuto se encontraba peor y no podía pensar con claridad. Miró hacia la pila bautismal que descansaba muy cerca del altar, consciente de que quizá tenía cercana la salvación.

 —Ahora viene —mintió, aguantando un lamento—. Necesito… necesito que me ayudes a llegar hasta el agua.

 El pequeño asintió. Como pudo la sujetó mientras se ponía en pie. Dieron un paso tambaleante. Y otro. Y otro más, hasta que a mitad de camino Shirley no soportó el peso de su cuerpo y volvió a caer postrada de rodillas. Le costaba un gran esfuerzo respirar, sentía que se ahogaba.

 —¡Hermana! —exclamó el niño, abrazándola.

 La muchacha se miró las manos conteniendo el aliento. La infección ya se había extendido hacia el otro brazo, como una maraña de venas oscuras que devoraban cada palmo de su piel. Las sentía palpitar y arder. Intentó pensar…

 —Will, tendrás que traerme tú el agua —logró decir—. Busca cualquier cosa, por favor.

 El niño asintió y corrió a través del pasillo. Mientras inspeccionaba cerca de la pila y acercaba una silla para poder subirse, Shirley se dio cuenta de algo que al principio le había pasado inadvertido.

 —¿Y el reverendo? —preguntó con la voz vacilante.

 —Se ha encerrado en la sacristía —respondió el niño.

 La joven maldijo a aquel hombre cobarde por todos sus pecados y por dejar a un crío solo ante el peligro. Pero no dijo nada. Se hizo el silencio. Luego oyó como el pequeño regresaba a su lado. Vio que en la mano llevaba una copa llena hasta el tope y supo de donde la había cogido. Sintió un escalofrío al tener un pensamiento oscuro, temerosa de Dios. Pero luego recordó que quizá él jamás había estado en Wesboroth. Y el objeto sagrado perdió el poder de atemorizarla.

 —¡Toma Shirley! —exclamó el niño, tendiéndole el recipiente.

 La joven bebió un largo trago y se tiró el resto sobre la cabeza y los brazos. No percibió ninguna mejora.

 —¡Voy a por más! —chilló el niño, quitándole el cáliz vacío.

 Pasaron unos segundos.

 —No servirá de nada, cariño —se escuchó una voz de mujer—. No estás maldita, ni enferma tampoco.

 La joven se volvió hacia la puerta. 

 —¡Asesina! —le escupió a Mildred. La anciana la miró con un brillo de pena en los ojos. Luego se afanó en ir apartando los obstáculos de las puertas.

 —Yo no tengo la culpa de lo que ha sucedido en este pueblo, ni siquiera a tu padre —añadió, dándole la espalda—. Y no puedo ejercer influencia sobre los seres del bosque.

 —¡Mentira!

 Will regresó junto a su hermana con la copa llena hasta el tope. Miró a la anciana de soslayo mientras le tendía el recipiente.

 Shirley bebió largos tragos y volvió a rociarse otra vez. La vieja se giró un momento y contempló la escena.

 —Vuelvo a decirte que no servirá de nada —añadió, mientras el crío caminaba hacia a la pila de nuevo.

 La muchacha decidió ignorarla. El niño repitió los viajes cargado con el cáliz lleno hasta el borde varias veces, sin lograr ningún resultado.

 Y la mujer siguió con lo suyo. De repente el ruido de una puerta la distrajo. Entonces ambas miraron hacia la sacristía, topándose con la atónita mirada del reverendo, que las estudiaba desde el umbral, con una voluminosa cruz de madera entre las manos. Todo sucedió muy deprisa…

El crío se detuvo a mitad de camino, cuando volvía con otra tanda de agua, petrificado por el miedo. El hombre le dedicó un rápido vistazo, después desvió su atención hacia la anciana y por último se fijó en Shirley. Soltó un grito aterrado.

—¡BLASFEMIA! —bramó, fuera de sí—. ¡AVANDONA LA SAGRADA CASA DE DIOS, DEMONIO!

El reverendo echó a caminar a paso veloz hacia ellos. Will se interpuso en su camino.

—¡Es mi hermana! —exclamó. Chocó contra él y le mojó las piernas—. ¡La estoy curando con agua bendita!

El hombre lo apartó de malos modos y lo miró extrañado. Vio el cáliz que llevaba en la mano. Su tez comenzó a teñirse de un brillante carmesí, al mismo tiempo que su expresión fofa se contorsionaba por la rabia.

—¡MALDITO ENGENDRO DEMONIACO! —vociferó—. ¡HAS CORROMPIDO ESTE LUGAR SAGRADO!  

El pequeño se encogió aterrado.

—¡TENDRÍA QUE HABERTE DEJADO EN LA OSCURIDAD CUANDO SE MARCHÓ TU PADRE!

Shirley contuvo el aliento mientras contemplaba como el reverendo alzaba el brazo…

Will recibió el golpe en la cabeza y salió despedido hacia un lado. Su sien chocó contra el borde de uno de los bancos, sonó un desagradable crujido y cayó de espalda al suelo. Sus ojos, muy abiertos, habían dejado de brillar. Un charco de sangre rodeó su cabello dorado como una aureola. 

La muchacha gritó fuera de sí e intentó ponerse en pie. Lloraba con tanta intensidad que apenas era capaz de ver. Finalmente decidió arrastrarse hasta llegar junto a él.

El reverendo se quedó pasmado, mirándolos. La cruz se le escurrió entre los dedos. No vio venir a Mildred, ni como ella sacaba del cinto un palo grueso, ni siquiera el golpe que le propinó. Se desplomó inconsciente y la mujer aprovechó la ocasión para maniatarlo con unas cuerdas que portaba enrolladas alrededor de la cintura.

—¡TÚ SI QUE ERES UN ENGENDRO DEMONIACO! —le escupió, propinándole una furiosa patada.

Shirley acunaba a su hermanito entre los brazos y lo mecía despacio. El niño ya se había marchado.

—¿No han llegado a morderlo, verdad? —preguntó la anciana entonces, haciendo un gesto cansado—. Dios mío, no sé como he podido despistarme…

La joven la ignoró. Sollozaba, sin importarle la sangre que le manchaba las manos y la ropa.

—Escucha cariño, ya no podemos hacer nada. Él se ha ido a un lugar distinto, lleno de amor. Pero tú ya estás casi transformada.

—¿Qué? —reaccionó ella entonces—. ¡YO ESTOY MALDITA!

—No, cariño, te equivocas. Los seres del bosque jamás harían daño a las almas inocentes ni a los niños. Te han bendecido con el ósculo del renacimiento. Es un don que pueden otorgar cuando han tomado su forma tenebrosa, llevados por la ira.

—¡HAN ASESINADO A TODO EL PUEBLO! ¡SON MONSTRUOS!

Mildred se mordió el labio. Sus mejillas ya estaban empapadas. Después comenzó a forcejear con la muchacha, hasta que logró arrebatarle el cadáver y lo dejó tumbado con sumo cuidado. Le cerró los ojos y lo besó en la frente con ternura. Parecía un angelito dormido.

—¿Sabías que mi Grace era una princesa del bosque?

La joven se cubrió la boca con las manos, sorprendida. Seguía llorando.

—Su rey se enamoró de una dulce muchacha de Salem y de la unión nació ella. Acontecimientos como ese sólo ocurren cada mil años. Pero entonces vinieron los juicios y a su madre la quemaron por bruja. 

Se hizo el silencio. Shirley ahora la miraba.

—Grace y yo nos conocimos en los bosques poco antes de aquel terrible suceso. Supimos que éramos almas gemelas nada más vernos por primera vez. Y cuando comprendimos que nos amábamos, los seres del bosque me aceptaron sin reservas. Entonces vinieron el escándalo, los juicios y las ejecuciones. Una parte del alma de Salem ardió. Mi amor aceptó el trágico destino de su madre y le hizo prometer a su padre que no habría represalias. Vinimos a Wesboroth con la esperanza de crear un enlace que sanara las heridas y ayudara a despertar las mentes cerradas de los hombres. Pero aquí siempre ha habido mucha oscuridad, demasiada. Y ella también ha muerto de un modo atroz.

La anciana le tendió una mano a la muchacha y la ayudó a levantarse. Era más fuerte de lo que aparentaba.

—Necesito que veas una cosa, vamos a fuera.

¿Y si era una trampa? Shirley se dejó llevar, pues ya todo le daba lo mismo. Mildred la sujetaba con ternura para que no cayera y caminaban despacio. Un paso. Otro más, y otro y otro, hasta detenerse en el umbral de la puerta. Los seres rodeaban el templo por todos los flancos, esperando en los límites de la luz. La oscuridad quedaba invadida por orbes rojos y brillantes.

—Ellos se han cansado, nos ven como una amenaza hacia nosotros mismos y hacia todo cuanto nos rodea. Por eso están atacando simultáneamente a los pueblos cercanos a sus dominios. ¿Puedes sujetarte sola?

La joven asintió y se apoyó contra la pared para no caer. Entonces la mujer fue apagando las velas hasta dejar el exterior a oscuras. Los seres del bosque comenzaron a acercarse. Y la muchacha se dio cuenta de que los veía distintos… Las brumas negras que los envolvía comenzaron a disiparse para ella, mostrándole a los seres más hermosos que había visto en su vida. Eran hombres y mujeres de diferentes tonos de piel y complexiones, de cabellos largos y orejas puntiagudas. Iban vestidos con elaborados ropajes compuestos de flores, cortezas de árboles y plumas, otorgándoles un exótico aspecto de realeza de cuento. De sus espaldas sobresalían enormes alas muy parecidas a las de las mariposas.

—Son… Son preciosos —soltó con un hilo de voz.

Varios de ellos avanzaron unos pasos y la muchacha soltó un gritito al reconocerlos. Todos los niños de Wesboroth le dedicaban sonrisas felices desde sus nuevas y mágicas formas. Hanna Vaughn, su mejor amiga, la saludó con un gesto de la mano.

—¿Tu padre se sirvió de los polvos de Grace para curarte, verdad? —quiso saber la anciana.

Shirley asintió.

—Eso explica por qué has tardado tanto en transformarte. Pero ya no importa, estás lista.

—¿Y Will? —preguntó la joven, llorando de nuevo— ¡No quiero dejarlo solo!

Mildred se le acercó y le acarició la cara.

—Te lo dije antes —respondió—. Hay una energía en el más allá compuesta de amor puro e incondicional. Incluso los seres del bosque se unen a ella en el caso de que mueran, todos lo hacemos. Tu madre ahora mismo está abrazando a Will. Incluso tu padre está con ellos, porque a pesar de su traición era un buen hombre. Nada has de temer, mi niña.

La muchacha se dejó conducir hacia la calle. Pronto ambas quedaron rodeadas por las criaturas del bosque. Su cuerpo empezó a sufrir convulsiones de forma violenta, sintió unas últimas punzada de dolor que la recorrieron desde los pies hasta la cabeza.  Luego vino la calma absoluta. Entonces un intenso júbilo empezó a invadirla por dentro, haciéndola brillar bajo su desfigurado cuerpo. Comenzó a deshacerse en pequeñas y danzarinas virutas negras que flotaban gráciles a su alrededor.

—¿Y qué pasará con el reverendo? —quiso saber. De su carcasa mortal solo quedaba un torso que desaparecía deprisa.

Mildred volvió a sonreírle.

—Nos encargaremos de él, cariño. Te prometo que morirá gritando.   

Me llamo Ramón Márquez Ruiz y soy escritor, diseñador gráfico e ilustrador. Bienvenidos a Novelesco. Si deseas saber más cosas sobre mi, clica abajo. Muchas gracias por leerme ; )

LOS SUSURROS DE LA NOCHE (CUARTA PARTE)

LOS SUSURROS DE LA NOCHE (CUARTA PARTE)

Shirley quedó sumida en la oscuridad. Ya habían dejado de arrastrarla y notaba rozaduras y varios golpes por todo el cuerpo. Podía sentir como los demonios se agolpaban a su alrededor y veía sus orbes escarlata reluciendo en las tinieblas, oyendo como susurraban. Cerró los ojos echa un ovillo, esperando la muerte mientras se preguntaba por qué había un Dios que consintiera aquellas atrocidades. Volvió a recordar como la señora Felding moría abrasada, la oía aullar de nuevo…

Pasaron varios minutos y no sucedía nada. La joven comenzó a encontrarse mal, notaba como le palpitaba la mordida y a percibir una quemazón intensa que le llegaba a la clavícula. Le pitaban los oídos y le ardía la cabeza.

—¡SHIRLEY! —escuchó. ¿Lo había imaginado?

—¡SHIRLEY!

Al reconocer la voz de su progenitor reaccionó, llamándolo con todas sus fuerzas, desesperada. Intentó levantarse pero le sobrevino un mareo que la dejó postrada de rodillas. Pronto dos focos de luz muy intensos aparecieron ante sus ojos y padre llegó junto a ella, cargado con dos antorchas.

El hombre las clavó en el suelo arenoso y levantó a su hija de un estirón. La luz iluminó un pozo cercano y ambos supieron al instante en que punto de Wesboroth se encontraban.

—¡POR DIOS MI NIÑA! —sollozó él, abrazando a la joven con fuerza—. ¡Creía que te había perdido!

Shirley no podía hablar de la emoción, solo lloraba aliviada.

—¿Te han hecho algo pequeña? —quiso saber padre, consternado.

Ella iba a contestar cuando de repente apareció una anciana de la oscuridad y sin mediar palabra, cogió las antorchas. Luego se alejó unos pasos, mientras ellos la miraban sorprendidos.

—¡Tenía razón al usar este precioso señuelo! —les gritó triunfal—. ¡Aquí estás!

La muchacha reconoció las facciones de la mujer que la había arrastrado hasta allí, incluso a pesar de la titilante luz de las llamas. Entonces sintió como los monstruos se condensaban alrededor de los tres, en el límite de las tinieblas, susurrantes.

—¡¿PERO QUE DIABLOS HACE?! —exclamó el hombre—. ¡Démelas ahora!

La anciana retrocedió de nuevo y soltó una carcajada.

—¿Sabes quien soy? —le respondió—. Me llamo Mildred y sé que mi amada Grace te habló de mí.

A Shirley aquella persona no le sonaba de nada, ni su nombre tampoco. Pero notó como su progenitor se tensaba como una cuerda, apretando los puños.

—¿Usted era amiga de la señora Filding? —le preguntó a la anciana, con la voz quebrada por el miedo.

—Oh, preciosa niña —contestó ella—. Era mucho más que una amiga para mí.

La muchacha iba a preguntar lo que significaba aquello cuando padre la interrumpió.

—¡Has sido tú, maldita bruja! —exclamó—. ¡HAS ABIERTO LAS PUERTAS DEL INFIERNO POR VENGANZA!

—¿Las puertas del infierno dices? —la vieja rio de nuevo, helándoles la sangre—. ¡QUE INGENUO, THOMAS COLLINS! ¡¿ES QUE ELLA NO TE CONTÓ DE DÓNDE SACABA SUS BENDITOS SECRETOS!? ¡¿NO TE HABLÓ DE LO QUE HAY EN LOS BOSQUES?!

Padre no respondió y se colocó delante de su hija, con cuidado de no alejarla de la luz.

—¡Di algo maldito mojigato! —Mildred volvió a la carga—. Siempre lo has intuido, lo veo en tus ojos.

Los susurros elevaron el volumen, cargados de ira y resentimiento.

—¿Estos demonios vienen del bosque? —interrumpió la joven otra vez, horrorizada—. ¿Nos atacan por lo que le pasó a la señora Filding?

—Os atacan porque alguien vendió a mi amor, mi compañera de vida,  a los desvaríos de un jodido loco que supuestamente actúa al son de la virtud —respondió la mujer con desprecio.

La joven se quedó congelada.

—¿Qué dice esta señora? —le preguntó a su progenitor, con voz temblorosa.

Una parte de su cerebro analizó la primera mitad de la oración. ¿Dos mujeres enamoradas? ¡Según el reverendo Mathew aquello era pecado!  Pero el reverendo no era buena persona, estaba segura. Lo había sorprendido mirándola de formas indecentes durante misa, o acechándola en silencio cuando se cruzaban por la calle. Además, la comadrona del pueblo había sido el alma más pura y brillante que había conocido nunca… Entonces si aquello era cierto… ¿Quién había cometido semejante maldad? ¿Quién había denunciado a Grace Filding?

Recordó como la mayor parte del pueblo se había congregado ante su ejecución, llamándola bruja y cosas terribles. Ella solo gritaba mientras el fuego la devoraba sin piedad… Nadie había levantado un dedo para ayudarla, ni siquiera en el juicio…

El hombre apretó los labios con fuerza. Parecía que fuera a explotar.

—¿Thomas, se te ha comido la lengua el gato? —soltó la vieja, retrocediendo otra vez. Ya se encontraba junto al pozo—. Pese a ser deplorable lo que hiciste comprendo tus motivos…

—¡¿Qué?! —exclamó la muchacha, entre lágrimas—. ¡PADRE! ¿¡LO HICISTE TÚ?!

Su progenitor estalló a llorar, soportando en silencio como su hija lo golpeaba en el pecho.

—¡Nos quería a Will y a mí como si fuera nuestra madre! —gritaba Shirley—. ¡¿POR QUÉ HAS SIDO TAN MALVADO?!

—Lo hizo por ti, niña —añadió la anciana, logrando que la joven se quedara callada—. El reverendo te quería, te deseaba. Grace siempre lo había notado. Acosó a tu padre para que le permitiera desposarte pero lo rechazó. Entonces comenzó a chantajearle con soltar rumores sobre una bruja en el pueblo…Hasta que finalmente lo hizo…

—¡SOY CULPABLE! —exclamó el hombre, sin poder contenerse— ¡Ella me lo pidió para salvarte! ¡Me pidió que la pusiera en el punto de mira para desviar la atención de ti!

La muchacha se sintió desfallecer. No podía ser cierto…

—Una persona como mi Grace nace cada mil años —dijo Mildred con solemnidad—. Pero al morir de una forma tan horrible los seres del bosque se han hartado de las locuras de los hombres. Quieren tu vida, Thomas Collins. Las de tus vecinos ya han sido reclamadas.

Los susurros dejaron de serlo, para transformarse en gritos.

—Acepto mi castigo —respondió padre, abrazando a su niña—. Os quiero mucho a los dos —añadió, besándola en la frente—. Creo que ellos no te harán nada, ve junto a tu hermano, está en la iglesia. No queda lejos, sabrás llegar. Pero lávate la herida con el agua bendita, eres una buena niña. Dios ha de curarte, incluso del mal surgido de estos seres…

—¡No! —chilló la joven, aferrándose a él, desconsolada—. ¡No voy a dejarte morir! ¡PESE A LO QUE HAS HECHO NUNCA PODRÉ ODIARTE!

Entonces la anciana alzó los brazos al cielo.

—¡QUE WESBOROTH SEA DEVORADO POR LAS TINIEBLAS DE SUS ACTOS! —vociferó, arrojando las antorchas a las profundidades del pozo.

Se hizo la oscuridad…

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LOS SUSURROS DE LA NOCHE (TERCERA PARTE)

LOS SUSURROS DE LA NOCHE (TERCERA PARTE)

Padre terminaba de atar un pequeño grupo de cirios con cordel. Después de haber roto la mesa había fabricado antorchas con las patas y la ropa negra de los domingos, para asegurarse de que no les faltara luz mientras llegaban a la iglesia. Sacar al niño de la casa no le convencía pero necesitaba salvar a Shirley. Y dejarlo solo no era una opción.

—Tu llevarás esta antorcha e irás delante —le indicó a su hija—. Nosotros te seguiremos. Yo iré con estas dos y Will cogerá este pequeño invento que acabo de improvisar.

—¿Y si hay viento? —preguntó la muchacha con la voz temblorosa.

—No lo habrá, mira el calor que hace. La casa de Dios no queda muy lejos, llegaremos en seguida —indicó el hombre, intentando que su tono sonara convincente.

—Estoy aterrada…

—Yo también mi niña, yo también —le respondió él, abrazándola. No había garantías para ninguno de ellos y ni siquiera sabía si lavar la lesión de su pequeña la curaría. Pero no conocía ningún otro remedio y el agua bendita debía tener, por fuerza mayor, algún poder benigno sobre los diablos que los atacaban.

De repente se oyó un estruendo en el piso de arriba y los tres supieron que habían entrado. Una de aquellas criaturas asomó en los peldaños superiores. Sus ojos rojos refulgieron inyectados en sangre cuando se posaron sobre padre, ignorando a los jóvenes que gritaban aterrados. Bajó unos pasos hasta quedarse en la frontera iluminada por las velas. Y aulló de forma aterradora.

El hombre sintió un profundo escalofrío. Aquella criatura era de mayor envergadura que la agresora de su hija. Y en aquellos orbes escarlata brillaba la inteligencia. Era como si supiera que él había sido quien… Su culpabilidad por la atrocidad que había cometido lo golpeó contundente y lo llenó de rabia. Le lanzó uno de los cirios cercanos, logrando que la bestia se refugiara en el piso de arriba. Se oyeron mas ventanas hechas añicos y como aquellas cosas iban concentrándose sobre sus cabezas.

—¡Tenemos que irnos! —exclamó padre.

Después esparció los girones de ropa por el suelo y se agachó a la altura del pequeño, que no paraba de llorar. Lo besó en la frente.

—Escucha, es de vital importancia que aguantes las velas bien fuerte y procures que no se apaguen. Te ataré a mi pecho con una cuerda y tu iluminarás mi espalda. Intenta no quemarme el pelo, ¿De acuerdo?

A continuación padre sacó del bolsillo de su jubón la bolsita de cuero y extrajo un pequeño pellizco de polvos, midiendo la cantidad con sumo cuidado. Ordenó a su hijo que abriera la boca y se los tiró en la lengua. Aquello lo atontaría un poco, lo justo como para relajarlo y en caso de que salieran mal las cosas, haría que la muerte fuera más benigna con él. Tras cogerlo en brazos le indicó que se agarrara bien fuerte con los brazos y las piernas. Luego pidió a Shirley que los atara con una cuerda, para que tuviera mayor agarre.

Cuando la joven hubo terminado besó las manos de Will y le acarició la cara, antes de darle las velas. Entonces padre la abrazó y la besó en la frente. Encendió las antorchas en la chimenea y le tendió la primera.

Ambos se miraron a los ojos.

—Le quiero mucho padre —dijo Shirley, conteniendo el llanto.

—Yo también os quiero hijos míos, más que a mi propia vida.

Los monstruos rugían ya desde la escalera cuando el hombre roció la estancia con todo el aguardiente que les quedaba. Dedicó una última mirada al que había sido su hogar y tiró algunas velas antes de salir al exterior. El fuego brilló con su furia destructora…

La joven caminaba la primera, conteniendo el aliento. La luna no brillaba en el cielo y tampoco se veían las estrellas, por lo que paso a paso iba descubriendo lo que tenía delante. Cada poco se encontraba con el cadáver descuartizado de alguno de sus vecinos y a pesar de los sustos apenas podía respirar debido al terror que la embargaba, por lo que tampoco era capaz de gritar. Padre la seguía de muy cerca con una antorcha a cada mano, indicando el camino a seguir. Y Will aguantaba el grupito de velas con las manitas adormiladas.

No llevaban ni un minuto en la calle cuando sintieron que los susurros se concentraban a su alrededor, incluso podían intuir como aquellas cosas se desplazaban en los límites de la luz. Oían sus gritos de furia y alguna se aventuraba a acercarse con malas ideas hasta que la luz la repelía.

Pronto el edificio de la iglesia refulgió en la oscuridad. Habían colocado multitud de velas en la puerta y la luz resplandecía desde el interior a través de las ventanas.

—¡Ya casi hemos llegado! —gritó el hombre.

Shirley se volvió para mirarlo un segundo y algo la agarró de la pierna haciéndola caer al suelo. La antorcha se le escapó de la mano, quedando un poco alejada e iluminó de forma tenue a una mujer mayor.

—¡Ayudadme! —suplicó ésta, aferrándose al tobillo de la muchacha que gritaba aterrada. Entonces una de aquellas cosas agarró a la anciana aprovechando la distancia de la llama y la estiró hacia la oscuridad, llevándose a la joven consigo. 

El hombre gritó y corrió persiguiendo a su hija. La había perdido.

—¡SHIRLEY! —gritó entre lágrimas—. ¡DIOS MÍO SHIRLEY!

Tenía que ir a buscarla, no estaba dispuesto a rendirse tan fácilmente. Pero el niño… Miró hacia la casa de Dios y corrió hacia allí. Will estaría a salvo entre aquellas cuatro paredes, lo dejaría y volvería a por su hija. Prefería morir de una manera atroz antes que perder a cualquiera de los dos. 

Me llamo Ramón Márquez Ruiz y soy escritor, diseñador gráfico e ilustrador. Bienvenidos a Novelesco. Si deseas saber más cosas sobre mi, clica abajo. Muchas gracias por leerme ; )

LOS SUSURROS DE LA NOCHE (SEGUNDA PARTE)

LOS SUSURROS DE LA NOCHE (SEGUNDA PARTE)

—¡Dios mío! —soltó la muchacha, apretándose la mano lastimada. Con la huida había perdido la toca y el cabello dorado le caía sobre los hombros.

Padre corrió veloz hacia una cómoda y sacó un paño limpio y una botella de aguardiente.

—Will, aguanta esto —le pidió al niño, que parecía haberse quedado de piedra.

Afuera seguían golpeando la casa y los gritos de los vecinos se colaban a través de las paredes, ahogando los susurros de la noche. El techo crujía.

El hombre continuó buscando en el mueble hasta que encontró lo que deseaba. Una vez recuperó el alcohol se plantó delante de su hija y miró la herida. En algunos lados la carne había adquirido un tono oscuro que se extendía en hilillos hacia las zonas sanas.

—Hay que desinfectarlo —sentenció con un hilo de voz—. Voy a ponerte algo que te va a escocer mucho, pero en seguida notarás alivio —añadió, enseñándole una bolsita de cuero—. Le prometí que jamás volvería a usarlos para evitar sospechas, pero ya da igual.

Shilrey no dijo nada y contempló como su progenitor abría el pequeño macuto, sacaba un pellizco de polvos azulados y luego se los esparcía sobre la mordida. Sintió una intensa quemazón que duró poco. El dolor desapareció, incluso cuando le rociaban la herida con el aguardiente.

—Eres muy fuerte —le dijo padre entonces, sentándola en una silla—. E igual de preciosa que tu madre.

El hombre terminó el vendaje con mano experta y ambos se miraron a los ojos.

—Esos polvos —soltó la muchacha—. ¿Es lo mismo que utilizaba la señora Felding, verdad? ¿Se lo prometiste a ella, que no los usarías nunca?

Los golpes a la casa continuaron sin cesar. Se hoyó una explosión y más chillidos desgarradores, lamentos… El niño no pudo soportarlo y corrió hacia su hermana para abrazarse a sus piernas. Tenía tanto miedo que no había hablado en todo el rato y temblaba, pálido como la luna. Lo miraba todo con los ojos muy abiertos y Shirley sintió compasión. Lo sentó sobre su regazo y lo abrazó bien fuerte, antes de volver a la carga con sus pesquisas. Necesitaba obtener respuestas.

—¿Esto es lo que hacía que ella le quitara el dolor a las parturientas? —insistió—. ¿Por eso la quemaron por bruja?

Su progenitor se esmeraba en diseminar velas encendidas por toda la estancia para que no quedara ningún rincón oscuro e ignoraba las preguntas de su hija.

—¡Padre! —exclamó Shirley. Ya no podía soportarlo más— ¿¡QUE SON ESAS COSAS, POR QUÉ NOS QUIEREN HACER DAÑO!? ¿¡LA SEÑORA FILDING ERA UNA BRUJA?!

Se hizo un tenso silencio.

—¡CLARO QUE NO! —reaccionó él entonces, dándose la vuelta para mirarla con los ojos humedecidos—. Ella era una bellísima persona, conocía el bosque y sus tesoros como la palma de su mano, nada más. Ayudó a infinidad de personas en este pueblo, a tu madre cuando moría en una agonía atroz, para que se reuniera con el Señor teniendo un dulce marchar…

—Lo recuerdo —dijo la muchacha, entre lágrimas— ¿Entonces por qué murió así? ¿Por qué nos sucede esto?

—¡Porque el odio siempre ha sido uno de los peores pecados que han carcomido al hombre! —contestó padre—. ¡Y el reverendo Mathews ha pecado más que ninguno en Wesboroth y nos ha condenado a todos con su falsa virtud y arrogancia! ¡¿Quieres saber si hay brujas?!

La joven se encogió en la silla.

—¡Las hay, mi niña! —continuó diciendo él, fuera de sí— ¡La señora Filding era un ángel pero en Wesboroth también hay gente horrible! ¡Y ahora lo veo claro, por eso está haciendo este calor antinatural! ¡SE HAN ABIERTO LAS PUERTAS DEL INFIERNO, PARA CASTIGARNOS POR HABER CONDENADO A UN ALMA PURA!

Todos los cirios de los que disponían se diseminaban por la estancia, creando un efecto hipnótico.

—Esto nos mantendrá a salvo hasta que amanezca —dijo el hombre, sentado en una silla junto a sus hijos—. El ataque ha comenzado en la casa de los Mallory, ¿sabes? Ellos han sido los primeros en caer por vivir junto al bosque.

—¿Han muerto? —quiso saber Shirley, con los ojos cerrados. No se encontraba demasiado bien.

—No ha habido piedad para ellos —respondió padre—. Todavía no sé como he podido llegar hasta vosotros. Al menos allí he descubierto que esos diablos tienen miedo a la luz.

Habían pasado unas horas y ya apenas se oían gritos. Aunque los susurros seguían ahí, como una sutil melodía de fondo. Will había podido dormirse y se agitaba sobre el regazo de la muchacha, temblando pese al calor. La joven lo contemplaba de vez en cuando, metida en sus propios pensamientos. Quizá iban a morir. Volvió a recordar como la señora Filding se retorcía mientras las llamas la consumían y percibió de nuevo el olor a carne quemada. Ya no podía callarlo más.

—Le desobedecí —soltó de repente, mirando a su progenitor a los ojos.

—¿En qué hija?

—Hanna Vaughn y yo vimos la ejecución a escondidas.

—¡¿Qué?! —contestó el hombre, furioso— ¡Te prohibí que fueras, Shirley!

—¡Quería despedirme! —exclamó la muchacha, olvidándose del crío dormido— ¡Quería ser valiente y ver por mí misma lo que provoca el silencio! ¡Nadie en todo Wesboroth la ayudó, ni siquiera nosotros!

El hombre se calmó y la abrazó con fuerza. Ella aceptó el gesto rompiendo a llorar.

—Lo intenté hija mía, lo intenté —respondió padre entre lágrimas—. Y de haber estado solo no me habría rendido. Pero temí que nos acusaran a nosotros también…

Entonces él miró la mano de su hija y contuvo el aliento. La manga del vestido se le había subido un poco y la piel había adquirido una tonalidad oscura en las venas.

—¡SANTO CIELO! —exclamó, apartándose. Después retiró el vendaje. La infección se estaba extendiendo y ya llegaba hasta el codo.

Shirley abrió mucho los cojos y el niño despertó, quedándose hipnotizado por su lesión.

—Padre…

—No hay alternativa, hija mía. Tenemos que llegar a la iglesia y lavarte con el agua bendita. Creo que solo Dios puede salvarte y me temo que nos quedamos sin tiempo… 

Me llamo Ramón Márquez Ruiz y soy escritor, diseñador gráfico e ilustrador. Bienvenidos a Novelesco. Si deseas saber más cosas sobre mi, clica abajo. Muchas gracias por leerme ; )

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