MARRÓN, COMO TIENE QUE SER

MARRÓN, COMO TIENE QUE SER

Novelesco se complace en presentar este relato un poco gamberrete —sobre todo el final, aviso—. La idea surgió sola y lo escribí de una sentada casi sin darme cuenta. El caso es que tengo mas ideas, así que me gustaría que me comentarais si queréis que se convierta en una nueva —y pequeña— serie. Espero que os guste ; )

Olía a mierda en la calle Saint Weller, casi más que cualquier otro día del año, una sensación que aumentaba gracias al tórrido verano que parecía golpear al viejo continente sin piedad.

Pod miró la mano de su nuevo amigo con una cara inexpresiva, centrándose en el sello de oro que contrastaba en aquellos dedos cubiertos por abundante, rizado y oscuro vello.

—¿Se la darás? —quiso saber el señor Flurch, modulando el tono de voz para que sonara agradable, pese a que no lograba esconder cierta falsedad.

—Ya le dije que no será gratis —contestó el chaval, estudiando el anillo con suma atención.

Aquel caballero había salido de la parte alta de la ciudad, estaba seguro. Y en cierto sentido, le intrigaba sobremanera que aún siguiera portando esa joya encima. Conocía a gente que sería capaz de matarlo con tal de robarle los zapatos, incluso hasta el sombrero.

—Claro que no, pequeño bribón —soltó el hombre, esbozando una sonrisa lobuna—. ¿Cuántos años me has dicho que tienes?

—Dieciséis.

—Ya eres todo un machote. Así que toma este par de monedas y dáselas a Miss Daisy después de entregarle la misiva. No te defraudará, créeme.

Pod lo miró a los ojos antes de aceptar ambas cosas en silencio. Ahora sabía que ese señor, al que acababa de conocer fortuitamente, era mucho más problemático que cualquier gañan que pululara en Saint Weller. Había algo en su forma de mirarlo que le provocaba un profundo escalofrío, y eso no solía sucederle a menudo. «Este es peligroso de narices» reflexionó, comprendiendo el motivo de que Flurch caminara tan tranquilo en una de las peores calles de La Ciudad y sin inmutarse, pasando casi tan desapercibido como una de las marcadas sombras proyectadas por el sol abrasador.

La puerta era azul, tal y como le habían indicado. El chico se acercó sintiendo el corazón acelerado, pues conocía el simbolismo que ocultaba aquel color en particular. Todos los lupanares del viejo continente lo vestían, marcándolo con orgullo en las entradas de sus locales.

Él nunca había visitado ninguno, aunque se le había pasado por la cabeza en muchas ocasiones. Pero para eso necesitaba dinero, un recurso que en su vida de ratero callejero apenas le duraba en las manos. Y todo gracias al maldito Cazatalto.

“Viejo asqueroso” prnsó al recordar a su tutor, mientras picaba con los nudillos en la superficie de gastada madera. Le parecía increíble que en tanto tiempo jamás hubiera reparado en aquel escondido callejón. Él controlaba casi todos los antros depravados del barrio, ya que le reportaban ganancias sustanciales cuando lograba robar a algún que otro cliente borracho de Sopa.

No había ni un alma y pese al desalmado día, la mayor parte de la estrecha callejuela permanecía en penumbra por hallarse encarcelada entre altos y retorcidos edificios que la engullían.

Pronto oyó pasos en el interior y la puerta se abrió, mostrándole a un gordo sudoroso que lo observó de malas maneras.

—¡Que coño quieres, jodido gamberro! —le gritó a modo de saludo.

Pod se mordió el labio, intentando no contestarle con la misma amabilidad. Ser un chico medianamente listo le había desarrollado un instinto cauto, que se acrecentaba al comparar su reducido tamaño con el de los demás. Alguno de sus amigos había fallecido al plantarle cara a gente más grande, con la cabeza aplastada por una piedra o gracias a un certero navajazo. Y como él valoraba demasiado su miserable existencia, y sabía que tenía que desconfiar de todo el mundo, se limitó a enseñar el pergamino.

Al ver el sello de lacre que lo envolvía, el hombre entornó los ojos y se apartó para dejarlo pasar.

—Te están esperando en la habitación número trece, ratilla. Es la última del piso de arriba.

El chaval respiró hondo y dedicó al mastodonte una breve mirada desafiante. Una que le permitiera mostrar un poco de asco sin que le partieran la cara. Luego, se internó en el oscuro interior.

El tugurio estaba casi vacío y olía a rancio, pero un par de señores sentados alrededor de una destartalada mesa lo miraron de forma asesina cuando se dirigía a la escalera. Los peldaños crujieron bajo sus pies mientras ascendía. Y en aquel momento podía sentir sus ojos clavados en la nuca, provocándole un nudo en la boca del estómago.

“¿Donde diablos me he metido?” se preguntó el joven al llegar al final del pasillo. Picó en la última habitación, tal y como dijera el imbécil de la entrada.

—Adelante —le llegó una voz femenina, algo cascada y rasposa.

Él entró y cerró la puerta, luego se volvió y contempló la sucia habitación, comprobando que sin duda aquel no era un burdel al que elegiría visitar libremente. Sobre una cama de aspecto usado había sentada una mujer de físico enjuto, que lo contemplaba con unos fríos ojos azules.

A Pod, Miss Daisy no le pareció fea, pese a sus facciones angulosas. Tampoco hubiera sido capaz de describirla como una beldad angelical, pero cuanto menos, no resultó ser un mal bicho a la altura de las otras personas del local. Y aparentaba estar limpia.

—Vaya, vaya, vaya —dijo ella, dedicándole una gran sonrisa en la que faltaba un colmillo—. Mira que tenemos aquí. Maldito Flurch, hijo de perra, que gusto para escoger mensajeritos…

—Creo… Creo que esto es para usted, señora…

—¡Señora dice! —exclamó la prostituta, estallando en una sonora carcajada—. ¡Un ratero con modales, qué novedad!   

Lo cierto era que Pod no solía ser muy cortés. Maleducado tampoco, había gente peor. Se acercó al lecho tendiendo la misiva y esperó, con el brazo extendido.

La mujer dejó de reírse y le arrebató el pergamino, asegurándose de tocarle los dedos de forma sensual. Después rompió el sello de lacre y lo abrió. La lectura que apenas duró un minuto.

—Ya puedes irte, chico —le dijo al terminar, mirándolo a los ojos.

Pero él no se movió. Había cumplido el encargo y ahora quería su premio. Sacó las monedas de un bolsillo del gastado pantalón y se las enseñó.

—También me dio esto —añadió, con los círculos de metal en la palma de la mano.

—Ya veo, ese ha sido tu pago. Lamento decirte que Flurch es un miserable, lo que te ha dado solo llega para mostrarte un seno, casi ni eso…

Una expresión decepcionada cruzó la cara de Pod, que esperaba algo más. No obstante se mantuvo firme con su postura.

—Pues muéstramelo —le exigió envalentonado.

Miss Daisy volvió a reírse, satisfecha por la bravuconería.

—¿Qué edad tienes, renacuajo? —quiso saber, tomando las monedas.

—Dieciséis, a punto de cumplir diecisiete —mintió el chico. Apenas había pasado una semana desde que acabara de cumplirlos.

—Pues aparentas mucho menos, con ese cuerpecito tan enclenque.

—Me lo han dicho muchas veces —dijo él, encogiéndose de hombros.

Entonces ella se abrió la túnica, justo lo suficiente como para sacarse una teta pequeñita de pezón puntiagudo.

—Voy a ser buena contigo y voy a dejar que me la chupes si quieres. He de admitir que has cumplido muy bien con el encargo, así que es un extra. Aunque antes, déjame hacerte una pregunta. ¿Cuánto hace que conoces al señor Flurch?

—Desde hace un rato. Me caí en Saint Weller y él fue el único que se detuvo para ayudarme. Luego me invitó a un poco de Sopa.

—¡Vaya! —dijo ella, sorprendida—. ¿Tan joven y ya bebes eso?

La Sopa era bien conocida en el viejo continente por ser una mezcla de licores y algo de láudano. En cada lugar la preparaban de una manera distinta, adulterándola para abaratar su fabricación. Solían llamarlo de esa manera por el aspecto consistente que tenía y pese a ser ilegal, ningún agente de la ley con dos dedos de frente cuestionaba su comercialización en lugares marginales como aquel antro escondido.

—Yo me bebí una limonada —contestó Pod—. He nacido viendo los efectos que esa asquerosidad provoca en la gente. Antes prefiero comerme la lengua.

—Chico listo, chico listo —lo interrumpió ella con dulzura, acariciándole la cabeza. Lugo cerró la mano con suavidad en torno a su nuca y lo fue acercando poco a poco—. No te preocupes, yo tengo algo más sabroso para ti…

El chaval no supo cuanto tiempo estuvo en faena. Mientras lo hacía decidió poner a Miss Daisy a prueba y la magreó con mano torpe. Ella se dejó hacer, hasta que percibió que sus caricias descendían lentamente por la zona del ombligo, captando sus intenciones.

—El mundo es un lugar cruel, cariño —dijo de forma cómica, sin oponer resistencia—. Y en breve vas a descubrir que jamás, bajo ninguna circunstancia, debes fiarte de hombres como Flurch.

El joven siguió a lo suyo y llegado al punto deseado, introdujo la mano a través de la tela, deseoso de palpar algo nuevo por primera vez. Entonces sus dedos tocaron el bulto. Tres, para ser precisos, un hecho que hizo que la empujara y la mirara con los ojos abiertos como platos.

—¡Mierda! —gritó—. ¡Pero si eres un hombre!

La prostituta se rio con ganas ante el espantado muchacho.

—¡Sorpresa…!

El chico salió del tugurio como alma que lleva el diablo y corrió dejando atrás el angosto callejón. Al llegar a la calle colindante se apoyó contra la fachada de uno de los edificios y respiró hondo, intentando calmarse. Él se había criado en Saint Weller y ya sabía que algunos hombres se vestían de mujeres, incluso que hasta lo parecían o se sentían de la misma manera que ellas. También había visto lo mismo con el género femenino. Creía a pies juntillas que el destino era caprichoso, capaz de meter un alma en el cuerpo equivocado. Y nunca le había importado, ni juzgado a nadie por tal cosa; creía que todo el mundo tenía derecho y era libre de vivir como deseara.

No obstante odiaba, odiaba con toda la fuerza de su ratero y huérfano corazón, que le tomaran el pelo de aquella manera. Así que esperó a serenarse para pensar, e ideó una travesura antes de volver con el señor Flurch. Tal vez a él no pudiera jugársela, pero…

Unas pedradas alertaron al vigilante que en seguida salió a investigar. Al abrir la puerta le llegó un hedor calentón más intenso que de costumbre… Entonces descubrió que alguien se había cagado en el umbral, para luego dedicarse a extender la mierda sobre la superficie azulada de la madera…

—¡MALDITOS HIJOS DE PUTA! —chilló fuera de sí, con los ojos llenos de rabia—. ¡YA OS PILLARÉ, JODIDOS CABRONES!

Una delgada silueta observó la escena en silencio, oculta tras unos barriles situados al principio del callejón. Una amplia sonrisa se perfiló en los labios de Pod, que no perdía detalle del espectáculo. Sin lugar a dudas, arriesgarse un poco había merecido mucho la pena y ahora, el color de la puerta se correspondía con la calidad del local que protegía.

“Ese es el tono indicado” pensó. “Marrón, como tiene que ser…”    

Me llamo Ramón Márquez Ruiz y soy escritor, diseñador gráfico e ilustrador. Bienvenidos a Novelesco. Si deseas saber más cosas sobre mi, clica abajo. Muchas gracias por leerme ; )

LEYENDAS 7

LEYENDAS 7

RELATO 13

 Eleanor llamó al timbre y esperó, mirando la imponente fachada de la casa.

“¿Habré acertado?” se preguntó, apretando la asa del maletín que portaba consigo. Aquella noche visitaba al señor Remington, un nuevo cliente muy adinerado que le había rogado que fuera ella quien escogiera los juguetitos en su lugar; un acontecimiento insólito que la llenaba de morbo por ser poco usual.

Unos segundos después se abrió la puerta y apareció un cincuentón muy bien vestido bajo el umbral.

—La señorita Terciopelo, supongo —quiso saber él.

La vampiresa asintió, esbozando una sonrisa traviesa que mostraba sus colmillos afilados.

—¿Me permite pasar, por favor? —le pidió al hombre sin borrar el gesto de la cara, sintiéndose visualmente satisfecha.

El caballero pareció dudar, antes de invitarla. Una vez dentro ella le acarició la cara y ciñó los dedos con fuerza en torno a su cuello.

—¿Ha sido malo?

—He sido muy jodidamente malo —contestó Remington lujurioso, cerrando la puerta.

Desde la antigüedad se decía que el mordisco de un Ser de la noche provocaba más placer que cien orgasmos. Y la especialidad de Eleanor consistía en hallar un equilibrio perfecto entre el más absoluto placer y el dolor controlado…

RELATO 14

Dicen que en la niebla del valle se oculta desde entonces.

El fuego crepitaba en la chimenea proyectando marcadas y danzarinas sombras sobre el arrugado rostro del anciano. En el exterior la niebla parecía tan densa que daba la sensación de poder cortarse con un cuchillo.

—Sandeces —dijo el corpulento aventurero, al terminar la historia—. He pasado millones de veces por aquí y nunca me he topado con semejante disparate. Una taberna maldita llena de diablos que devoran a los viajeros, que tontería. No son mas que cuentos de viejas.

En ese momento la esbelta hija del posadero se le acercó para servirle otra jarra de cerveza. El hombre aceptó la bebida de buen grado y le sonrió de forma seductora, mostrándole su perfecta dentadura.

—¿Tú también te crees esa historia, preciosa? —le dijo, sentándola sobre su rodilla.

—Claro, guapo —le dijo la muchacha—. Ahora mismo te encuentras en ella.

Al oír eso, el hombre observó a sus contertulianos percatándose de algo que en un principio le había pasado desapercibido. Nadie había consumido desde su llegada. Y ahora, todos lo observaban de forma extraña y le dedicaban horripilantes sonrisas, mostrándole dentaduras tan afiladas como cuchillos.

Me llamo Ramón Márquez Ruiz y soy escritor, diseñador gráfico e ilustrador. Bienvenidos a Novelesco. Si deseas saber más cosas sobre mi, clica abajo. Muchas gracias por leerme ; )

N.A.T.I.V.I.T.Y SEGUNDA PARTE

N.A.T.I.V.I.T.Y SEGUNDA PARTE

Base lunar N.a.t.i.v.i.t.y, 23 de diciembre, año 3014. 

—Para, por favor —pidió ella con la voz entrecortada, un rato después de haber abandonado el sector 4A.

JAK ladeó ligeramente la cabeza y la Aeroasyjet300 fue perdiendo velocidad de forma progresiva, hasta detenerse en un frondoso bosquecito que aún mostraba restos de antiguo mobiliario urbano. Por encima de las copas de los árboles se divisaban algunos de los desvencijados esqueletos de metal que rodeaban aquel pequeño oasis verde, y él caviló que probablemente, el lugar en el que se hallaban antaño había sido un pequeño parque en medio de la ciudad. Sobre ellos la inalcanzable y lejana cúpula de Nativity 3A parecía un cielo de metal desconchado, pese a las luces artificiales que seguían alternando los ciclos de día y noche, imperturbables, como si nada hubiera sucedido a ras del suelo.

“Creo que es un buen sitio” pensó él, saltando a la arena con asombrosa agilidad y activando todos sus sensores para captar posibles amenazas. Notaba la urgencia en aquella súplica y sabía que la mujer tenía que descansar, al menos durante el tiempo suficiente como para recobrar las fuerzas…

—¿Quieres que te ayude a bajar? —preguntó, convencido de que pisaban un lugar medianamente seguro.

Una arcada como respuesta le bastó para actuar. El sintético había intentado tener cierto cuidado durante la primera parte de la huida, pese a que en algunos tramos se había visto obligado a saltar, trepar y dejarse caer por alturas peligrosas para seres biológicos. Luego, una vez subidos en el vehículo, la pobre no había parado de gritar, increpándolo de que tuviera más cuidado mientras conducía esquivando árboles, animales y edificios a toda velocidad. Entendía que la humana se sintiera indispuesta, así que con sumo cuidado la dejó en el suelo y la ayudó a mantenerse en pie, captando algunos detalles que lo alarmaron un poco. Su piel presentaba un aspecto ceniciento, incluso escuchaba su taquicardia con total nitidez. Accionó el escáner de sus glóbulos oculares, consciente de que al no ser de origen médico no podrían captar si había lesiones. Por fortuna el bebé seguía respirando y su corazón parecía estar mucho mas calmado que el de su madre… “Es un milagro” pensó de nuevo, esbozando una sonrisa.

—¿Llevas agua encima? —le preguntó.

La chica lo miró unos segundos y asintió con un gesto de cabeza, señalándose a la espalda.

JAK descubrió una mochila infantil junto al carcaj, tan vieja y remendada que parecía ser realmente antigua. Observó el descolorido estampado de la tela, compuesto por divertidas abejas y al tocar la cremallera una imagen le nubló la mente durante un segundo, logrando que su mano se quedara paralizada en el aire. Vio a dos chavales bonitos de cabello dorado, uno adolescente y el otro menor de diez años, elegantemente vestidos para asistir a una fiesta de lujo. El mayor se aflojaba la pajarita del esmoquin frunciendo el ceño, mientras el pequeño sonreía sin parar. Una riñonera con unos dibujos similares le colgaba de la cintura, contrastando con la ropa de gala…

El androide volvió en sí y sacó la botella de plástico rígido. Luego la olió con precaución, preguntándose de dónde había sacado el agua y si era apta para consumo. Nativity conservaba gran parte de su infraestructura, aunque en muchas zonas debía estar dañada por el desuso y los numerosos incidentes, no exentos de explosiones, sobre todo en los inicios del brote cybervírico.

—Toma —le dijo mientras le tendía el recipiente—. ¿Estás segura de que es potable?

La chica le dedicó una mueca desdeñosa antes de cogerla y tras quitarle el tapón comenzó a beber. Unos tragos después tosió y vomitó una parte del líquido ingerido. Luego vació el recipiente con avidez.

—Estoy bien… —añadió con esfuerzo, antes de que él abriera la boca.

—Capto un alto índice de ansiedad.

Ambos cruzaron una significativa mirada.

—Somos fuertes, se me pasará —dijo la mujer ya más recuperada, acariciándose la barriga con un cariño reverencial.

Su cara adoptó una expresión de extrema tristeza mientras lo hacía, como si supiera que su bebé iba a nacer condenado a morir pronto. De haber sido humano, el androide hubiera sentido mucha pena, estaba seguro.

—¿Por qué me ayudas? —quiso saber ella entonces, estudiando a aquel robot atípico que parecía casi un hombre real, salvaguardando el detalle de los cuatro brazos y algunos remaches. Nunca había visto a ninguno que mostrara conciencia, pese a que seguía sintiendo cierta desconfianza.

El sintético le dedicó una radiante sonrisa.

—Te lo dije antes, no soy un infectado —contestó, terminando de examinarla—. Bien, parece que tus constantes vitales vuelven a estabilizarse lo suficiente como para continuar. El caos que hemos provocado hace un rato habrá atraído hacia allí de todo, algo que nos viene de perlas, pese a que sospecho que esa ventaja no durará. ¿Te encuentras mejor?

—Creo… Creo que sí… Aunque conduces ese trasto como un loco…

—No es un trasto. Es de lo mejor que encontrarás en este desastroso lugar. ¿Nunca habías visto ninguno?

Ya más recuperada, la mujer se acercó a la motocicleta voladora y tocó la chapa, contemplando su maravillosa forma aerodinámica. Su grupo siempre había logrado hacerse con algún vehículo, pero ninguno era tan impoluto como aquel. Le pareció precioso, pese a no estar dispuesta a admitirlo.

—Mi padre… —comenzó a decir con la voz temblorosa—. Mi padre arreglaba algunos autos eléctricos para movernos más rápido, pero todos los que encontrábamos operativos estaban hechos polvo.

—No te ofendas, pero me alegro de saber que eres inteligente. Encontrar electricidad es relativamente fácil si sabes donde buscar.

Ella frunció el ceño.

—Es mejor que no perdamos más tempo aquí y vayamos a mi refugio. No te preocupes, es un sitio seguro, te lo garantizo.

La chica volvió a escrutarlo entornando los ojos.

—¿Tengo alternativa?

—Ninguna.

La joven frunció el ceño y permitió que el sintético la ayudara a subirse en la parte trasera del asiento. No obstante, cuando éste se disponía a sentarse pareció pensárselo mejor y se quedó allí de pie, mirándola fijamente.

—Pero antes de nada me gustaría saber como te llamas, si tienes nombre.

La humana se quedó perpleja al oír la pregunta. Sonó un pequeño crujido no muy lejos de su posición y comenzó a mirar alrededor como una loca. La idea de irse sola ya no le parecía tan factible.

—¿Ahora? ¿Es que no has oído nada? —respondió, cada vez mas tensa.

—Me parece un buen momento, sí. Y no te preocupes, son ardillas.

En ese instante un animal precioso salió de entre los árboles y trepó por uno de los troncos, antes de esfumarse.

—¡Está bien, está bien! —exclamó ella, dándose por vencida—. Me llamo Belén, pero todos me llaman… —durante unos segundos se quedó en silencio, afectada. Necesitó pensar antes de proseguir hablando—. Me llamaban Bel.

—Encantado de conocerte Bel. Yo me llamo JAK.

—Genial. ¿Nos vamos ya?

Después de ese cruce de identidades reanudaron la marcha, saliendo disparados como un cohete. Al entrar al sector 3 se cruzaron con varios infectados a los que el androide les voló la cabeza con una de las Uzi, sin detenerse y gracias a la mano extra, que no dejaba de apuntar a todo cuanto se moviera a su alrededor.

Cuando llegaron a un punto determinado, la Aeroasyjet300 comenzó a detenerse otra vez, hasta quedar totalmente quieta.

—¿Ves ese edificio de allí? —preguntó él entonces, señalando algo con el dedo, reprimiendo una sonrisa. Una de sus armas había desaparecido misteriosamente durante el descanso y sabía perfectamente donde se hallaba. Es más, notaba como se le clavaba en la espalda.

La mujer fijó la vista en el lugar indicado, descubriendo un bonito edificio de cuatro plantas que brillaba como una joya perdida, rodeada de abandono, desolación y deterioro.

—¿Ese es tu refugio? —soltó ella, impresionada.

—Tardé cincuenta años en sellar las entradas y dejarlo a mi gusto. Antiguamente eran unos grandes almacenes de lujo, cuando el sector financiero se encontraba aquí, durante los cincuenta de Nativity. Imita el estilo renacentista, pues su arquitecto era italiano, un país de la tierra… Y puedes dejar de apuntarme con mi Uzi robada, gracias. Si hubiera querido matarte ya lo habría hecho hace rato.

Bel soltó una risita.

—Todavía no me fío de ti JAK, aunque admito que apuntas buenas maneras.

—Ya, claro.

Continuaron avanzando tan veloces como una bala, hasta llegar al imponente edificio. Visto de cerca, a la joven le pareció un palacio digno de los cuentos que su madre le contaba por las noches…

A partir del segundo piso todas las fachadas estaban pintadas de un tono celeste y brillante, con marquesinas en las ventanas de color blanco. Hasta tenía terrazas repletas de cuidadas plantas, que le otorgaban un aire de ensueño.

—¿Bonito eh? —dijo el sintético—. Coge mi pistola y agárrate bien a mi cintura.

La joven aceptó el arma sin entender lo que acababan de decirle y comprobó como los brazos que le salían de la espalda se contorsionaron en un ángulo extraño a su alrededor, empujándola contra su cuerpo, como si pretendieran ajustarla a modo de cinturón. Entonces el androide giró la Aeroasyjet300 y retrocedieron unos metros, volviendo a alejarse.

Ella aguardó silencio, expectante, y cuando se disponía a preguntar el vehículo volvió a detenerse.

—Es extraño pero… —se animó a hablar—. No he visto puertas…

El androide soltó una risita.

—Eso es porque no las hay —contestó, mientras volvía a encaramarlos en dirección al edificio—. Vamos a llegar volando, más o menos. Te recomiendo que cierres la boca, porque puede desencajarse…

Al escuchar eso Bel abrió mucho los ojos. Entonces sonó un pequeño siseo y supo que él había activado algo. De repente una luz azulada y eléctrica relució en la parte baja de la motocicleta, tiñendo las piernas de ambos con su bonito resplandor, y captó que algunas partículas y piedrecitas flotaban ligeramente del suelo… No tuvo más tiempo para pensar…

La Aeroasyjet300 salió despedida hacia delante a una velocidad tan vertiginosa que parecía imposible en un cacharro como aquel. Ella pensó que se iban a estampar contra la pared cuando en el último segundo se alzó el morro y comenzaron a correr en vertical, por la pared, hasta llegar a una de las terrazas del segundo piso.

Cuando se detuvieron de nuevo y JAK apagó el motor, ella parpadeó varias veces y comenzó a gritar apuntando al conductor en la cabeza con las Uzis…

—¡SERÁS HIJO DE PERRA! ¡CASI NOS MATAS DEL SUSTO, JODIDO CABRÓN!

De golpe la chica sintió un intenso mareo y perdió la visión, todo se volvió oscuro…

—¡BEL! ¡BEL! —oyó que la llamaba, antes de perder la consciencia…

Las imágenes se volvieron brumosas. La mujer percibía que la mojaban con agua caliente, antes de volver a desvanecerse durante unos instantes… Abrió los ojos… Ahora notaba un intenso dolor… Su bebé…

—¡Tranquila, tranquila, te estoy lavando —le decía JAK desde las sombras—. Todo va a ir bien…

Se hizo el silencio y la oscuridad. Entonces ella notó algo distinto, como la llevaban en brazos, cubierta por una tela de tacto delicado.

—¿Dddonde estoy? —logró preguntar con un hilo de voz.

—Voy a introducirte en una estación médica, no te preocupes, todo va bien.

—¿Unnna queeee?

Se desmayó de nuevo. Al recuperar la consciencia descubrió que se hallaba metida en una cápsula de cristal. Unas luces recorrían su cuerpo desde los pies a la cabeza, se sentía débil e ingrávida… Cerró los ojos…

Me llamo Ramón Márquez Ruiz y soy escritor, diseñador gráfico e ilustrador. Bienvenidos a Novelesco. Si deseas saber más cosas sobre mi, clica abajo. Muchas gracias por leerme ; )

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