CUENTOS DE HADAS PARA NO DORMIR: CAPERUCITA ROJA

CUENTOS DE HADAS PARA NO DORMIR: CAPERUCITA ROJA

Bienvenidos de nuevo, luciernaguillas. ¿Cómo habéis podido soportar otra semana sin mí? Oh, seguro que lo habéis hecho bien, no seáis aduladores. Aunque por otro lado me encanta que me digan cosas bonitas; así que venga, comenzad a endulzarme los oídos. Ohhhhh, así me gusta, si, un poco más. Recordadme lo oscuro y cínico que puede llegar a ser mi sentido del humor. Si… si…

Bien, tal vez ya sea suficiente, dejad de engordarme el ego; porque de no hacerlo me pondré tan gordo que no seré capaz de hablar y dejaré mi figura de ogro para transformarme en una especie de sapo mutante. Y si he de metamorfosearme, sabéis que prefiero hacerlo en gatito. De hecho ya lo noto, mis orejitas se vuelven puntiagudas, ya me está saliendo una bonita colita en el trasero y mi vejiga ha adquirido el tamaño de Inglaterra. ¡Qué sensación tan maravillosa! Me siento tan rebosante de colorines… Ya estoy en mi cajita gatuna rosa, escarbando con las uñitas en las páginas de los cuentos que sustituyen la arena… Y os puedo asegurar que esta semana, voy a soltar muchos, muchísimos litros de purpurina.

Hoy vamos a hablar sobre un relato muy conocido, aunque nos ha llegado tan distorsionado que pocos lo reconocerán en su versión original, por no hablar de que en el fondo oculta varias connotaciones y simbolismos sexuales. Sí, lo habéis leído bien. Pero no nos adelantemos, me gusta ir despacio, sobre todo cuando veo que he captado algo de vuestro interés. Así que hoy presento a …

¿Supongo que la portada lo dice todo, no? Muy bien. Entonces… ¿Que se puede decir de este relato que no se sepa ya? Os preguntaréis algunos. Y la respuesta es tan simple que escuece. Se puede decir de todo. Si, SI, vuestros ojitos escrutadores no os engañan. Y eso significa que por fortuna, disfrutáis de una buena comprensión lectora.

La primera versión escrita que se conoce de Caperucita surgió del puño y letra de Charles Perrault, ese caballero francés tan simpático del que hablamos el otro día. Y sí, se trataba de un relato oral de tradición campesina, que él recopiló durante uno de sus viajes a aldeas y pueblos pobres, el mejor lugar para encontrar inspiración –o para que te lo roben todo y te apuñalen tan ricamente, dejándote más agujeros que un queso gruyer.

Considero que no hace falta volver a explicar demasiado sobre este señor. Por lo que solo añadiré un par de datos curiosos, para despertar las neuronas dormidas de algún que otro lector olvidadizo. Este hombre escribió “Cuentos de mamá ganso”, en el que recopiló varios relatos orales y los adaptó a su época.

La historia de Caperucita roja, a pesar de haber sido simplificada y dulcificada con el paso del tiempo, era la única del libro que no acababa bien, un dato que me fascina. Bastantes años más tarde los hermanos Grimm volverían a readaptar la historia a su época, cambiándolo más todavía, quitando mucho salseo y añadiendo el manido final feliz, algo que en sus orígenes, cuando se explicaba posiblemente en la oscuridad de la noche y amparados por el titilante candor de las velas –un lugar tan precioso como mi cueva– no existía; y según mi tenebroso sentido del humor, tampoco necesitaba. En cuanto más cruel sea el final, más caramelizado para mis sentidos se vuelve.

Sí, ya sé que ha sonado rancio. Pero soy Mr. Ogro, ¿recordáis?

Una vez hechas estas pequeñas reflexiones vayamos al tema que nos interesa. Así que comenzaré por el relato versión Perrault, para luego matizar algunos de los cambios que implementaron los hermanos Grimm.

Érase una vez –bla bla bla– en un pueblo vive una niña preciosa, la más bonita de las cercanías y todo el mundo la adora. De momento la historia pinta muy original, ¿verdad?

El caso es que la abuela quiere tanto a su nieta, que manda a que le confeccionen una caperuza roja. Y ese regalo le queda tan y tan bien, que los vecinos comienzan a llamarla Caperucita roja.

Un día su madre cocina unas tortas y le pide a la niña que se las lleve a la abuela, junto a un tarro de mantequilla. Por lo visto le han llegado noticias de que la pobre anciana anda enferma, y como no, vive en una aldea vecina; y por si eso fuera poco, resulta que para llegar hasta su casa se ha de cruzar por lo más profundo del bosque. Así que Caperucita se marcha, con la comida metidita en una bonita y cuca cestita de mimbre. De repente el sonido atroz de un canto desafinado e infantil inunda el bosque, provocando que los pajaritos huyan despavoridos. Qué, no me miréis así. En la vida no se puede tener todo, en ocasiones el hecho de poseer belleza no significa que también tengas que cantar como los ángeles.

La niña va caminando feliz, hasta que de repente se encuentra con un lobo, nuestro amigo de la semana. El pobre lleva en ayuno —por una dieta inflingida por la vida, que malvada—  y al ver a la chiquilla le rugen las tripas. ¿Alguien ha dicho almuerzo? El lobito seguro que sí. Como es un tipo espigado, sabe que cerca de allí trabaja un grupo de leñadores que acudirían al auxilio de la niña. Y aprecia demasiado su peludo pescuezo, que le vamos a hacer. Así que zalamero, decide preguntarle al banquete andante hacia donde va.

Caperucita, que es una niña muy inocente y desconoce los peligros de hablar con lobos, le responde con una bonita sonrisa:

“Voy a ver a mi abuelita, y le llevo una torta y un tarrito de mantequilla que mi madre le envía”.

El animal, al que el hambre ha vuelto perspicaz, le pregunta:
“¿Y vive muy lejos tu abuelita?”

La niña realmente no comprende las mecánicas del mundo, ni lo oscuras que se vuelven en ocasiones. Así que desconociendo el peligro, le da las indicaciones de cómo llegar, incluso de cuál es la casa de la anciana, que resulta ser la primera –y como no, la más apartada– de toda la aldea.

Al lobo, que ya no puede más con la vida y está muerto de hambre, se le ocurre una gran idea. Y le dice:

“Pues bien, yo también quiero ir a verla. Así que hagamos una cosa. Yo iré por este camino, y tú por aquél, y veremos quién llega primero”

Caperucita roja acepta el juego toda sonrisas y se marcha por el que le ha tocado, que resulta ser el más largo. Ahora sumémosle a ese hecho varias acciones, como la búsqueda de flores, la caza de mariposas y el martirizar con gallos bochornosos a cualquier bicho viviente del bosque.

Una vez ha perdido a la niña de vista, nuestro amiguete de la semana aprovecha eso en su favor y corre hacia la casa de la abuelita, llegando en un santiamén –aunque la niña tampoco se lo pone muy difícil–. Y una vez parado frente a la puerta llama. ¡Toc! ¡Toc! ¡Toc!

“¿Quien es?”
Pregunta la mujer.
“Soy tu nieta, Caperucita roja. Le traigo una torta y un tarro de mantequilla que mi madre le envía”.

Responde el lobo, supongo que poniendo voz de castrati. Ahora me gustaría matizar un pequeño detalle. O realmente nuestro amiguito tenía un problema mayúsculo con una voz de pito o el oído de la anciana no andaba muy fino. El caso es que ella, creyendo que su nietecita ha llegado, le indica como abrir la puerta, que aparenta estar cerrada. Una muy mala decisión.

El animal entra en la casa, encontrando a la pobre mujer en la cama. Y seguidamente la devora sin piedad, aunque supongo que de una forma muy limpia, tanto, que no deja ni una mancha de sangre. Creo seriamente que él debía tener una mandíbula elástica, a lo boa constictor o algo similar. Nunca dejaré de sorprenderme por los avances de la naturaleza. Pero volvamos al relato.

Una vez ya se ha zampado a la abuela, nuestro amigo se viste con su camisón y se mete en la cama. Pasa el rato y por fin llega la niña, que toca a la puerta.

“¿Quien es?”
Pregunta el lobo, a punto de reventarse las cuerdas vocales.
“Soy yo, caperucita roja, su nieta. Le traigo una torta y un tarro de mantequilla que mi madre le envía”.
Una TORTA es lo que te daría yo, cariño, de ser hija mía. Por ingenua.

Aunque por otro lado ese rasgo humano me fascina, ya que puede ser tan caótico y destructivo como una guerra.

Finalmente el lobo le indica como abrir la puerta y la niña entra en la casa. Él, que apenas es capaz de contener la saliva, finge ser la anciana y con buenas peticiones consigue que la niña deje las cosas en un rincón y se meta en la cama con él. Entonces la caperucita nota cosas. Y aquí viene el famoso diálogo, archiconocido hasta la más remota y tremenda saciedad.

“¡Qué ojos más grandes tienes!”
Dice la niña.
“¡Para verte mejor!”
Responde el lobo travestido.
“¡Qué orejas más grandes tienes!”
Observa la chiquilla.
“¡Para oírte mejor!”
Contesta el lobo.
“¡Qué manos más grandes tienes!”
Sigue alegando la niña, con la más absoluta inocencia.
“¡Para abrazarte mejor!”
Dice él.
“¡Qué nariz más grande tienes!”
Caperucita continúa con sus elucubraciones.
“¡Para olerte mejor!”
Alega el lobo. Y finalmente, después de tan largo intercambio de sonidos y palabras, la niña hace su última reflexión.
“¡Y qué dientes más grandes tienes!”
Entonces el lobo la mira como un depredador a su presa. Y contesta:
“¡Para comerte mejor!”
Ruge el sr. Lobo, que ya no lo soporta más y se abalanza sobre ella, devorándola sin piedad. Y Fin. , si…

Pero ese no es el final que yo conozco… Seguro que argumenta alguno. Y eso se debe a que la versión mencionada arriba es la de Charles Perrault. Sí, ese escritor francés del que hablé al principio del artículo y en capítulos anteriores. De acuerdo, de acuerdo, no deseaba ir de listillo. O tal vez sí, quien sabe.

Volvamos al tema que nos interesa. Fueron los hermanos Grimm quienes, después de haberle dado otra vuelta de tuerca al relato de Perrault, escribieron la versión que ha perdurado hasta nuestros días, quitando alguno de sus contenidos adultos —salseo, mucho salseo— por desgracia. Y se dice que para hacerlo, se inspiraron en tres fuentes:

La primera –como no podía ser de otro modo– el relato original.

La segunda, una versión oral de una joven de alta alcurnia que, posiblemente, había tenido acceso al cuento del francés. Es lo que tiene nacer en una familia pudiente, niños y niñas.

la tercera, una obra escrita en 1800 por Ludwig Tieck, «Leben und Tod des kleinen Rotkäppchens: eine Tragödie» («Vida y muerte de la pequeña Caperucita Roja. Una tragedia»). Es en esta interpretación donde surge la figura del leñador, que salva a la niña y a su abuelita, un recurso que mantuvieron los Grimm.

Bien, hasta aquí hemos hablado sobre los dos versiones conocidas del relato. Y por fin le toca el turno a la original, la historia que Perrault encontró, tal vez, alrededor de una hoguera o chimenea, en una probable noche de tormenta invernal. ¡Cómo me gusta esa ambientación!

Perdonadme, me he perdido imaginando tan sórdido y tenebroso lugar. Dejad que me reubique, sí, ya está. Antes de entrar a relatarlo puntualizaré otra cosa más. Hay elementos que pese a los cambios de concepto, siguen manteniéndose a día de hoy. Como por ejemplo el principio.

Ahora sí. Ya soy un gatito completo otra vez, aunque sigo manteniendo mi carita de ogro. Y oh, ya está a punto de salir la purpurina. Este es el cuento del que he hablado en el párrafo anterior. El que se transmitió de boca a oreja, en un ciclo interminable hasta que el puño de un francés, lo capturó.

Erase una vez –bla, bla, bla, básicamente todo le mantiene igual–, la madre de Caperucita roja le pide a la niña que le lleve comida a la abuela enferma. Hasta ahí todo sigue siendo lo mismo. Pero cuando el lobo –hay versiones en las que se dice que es un HOMBRE lobo–. ¿Tal vez ya seas capaces de captar un ligero cambio de simbolismo? Si la respuesta es afirmativa, chicos y chicas listos/as. Y si es negativa, buscad a un psicoterapeuta. NO, es broma, es broma. Hacía rato que no soltaba alguna de las mías.

Continuaré el relato diciendo que Caperucita se encuentra con un licántropo —en aquella época lo llamaban hombre lobo, pero prefiero alardear de mis conocimientos adquiridos en este presidio—. Y eso lo veo más plausible. ¿Un animal que habla? Avisadme si veis alguno, luciernaquillas, en este blog me encuentro a muy pocas criaturas tan extrañas como yo.

Volvamos al cuento. El caso es que nuestro amigo sigue hambriento —aunque tal vez sea de otro tipo de carne— cuando se encuentra con la jovencita. Entonces le pregunta hacia dónde va y ella le responde lo mismo que en las otras versiones, confiada. Es aquí cuando el relato original toma un matiz distinto, pues el lobo le propone dos caminos, el de las agujas o el de los alfileres. Me encanta cuando se nombra a objetos puntiagudos que se clavan en cosas… Y si encima provocan unas deliciosas punzaditas de dolor, tanto, tantísimo mejor.

La chica contesta que desea irse por el de los alfileres, pues nuestro amigo es un tipo listo y la engaña previamente, diciéndole cuál de los dos es más corto. Y lo hace cruzando los dedos en la espalda, por supuesto.
De esta manera nuestro licántropo corre veloz por el más corto, llegando el primero a casa de la abuela. Entonces pica a la puerta. ¡Toc! ¡Toc! ¡Toc!

«¿Quien es?»
Pregunta la mujer, que como ya sabréis, se encuentra en la cama.
“Soy tu nieta, Caperucita roja. Le traigo una torta y un tarro de mantequilla que mi madre le envía”.

Responde el lobo, y supongo que, como en las versiones anteriores, poniendo voz de castrati.

Entonces la anciana le indica como abrir la puerta y nuestro amiguito simpaticote entra, y se lanza a matarla al instante. Pero en vez de comérsela primero, parte algo de su carne y rellena con su sangre una botella de vino vacía que había por allí. Creo que ahora hemos resuelto el misterio… ¿Y si lo que tenía la abuela era resaca?

El caso es que una vez ha preparado estos elementos, el licántropo los deja tranquilamente en la alacena y se pone el camisón de la mujer, para luego meterse en la cama a esperar.

Un rato más tarde Caperucita por fin llega a su destino y llama a la puerta. ¡Toc! ¡Toc! ¡Toc!

“¿Quien es?”
Pregunta el hombre lobo travestido.
“Soy tu nieta, Caperucita. Le traigo una torta y un tarro de mantequilla que le envía mi madre”.

Entonces la muchacha escucha las indicaciones de como abrir la puerta y entra en la casa, diciéndole ha ido a ver como se encontraba y que le trae viandas que le manda su hija.

En ese momento nuestro amigo le informa de que también hay comida en la casa, y la invita a que pruebe, especialmente, la carne y el vino que ha dejado en la alacena. Si, lo habéis leído bien.

Y como no podría ser de otro modo, nuestra jovencita de roja caperuza aún no ha merendado y tiene hambre, por lo que se pone a comer tranquilamente lo que le han ofrecido. Cuando ya está medio saciada pasa un gatito parlante por una de las ventanas y se escandaliza. Si, un gatito que habla. ¿Podéis traérmelo si lo encontráis? Suelen ser el alma de la fiesta.

“¡Cochina! ¡Has comido la carne y has bebido la sangre de tu abuela!”

La cosa va fluyendo hasta que el lobo disfrazado, insta a la caperucita a que se desnude y se meta en la cama con él. ¿Alguien en la sala dijo que esto suena muy turbio?

“¿Qué hago con mi delantal?”

Le pregunta entonces ella, mientras comienza a desvestirse.

“Tíralo al fuego; nunca más lo necesitarás”.

Contesta el malvado. Y así va sucediéndose con cada prenda de ropa, en los que la chiquilla va haciendo caso y va lanzándolas a la chimenea. Hasta que finalmente se queda desnuda.

Así que como hace frío, Caperucita corre a la cama y se mete con su dulce abuelita. Y es en ese momento cuando por fin, después de algún ignorado y tierno acto de canibalismo, se da cuenta de varios rasgos extraños en la “mujer”. Siempre me inclinaré a pensar que sí, tal vez la muchacha fuera muy hermosa, pero le que se dice lista…

“Abuela, ¿por qué estás tan peluda?”
Le pregunta Caperucita a la anciana.
“Para calentarme mejor, hijita”.
Responde el travestido.
“Abuela, ¿por qué tienes esos hombros tan grandes?”
Sigue indagando la pobre criatura de Dios.
Para poder cargar mejor la leña, hijita”.
Supongo que aquí la muchacha piensa que su abuela cambia para adaptarse al clima, o algo similar. Porque no hace ademán de moverse, mientras la vieja se va arrimando cada vez más.
“Abuela, ¿por qué tienes esas uñas tan grandes?”
Vuelve a la carga con el interrogatorio.
“Para rascarme mejor, hijita”.
Ella sigue, dale y dale.
“Abuela, ¿por qué tienes esos dientes tan grandes?”
Entonces Caperucita roja ha formulado su última pregunta, pero en el sentido más literal de la palabra.
“¡Para comerte mejor, hijita!”

Contesta el licántropo abalanzándose sobre ella. Por desgracia, el leñador fue un añadido de los hermanos Grimm. Y nuestro amigo ata a su presa a la cama y se la come enterita, muy lentamente.

Este es el cuento original. ¿Os ha resultado interesante? Espero que la respuesta sea un SI de enormes proporciones, luciernaquillas. ¿Habéis notado cierto… simbolismo sexual?

Perfecto, esa sonrisa te delata. Y es ahora cuando toda mi purpurina de colorines ya ha brotado de mi vejiga… Y menos mal, ya comenzaba a asfixiarme que su tamaño fuera el de Inglaterra.

Llegados a este punto, para finalizar, explicaré los simbolismos que esconde el relato. No os preocupéis, ya comienzo a tener la garganta reseca de tanto hablar. Y comenzaré por el que forma parte del título:

El simbolismo del rojo: Éste color es de mis favoritos. Simboliza la sangre y en este caso el despertar sexual de la chica. También es el color del himen –¿Hace falta que especifique femenino?–, y el resultado de perder la virginidad, hablando fino briboncetes.

El lobo/licántropo: El galán engatusador de doncellas, el zalamero que sólo busca un ratito de diversión. Como habréis adivinado, es una representación del sexo, la satisfacción inmediata sin matrimonio —ejem..

Que el lobo se travista, poniéndose la ropa de la abuela: Ambigüedad, usar cualquier fin a su alcance para satisfacer el deseo/ego.

El canibalismo: Esto es bastante común en muchas historias. La abuela representa el conocimiento, la madurez. Cuando Caperucita se come una parte de ella absorbe los conocimientos de la anciana. Por suerte para vosotros, —y para la yaya, por qué no cecirlo— en realidad esto es una metáfora y no un suceso literal. Aunque a este señor Ogro le gusta ver algo de casquería de vez en cuando y nunca le dice que no a una película de terror.

La casa de la protagonista y el bosque también gozan de simbolismo. El primero, es el hogar seguro, la familia. El segundo es el mundo exterior plagado de incógnitas, de caminos misteriosos y de peligros; es un puente hacia lo desconocido.

Y por último el hombre lobo/licántropo no la devora en realidad, luciernaguillas. Le hace otro tipo de cosas… Vamos, que se la «come» de otra manera…. ¿Alguien ha dicho una palabra que comienza por SEX y termina con O?

La moraleja del cuento: Vigila dulce niña, que desconoces como es el mundo de ahí fuera. Porque está lleno de galanes y de placeres que pueden traerte diversión, pero luego consecuencias nefastas, nefastísimas.

Creo que no necesito decir nada más. Y para finalizar por hoy, cuelgo a continuación un AS en la manga. Me he guardado una última carta, luciernaquillas, y me la había reservado para este momento. Y aquí está. Se trata del último párrafo del cuento original de Perrault, algo que mantuvo intacto. Ya sé que os encanta leerme, pero le cedo el turno a este simpático caballero.

“Aquí vemos que la adolescencia, en especial las señoritas bien hechas, amables y bonitas, no deben a cualquiera oír con complacencia, y no resulta causa de extrañeza ver que muchas del lobo son presa. Y digo el lobo, pues bajo su envoltura no todos son de igual calaña, los hay con no poca maña, silenciosos, sin odio ni amargura, que en secreto, pacientes con dulzura van a la siga de las damiselas hasta las casas y en las callejuelas; mas, bien sabemos, que los zalameros, entre todos los lobos, ¡Ay!, ¡Son los más fieros!”.

Ahora si, creo que ya es hora de despedirnos.

Sacad vuestras próximas conclusiones, luciernaguillas. Espero que este cuento de hadas no os haya dejado indiferente.

Hasta el próximo Miércoles, amiguitos y amiguitas!!! He recibido un aviso de la bruja del mar y puede que consiga irme de vacaciones, quien sabe. Volved por si acaso. Si os atrevéis…

BILIOGRAFÍA:

Nota importante: Debido a un problema técnico se han borrado las fuentes que utilicé, en su momento, para escribir este artículo. Pero he vuelto a buscarlas y adjunto varias.

LA VERDADERA HISTORIA DE CAPERUCITA ROJA, CUENTOS DE GRIMM

CAPERUCITA ROJA, WIKIPEDIA

LA VERDADERA HISTORIA DE CAPERUCITA ROJA, ALTILLO

Me llamo Ramón Márquez Ruiz y soy escritor, diseñador gráfico e ilustrador. Bienvenidos a Novelesco. Si deseas saber más cosas sobre mi, clica abajo. Muchas gracias por leerme ; )

CUENTOS DE HADAS PARA NO DORMIR: BARBA AZUL

CUENTOS DE HADAS PARA NO DORMIR: BARBA AZUL

Bienvenidos de nuevo, luciernaguillas. ¿Pasar una semana alejados de mi se ha convertido en un suplicio? Oh, no seáis tan aduladores. Engordándome el ego sólo conseguiréis que me hinche tanto, TANTO, que acabe explotando dentro de mi rincón oscuro, armando un buen jaleo. Y no me sienta bien la suciedad, para eso ya están los enanitos solterones de Blancanieves.

¿Tenéis ganas de saber sobre qué cuento hablaremos hoy? Ya me va saliendo el pelo, mis uñas se afilan rápidamente mientras encima de mi trasero brota una colita gatuna… Y siento… ohhh, sí, ya lo noto… vuelvo a hacerme pis…

Pero dejad que esta beldad de gatito salga a miccionar fuera, porque esta semana no habrá cajita de arena con cuentos a los que rociar. Y de haberla, el relato de hoy lo encontraríais en la librería, apartado de los demás. ¿Por qué? Espero que os preguntéis. Como sois, sabéis que responderé encantado. Y la respuesta es maravillosa; ni kilos de azúcar —de ése blanquito que soléis consumir, tratado con dulce cal viva para que pierda el color— conseguirían que brotara purpurina del relato, por su contenido macabro. Y ahora sí, ha llegado la hora de presentar a…

¡Tachán! ¿Lo conocéis? Seguro que alguno de vosotros ha oído sobre él. No obstante, antes de abordarlo me gustaría hablar un poco de su autor, mencionado en el capítulo anterior, un escritor francés llamado Charles Perrault (1628-1703).

Este simpático caballero nació en el seno de una familia burguesa acomodada, en la bella París. Estudió derecho y comenzó a trabajar como funcionario gubernamental. Tomó parte en la creación de la Academia de las ciencias, y en la restauración de la Academia de pintura. Con el paso del tiempo fue ascendiendo hasta ser de los primeros funcionarios reales. Durante la mayor parte de su vida adulta estuvo alejado de la fantasía, escribiendo odas, discursos, obras que halagaban el poder del rey, de los príncipes etc. No fue hasta los cincuenta y pico cuando escribió “Historias o cuentos del pasado”, más bien conocido por “Cuentos de mamá ganso”, debido a la ilustración de la portada. Siendo sinceros, fue un autor prolífico aunque han sido sus relatos fantásticos los que han llegado hasta nuestros días, encumbrando su nombre en lo más alto. Y sí, Perrault también recopiló relatos orales y algunos de los hermanos Grimm, adaptándolos a su época, aunque se sospecha que para el cuento que nos ocupa pudo inspirarse en varios personajes históricos. Sí, lo habéis leído bien. ¿He conseguido despertar vuestra curiosidad? Pues seguid leyendo un poco más…

Así que hechas ya las presentaciones, vayamos al tema que nos interesa, el cuento in situ.

 

Hace ya mucho tiempo vivía un hombre muy rico que despertaba las envidias y las habladurías de sus vecinos. Su barba era espesa, abundante y de color azul, un hecho que conseguía mitigar la curiosidad y despertar la desconfianza de todo el mundo. Cada vez que el caballero hacía una fiesta —de éstas a las que sólo hay que acudir para contemplar el lujo desmedido en cada rinconcito del salón— había un invitado especial que nunca lo dejaba tirado. Él mismo. ¿Porque digo esto? Os preguntaréis. Y la respuesta es muy simple, porque a parte de nuestro protagonista y su sombra, a la velada no acudía ni Dios.

El caso es que el señor de la barba extraña pronto siente la necesidad de los mimos de una buena esposa —inevitable— y comienza a buscar pretendientas. En la mayoría de las ocasiones las doncellas y las señoritas de bien lo rehúyen, siempre con la mirada clavada en cada pelo azul de su cara. Aunque las lenguas pueden ser maliciosas y lo cierto es que sería injusto decir que tan mala fama fuera solo por su vello facial. También se decía que el caballero ya había estado desposado varias veces, y que todas sus esposas desaparecían sin dejar rastro… Vamos, el prototipo de novio perfecto que todo padre desearía para sus hijas, ¿Verdad?

Va pasando el tiempo y nuestro señor barbudo escucha que una vecina suya tiene dos hijas jóvenes y bonitas, que aparte, también se hallan solteras y en edad casadera. El coktel de noticias resulta tan alentador que el caballero se viste con sus mejores galas y acude a casa de su esperada futura suegra.

La mujer y sus hijas lo reciben atentamente, al principio, hipnotizadas por la espesa barba de color que ha aparecido en el salón, aunque lo tratan con la más extrema cordialidad. Entonces el invitado le pide a la señora que le conceda a una de sus criaturas en matrimonio, mostrándose tan halagador que insta a la buena mujer para que sea ella quien escoja por él. Siempre me inclinaré a pensar que al briboncete le encantaron las dos mozas. Y añadiré que por fortuna, en esa casa no había ninguna hermana fea, creo hasta la madre debía tener su punto.

Al principio la buena señora no sabe qué decir y las dos jovencitas la miran con los ojos abiertos como platos. La madre sabe que si una de ellas se casa con él, será dueña de una gran fortuna, permitiéndoles el caro privilegio de bailar flamenco sobre las facturas y los problemas económicos. No obstante, a pesar de tan suculenta petición, no se siente con el corazón de escoger. Y para tensar un poco más la situación, sus hijas comienzan a tirarse la pelota del pretendiente —algo desesperadas, por puntualizar algo—, ya que ninguna lo quiere como marido ni como nada de nada.

Así que Barba Azul, que ya es un señor curtido, decide invitar a la familia entera y a sus amistades a pasar unos días en una de sus lujosas fincas en el campo.

Un ofrecimiento así de maravilloso consigue que la señora y las señoritas dejen de pensar en la barba del caballero, aceptando de inmediato la invitación. Ya tienen una excusa para ser testigos de toda aquella riqueza de la que tanto se rumoreaba. El poder de la curiosidad siempre conseguirá dejarme fascinado, es maravilloso, más cuando eso lo convierte en algo puramente diabólico…

Sí, ya sé que ha sonado rancio. Pero soy un ogro, ¿recordáis? Volvamos al relato.

Llega el deseado día y las pretendientas han juntado a casi toda la familia, incluyendo a los primos del pueblo. El señor barbudo los recibe a todos encantado de la vida, tal y como había prometido. Y de ese modo la fiesta da comienzo, ya que por fin acuden invitados reales a una de sus veladas, y ante semejante acontecimiento, la suerte del impopular está a punto de cambiar. Durante ocho largos días de lujo desenfrenado, de jornadas de juegos y bromas, de contarse secretos unos a otros, de abundantes risas y conversaciones en largos paseos por los esplendorosos jardines y terrazas de la finca, las hermanas dejan de mirar tan mal al caballero, incluso comienzan a ser capaces de distinguir los rasgos y el buen porte que hay detrás de tan atípica barba.

Después de estas mini vacaciones, al regresar a casa nuestro protagonista —es una lástima que esta semana no tenga un dulce bombonicto, pero que le vamos a hacer. La historia es como es— se casa con la hija menor de su buena vecina —y suegra—. La chica ya no le tiene miedo y piensa que es un partido inmejorable, aparte de que el galán, seguramente, consiguió encandilarla durante largas conversaciones con vistas a un glorioso día de primavera.

Y tras la boda, la feliz y recién pareja se marcha a vivir a uno de los mejores palacios del señor barbudo, que seguramente, espera con ansia la noche de nupcias.

Pasa el tiempo y la risueña esposa es completamente feliz. Su marido no está nada mal y se ha convertido en una persona muy rica. La vida le sonríe, hasta que un día Barba Azul le comunica que ha de partir en un viaje de trabajo, y le deja todas las llaves del castillo.

Entonces le dice:

“Aquí tienes las llaves de mi hogar. Éstas abren los guardamuebles donde guardo las vajillas de oro y de plata, las joyas y parte de mis riquezas. Y ésta es la llave maestra, abre todas las puertas”.

Pero entonces la muchacha advierte que hay otra llave sobre la que su marido no habla. Una de color azul. Y curiosa le pregunta:

“¿Y esta tan mona, que abre?”

Oh, la curiosidad. Es un rasgo que me encanta. El marido le contesta que esa llave abre una pequeña puerta de color azul, que hay en una parte del castillo. Y le hace una petición —aunque yo diría advertencia:

“Podrás entrar donde quieras, traer a todas las personas que desees como invitados a mi casa, a tus hermanos, a tus amigas, a quien desees. Recorred cada palmo del palacio y celebrad fiestas en mi ausencia, pasadlo muy bien. Pero bajo ninguna circunstancia abras la puerta que acabo de mencionarte, porque de hacerlo, toda mi furia se desataría sobre ti. Y ni tan siquiera Dios podría salvarte”.

La mujer queda enmudecida y decide no seguir indagando, aunque le promete que obedecerá, con el miedo introducido en el cuerpo. Uyyyy, preciosa; creo que tu esposo no está siendo lo que aparentaba.

Barba Azul se marcha y nuestra protagonista femenina aún sigue con el mensaje de su esposo en la cabeza. Y la amenaza había resultado más que evidente. Pero ahora estaba sola,  mientras obedeciera tan extraña petición nada podría sucederle.

Así que decide comenzar a hacerle caso por lo de pasárselo de miedo. Ni corta ni perezosa la señora del castillo manda a varios sirvientes para que vayan a avisar su hermana y a todas sus amigas, dando comienzo a una desenfrenada velada del marujeo. Y unas horas más tarde un aluvión de chiquillas chismosas, disfrazadas de adultas, acuden en masa al llamamiento. Todas habían sentido una curiosidad desmedida hacia aquel caballero, contenida por los rumores y el color de su barba. Pero aquel matrimonio lo cambiaba todo…

El castillo se ve invadido por un ataque de vestidos, berridos y zapatitos, que repiquetean provocando un sonido particular cuando, en tropel, corretean por cada corredor y habitación del castillo, desnudando sus entrañas. “¡Oh, que vajilla! ” grita una. “¡Pero mira que joyas! ” Lo hace otra. Incluso alguna se desmaya al ver el vestuario de la señora, tan repleto de vestidos que revienta su imaginación. Pobrecita, digo yo. ¿Tal vez le dio una sobredosis de sedas?

Cada vez que usan la llave maestra, el grupo descubre una nueva estancia, decorada con un lujo y un buen gusto excesivo: mármoles de carrara, decoraciones de ensueño compuestas por grandes espejos con marcos de oro y plata, muebles de maderas nobles y cortinas de telas exquisitas, esculturas traídas desde todos los confines del planeta, alfombras de la lejana y exótica Persia… El asombro las traspasa, junto a punzaditas de envidia. “¿Por qué ha escogido a esta?” se preguntan la mayoría. Barba Azul se transforma de repente en un hombre extremadamente codiciado. Así que a partir de ahora, lo llamaremos B.A (con pronunciación en inglés, BE EI), que suena a famoseo.

Nuestra protagonista no sale de su asombro, anonadada por cuanto posee. Va a vivir como una reina el resto de su vida. Pero —y en este cuento los hay muchos— sigue pensando en la llavecita que abre la puerta prohibida. “¿Pero si me prometió su riqueza, por qué no me deja ver todo cuanto tengo?” “¿Pero qué secretos me esconde mi esposo?” A ella la educaron para creer en el matrimonio, pero una visión tan idealizada que solo existe en los sueños bajo el influjo de Morpheo. Finalmente decide seguir disfrutando la velada y corretear como una loca chillona junto a sus amigas.

Pasa el rato hasta que alguien le pregunta por la puerta prohibida y ella, sin saber qué decir —supongo que prefiere quedarse la amenaza de su esposo para ella sola— evade el tema como puede. Y la verdad, el palacio está tan repleto de distracciones que apenas le cuesta logararlo. Pero su curiosidad ya arde como un volcán, así que decide investigar un poco. Deja en el piso superior a su hermana y a sus invitadas y baja sola hasta llegar a la puerta azul, que se halla en el fondo de una larga y oscura escalera. ¿No os parece un lugar ideal para dejar libre a la curiosidad? Es tétrico, oscuro y macabro, pero la determinación de la muchacha es tan férrea que desciende cada peldaño conteniendo el aliento. Cuando llega junta a la puerta duda. “¿Pero qué diablos hay detrás de esta condenada puerta?”

¡Toc toc! Abre, cariño. La curiosidad llama y es para ti.

Tras sopesarlo, nuestra querida jovencita decide que como es la mujer del dueño y señor de todo eso, ella también es propietaria de lo que hay en aquella estancia. Y en un matrimonio sano no se esconden secretos. Pero en el fondo sabe que se está auto convenciendo, ella quiere ver lo que hay al otro lado. Ya ha dejado de considerar que le pueden suceder cosas malas al desobedecer a su marido. Así que introduce la llave y la puerta se abre del todo. Da a una oscura habitación y huele raro, digo yo.

La señora entra y chof! Chof! Chof! El suelo está pegajoso y hace un ruido desagradable al caminar. En poco tiempo su vista se aclimata para ver mejor… Horrorizada contempla que el piso se halla cubierto de sangre coagulada y de las paredes cuelgan cadáveres de mujeres, alguna medio podrida ya, supongo, todas con una bonita sonrisa en la garganta y la cabeza casi cercenada. Y lo que es peor. Su instinto e intuición le hablan, haciéndole saber que son las difuntas mujeres de su amado esposo.

El miedo traspasa a la chica y le entran ganas de salir por patas de allí. Con los nervios tira la llave al suelo nada más sacarla de la cerradura, la recoge y abandona la habitación, dejándola bien cerrada. Entonces sube a sus aposentos, completamente mareada y nerviosa, con unos sudores muy fríos resbalándole por la espalda.

Y yo pienso… ¿No te advirtió que bajo ningún concepto entraras en ese cuarto? ¿Por qué a los villanos no se les hace caso?

Toc! Toc! Cariño. Has abierto la puerta y la curiosidad te ha rociado de mier… excrementos.

Una vez en su habitación, la muchacha se da cuenta de que la llave se ha manchado de sangre y nerviosa intenta limpiarla. Pero resulta que está hechizada. Por más que frota, que la lava con agua, que raspa con arena o con todo lo que pilla los churretes rojos de amor vuelven a aparecer, mancillando de sangre todo cuanto toca. Ella llora desconsolada, recordando las palabras de su esposo y tal es su estado de nerviosismo, que el grupo de cotorras huye, después de haber pasado ya una inolvidable velada. Así que parten todas de regreso a sus casas, menos la hermana menor, que nota la histeria en nuestra protagonista.

Esa misma tarde B.A regresa sin avisar, alegando que a medio camino le llegaron noticias de que los asuntos que debía tratar se habían resuelto antes de tiempo. El matrimonio pasa su última noche con aparente normalidad, aunque ella finge bastante mal que celebra el regreso de su buen esposo.

Al día siguiente él le pide las llaves. Su amorcito se las da, con la mano temblorosa y el señor del castillo, que ya es un hombre curtido, comienza a hacerse una idea de lo que ha sucedido y además, advierte que una de las llaves brilla por su ausencia.

“¿Por qué la llavecita azul no se halla con las demás?”

Le pregunta.

“Me la habré dejado arriba”.

Le responde ella.
“Pues anda, ve a buscarla”.

Mareada perdida, nuestra joven amiga sube a sus aposentos y coge la llave, para volver junto a su marido. Y nada más dársela, la maldita comienza a sangrar, manchando el guante de B.A.

“¿Por qué tiene sangre esta llave?”
Inquiere el hombre, consiguiendo que ella responda que no lo sabe.

“Pues yo si lo sé. Has entrado en la habitación que te prohibí. ¡Y ahora ocuparás el sitio que te corresponde junto a las demás!»

La mujer se arrodilla a los pies de su esposo, implorando perdón por ser desobediente. Pero nada ablanda el duro corazón de B.A. 

“Vas a morir ahora mismo”
Le dice el barbudo a su esposa, con un brillo malicioso en los ojos. Entonces ella le hace una última petición. Hay dos versiones sobre esta parte del relato. Se sospecha que inicialmente, en el cuento original —y oral—, la joven le pide que la deje ponerse su vestido de novia, algo que posiblemente Charles Perrault cambió por ir a rezar, ya que la primera opción, en su época, se hubiera considerado como demasiado frívola. Pero nosotros ya no estamos en 1700, y adoro la frivolidad, por lo que me voy a decantar por…
“Déjame que antes de morir, me ponga mi precioso vestido de novia”.
El marido accede, dándole un cuarto de hora. Y la joven sube a su habitación, mandando llamar a su hermana, a la que explica con la mayor urgencia posible los acontecimientos y hace subir a la torre más alta del castillo. Mientras se va vistiendo, la acongojada señora le va preguntando, pues aún la suerte puede jugar una carta a su favor. Resulta que ese día han de ir a visitarlos los dos hermanos de las muchachas.

Me gustaría puntualizar que siempre me inclinaré a pensar que la torre debía estar cerca de las habitaciones, porque si no, vaya pedazo de sentido del oído.

“¿No ves venir a nadie?”

Pregunta nuestra protagonista a su hermana, llevándose una aterradora respuesta negativa. Mientras tanto, B.A espera a su mujer enfurecido en el piso de abajo, preparado con un gran y afilado cuchillo en la mano.

“¡Baja enseguida  o subiré a por ti!”

Le grita él. Ella pide unos segundos más.
“¿No ves venir a nadie?”
Pregunta a su hermana otra vez, volviendo a llevarse una respuesta negativa.

“¡Baja maldita mujer!”

Brama B.A. Nuestra protagonista ya está casi vestida y vuelve a preguntar.
Entonces la hermana le responde que ve una gran polvareda… Unos segundos más tarde añade que se trata de un rebaño de cabras.

“¡Ven ya!”
Insiste el esposo cruel. Entonces la chica vuelve a preguntar a su hermana, y por fin ésta le responde que ve a dos caballeros que van hacia allí. Y como no, los dos mozos son los hermanos de ambas. Nada más reconocerlos la chiquilla comienza a hacerles señales con todo lo que puede, para que acudan tan raudos como el viento.

Yo a esto que lo llamo una tensa y laaarga espera.

B.A, que ya no desea esperar más, grita tan fuerte que retumba por toda la casa. Y nuestra protagonista, que ya está vestida de novia, baja hacia su destino. Desesperada, se lanza de nuevo a los pies de su marido implorando perdón. Pero él no va a cambiar de opinión. La agarra del pelo, dejando que su cuello quede más tieso que las cuerdas de un arpa y acerca el cuchillo. Pero justo cuando va a dibujarle una bonita y roja sonrisa en el gaznate, llaman a la puerta con tanto ímpetu que el hombre se paraliza. Y de repente sus dos cuñados la abren a patadas e irrumpen en el castillo, espada en mano. Como uno de ellos es dragón, y el otro mosquetero, B.A suelta a su mujer como si fuera un saco de patatas e intenta huir. Aunque por desgracia, como suele suceder en estas historias, nuestro carismático villano de la semana no lo consigue y muere atravesado por las espadas de sus cuñados.

Y sí, el final de la historia ya lo podéis suponer. Como resulta que B.A no tenía hijos, toda su cuantiosa riqueza pasa directamente a ser propiedad de nuestra ahora viuda curiosa, que se encarga personalmente de casar a su hermana con un noble y compra títulos a sus dos salvadores. Y sí, tras un tiempo, ella también acaba desposada esta vez, con un guapo y sobre todo, buen hombre, bla bla bla.

Bien, este es el relato de Barba Azul. La moraleja del cuento habla sobre la «Curiosidad femenina», vista desde una perspectiva con mucho polvo y solera. Yo soy de los que piensan que la curiosidad no entiende se sexos y estoy seguro de algo:

Si el mister se casara con una señora de pelo azul —y con las mismas movidas que en el relato orginal— estoy bien seguro de que acabaría con los amigotes y unas cuantas birras curioseando qué diablos hay tras esa puerta. Y posiblemente, chillando como locos después de ver el funesto contenido de la sala. En fin.

Ahora solo puntualizaré algo que considero de interés, antes de dar por finalizada la sesión de la semana. Se le considera un cuento “extraño” por su contenido fantástico casi inexistente, que lo hace contrastar con otras obras del autor. Y eso se debe, principalmente, a que se sospecha que la historia pudo estar inspirada en varios personajes reales, aunque solo mencionaré a uno. Gilles de Rais (¿1405?-1440).

¿Quién fue este simpático caballero? Espero que os preguntéis. Pues se trata de un noble del siglo XV, también conocido por ser un histórico asesino en serie. Es reconocido por su espesa, oscura y característica barba. Este señor luchó junto a Juana de Arco, codo con codo. Tras la caída en la hoguera de la joven y el final de la guerra, él cayó bajo el influjo del ocultismo más oscuro. Mandaba secuestrar a niños y los sacrificaba, incluso llegó a pedírselos a los padres, engañándolos con promesas de un futuro mejor para sus vástagos. En eso se parece a una de mis diosas favoritas, la Bathory. Oh, que pedazo de… ehem, par de virtudes tenía esta princesa de las tinieblas…

Volviendo a este caballero, uno nunca sabe la de vueltas que puede dar la vida. Porque vaya giro, sí señor. De Juana de Arco a homicida sectario, todo un buen despiporre.

Bien, creo que ya es hora de despedirnos.

Ahora sacad vuestras próximas conclusiones, luciernaguillas. Espero que este cuento de hadas no os haya dejado indiferente.

Hasta el próximo Miércoles, amiguitos y amiguitas!!! Si os atrevéis…

BILIOGRAFÍA:

NOTA IMPORTANTE: Debido a un problema técnico perdí los datos de las fuentes que consulté en su momento para escribir esta sección. Además, algunas de ellas han desaparecido con el paso del tiempo. La red es así. No obstante adjunto varias que he vuelto a encontrar.

BARBA AZUL, WIKIPEDIA

WIKIA CUENTOS DE HADAS

BARBA AZUL, TRADUCCIÓN DE TEODORO BARÓ. BIBLIOTECA MIGUEL DE CERVANTES

LA VERDADERA HISTORIA DE BARBA AZUL

GILES DE RAIS, WIKIPEDIA

CHARLES PERRAULT, WIKIPEDIA

«Los dragones se originaron en Francia, por la mano de Charles de Cossé, mariscal de Brissac. En 1554 este militar formó las primeras compañías, que no comenzaron a organizarse en regimientos hasta 1635». 

INFORMACIÓN SACADA DE: CAMINO A ROCROI

Me llamo Ramón Márquez Ruiz y soy escritor, diseñador gráfico e ilustrador. Bienvenidos a Novelesco. Si deseas saber más cosas sobre mi, clica abajo. Muchas gracias por leerme ; )

CUENTOS DE HADAS PARA NO DORMIR: LA BELLA DURMIENTE

CUENTOS DE HADAS PARA NO DORMIR: LA BELLA DURMIENTE

Bienvenidos de nuevo, luciernaguillas. He de admitir que me encaaantaaaa volver a veros por aquí. ¿Mi pícaro, descarado y oscuro sentido del humor os ha encandilado? Sinceramente no me extraña, ya que siempre fui el ogro más carismático de mi clase. Ohhhh, ya lo sé. Acabo de dejar a los alrededores sin flores, tan pelados como la corteza de un árbol quebradizo y muerto. Qué penita tan asfixiante. Hoy hablaremos sobre otro fabuloso cuento de hadas, otra de esas joyitas edulcoradas por el paso del tiempo, pero que poco azúcar tenía en su versión original, escrita por primera vez en el año 1636. Disfrutad de la lectura mientas mi cuerpo vuelve a transformarse en el de un bonito gatito que orina purpurina de colorines.

Seguro que al ver la imagen de arriba un recuerdo os ha invadido la mente: esperad, esperad, dejad que enmarque mi frente con ambas manos para concentrar la energía y adivinarlo: veo a una preciosa princesita llamada Aurora, protagonista de una muy muy dulce película de dibujos animados, obra de un archiconocido estudio estadounidense. ¿Me he equivocado? Celebro ver que la respuesta es negativa. Pero tengo una mala noticia. Esa versión de la historia dista mucho de acercarse a la original, ya que ni siquiera acierta con el nombre de la princesa.

Pero vayamos por partes. ¿Qué decir de este relato que no se sepa ya? Haré un breve resumen, para entrar en contexto.

El cuento explica la historia de unos reyes que desean de todo corazón tener un hijo y no lo consiguen. Pasado un tiempo la reina por fin queda encinta, y nueve meses después alumbra a una preciosa niñita. El soberano, lleno de gozo, convoca una fiesta por todo lo alto para celebrar que por fin dejó de ser estéril y ha logrado ser padre. Qué bonito, ¿Verdad?

Volviendo al relato, la feliz pareja invita a los festejos a todo el reino, incluyendo a las hadas que viven allí. Pero quiere la desgracia que solo les queden doce platos de oro, metiéndolos en un pequeño apuro y rompiendo una simple ecuación matemática. Resulta que hay trece féminas mágicas, no doce. Los reyes piensan como saltar el escollo, aunque siendo sinceros, no se quiebran demasiado la cabeza; y después de cavilar unos segundos hallan la solución más maravillosa, de las que tanto me agradan. Deciden hacerle el feo a la menos popular y no invitarla a la fiesta.

El esperado día amanece y los soberanos presentan a su preciosa niñita en sociedad, ante un reino que les muestra su júbilo incondicional. Todo es música, banquetes alucinantes, gente brindando, cantando, riendo, bailando… Se va sucediendo la velada hasta que las hadas, orgullosas y felices de haber sido invitadas, deciden brindar a la criatura de todos los dones que cualquier mortal desearía:

“La niña será hermosa, la niña será lista, la niña bla bla bla”.

Prefiero ser práctico y no enrollarme demasiado aquí. El caso es que cuando le va a tocar el turno a la última, irrumpe en el banquete el hada que han dejado en casa, hecha toda una furia. Siempre me han gustado las mujeres con carácter. Y… ¿Quién dijo que las haditas no podían dar por saco? El bomboncito se dirige al bebé con la misma frialdad que una cruda ventisca de un invierno infernal y le da su regalo, cargado del más puro resentimiento hacia los reyes por haberla considerado impopular.

“Cuando la princesa cumpla quince años se pinchará el dedo con un huso y morirá”.
Qué queréis que os diga, siento especial predilección por las almas originales. Y la fiesta ya comenzaba a parecerme anodiiinaaaa.

Todo el reino, incluidos los reyes, quedan congelados de puro terror, mientras la intrusa desaparece en un pestañeo. La reina abraza a su hija y llora desconsolada, mientras su marido las mira con los ojos llenos de rabia y tristeza. Pero como suele pasar en estas historias, no todo está perdido, ya que aún queda un hada por formular su deseo. Y como la pobre criatura de Dios no puede deshacer lo que ya está hecho, decide jugar una carta en su favor.

“Cuando suceda lo del huso la princesa no morirá. En su lugar caerá sumida en un profundo sueño hasta que un beso de amor verdadero la despierte”.

Ya quedó claro en el capítulo anterior, Blancanieves, que lo de los besos no suele ser un detalle original. Perdonad esta puyita pero no lo he podido resistir, continuemos con el relato “Standard”.

Pese a los intentos de la buena hadita, a los reyes les entra un pánico atroz y ordenan retirar todos los husos, ruecas y demás instrumental puntiagudo para coser. A esta medida suman la de prohibir, bajo pena de muerte, su utilización de forma clandestina. Encierran todas las herramientas incautadas en lo más profundo de una torre de palacio y cruzan los dedos, esperando que con esa estrategia puedan librar a su niña del trágico destino.

Van pasando los años y la nena crece hasta convertirse en una hermosa princesa, como no, colmada de dones. Pero el destino no puede evadirse y una vez escrito, o maldito, como es el caso que nos ocupa, se cumplirá de forma inevitable.

En su quinceavo cumpleaños nuestra hermosa protagonista da con el almacén clandestino y pesadilla secreta de sus padres. Sin saberlo penetra en el interior de una estancia enorme repleta de agujas predestinadas y se pincha un dedito con un huso, cayendo dormida al instante. Sí, queridas luciernaguillas, lo sé, lo sé. Toda una novedad en este tipo de relatos. Desde luego la originalidad no era una prioridad.

Una vez la bella durmiente ya ha caído ante un plácido y hechizado sueño, las hadas deciden tumbarla en una bonita habitación decorada para la ocasión, sobre una cama en el centro de la sala, a lo expositor. Y seguidamente duermen a todos los habitantes del castillo.

Entonces va pasando el tiempo, los años se suceden de forma inalterable hasta que finalmente transcurre un siglo. Es entonces cuando un joven príncipe, que va de caza, descubre un palacio misterioso devorado por la espesura del bosque. Y para sorpresa de nadie, decide entrar. Como no, las hadas, que suelen ser inmortales —o casi, es muy muy complicado matarlas— lo conducen ante la hermosa muchacha. Al instante el joven queda tan embelesado por su belleza que la besa, consiguiendo así que la maldición se rompa y que la bella le prenda fuego al durmiente y lo cambie por un despierta.

El resto de la historia es bla bla bla. Considero del todo innecesario que me explaye más. Vamos, seguro que intuís lo que viene a continuación, esa manida frase de comieron perdices, etc.

Bien, a estas alturas mi metamorfosis en gatito se ha efectuado del todo; ya voy levantando la patita, con la vejiga llenita de bonita orina de purpurina. Noto como los músculos se tensan y sale el chorrito de amor directamente hacia mi cajita gatuna rosa. ¿Por qué digo esto, os preguntaréis? Pues porque sería capaz de meterme entero en una hoguera al afirmar que la versión original de este relato no os va a dejar indiferente. Es de los favoritos del Mr. por el impacto que le causó en su día, hace ya mucho tiempo.
Pero para abordar el tema, antes hemos de hablar sobre un escritor italiano, Giambattista Basile (1575 – 1632).

¿Quien es? Espero que os preguntéis… Oh, como sois, sabéis que contestaré encantado. Seré un ogro, pero me encanta lucir mi asombrosa inteligencia, qué le vamos a hacer; nací siendo un chico listo, el más inteligente de la familia.

Este simpático caballero nació en el seno de una familia napolitana de clase media y sirvió como militar para algunos príncipes y para el dogo veneciano. Es conocido por ser el autor de  «Lo cunto de li cunti overo lo trattenemiento de peccerille», también conocido como el “Pentamerón”, por su estructura similar al “Decamerón” de Boccaccio.

El dux (latín dux, «líder») o dogo (del italiano doge, adaptación del veneciano doxe, y este a su vez del latín dux) era el magistrado supremo y máximo dirigente de la República de Venecia durante más de mil años, entre los siglos VIII y XVIII. INFORMACIÓN SACADA DE WIKIPEDIA.

El Pentamerón es un compendio de cuentos, seguramente de tradición oral, que su autor fue recogiendo durante sus viajes entre Creta y Venecia. Como dato curioso me gustaría mencionar que el pobre no vivió lo suficiente como para ver esta obra publicada y que sería su hermana quien lo hiciera a título póstumo entre los años 1634 y 1636. Y es en aquí donde se menciona por escrito, y por primera vez, a la bella durmiente. Aunque hasta el título es diferente a la versión que todos conocéis. Y sí, eso se debe a que unos añitos más tarde, Charles Perrault —ya hablaremos sobre él en otra ocasión— adaptó la historia, digamos que le quitó detallitos que, según mi parecer, le daban mucha gracia al relato. Es una pena que la versión conocida en nuestros tiempos modernos se asemeje más a la versión del escritor francés que a la del italiano. Pero qué le vamos a hacer. Dudo mucho que nadie se atreva a explicar el cuento real a un niño. Yo creo que sería delicioso, porque lo traumatizaría.
Oh sí, SÍ, lo sé, ha sonado tan rancio… ¿Qué diablos queréis que os diga? Soy Mr. Ogro, ¿Recordáis?

Vayamos al tema que nos interesa, empezando por el título original.

Érase una vez —bla, bla, bla— en un próspero reino, gobernado por un gran rey, vive una niña llamada Talía, la hija del soberano. Sí, luciernaguillas, la auténtica bella durmiente. El caso es que cuando la protagonista de la historia es muy pequeña los astrólogos y sabios del reino advierten a su padre de que un peligro se cierne sobre ella, ya que por lo visto el destino de la chiquilla es pincharse con una astilla ponzoñosa oculta entre lino. Como supondréis, tal es la paranoia del buen hombre que llega a prohibir la entrada de este tejido a sus fronteras, e incluso manda incautar los utensilios para hilarlo. Y contra todo pronóstico esa estrategia funciona bastante bien durante unos años, Talía crece sana y salva hasta la adolescencia y se transforma en una auténtica hermosura. Pero como sucedía en Blancanieves, siempre ha de haber un pero, viva la redundancia. Resulta que alguien tiene una rueca clandestina en palacio, precisamente para hilar lino, y la muchacha se pincha con ella clavándose la temida astilla bajo una uña. De esta manera cae rendida ante su destino, aparentemente muerta.

El rey queda tan afectado por la tragedia que se ve incapaz de enterrarla, por lo que la deja tumbada en sus aposentos, sobre una manta de terciopelo rojo. Y tanto él como la corte abandonan el castillo para no volver jamás. Tal y como yo lo veo, usa su morada como mausoleo por lo que se ahorra la construcción de uno nuevo.

De la noche a la mañana la vida abandona el palacio, que queda vacío, como maldito. No obstante las hadas, conocedoras de la auténtica naturaleza de lo que le sucede a la princesa, deciden vigilarla de vez en cuando para que al menos no esté sola. Y es de ese modo como pasa un largo, larguísimo siglo. El castillo abandonado queda medio sepultado por la naturaleza que vuelve a reclamar la tierra antaño perdida y la bella Talía se transforma en una leyenda contada a los niños alrededor de una hoguera.

De momento la versión “moderna” y “clásica” se asemejan un poco. Os aviso de que cualquier similitud se termina aquí y de forma bastante abrupta. Como veis, no hay ni rastro de los dones maravillosos, ni de los festejos para celebrar el nacimiento de la princesa, ni se ha nombrado nada, absolutamente nada, de un beso de amor verdadero.

Van pasando los años como un torrente imparable, relegando al olvido la presencia de la familia real y del castillo. Cien años después de la caída en desgracia de la princesa, un rey —hay versiones en las que lo llaman simplemente noble— que caza en un bosque cercano encuentra el castillo perdido, gracias a que su inseparable halcón lo guía hasta allí. Asombrado por el tesoro descubierto, el hombre pasea por las estancias conteniendo el aliento, prendado de cada sala de ese palacio medio devorado por el bosque, hasta que halla a una hermosa muchacha tumbada sobre una manta de terciopelo rojo. Tal es la belleza de la joven que el soberano intenta despertarla, con escaso éxito. Y como no lo consigue, recurre al viejo truco del beso, cosechando el mismo y nulo resultado. Un poco decepcionado de no lograr su objetivo se conforma con observar a la chica, de la que comienza a sentirse cada vez más atraído, tanto, que no lo puede resistir… cinco minutos más tarde, tras una subida de enaguas y faldones, una rápida bajada de calzones y seis o siete embestidas jadeantes con final feliz, acaba por darse por vencido y se marcha de nuevo, volviendo a dejar a la princesa tan sola como la había encontrado, aunque no por mucho tiempo… Ahora puntualizaré dos cosas:

La primera: las hadas decidieron irse «de fiesta» en muy mal momento, dejando sola y desamparada a la muchacha. ¡Muy mal, Haditas malas!

La segunda: Sí, creo que habéis entendido muy bien; ese rey mantiene relaciones con una persona inconsciente.

Seré un ogro pero también soy sensato y justo —bueno, en algunas ocasiones—. Lo que le sucedió a la pobre princesa fue una clara violación.

Quizá esta es una —sí, he dicho sólo una— de las partes más fuertes del relato original. A pesar de eso la historia no se detiene aquí, así que prosigamos.

Van sucediéndose los meses y el vientre de la princesa va creciendo y creciendo, hasta que pasados unos nueve, se convierte en madre sin saberlo y alumbra un par de mellizos, un niño y una niña. Las hadas, supongo que un poco arrepentidas por el desliz, cuidan a los bebés ya que la madre sigue sumida en los sueños de Morpheo. Va pasando el tiempo y un día, uno de los críos intenta llegar hasta los senos e incapaz de lograrlo, comienza a mamar de uno de los dedos, queriendo la divina providencia que escoja el pinchado cien años antes y sin querer, consiga arrancar la astilla venenosa que había bajo la uña y que provocó la maldición. Así que la bella Talía despierta de repente, con dos bonitas criaturas en sus brazos y sin saber a ciencia cierta qué diablos le ha sucedido. ¿Creéis que el despertar de los protagonistas de «Resacón en las vegas» fue malo? Pues no quiero ni pensar en este.

Hasta aquí nos hemos centrado en la princesa. Pero ahora vayamos al reino del abusón, para encontrarnos con la villana de la semana, mi dulce bombocito de helado corazón. Pues, para meter un poco de marujeo a la ecuación, el rey era un hombre casado. Si, si, lo habéis leído bien. Pero vayamos paso a paso.

Un tiempo después de aquel encuentro, nuestro soberano sigue recordando a la joven dormida y finalmente decide hacerle una visita. ¿Remordimientos tal vez? Mantendré esta versión, pues el señor acaba demostrando que pese a todo, al final «no es tan malo» como aparenta.

Para su sorpresa, el señor halla a la princesa despierta y con dos preciosas criaturas. Tras estudiar a los niños con detenimiento y casi con lupa, por qué no decirlo, llega a la acertada conclusión de que ha sido padre. Es en ese momento cuando decide ser sincero y le explica a Talía lo que sucedió cuando la encontró.  Siempre me inclinaré a pensar que el mamoncete agradó a la muchacha a primera vista o algo similar, porque ella lo perdona y accede a tener una relación con él. La pareja pone nombre a sus hijos, Sol al niño y Luna a la niña, y juntos pasan unos maravillosos días, en la que se enamoran locamente el uno del otro.

No obstante el rey, que en ningún momento menciona a la joven que ya está casado, ha de volver a su hogar con su esposa, prometiendo con presteza.

Y en este punto de la historia, el relato toma otro matiz un poco oscuro, algo que personalmente, me encanta. ¿Por qué? Os preguntaréis. Esto se debe gracias, principalmente, a que soy un ogro, ¿recordáis? Y a la maravillosa intervención de mi villana favorita de la semana, mi dulce bomboncito de helado corazón. La reina y esposa de nuestro monarca.

Los acontecimientos suceden de la siguiente manera:

Una noche, mientras el hombre duerme plácidamente, nombra a Talía varias veces, queriendo el destino —o el infortunio— que su mujer se halle despierta y lo escuche. Ella, que es una persona muy inteligente y paciente, consigue ir hilando la historia completa, descubriendo la existencia del castillo perdido, de la princesa… y de los hijos bastardos de su marido.

Furiosa por el engaño, urde un horrible plan para vengarse de la infidelidad. A la noche siguiente, cuando su esposo está bien dormido, logra sonsacarle la ubicación exacta del lugar y ordena al secretario real que mande a alguien para que secuestre a la dama escondida y a los niños. Ya sabe lo que hará con ellos, y lo que es peor, sabe que a su rey infiel no le gustará.

Unos días después y con los cautivos ya en su poder, mi hermosa villana de la semana entrega a los infantes al cocinero real con una horrible petición. Desea que los degüelle tal y como haría con un par de cerdos y los cocine en un plato sorpresa, un manjar especial dedicado únicamente a su marido. El hombre, que resulta ser una buena persona —tal y como sucedía con el cazador de Blancanieves— se escandaliza y cuando se ha quedado solo con los niños, decide esconderlos para ponerlos a salvo. Huye a su casa y deja a los pequeños con su esposa, advirtiéndola de las nefastas consecuencias que habría de ser descubiertos. La pobre señora, aterrada, jura que no fallará y nadie sabrá que tiene a los bebés.

Una vez que el tema de los niños está resuelto y ya han salido aparentemente de peligro, el cocinero idea un plan. Mata a una cabra y prepara los platos con su carne.

Para Talía, en cambio, mi amorcito urde otro plan. Ordena que construyan una gran hoguera en los jardines de palacio y conducen a la princesa ante su ejecución. Pero nuestra protagonista solicita a la celosa reina una última petición, que consiste en que la deje quitarse las prendas más delicadas antes de que la quemen viva. La soberana, pensando que la amante de su esposo se ha vuelto loca de miedo, accede con una triunfal sonrisa y se retira para reunirse con su marido, ya que por fin ha llegado la hora de comer. Ordena que cuando terminen el banquete especial que ha preparado metan en su cálido lecho a la princesa, aunque le ordena a los verdugos que la dejen desnudarse con tranquilidad.

Todo fluye con aparente tranquilidad durante el banquete. Y llega el turno de princesa churrascada. Pero nuestra princesa demuestra pensar con claridad en los momentos más turbios. Cada vez que retira una prenda de ropa, un agónico y desgarrador grito de dolor brota de sus labios, con la esperanza de que su amado la escuche.

El rey, que justo acaba de terminar con el manjar, oye los chillidos y al instante reconoce la voz de su dulce Talía. Muerto de miedo y furioso al mismo tiempo, le pide explicaciones a su esposa y esta le responde:

“Sí, amor mío. Tu amante ahora sufre mientras arde en los jardines. Y tu acabas de comerte algo que es tuyo ¡Acabas de devorar a tus hijos bastardos!”

El hombre enloquece de cólera y corre hacia su amada, con la esperanza de, cuanto menos, poder salvarla a ella. Por fortuna llega justo a tiempo, cuando van a incendiar la pira con Talía medio desnuda y atada al mástil. Al instante detiene la ejecución y él mismo libera a la princesa, para ordenar a continuación que arresten a su mujer, al tesorero y al cocinero real. En ese momento aparece el último con los dos niños sanos y salvos, y le explica a la pareja que no fue capaz de llevar a cabo las órdenes de la reina y escondió a los niños con su esposa.

Finalmente el rey manda que ejecuten a su mujer por la atrocidad de sus acciones y al secretario por hacerle caso. Además, ya tiene la pira construída, por lo que la sentencia se ejecuta de inmediato. De esa forma mi amorcito de la semana muere quemada viva, tal y como ella pretendía hacer con Talía.

Y como es de suponer, el cocinero asciende a tesorero —por haber demostrado ser una buena persona— y la pareja, una vez liberada del malévolo y encantador obstáculo, se casa para vivir felices con sus hijos por siempre jamás.

Ahora sacad vuestras propias conclusiones, luciernaguillas. Espero que este cuento de hadas no os haya dejado indiferente.

Hasta el próximo Miércoles, amiguitos y amiguitas!!! Si os atrevéis…

BIBLIOGRAFÍA:

Nota importante: Algunas de las fuentes que usé hace años para escribir este artículo han caído y ya no están disponibles. No obstante, he vuelto a buscar información y comparto varias que perfectamente, podría haber usado en su momento. Una fuente de la que no voy a compartir enlace es el cuento original de Basile, escrito en 1636.

WIKIPEDIA: SOBRE EL AUTOR DEL CUENTO ORIGINAL

WIKIPEDIA: LA BELLA DURMIENTE

SOL, LUNA Y TALÍA, WIKIPEDIA

LA ATERRADORA HISTORIA DE «LA BELLA DURMIENTE», MILENIO

Me llamo Ramón Márquez Ruiz y soy escritor, diseñador gráfico e ilustrador. Bienvenidos a Novelesco. Si deseas saber más cosas sobre mi, clica abajo. Muchas gracias por leerme ; )

CUENTOS DE HADAS PARA NO DORMIR: BLANCANIEVES

CUENTOS DE HADAS PARA NO DORMIR: BLANCANIEVES

Bienvenidos. Como es de buena educación, me presento a los incautos que lean estas líneas. Me llamo Mr. Ogro y voy a dejar que penséis que soy la mascota del blog. Vivo en una encantadora cueva, mi oscuro oasis de tranquilidad, un rinconcito de tinieblas perfecto para estar a gustito bajo la titilante llama de una pequeña hoguera. Por fortuna el Márquez pensó en todo y no me ha obligado a vivir en un espacio tan blanco y pulcro. Un GRAN acierto.
Seré vuestro guía en esta sección. ¿Quién dijo que las luces no disponen de un elaborado sentido del humor? En Cuentos de Hadas para no dormir seré yo, una criatura de oscuridad menor, a la que han obligado a convertirse contra voluntad y natura en presentador, quien os desvele este formidable universo repleto de engaños y claroscuros. Lo mejor de todo es que en el fondo, me dirijo a vosotros por puro placer y diversión.

Como reza el título, hablaré abiertamente y sin tapujos sobre algunos cuentos clásicos, esas pequeñas joyitas edulcoradas que decoran la infancia de la mayoría de los niños del planeta, incluida la tuya, luciernaguilla. Sí, lector, lo has leído bien. Tu lucecilla me molesta, aunque sea tolerante nunca dejaré de ser un ogro. Por suerte dispongo de unas chulas gafas de sol, por si la velada se torna demasiado brillante para mi gusto.

¿Esos relatos os parecen maravillosos? Hay una cosa que a mi me lo resulta más todavía. Y os preguntaréis, por supuesto, “¿Qué es lo que tan maravilloso te resulta?” Os lo diré, siendo el ser más bochornosamente sincero de las tinieblas. Destrozar tus queridos recuerdos infantiles, luciernaguilla. ¿Has visto algún video de gatitos últimamente? Si… tu media sonrisa te delata. Ahora hagamos una cosa. Imagínate a un servidor con el cuerpo de un lindo gatito, levantando una patita en su cajita gatuna rosa y soltando litros de su encantadora orina de purpurina sobre todas esas historietas cortas, plagadas de dulces moralejas. En la tienda de mascotas se quedaron sin arena, por lo que me vendieron cuentos.

¿Tanta sinceridad os abruma? Pues me encanta. Como a todo buen caballero Ogro, me encanta el pitorreo y el humor oscurete; advertidos quedáis.

Cada semana haremos el repaso sobre un cuento, descubriendo que su origen puede no ser tan delicado como se espera. Y una vez hechas las presentaciones, vayamos al trapo, al tema que realmente nos interesa.

Comencemos a dar el pistoletazo de salida a esta sección. Y no hay mejor forma de empezar, que dando la bienvenida a…

Vamos a jugar a un juego. ¿Lo adivináis por la portada?

Una pequeña pista: ¿Os gustan las manzanas envenenadas y los ataúdes de cristal? En el caso de que la respuesta sea afirmativa, nos llevaremos muy MUY bien.

¿Qué decir de éste relato que no se sepa ya? Porque… Habréis captado que hablamos sobre BLANCANIEVES, ¿verdad?

Haré como que sois personas inteligentes y os daré un breve resumen, para que un servidor pueda entrar en contexto.

El cuento explica la historia de una joven y hermosa princesa, cuya piel es tan blanca como la nieve. Si, un nombre y título muy original, por supuesto.

La joven es huérfana de madre —la pobre murió durante el parto— y crece protegida por su padre, un rey que decae ante la tristeza. Aunque su ánimo apesadumbrado dura muy poco, ya que pronto el buen hombre comienza a sentir de nuevo la imperiosa necesidad de los mimos de una nueva esposa.

¿Quién dijo que había forma de controlar a la naturaleza? Y como no puede ser de otra manera, entre todo un elenco de pretendientas el rey acaba escogiendo a la más hermosa, una femme fatale de belleza sublime que oculta un tenebroso secreto. En realidad la nueva reina es una bruja malvada, una con una personalidad extremadamente egocéntrica y despiadada. ¿Dónde estás amorcito? Cuanto rey mojigato con demasiada mujer para él.

¡Qué injusta es la vida, privando a un ogro solitario como yo de semejante bomboncito!

Volviendo al relato, en algunas versiones la soberana asesina a su esposo para quedarse ella sola con todo. En otras, la dulce Blancanieves pierde a su padre de enfermedad. Incluso hay algunas en las que el hombre pasa a ser una completa marioneta de su señora, carente de cualquier atisbo de amor propio, o lo que es peor, de amor hacia su progenie. Aunque muerto o calzonazos, el rey posee un papel puramente segundón e innecesario, por lo que no gastaré más tiempo en hablar sobre él.

Regresemos al tema de la reina, pues. Ella posee un espejo mágico que habla y al que pregunta cada noche quien es la mujer más hermosa del reino. Durante un tiempo el objeto mágico siempre le responde que es ella, engordando su ego, mientras la princesita va creciendo. Pero el tiempo pasa para todos, llega un glorioso día de primavera, los pájaros cantan en la ventana y Blancanieves ya es una preciosa muchacha. La vida le sonríe, el reino la adora. Y todo le va bien, hasta que para su mala fortuna, el espejo de la madrastra la menciona.

Este acontecimiento consigue que la malvada bruja siniestra sienta una descomunal animadversión hacia su hijastra, un odio alimentado por celos y envidia desmedidos que desemboca en una vena homicida e injusta. Dejándose llevar por esas emociones oscuras, contrata a un cazador para que lleve a su hijastra al bosque. Una vez allí el hombre sólo ha de cumplir con una misión muy sencilla, o a ella se lo parece: Asesinar a la preciosa muchacha y traerle el corazón como prueba.

Personalmente, creo que mi amorcito no tenía buen ojo para los negocios. Si necesitas que se haga un trabajo macabro, contrata a un psicópata, a un malnacido, a un hombre lobo o a un vampiro cruel… Nunca jamás, prohibido, ¡MAL! fuerces a que una buena persona tenga que convertirse en un monstruo. Porque fallará.

El cazador, horrorizado por los deseos de la soberana, le cuenta a la princesa de las intenciones de su madre postiza y la deja libre en el bosque. Y como le han ordenado que regrese al castillo con una prueba de su crimen, caza a un jabalí y se lleva su corazón. Creo que al hombre lo acompaña una buena estrella, porque la madrastra traga el anzuelo y cree muerta a la competencia directa.

Mientras tanto, Blancanieves huye por el bosque tenebroso, hasta que se topa con una casita muy bonita pero dejada. Desesperada, asustada y hambrienta, la princesa decide entrar.

Resulta que allí viven siete enanitos que trabajan en las minas cercanas. Y como ya han pasado al siguiente nivel de la suciedad, volviéndose puerquitos —la casa está hecha un desastre—, deciden acoger a la muchacha para que los cuide un poco. Siempre me inclinaré a pensar que alguno de aquellos gentiles hombres en miniatura albergaba algún deseo sexual, aunque no es menester mencionarlo, tan solo deseaba hacer una pequeña reflexión personal. ¿A quién no le gusta alegrarse la vista con un buen caramelito de vez en cuando? Y si encima limpia —ya he dejado claro que por alguna extraña incógnita que no vislumbro, ellos no lo hacen demasiado bien—, cocina —o sabe hacer algo más que un huevo frito—, es amable, bondadosa, sabe charlar e ilumina la casita con una deslumbrante sonrisa, tanto mejor.

La convivencia entre la princesa y sus nuevos amigos mejora cada día. Pronto, los enanos ven a esa joven doncella como algo indispensable en sus vidas, así que aconsejan a la bella chica que sea cauta y no hable con extraños mientras ellos van a trabajar. Pero en todo buen cuento de hadas que se precie, siempre ha de haber precisamente un pero, viva la redundancia. Resulta que la reina vuelve a preguntarle al espejo encantado quien es la dama más hermosa de la corte. Y éste responde otra vez que Blancanieves, delatándola.

Enfurecida por la traición del cazador, mi bomboncito del día decide ser ella misma quien se encargue del problema y se disfraza de anciana desvalida, llena de sentimientos homicidas. Acude al bosque y encuentra a su hijastra en la casa de los enanitos. La falsa viejecita lleva una cesta con manzanas, todas envenenadas, por supuesto. Y ofrece una a la princesa, que la acepta de buen grado, siendo confiada. “¿Qué mal puede hacerme esta pobre señora?” se pregunta nuestra joven y risueña princesita de cuento. Nada, cariño; en tu caso, sólo asesinarte.

Al primer mordisco Blancanieves cae supuestamente muerta al suelo y la reina vuelve al castillo, más feliz que el día en el que enterró a su difunto esposo, en el caso de que hablemos de la versión en la que lo asesina nada más desposarse con él.

Y cuando los enanos llegan a casa, encuentran a la muchacha tumbada en el suelo. Intentan despertarla, pero no consiguen nada. Lloran desconsolados, dándola por muerta. Se han quedado sin nadie que les haga las labores domésticas, creen que jamás volverán a verla sonreír, ni cantar, ni danzar. Y como homenaje fabrican un bonito ataúd de cristal, donde colocan su hermoso cuerpecito, como si se tratara del expositor de un centro comercial.

Tras unos días de pena indescriptible, junto a mucha suciedad, llega un joven príncipe vestido de azul y montado en un corcel blanco. Pasaba justo al lado de la casa cuando ve el expositor, digo ataúd, y queda prendado del cadáver que hay en su interior. Así que ni corto ni perezoso decide besarlo y por arte de magia, nuestra querida Blancanieves despierta, escupiendo un trozo ponzoñoso de manzana. Los enanitos saltan de alegría, aunque ésta dura poco. La enamorada y recién conocida pareja los abandona para ir a casarse a Las Vegas. Es broma, queridas luciernaguillas. En realidad se van al reino del mozo y se desposan allí, disfrutando de una larga vida repleta de amor, flores y demás parafernalia romántica.

Y ésta sería la versión de la historia que seguro, más o menos, os han relatado de pequeños hasta la saciedad. ¿Cierto? Pues ahora es cuando me lo voy a pasar realmente de maravilla. ¿Recordáis lo que dije antes sobre los gatitos? Ya estoy en mi cajita de arena, preparado para hacerme pis… Os han contado falacias y mentiras, queridos lectores. Ahora os explicaré cómo es el cuento original.

Hay algunas diferencias con el relato anterior. La primera de todas, y la que a mi juicio es bastante dulce, trata sobre la madrastra. Aunque para abordar ese subtema me veré forzado a ahondar un poco en la historia. No pongáis esa cara, luciernaguillas. No me explayaré demasiado, sólo lo suficiente como para haceros un poco de tortura psicológica… Es broma, pretendía ser un poco gracioso. Por suerte lo que voy a mencionar servirá para la mayoría de episodios de esta sección, por lo que en un futuro venidero no me enrollaré demasiado.

Ahora metámonos en contexto. Imaginémonos los albores del siglo XIX, para ser más explícitos vayamos hasta la sociedad burguesa alemana. E introduzcamos en la ecuación a dos hermanos, Jakob y Wilhelm Grimm.

Estos dos mozos recopilaron cuentos de la tradición oral de su país, destinadas a mentes adultas por su elevado contenido violento y sexual. Tras suavizarlas varias veces y volverlas “aceptables” para su época, las recopilaron en un libro titulado “Cuentos para la infancia y el hogar”.

Por supuesto, en 1800 la mentalidad había cambiado respecto al medievo, junto a las condiciones socioculturales. Ya no estaba bien visto, entre una larga y malévola lista de actos deshonrosos y vandálicos que plagaban esas historias, que una MADRE deseara asesinar a su propia hija/o…

¡Oh là là!, lo habéis leído bien. En la Blancanieves original la malvada bruja no era otra que la propia madre biológica, celosa de que su progenie fuera más hermosa. Pobre princesita, de haber nacido fea, seguro que su progenitora la habría querido.

Y eso sucede en muchas otras historias más. Los hermanos Grimm transformaron a las madres psicóticas de los cuentos en madrastras, junto a otras cosas, para que la clase burguesa no se les arrojara al cuello. Qué remedio, en aquella época la cultura no se hallaba al alcance de cualquiera como ahora, una era en la que los programas basura de las cajas tontas desplazan a los libros y demás. Aunque a mi eso me parece bien. La población inculta y descerebrada da menos por saco, es fácil de engatusar y dominar. Si, si, si, ya sé que ha sonado muy rancio… Pero… Soy un ogro, ¿recordáis?

Volviendo a Blancanieves. Ahora sabemos que su propia madre deseaba matarla, porque sentía que le hacía la competencia directa. Aunque para vuestra desgracia ese no será el único elemento escabroso, ni el último tampoco. Pues en algunas versiones del relato, a parte del corazón, la reina le pide al cazador que también le lleve los riñones. Y cuando el hombre regresa con su falso botín, mi amorcito lo devora, creyendo que se está comiendo partes de su propia hija. Adoro el canibalismo en las historias, les confieren un toque tan tierno…

Como ya dije antes, queridos lectores, las diferencias no se terminan aquí. Aunque para comprenderlas vamos a retroceder hasta la versión censurada, para quedarnos justo en el punto en el que la reina descubre que su hija sigue perteneciendo al mundo de los mortales y vive bastante feliz con los siete enanitos. Supongo que tener un espejo encantado, gigante y chivato, ayudaría a cualquier detective de poca monta que necesitara levantar el negocio. ¿Por qué digo esto?

La respuesta es muy sencilla. El caso es que la mujer intenta asesinar a su hija tres veces. Sí, luciernaguillas, lo habéis entendido a la perfección. TRES. Aunque como supondréis, acaba fallando todos los intentos, para la fortuna de nuestra preciosa princesita.

Ahora voy a citarlos en orden cronológico:

1

Para estar guapa, primero hay que sufrir

La reina se disfraza de buhonera, que sería una comercial a puerta fría moderna. Se planta en la casita de los enanos y enseña a Blancanieves unos bonitos collares de cintas. Después de varios intentos consigue que la muchacha se los pruebe, algo que utiliza en su propio beneficio intentando estrangularla con ellos. En cuanto la joven cae inconsciente, la mujer huye, pensando que por fin ha conseguido aniquilarla.

Un rato más tarde, los enanos, que regresan a casa después de una intensa jornada de trabajo en las minas, encuentran a la princesa desmayada y le cortan los collares que le oprimen la garganta, consiguiendo que despierte.

2

Estilismo tóxico o «Ésta, mejor que no te peine ni muerta»

Después de fallar, la malvada madre de Blancanieves urde otro fantástico plan. Crea un peine de diseño maravilloso, realmente bonito, con unas cerdas tan afiladas como cuchillos. Para obtener un mayor índice de éxito, mi bomboncito real las emponzoña con un potente veneno. Chica lista, el tipo de fémina que me gusta; hermosa, inteligente, despiadada, fría… Aunque no soporto a la gente patosa. Y por desgracia, éste portento de helado corazón no debió de asistir a una academia para malvados psicóticos; o si lo hizo, suspendió en la asignatura de infanticidio.

Como no podía ser de otro modo, la bruja acude de nuevo a ver a su querida hija, disfrazada de vendedora de peines ambulante. Al principio la muchacha se muestra desconfiada con ella, algo que habla mucho en su favor. Menos mal que a parte de bonita, es lista. Supongo que sobrevivir a un intento de asesinato desarrolla la picardía de cualquiera.

No obstante la vendedora no se rinde. Tras dos horas de mareo incesante consigue que la muchacha, con tal de que la deje tranquila y se marche, pruebe el peine especial. Y al instante cae desmayada. Dándola por muerta de nuevo, la reina marcha triunfal.

Al final del día los enanos regresan a su dulce morada, topándose con la joven en el suelo. Asustados la zarandean, sin que suceda nada especial. En ese momento uno de ellos descubre el peine entre su cabello y se lo quita al instante. Entonces ella despierta y les habla sobre la vendedora ambulante.

Convencidos de que el susto ha sido obra del objeto, le investigan la cabeza. Resulta que el peine provocó un pequeño rasguño en el cuero cabelludo, sin llegar a clavarse en la carne. Vamos, Blancanieves se libró de la muerte ya que al sólo rasguñarse, una pequeña cantidad de veneno —insuficiente para causar su fatal propósito— entró en su torrente sanguíneo. A eso yo lo llamo gozar de una buena estrella. 

3

Manzana ponzoñosa repleta de amor

Harta y asqueada de que su hija posea las mismas vidas que un gato, la reina urde el plan definitivo.

Compra un kilo de manzanas y busca la más roja de todas. Tras encontrar la fruta perfecta, tan bonita y sedosa como la princesa, la envenena hasta el corazón, con todo su puro amor.

Disfrazada de viejecita desvalida —creo que ya había quemado el de buhonera—, mi villana favorita de la semana regresa a la casa de su hija. Amparada tras su logrado aspecto, consigue que la joven le dé un mordisquito a la manzana.

«¿Qué mal puede hacerme una fruta tan perfecta?» se pregunta Blancanieves. Nada, tesoro. Sólo matarte.

Al primer mordisco la princesa cae otra vez al suelo, inconsciente. Y la reina vuelve al castillo convencida de su triunfo definitivo.

Al llegar la noche los enanos regresan a casa para encontrarse de nuevo a la princesa tendida, inconsciente. Lo intentan todo para despertarla, nada funciona, nada se la devuelve. Finalmente la dan por muerta, con toda la pena del mundo. Los tristes y desconsolados enanitos la lloran a su manera, creándole un bonito sarcófago de cristal, a lo expositor.

Van sucediéndose los días y Blancanieves no se pudre. Sigue igual de hermosa y fresca, todo un espectáculo para los ojos, mientras la casa vuelve a transformarse en un campo de batalla contra la suciedad. Entontes pasa por allí un príncipe vestido de azul, con su inmaculado corcel blanco, acompañado de sus criados. Nada más ver a la muchacha en el féretro, el galán se enamora locamente de ella y pregunta cuál es su historia a los apenados enanitos que la lloran.

Tras oír a los hombrecillos, el príncipe les ruega que le dejen llevarse el cuerpo. No se detiene hasta que consigue lo que desea y manda a sus criados a que carguen el ataúd en un carro para transportarlo a su castillo. Entonces ocurre algo. El vaivén que provocan los sirvientes al trasladar el peso muerto del ataúd, provoca que Blancanieves escupa un pequeño trozo de manzana que se había quedado en su garganta y despierta, para el asombro de todos.

¿Quién dijo un beso de amor? Eso fue una invención de los hermanos Grimm.

De momento… ¿Qué os parece el relato original? Aún falta el final, que a mí me parece de lo más encantador.

Nuestra querida princesa se promete con el príncipe azul y marcha junto a su futuro esposo, que resulta ser el hijo del soberano del reino vecino. Al llegar a casa, nuestra pareja de tortolitos organizan los preparativos del enlace, invitando a todos los nobles de los reinos cercanos. Y como no podía ser de otro modo, mi dama oscura, mi bomboncito venenoso de amor, nuestra madre homicida, también recibe la invitación.

En ese momento la reina vuelve a preguntar en el espejo quien es la dama más hermosa. Y este le responde que ella es muy bella, pero que la que será una joven reina lo es más todavía.

Intrigada y celosa, la villana acepta la invitación y acude al enlace, sin saber que va a asistir a la boda de su propia hija. Por ese entonces Blancanieves ya le ha explicado a su prometido sobre los planes de su madre para asesinarla. Y éste, al enterarse de que su suegra a sido invitada a los esponsales, urde un maravilloso plan. Por fin sabe qué esplendoroso regalo de bodas le hará a su recién esposa. Sabe que la dejará sin aliento, sabe que la hará una mujer realmente feliz. En secreto, ordena que fabriquen dos preciosos zapatos de hierro; ya veréis para qué, no nos adelantemos.

Cuando llega el día de la boda, la celebración discurre con tranquilidad. Durante el baile la reina malvada consigue acercarse a la joven pareja y horrorizada, reconoce a su propia hija. Segura de que corre peligro, intenta huir. Pero el príncipe azul, que ya preveía esa situación, ordena de inmediato que la apresen. Una vez reducida, la bruja es conducida ante la joven pareja.

Blancanieves sonríe al ver a su madre de esa guisa, pero no despega los labios. Entontes el príncipe ordena que les traigan los zapatos que mandó confeccionar. Pero antes de llevárselos pide que los calienten al fuego, hasta que adquieran un tono tan rojo como la sangre y una temperatura más ardiente que el infierno. Una vez los sirvientes acuden al banquete con tan extraña petición, el marido de Blancanieves ordena que calcen a su suegra con ellos y la obliga a bailar… hasta la muerte.

Imagino la escena, la música, la pareja de tortolitos bailando junto a los invitados, el dulce aroma a carne chamuscada, los gritos y berridos desgarradores ahogados por la orquestra, y a nuestra querida villana de la semana sufriendo una tortura atroz hasta perecer… ¿Para que conformarte con regalar una joya cuando puedes acabar con la vida de tu suegra?

Sí ya sé que ha podido sonar rancio. Pero lo diré las veces que sea necesario. Soy Mr. Ogro, ¿Recordáis?

Y aquí nos detendremos por ahora. Ya os he contado el auténtico relato de Blancanieves. Pero antes de marcharme, mis luciernaguillas, me gustaría soltar una pequeña puyita. Hay una cosilla del cuento que se me antoja de lo más interesante, y de la que muy poco se habla. ¿Cuál? Espero que os preguntéis… muy bien, así me gusta, mis queridos lectores. Es una diminuta observación personal, ya que pienso… ¿Para qué diablos quería el príncipe llevarse un cadáver, por muy hermoso que fuera? Me encantan los detallitos morbosos, de esos tan cabroncetes que obligan a pensar un poco…

Hasta el próximo Miércoles, amiguitos y amiguitas!!! Si os atrevéis…

Bibliografía:

CUENTO, WIKIPEDIA

BIOGRAFÍA HERMANOS GRIMM, WIKIPEDIA

Me llamo Ramón Márquez Ruiz y soy escritor, diseñador gráfico e ilustrador. Bienvenidos a Novelesco. Si deseas saber más cosas sobre mi, clica abajo. Muchas gracias por leerme ; )

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