CAPÍTULO 4

CAPÍTULO 4

Capítulo 4

Adam Quatermane los esperaba en el puerto, tal y como había prometido. Macarena lo reconoció desde lejos y volvió a pensar en lo atractivo que le parecía aquel hombre, que destacaba por sus rasgos y su altura. “Sólo le faltan el sombrero y el paraguas para cumplir el tópico” pensó. Al acercarse un poco más dejó una de las maletas en el suelo y lo saludó con la mano. De repente se sentía nerviosa, plenamente consciente de que ya en tierra firme, su segunda oportunidad daba comienzo… Daniel se paró junto a ella y estudió como el inglés se les aproximaba a paso veloz.

—Bienvenidos a Mahón —les dijo a modo de saludo, antes de arrebatarle a Macarena el equipaje, con un gesto cargado de determinación.

—Déjelo por favor, puedo yo sola —se disculpó la mujer, antes de ceder.

—Para nada, no es molestia —alegó él con su característico acento, regalándole una sonrisa— ¿No han traído nada más? —añadió, algo sorprendido.

—Hemos cogido lo imprescindible, pero gracias por preguntar.

Quatermane asintió con un gesto de cabeza y miró a Daniel, que observaba la escena en un incómodo silencio, igual de cargado que su madre.

—Lo siento jovensito, el coche no está muy lejos —le dijo mientras cogía el resto del equipaje— ¿Por qué no nos espera? Ahora volvemos y te ayudo.

—Yo sí que puedo solo, gracias —respondió el chico, de forma hosca.

—¿Nos vamos? —soltó Macarena, intentando paliar la incomodidad del momento—. Ha sido un detalle costearnos el viaje hasta aquí.

—No ha sido nada, se lo aseguro. Mi esposa me lo dejó muy claro, así que…

Los tres emprendieron la marcha hacia el aparcamiento y de vez en cuando se escuchaban los resoplidos de Daniel. Su madre lo iba observando de reojo, un poco recelosa. Su hijo tenía un humor de perros, claramente inconsciente de la situación. Debían causar la mejor impresión posible, los Quatermane estaban siendo muy gentiles cuando a su parecer, no tenían por qué serlo.

—Espero que no se marearan mucho en el barco… —dijo el señor, mientras caminaban.

—Para nada, ha sido un viaje muy placentero. Nunca habíamos cogido un ferry…

—Placentero dice… Y un cojón —susurró el chico por lo bajo; aunque los dos adultos lo escucharon con claridad, decidieron ignorarlo.

—El mar es algo que siempre me ha… Ahora no sé cómo expresarlo en español, faxcinado.

Macarena pasó por alto el error lingüístico y le dedicó una tímida sonrisa.

—¿Lo he dicho bien?

—Es fascinado, fassscinaaado —puntualizó Daniel, logrando que su madre le pegara un sutil coscorrón.

El niño miró el coche con los ojos abiertos como platos; jamás había visto uno tan bonito.

—¡Que guapo! —le dijo al señor Quatermane con efusividad, mientras el hombre abría el maletero.

—¿Te gusta?

—Me parece una pasada. ¿Y que marca es?

—Un Rover P6. Me lo regaló uno de mis mejores clientes como pago. Pero a mi esposa no le acaba de gustar el color. Aunque a mí el verde me… ¿Cómo se dice?… Ah si, me relaja…

—Que sabrán las mujeres de coches… —añadió Daniel.

Macarena le dedicó una intensa mirada entornando los ojos, logrando que su hijo cerrara la boca. Después insistió en levantar una de las maletas y cargarla ella sola. El inglés la dejó hacer, dándose cuenta de que no conseguiría convencerla de lo contrario.

—Como quiera —añadió éste, esbozando una sonrisa.

—Disculpe, no pretendo ser descortés ni nada por el estilo. Es que no deseo ser abusona.

—¿Abusona? Creo que desconosco esa palabra.

Madre he hijo ignoraron el error de pronunciación y Daniel rodeó el auto observando cada detalle, hasta que vio algo que lo dejó sorprendido…

—¡La virgen! ¡Pero si el volante está al revés!

Adam Quatermane cerró el maletero y profirió una sonora carcajada mientras introducía la última maleta en el asiento de atrás.

—Me sabe mal decirlo señor, pero su cliente lo engañó muy bien…

—¡Maldita sea! —estalló Macarena— ¿No seas mal educado, quieres?

—Tranquila, no pasa nada. Daniel, es un coche inglés, y en Inglaterra, podría decirse que se conduce al revés…

—¡Vaya con los ingleses, están chalados!

—¡Daniel Martín! —soltó la mujer—. Cierra esa bocaza.

El señor volvió a reírse.

—No pasa nada, no se preocupe. Es normal que al niño le parezca estraño.

—¿Y le costó mucho acostumbrarse a conducir por España con el volante así? —inquirió el chaval, fascinado con aquel dato desconcertante.

—No, para nada. ¿Nos vamos? Usted señora Avellán…

—Por favor, puede llamarme Macarena.

—Como guste, Macarena. Usted siéntese de copiloto y tú, señor Daniel, en el asiento de atrás. Si te interesa puedes preguntarme lo que quieras sobre la conducción de mi país…

Me llamo Ramón Márquez Ruiz y soy escritor, diseñador gráfico e ilustrador. Bienvenidos a Novelesco. Si deseas saber más cosas sobre mi, clica abajo. Muchas gracias por leerme ; )

CAPÍTULO 4

CAPÍTULO 3

Capítulo 3

1975

El viento le agitaba la cabellera rojiza, empujando los mechones contra su rostro de forma incesante. Macarena apartaba su flequillo paciente mientras miraba como el puerto de Barcelona se alejaba a un ritmo que le parecía vertiginoso, completamente ensimismada en las vistas.

Abandonar la Ciudad Condal había sido una decisión muy difícil de tomar. En otros tiempos, su marido solía decirle a menudo que si algún día les tocaba la lotería, se irían para no volver… Pensar en aquello le provocó un ligero escalofrío. Allí estaban Daniel y ella, solos, con una mano delante y otra detrás…

—Adiós mi querido y amado soñador —la mujer susurró al viento, pensando en el esposo que dejaba enterrado en aquella tierra, sabiendo que tal vez no regresaría. Ya habían transcurrido cinco años desde aquel fatídico día y el carácter de Daniel había cambiado tanto…

El chaval escuchó el murmullo y prefirió no decir nada, apretando los labios bien fuerte. Llevaba varios días enfurruñado con su madre, apenas cruzaban alguna palabra y todas solían ser para culparla de que se quedara sin amigos, al obligarlo a marcharse. Como si el echo de no tener padre no fuera suficiente…

—¿Ya estás contenta? —soltó el crío con un tono de voz tajante, volviéndose hacia su progenitora para mirarla a la cara—. Al final lo hemos perdido todo y encima abandonamos a papá. Puta mierda de vida…

Al oír la última frase Macarena optó por pensar una respuesta pacífica. No solía permitirle aquel lenguaje pero comprendía el mal ánimo de su hijo. Ambos se hallaban en una encrucijada vital y Daniel era un chaval muy espabilado en algunas cosas, demasiado de lo que le correspondía por edad. Y descubrir que no solía frecuentar buenas compañías había enfatizado la decisión de abandonar Barcelona. Prefería morirse antes de permitir que su tesoro se convirtiera en algo oscuro, pues él era lo único bueno que le quedaba en la vida. Y a sus trece años, cada vez se parecía más a Mario.

—Escúchame bien —se decidió a responder la mujer, unos instantes después—. Aún no puedo creer la suerte que hemos tenido al encontrar ese empleo en Menorca, así que ahórrate cualquier reproche. Cuando seas un hombre lo comprenderás. Las personas no vivimos del aire… ¿Lo sabías?

—Son unos jodidos guiris, mamá.

—No hables así de los Quatermane, ¿quieres? —le recriminó Macarena—. Son ingleses y viven en la isla desde hace bastante tiempo. Seguramente la señora también será tan buena persona como él. ¿O acaso el señor Quatermane no fue amable contigo cuando me hizo la entrevista? Deberías haberle dado las gracias a tía Soraya por haberme recomendado para el empleo…

—Esa mujer no es mi tía, está gorda y huele a pescado podrido. No me extraña que sea una solterona…

—¡Joder Daniel, cállate de una maldita vez! Soraya ha sido una buena amiga, ¿de acuerdo? No puedo decir lo mismo del pelotas ese o el Quesada…

—Es el Bolas, mamá, no el pelotas. Y son buena gente…

—Sí, claro, ¿antes o después de darle una paliza a aquellos chavales…? Mira, no voy discutir. La señora Quatermane está enferma, así que necesitan a alguien que esté pendiente de todo un poco. Y el sueldo es muy bueno, imposible de encontrar en casa…

—Genial, vas a ser una Chachaenfermera…

—Muy agudo, cariño.

Se hizo el silencio entre los dos, rotos por el sonido del ferry y el mar. Macarena suspiró y volvió a centrarse un instante en la costa. Todo se veía tan pequeño, casi al punto de desaparecer…

—Nos irá muy bien el cambio, ya lo verás. Y tú eres un chico genial, harás nuevos amigos con la gorra. Por no decir que mis jefes tienen dos niñas, y una de ellas es más o menos de tu edad…

—Sí, dos jodidas inglesas estiradas, seguro…

La mujer se dirigió junto a su retoño y lo apretó bien fuerte contra sí. Tenían que ser fuertes, la vida podía ser extraña y complicada. Pero también maravillosa, algo que ella deseaba descubrir. Ya se había casado de pasarlo mal. Un nuevo comienzo los aguardaba.

—Daniel Martín, voy a lavarte esa bocaza con jabón.

Me llamo Ramón Márquez Ruiz y soy escritor, diseñador gráfico e ilustrador. Bienvenidos a Novelesco. Si deseas saber más cosas sobre mi, clica abajo. Muchas gracias por leerme ; )

CAPÍTULO 4

CAPÍTULO 2

Capítulo 2

La tormenta rugía furiosa sobre dos figuras a las puertas del hospital, rociándolas sin piedad y logrando que sus cabellos y sus ropas se les adhirieran sobre el cuerpo como una segunda piel. Una multitud de gente protegida con paraguas entraba y salía del edificio, esquivándolas de forma automática sin apenas detenerse a contemplarlas, como si no fueran más que sombras cruzadas en su camino. Pero de haber mostrado interés, alguien se habría fijado en aquella mujer joven que abrazaba con fuerza a un niño pequeño, de rodillas en el suelo, siendo capaz de captar el halo de increíble tristeza que los sumergía más que la tempestad…

1970, Barcelona

—¿Es usted la señora Avellán, la esposa de Mario Martín?

—Yo misma —respondió Macarena, sintiendo un helado escalofrío.

Desde que llegaran al hospital su cuerpo no había parado de captar señales extrañas que la alertaban, provocándole un intenso malestar emocional… No sabía explicarlo con palabras pero ya no… ya no lo sentía…

Daniel se abrazaba a las piernas de su madre con fuerza, mirándolo todo mostrando aparente inseguridad.

—¡¿Cómo está mi marido?! —preguntó la mujer, alzando el volumen de forma involuntaria.

El médico desvió la mirada y pareció quedarse absorto en el pequeño, un gesto que para ella no pasó desapercibido. “Dios mío” pensó, cerrando los ojos y dejando que las primeras lágrimas resbalaran por sus mejillas. Aquel silencio momentáneo había hablado a viva voz mucho antes de que fluyeran las palabras, transmitiendo un mensaje que la traspasaba como un cuchillo y le rompía el corazón.

—Lo lamento, su esposo no ha podido superarlo… Hemos hecho cuanto heeeeeeemmmmm…

El mundo desapareció durante unos segundos. Macarena apretó por instinto a su hijo contra sí, incapaz de mirarlo a los ojos. Se cubrió la boca con la mano, en un intento de contener un aullido interior que pugnaba por salir a la superficie, desde una parte recóndita de su ser. Por dentro se sentía hervir de forma agonizante, mientras rememoraba los preciosos ojos de Mario, su sonrisa… Aquella misma mañana habían hecho el amor antes de que él se marchara a trabajar muy temprano. Después ella había vuelto a dormirse, aprovechando que aún le quedan dos horas para levantarse, sin ni siquiera decirle adiós…

—¿Mama, qué dice este señor? Quiero ver a papá, ¿dónde está?

Al oír la voz de su hijo, la mujer volvió a la cruda realidad… ¿Cómo iba a criarlo ella sola? Ya no le quedaba familia…

—Ha de haber un error… No… no puede ser… Mi marido no superaba los cuarenta años, estaba sano…

El hombre había captado la tensión del momento y con resignada paciencia, respiró hondo antes de hablar.

—En ocasiones sucede, no es común pero se dan casos…

—¡No es posible! —lo interrumpió ella—. ¡Los infartos no ocurren con personas tan jóvenes! ¡NO PUEDE HABER MUERTO, HAN DEBIDO DE EQUIVOCARSE!

Al oír a su madre el niño estalló a llorar y salió corriendo, esquivando a la gente que lo miraba extrañada.

—¡Daniel!

—¡Dios santo, que alguien coja a esa criatura! —gritó el doctor.

La mujer logró reaccionar y arrancó a perseguir a su hijo. Le temblaban las piernas, tanto que apenas lograba mantenerse en pie y veía con dificultad, en un llanto incesante que no era capaz de dominar…

—¡CARIÑO! —lo iba llamando, con voz temblorosa— ¡DANI!

De golpe varias personas, conscientes de la situación, intentaron agarrar al pequeño pero éste se escabulló entre sus manos. Pronto llegaron a las puertas principales del hospital, donde ya se oía el estruendo de la tempestad.

Macarena vio horrorizada como Daniel salía al exterior y aceleró todavía más, consiguiendo interceptarlo en la calle, exhausta. Llovía a mares, tanto que en menos de un par de segundos ambos ya se hallaban calados hasta los huesos. Entonces ella cayó de rodillas al suelo, agotada y jadeante, rendida ante la vida. Al verla en aquel estado el pequeño la abrazó con fuerza, y ambos se fusionaron en uno solo, unidos por el dolor de la pérdida. Porque a partir de aquel mismo instante, sus vidas habían cambiado para siempre.

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CAPÍTULO 4

CAPÍTULO 1

Capítulo 1

Los dos niños miraron a su madre, que parecía haberse quedado absorta, como perdida en su propio mundo interior.

—Mamá —se atrevió a decir Samuel, el mayor, rompiendo el silencio artificioso—. ¿Papá estará bien?

Hanna dio un respingo al escucharlo y lo miró a través de las gafas de sol, que ocultaban sus ojos enrojecidos por el llanto. Una resignada y tenue sonrisa se dibujó en sus labios al percibir que sobre sus hijos también flotaba un extraño halo de melancolía y tristeza.

—Claro que sí, cariño —se decidió a responderle—. Papá necesita asimilar su dolor, al igual que nosotros. Por eso nos vamos a dar un paseo, para dejarle su espacio.

Los críos asintieron y el mutismo volvió a invadir la cabina del ascensor, otorgando a la mujer otra pausa que aprovechó para estudiar a su reflejo. La idea de salir había sido suya, surgida de forma repentina tras una pelea. Conocía demasiado bien a su marido y sabía que él nunca le hubiera pedido nada semejante.

“Tal vez a los dos nos haga bien alejarnos un rato” reflexionó. Si era sincera consigo misma, desde que había llegado a casa después del crematorio sentía una opresión que la invadía, sobre todo en la cocina; y tal vez respirar un poco de aire fresco, pasear por el centro de la ciudad o ir a algún parque la relajara…

“Mi dulce Macarena” pensó. “Nos has dejado muy rotos, cariño. Aunque estaremos bien, no te preocupes. Sólo danos un poquito de tiempo…” Su suegra había sido una mujer maravillosa, la clase de persona que dejaba huella en todo aquel que se cruzara en su camino. Aún no podía creerlo… La de vueltas que podía dar la vida en una semana, incluso llegando a extinguirse como la llamita de una vela…

El ascensor se detuvo y las puertas interiores se abrieron de par en par. Hanna regresó al presente y abandonó la cabina. Pero cuando iban a salir y su mano flotaba hacia el pomo tuvo que detenerse, embargada por un llanto repentino que fue incapaz de controlar.

—Mamá, ¿Estás bien? —le preguntó Samuel, con los ojos brillantes. Tanto él como su hermanito se habían mostrado muy contenidos todo el día, incluso durante la discusión…

Entonces ella los miró y los abrazó con fuerza, un gesto que logró romper las corazas de sus hijos. La abuela ya no volvería a casa nunca más…

Daniel se aflojó el nudo de la corbata y por impulso sus pasos lo condujeron a la cocina. Al encender la luz se quedó mirando la habitación desde la puerta, sin atreverse a franquearla. En otros tiempos aquella estancia siempre le había parecido enorme y hasta desaprovechada, pues al principio de mudarse allí tanto él como su mujer solían comer fuera los días laborales. Pero cuando Macarena se mudó con ellos, trayendo consigo su afición a la repostería, a la que amaba más que cualquier otro pasatiempo, un delicioso aroma comenzó a recorrer cada palmo del piso casi todo el año. Y tanto las risas como los juegos, las jornadas con una copa de vino y buena comida española, las meriendas o los cumpleaños de los niños en los que la habitación se convertía en el refugio de los adultos habían ido trascurriendo varias primaveras, hasta que… ella había…

“Ya nunca volveré a oír el maravilloso sonido de tu voz, ni tus risas mientras jugabas con tus nietos, ni a verte preparando esos increíbles pasteles…” pensó Daniel, lleno de tristeza. Su madre se les había marchado a los sesenta y cinco, a causa de un fatídico accidente…

El hombre se sintió roto por dentro y pensó en cómo la mujer le había plantado cara a la muerte, luchando para salir a flote durante una semana. Pero las lesiones habían sido demasiado graves…

—Nosotros venimos de Marte, mi dulce Macarena —tuvo la necesidad de hablar en voz alta. Tanto él como su progenitora siempre habían sido personas de mentalidad muy abierta, hasta espiritual en muchos sentidos pese a no ser estrictamente religiosos.

Las primeras lágrimas aparecieron y Daniel decidió dejarlas correr libres, al menos durante unos instantes. Golpeó el marco con los puños hasta que se sintió como un imbécil, intentando vaciar la frustración que sentía por dentro. Nada podría cambiar lo que ha había sucedido, ni devolvérsela… Respiró con fuerza, dedicó una última mirada a la cocina y apagó la luz. Entonces pensó en Hanna, que había salido con los niños tras una fuerte discusión. Y deseó que se hubieran quedado con él, notó que incluso aquel ratito en soledad se le atragantaba en el corazón…

El sonido de la puerta logró que el hombre se volviera para mirar hacia el pasillo. No llevaba solo ni cinco minutos…

—¡Cariño! —lo llamó su mujer.

La pareja se reunió en un fuerte abrazo, junto con los críos. Daniel se agachó un poco para besarlos en la frente y luego miró a su mujer a los ojos, que por fin se habían despojado de las gafas de sol para mostrarse rojos e hinchados. Aquel había sido otro de los milagros de Macarena, conseguir que dos caminos distintos se cruzaran hasta formar una unión, tan sólida como un menhir, pese a las turbulencias de la vida…

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