UN SAN JUAN PERFECTO

UN SAN JUAN PERFECTO

Seres de luz Blog se complace en presentar UN SAN JUAN PERFECTO, un relato escrito para celebrar la fantástica fecha en la que estamos hoy. Espero que os guste! ; )

Estefanía se recreó en mirar a sus amigos de uno en uno, pensativa. Luego observó el chiringuito que habían montado en la playa, muy satisfecha con el resultado. Los demás reían a carcajadas, algunos incluso bailaban al son de la música que salía de un altavoz bluetooth, y que se imponía sobre varios petardazos que estallaban de fondo, por fortuna lejanos y poco molestos.

El círculo de velas que los rodeaba quedaba precioso, causando motas brillantes y relajantes sobre las pequeñas dunas de arena. Y las antorchas, diseminadas en varios puntos estratégicos, proyectaban la titilante y justa cantidad de luz como para verse los unos a los otros, sin perder una íntima y mágica esencia.

Hacía tres años que la joven no regresaba al pueblo de su padre. Algo que en aquel instante, le parecía demasiado tiempo… Sobre todo al tratarse de él… Continuó ensimismada en la vorágine de sus propios recuerdos, hasta que Rubén se sentó a su lado y le dedicó una radiante sonrisa, devolviéndola al presente.

—¿Te lo estás pasando bien? Te veo distraída.

—Perdona, me he puesto a recordar cosas. Creo que está siendo mi mejor San Juan en mucho tiempo, es fantástico que hayamos vuelto a reunirnos.

El chico pareció complacido ante la respuesta.

—Pues me alegro, de verdad. Hacía bastante que no volvías por aquí y te echábamos de menos, sobre todo yo. Aunque lamento decirte que te has perdido auténticos fiestones…

Ambos rieron a la vez. ¿Estefa lo había comprendido bien? ¿Acababa de decirle que la había añorado? Entonces el joven se atrevió a apartarle un mechón de cabello de la cara, con un gesto dudoso y tierno.

Ella desvió la mirada, agradecida de que no pudiera captar el intenso tono rojizo que, sin duda, debía haber invadido su piel.

—Es una lástima que el ayuntamiento haya prohibido crear hogueras —soltó sin pensar, nerviosa, intentando no transmitir la repentina timidez que la embargaba—. Siento que el espíritu de San Juan no llegará a nosotros esta noche.

—Te equivocas.

—¿Ah, sí? ¿En qué?

Él pareció dudar un instante. Luego la determinación centelleó en sus ojos, al mismo tiempo que señalaba a su boca.

—Aquí hay fuego —susurró, antes de acercarse a sus labios poco a poco, disfrutando al percibir que Estefanía lo deseaba—. Y con tu hermosa y fantástica presencia, el espíritu de San Juan brilla más que nunca…

Me llamo Ramón Márquez Ruiz y soy escritor, diseñador gráfico e ilustrador. Bienvenidos a Novelesco. Si deseas saber más cosas sobre mi, clica abajo. Muchas gracias por leerme ; )

PRISMA (RELATOS 6 Y 7)

PRISMA (RELATOS 6 Y 7)

RELATO 6. TRISTEZA

Federico cogió la flor y la olió, dejando que el aroma recorriera todos los rincones de su nariz. Y sintió que la fragancia lo retornaba al presente, haciendo que volviera a estar rodeado de una familia y amigos que, durante unos instantes, se habían convertido en algo totalmente brumoso, hasta casi desaparecer…

Sentía algo extraño por dentro y sabía que una parte de sí mismo se había volatilizado para no volver. “Maldita sea, mujer” pensó. “Querías darme una sorpresa y madre mía si lo has hecho”. En aquel instante una reflexión lo golpeó con la contundencia de una maza. Si ella no hubiera insistido en regresar a casa nada más terminar la reunión, nada de aquello hubiera sucedido.

“Jodida operación” se regañó. Lola insistía en no dejarlo solo durante mucho rato, al menos los primeros días tras la intervención quirúrgica. Y curiosamente, aquella manía había acabado por costarle la vida…

El ataúd se hundió en la tumba hasta el tope y Federico, conteniendo el aliento, arrojó la flor. No estaba preparado para vivir sin ella, sin el amor de su vida… Todavía era tan  joven para experimentar esa desazón…

Una presencia que lo había visto todo, volvió a saltar…

RELATO 7. INSPIRACIÓN

Ernesto se quitó las gafas y miró por la ventana, preguntándose que era lo que realmente deseaba plasmar.

Llevaba más de una hora delante del monitor observando una pantalla teñida nívea pulcritud, solamente manchada por una diminuta rayita de color oscuro. El bloqueo lo tenía totalmente bajo su control…

“Esto es asqueroso” se regañó el hombre, antes de permitir que su mente tuviera una fuga en el borroso exterior. Quitarse las gafas para relajar la vista le resultó todo un acierto, pues la notaba cansada. Y aún no eran ni las once de la mañana… Tenía que ser productivo, no podía permitirse pasar otro día mirando las musarañas, con una creciente ansiedad anclada en la boca del estómago…

Después de reflexionar cinco minutos decidió relajarse durante un rato. La novela no se iba a escribir sola, cierto. Pero mientras bajaba las persianas a media altura, apagaba la luz y se tumbaba en el sofá por media hora, bloqueó la maraña de pensamientos que lo abotargaban, dispuesto a meditar. ¿Qué era lo que fallaba? ¿Cuál era la pieza disonante que lo alteraba? Algo le dijo que necesitaba, encarecidamente, buscar las respuestas.

Una presencia que lo había visto todo, volvió a saltar…

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EL CANTO DEL VIENTO

EL CANTO DEL VIENTO

Novelesco se complace en presentar El canto del viento, un relato escrito para el concurso de RELATOS AL VIENTO, del Foro de Zenda.  Espero que os guste  ; )

Cuando todo esto termine, ya sabes lo que has de hacer.

Sarah le apretó la mano bien fuerte y asintió en silencio. La lluvia repiqueteaba contra las ventanas de forma delicada, suavizando la densa atmósfera que se respiraba en la habitación.

Entonces Thomas cerró los ojos y se dejó llevar hacia tiempos remotos, en los que el rumor del VIENTO recorría el particular jardín trasero de la casa de sus padres, que antaño se había erguido junto a un escarpado precipicio situado a las afueras de un pequeño pueblo costero de Irlanda.

A pesar de que ya no quedaba ni una triste piedra en pie, el hombre recordaba cada viga, cada rincón, cada vivencia entre aquellos muros. Y rememoró un cuento que su madre solía relatarle cuando lo arropaba por las noches, esbozando una sonrisa que no pasó inadvertida para Sarah.

—¿Deseas que te narre nuestra historia favorita, papá? —le dijo ella, leyéndole el pensamiento.

Thomas volvió a mirarla y asintió, embelesado por los brillantes ojos de su hija. Luego contempló como se acomodaba a un lado del lecho y le apartaba un mechón de cabello de la cara.

—A pesar de la belleza del paraje —ella comenzó así el relato, al principio con la voz temblorosa—, aquel mágico enclave que parecía el fin del mundo no solía ser visitado a menudo, pues numerosas leyendas de tiempos inmemoriales circulaban sobre él…

 »Se decía que un dios pagano del viento vivía en las escarpadas paredes de roca, acunado por los mares embravecidos de tormenta. Y que si se le rezaba bien fuerte, en ocasiones obraba milagros y maleficios por igual.

 »Pero para George y Tania aquello no eran más que tonterías. A sus once años huían por las tardes para encontrarse allí mismo, bajo el amparo de un roble centenario que cometía la tremenda osadía de vivir contemplando el vacío. Entonces se dejaban seducir por el dulce canto del viento que mecía las frondosas hojas de su copa y se miraban a los ojos, sabedores de que jamás se cansarían de permanecer juntos.

 »Y así transcurrieron varios años en los que fueron creciendo entre risas y juegos, hasta que Tania, que ya se había convertido en una hermosa muchacha, un día amaneció tan enferma que llegó a temerse por su vida. George acudía cada día a visitarla a pesar de que nunca le permitían franquear la entrada de la casa. Y desesperado, lloviera o hiciera buen tiempo, permanecía allí quieto durante horas, incansable, hasta que una fatídica tarde recibió una terrible noticia que le robó el aliento y el rubor de la cara. Pues según el doctor, a su amada apenas le quedaban unas horas de vida.

 »Con el corazón en llamas, compungido, aterrado y furioso al mismo tiempo, el joven corrió bajo la tempestad que azotaba la región, hacia su lugar favorito del mundo. Y junto al roble temerario gritó, llamó al dios para rezarle como nunca había hecho, ni siquiera en la iglesia del pueblo, creyendo con fervor que una deidad que le había regalado momentos inolvidables, escuchando el maravilloso canto del viento, no podía ser malvada.

 »Y la mala fama de aquel precioso lugar comenzó a desmoronarse porque Tania sanó en poco tiempo. Cuando por fin dejaron que George la viera, éste acudió al encuentro con un preciado regalo, un anillo de plata comprado con mucho sudor y esfuerzo, que ella aceptó junto a una promesa de amor eterno.

 »No obstante el destino tenía reservadas algunas vueltas para la pareja, que no pudo cumplir los esponsales en la fecha señalada, debido a una larga y oscura sombra que se cernía sobre todos. Ya que un conflicto mundial, nacido en la vieja Europa, amenazaba con devorar la paz bajo el yugo de un despiadado dictador que hablaba al son de la barbarie. Y George, que era un hombre bueno que creía ciegamente en la libertad, decidió alistarse para luchar.

 »Tania le rogó que no se marchara, pero nada lograron sus lamentos. Con promesas de regreso el muchacho partió a la guerra, dejando a su prometida llena de terrores que, al cabo de los meses, acabaron por convertirse en horripilantes pesadillas. En ellas, mil bombas caían de los cielos en trincheras repletas de soldados. Y tanta era la inquietud de la joven, que bajo una tormenta acudió a su rincón favorito del mundo para rezar al bendito dios del viento, mirando al mar embravecido.

 “Devuélvemelo” le pidió. “Haz que mi hombre regrese a casa…”

 »Y sucedió otro milagro. George regresó junto a ella, a pesar de que nunca volvería a ser él mismo. Ya que una bomba caída del cielo le había sesgado parte de sus alas, al dejarlo lisiado.

 »Tania luchó contra la desazón de su prometido que, marcado por las terribles experiencias que había vivido, apenas comía o dormía. Lo cuidó incansable noche y día sin despegarse de su lado, hasta que al cabo de unos meses el joven acabó por darse cuenta de todo el amor que lo rodeaba y empezó a recuperar la ilusión perdida.  

 »La boda se celebró junto al roble osado, escuchando el armónico canto del viento. Después compraron la parcela y construyeron un hogar, en el que vivieron hasta el fin de sus días, y en el que nació una preciosa niña, llamada Wilda, que al crecer, les dio al más maravilloso de los nietos, al que pusieron Thomas…

***

Las manos de Sarah sujetaban la urna con fuerza, mientras sus ojos divisaban el infinito. James y los niños la observaban a poca distancia, guardando un silencio solemne, a la espera…

—Descansa con los tuyos, papá —susurró la mujer mientras abría el recipiente y esparcía las cenizas al aire.

Entonces el canto del viento sonó, meciendo su dorado cabello. Y ella supo que su progenitor se había reunido con su amada esposa y la bella Wilda, junto a los enamorados Tania y George, por siempre jamás.

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PRISMA (RELATOS 6 Y 7)

PRISMA (RELATOS 4 Y 5)

RELATO 4. COMPENSACIÓN

Carla dio una larga calada al cigarrillo. La tormenta seguía descargando su furia sobre la ciudad, algo que no mejoraba su mal humor.

“¿Por qué tarda tanto?” pensó, mirando la hora en el salpicadero.

Los minutos siguieron sucediéndose, tan lentos que parecían interminables. Cuatro cigarros más tarde, Juan picó en la ventana del copiloto y ella  desbloqueó las puertas del coche.

—Perdona el retraso —se disculpó mientras se sentaba.

—¿Todo listo?

—Efectivamente, ya hemos realizado el intercambio. Estos milloncitos nos van a ayudar a comenzar de nuevo, nena.

Celcopun había cerrado de golpe, despidiendo sin explicaciones a sus trabajadores, entre los que se incluían ellos dos. Y todo gracias al chorizo del propietario, que andaba metido en turbios asuntos con hacienda. Así que como parecía que la empresa se había ido a la mierda, habían decidido secuestrarlo para sacar un cuantioso rescate, sabedores de que el muy canalla tenía una fortuna en paraísos fiscales.

—¿Y que hacemos con el cerdo del jefazo? —preguntó ella entonces, al escuchar un sonido amortiguado que v enía del maletero.

—Pues nada, lo dejaremos con el coche por ahí tirado. Alguien lo encontrará, digo yo…

Una presencia que lo había visto todo volvió a saltar.

RELATO 5. PACIENCIA

Zenira miró al hombre con interés.

—¿Ya tiene compañía, caballero? —le preguntó, acariciándole la pajarita mientras se sentaba sobre su regazo, con cuidado de no tocar el sombrero de copa.

—Ahora sí —contestó él, esbozando una sonrisa bajo su espeso y bien peinado bigote.

La mujer notó la erección al instante, tan rápida que hasta le pareció gracioso. Y valoró todos los detalles del aspecto, para discernir si debía buscar a otro cliente.

La concubina pareció satisfecha y se dejó acariciar los senos por aquellas manos pulcramente enguantadas…

—¡Istara, Istara! —llamó a su mejor amiga, al entrar en sus aposentos cargada con un buen fardo de tela.

La chica se volvió al oírla y Zenira observó su prominente barriga, que marcaba el avanzado estado de gestación

—¡Ya lo tenemos! ¡Nos marchamos ahora mismo!

—¡Pero que haces aquí! ¡Te he visto entrar con un cliente dorado, de los que te gustan!

La mujer puso los ojos en blanco.

—Le he metido unos polvillos del sueño en el vino. Y con todo lo que le he robado ya reunimos lo justo para el pasaje en el Cuervo express…

Una presencia que lo había visto todo, volvió a saltar.

 

Me llamo Ramón Márquez Ruiz y soy escritor, diseñador gráfico e ilustrador. Bienvenidos a Novelesco. Si deseas saber más cosas sobre mi, clica abajo. Muchas gracias por leerme ; )

AMARNA JONES, EN BUSCA DEL OJO PERDIDO

AMARNA JONES, EN BUSCA DEL OJO PERDIDO

Novelesco presenta AMARNA JONES. La literatura, el cine y los videojuegos siempre han sido claros referentes para mí. Hace poco volví a disfrutar del reboot —videojuego— de una de mis sagas favoritas, «Tomb Raider». La historia gira en torno a una Lara muy joven e inexperta que acaba de terminar la carrera y se enfrenta al primer reto de su vid, una aventura que la marcará para siempre. Y un batiburrillo extraño comenzó a dibujarse en mi cabeza.

Está claro que la señorita Croft se inspiró en «Indiana Jones», otra saga de mi infancia, y de las favoritas. A todo esto vamos a sumarle que si no recuerdo mal, hoy estrenan una nueva versión de «La Momia».  ¿Adivináis? ¡También es otra película que me encanta!

A partir de esa mezcla de ideas y varios conceptos ha surgido este loco homenaje. Un batiburrillo que espero, disfrutéis. He de decir que me lo he pasado bien escribiéndolo. ¡Un saludo! ; )

—¡Vaya, vaya, vaya! —dijo, apartándose el gastado sombrero de la cara.

Aquel rincón casi en penumbra había sido el lugar apropiado para sorprender al camarero. Las viejas y polvorientas bombillas que colgaban sobre la barra del antro iluminaban el local con una luz ténue y sucia.

—No hay nada mejor que toparse con un chico guapo en el culo del mundo.

—Maldita sea, Amarna Jones… ¿Qué diablos haces aquí?

La joven contempló como el chico fruncía el ceño y arqueaba una de sus cejas pobladas y sexis. Pensó en lo mucho que había añorado aquel gesto. Además quedó sorprendida con la mejora de su Inglés, que sonaba casi nativo.

—Te dije que soy una mujer obstinada —se sinceró ella, guiándole un ojo—. Y que te seguiría hasta el mismísimo infierno. Aunque esperaba uno menos gélido, tratándose de ti.

—¡Es una lástima que a la señorita no le guste el Tíbet! —exclamó él, esbozando una sonrisa afilada—. ¿Tal vez podría sugerirle las cálidas aguas de Cancún?

A los dos acudieron recuerdos del pasado, transcurridos quince años atrás durante un tórrido verano lleno de aventuras y encuentros pasionales. El cuerpo y la mente de Amarna habían madurado desde entonces. Pero en apariencia, él seguía exactamente igual de guapísimo, aunque ahora presentara un aspecto descuidado y guarro, muy acorde con el tugurio que regentaba.

—Me han dicho que en Cancún el whisky es horrible.

La mujer captó un brillo púrpura en las pupilas de su viejo amigo. Luego observó cómo regresaba a la barra, para volver a la mesa con unos vasitos de aspecto sucio y una botella llena de telarañas.

—Tenga usted, señorita Jones —dijo él, quitando el tapón de corcho con la boca y escupiéndolo al suelo.

El olor espantaba incluso desde la distancia y Amarna se esforzó en parecer impávida.

—¡Venga hombre, alegra esa cara! ¡Hace mucho tiempo que no nos vemos!

El chico se dejó caer en un taburete y rellenó ambos chupitos. Luego cogió uno en silencio y mediante un gesto de cabeza, le indicó a que hiciera lo mismo. Ella lo miró resignada y ambos bebieron al mismo tiempo.

—¡¿DIOS MÍO, QUE MIERDA ES ÉSTO?! —soltó la joven después de un ataque de tos, con la voz quemada.

—¿No decías que el whisky de Cancún era terrible? Yo no lo recuerdo así. Quizá se esté volviendo una princesita, señorita Jones.

La mujer ignoró el último comentario, alertada por su sexto sentido. Sintió que alguien los espiaba y miró a unos caballeros que estaban sentados al otro lado del cuchitril. Uno de ellos tenía rasgos caucásicos, a pesar de compartir una clara alergia hacia cualquier tipo de higiene.

—Quiero que te vayas, Jones. Ha sido un ratito interesante, pero no más —dijo el camarero, hosco, levantándose de golpe.

—¡Venga ya, Swag!

Al oír esa palabra el hombre frunció el ceño otra vez.

—¡No me llames así nunca más! —exclamó, con un brillo malicioso en los ojos—. ¡Lo detesto!

—¡Al principio te gustaba, Swaggy! —añadió la joven, apoyando las palabras con un gesto de dab.

—¡¿QUÉ DIABLOS QUIERES DE MÍ, AMARNA JONES?!

Los veteranos del bar miraron al extranjero sorprendidos, ya que nunca lo habían visto enfadado.

—La he encontrado, amor. La primera mitad del Ojo.

Entonces la mujer comenzó a abrirse varias capas de ropa térmica hasta llegar al escote, sobre el cual descansaba un collar de aspecto exótico.

Primero el chico le miró el canalillo, que dibujaba a dos viejas amigas que pese a los años, seguían perfectas. Luego estudió el colgante, enmudecido. Notaba su poder.

—¿Dónde?

Ambos se miraron con intensidad.

—Cerca de Cancún, hace dos lustros. Nos equivocamos de tumba, Ramsey.

«Ramsey» repitió el joven de forma mental, un poco aturdido. Hacía quince años que nadie lo llamaba así, que ella no pronunciaba aquel nombre que tanto había significado para él.  Y se dio cuenta de que había añorado tanto a Amarna… Continuó escrutándola, con la apremiante necesidad de encontrar en aquellos ojos verdes algo que llevaba mucho tiempo esperando y que llegó a creer imposible. Pero allí estaba, lo percibía con total claridad.

—Por todos los dioses de Egipto —soltó, con un hilo de voz—. Por fin has madurado, Jones.

—Lo hice cuando comprendí que te había perdido.

El chico iba a responderle cuando notó un silbido y captó algo por el rabillo del ojo. Con un movimiento veloz cogió al vuelo un pesado machete, que supuso destinado a ella.

—Veo que en eso no has cambiado nada —le recriminó—. Como siempre, ¿Haciendo nuevos amigos?

Amarna le regaló una sonrisa.

—Me han seguido desde la ciudad de las luces. Buscan El Ojo.

Ramsey suspiró. Madre mía, hacía tiempo que no pensaba en París. Y se dio cuenta de que también la echaba de menos.

—Supongo que vas preparada…

—¡Ya me conoces! ¡Soy una princesita muy cañera!

Un grito los alertó y el camarero cogió la mesa, como si fuera de papel. Se sucedían ráfagas de disparos cuando ésta voló por el local, hasta estamparse contra tres de los criminales. Los clientes huyeron despavoridos, algunos sin pagar la cuenta.

Jones sacó dos pistolas y respondió abriendo fuego, antes de parapetarse tras su ex.

—¿Quieres una?

—¡Sabes que no las necesito!

El chico se volvió y lanzó el cuchillo a su dueño occidental, justo cuando éste se disponía a coger la metralleta caída de uno de sus compañeros, dándole en la mano.

—¡Son terriblemente malos! —exclamó, decepcionado.

Y de repente una de las paredes del antro reventó con gran estruendo, levantando una nube de polvo y nieve. El matón salió despedido hacia ellos, junto a varias mesas y sillas. Ramsey agarró a Amarna por la cintura y esquivó los proyectiles, cayendo al suelo. Ambos se miraron a los ojos. A ella siempre le había gustado estar encima, incluso parecía disfrutar del extraño giro de los acontecimientos. La estructura del pequeño edificio crujió y el techo descendió unos centímetros de forma peligrosa.

—Creo que cada vez se pone más interesante la cosa… ¿No te parece? —añadió la joven, al ver que una camioneta de proporciones mastodónticas se había estampado contra el antro, hasta introducirse casi entera en el interior.

—¡Serán hijos de puta! ¡MI BAR!

—Yo creo que le venían bien algunas reformas…

El resplandor en los ojos del chico se tornó eléctrico. Iba a replicar cuando una de las puertas laterales del vehículo se abrió lentamente, de forma pomposa.

—¡Como me alegro de haberlos encontrado, señorita Jones! —sonó una voz masculina y particular, con un claro y marcado acento británico. Entonces un hombre extrañamente bien vestido hizo acto de presencia, bajando del furgón. Su traje de raya diplomática desentonaba con el decorado, incluso con el gélido clima.

El camarero lo miró entornando los ojos.

—¡Bienvenido a la fiesta, Mr. Echron! —lo saludó Amarna, mostrándole una forzada sonrisa desde el suelo—. Veo que va tan guapo como siempre, aunque está claro que nadie le avisó de que la velada iba a celebrarse en el Tíbet.

Los jóvenes se levantaron y sacudieron el polvo.

—¡Mi preciosa arqueóloga favorita! —dijo el recién llegado, abriendo los brazos—. Incluso con capas de ropa nada favorecedora y rodeada de mugre sigue estando encantadora. Veo que por fin ha encontrado lo que buscaba con tanta pasión…

—¿Quién diablos es éste?

El recién llegado prestó atención a Ramsey y lo estudió con sumo interés, quedando embelesado con el resplandor que chisporroteaba en el interior de sus pupilas.

—Es maravilloso —soltó, tendiéndole la mano—. Mucho mejor de lo que hubiera sido capaz de imaginar. Ahora entiendo esa locura que nuestra querida Amarna siente hacia usted. Y su inglés me parece muy completo.

El chico entornó los ojos y no se movió. Después de unos segundos con la mano flotando en el aire, Mr. Echron se dio por vencido.

—Nadie ha contestado a mi pregunta —inquirió.

En ese momento varios soldados armados y totalmente equipados salieron del vehículo, quedándose detrás del caballero. Jones supuso que se trataba de mercenarios contratados para la ocasión.

—Yo no soy importante, Ramsey —respondió el inglés—. Aunque voy a permitirme la licencia de llamarlo por su nombre verdadero, Ramsés. La señorita Jones demostró ser muy aguda al adaptarlo del egipcio.

—Veo que conoce los detalles Mr… ¿Echron?

—En efecto. Nuestra amiga en común marcó un precedente para ser una joven inmadura e inexperta. Al perderse durante su primera excavación arqueológica llevó a cabo uno de los descubrimientos mas sorprendentes de la humanidad. Uno que ocultó de forma magistral incluso a mí, hasta el turbio asunto de Cancún.

—Creo que todos los aquí presentes conocemos esa historia —añadió la mujer, apuntándolo con las pistolas—. No veo necesario perder más el tiempo.

Los soldados la encañonaron y el caballero les indicó que se relajaran, con un gesto sutil.

—Hay algo que no comprendo —soltó el joven entonces, mirando las armas de los mercenarios—. ¿Usted es?

—Yo soy el profesor Echron. Y quien debería de haber tenido el privilegio de realizar su descubrimiento, amigo mío. Algo que me habría hecho muy rico, grande y poderoso.

—¡Oh, ya entiendo! ¡Usted era el tutor, mentor y supervisor de Amarna! ¡Creía que se llamaba Lechran!

—Eso es un protector solar —puntualizó el británico, con una repentina mueca de asco dibujada en la cara—. Pero volvamos al tema que nos interesa, si me lo permite…

Ramsey se cruzó de brazos y asintió con un gesto de cabeza.

—Al día en el que una malcriada niña de apenas veinte años —Amarna mostró una amplia sonrisa al oír aquello— decide desobedecer a los mayores, movida por un sentimiento de orgullo juvenil y la enorme presión de su apellido, internándose sola en el interior de una pirámide enterrada hasta perderse sin remisión. »Y justo cuando cree que va a morir, encuentra una cámara funeraria. Absorbida por el descubrimiento abre el sarcófago, topándose con una momia de más de tres mil años de antigüedad. Parece un hombre, pero no está segura. Entonces decide, con los últimos y mortecinos haces de luz que le quedan a su antorcha, leer la inscripción que hay en los vendajes del difunto, sin darse cuenta de que ocultan una curiosa maldición. Atraer la vida hacia alguien que siempre ha deseado permanecer en la oscuridad de la muerte…

Los dos jóvenes aplaudieron al mismo tiempo.

—¡Bravo! ¡Bravo!

—Muy novelesco todo, sí señor —lo felicitó la chica—. El punto de la antorcha es magistral, dramático… Solo me gustaría matizar que llevaba conmigo una linterna muy grande y baterías para varios días, sin mencionar las mascarillas y un par de bombonas de oxígeno, por si hacía falta. Además, fui buena y me quité de en medio, dejándole el descubrimiento para usted solito, profesor.

Echron le dedicó una mirada cargada de resentimiento.

—¡Claro que sí! Sólo me robó al difunto.

—¡Oiga, que no soy de nadie! ¡Y más bien diría secuestrar! —dijo Ramsey—. Tuvo que ser frustrante para usted enterarse de mi existencia mediante la caja tonta, ¿Imagino?

—Desde luego. Que un ejército de momias mayas atacaran a la ciudad mexicana fue un revuelo mundial, sin lugar a dudas, toda una revolución mediática. Es más, se intensificó para mí cuando ustedes dos fueron captados por un reportero, abandonando el emplace del descubrimiento arqueológico.

—Al menos saldría guapa, espero.

—Salieron estupendos, sobre todo nuestro querido Ramsés. Es poco usual encontrar un rostro idéntico al de una máscara funeraria verdaderamente antigua, tan clavado a la efigie que podías compararlos sin notar ninguna diferencia. No obstante, lo que provocó mayor revuelo en mi corazón fue el descubrimiento de su identidad, junto a la completa traducción de las vendas… Fue todo un detalle que me las dejarais, por cierto.

—Puedo asegurarle que me despisté. Y en cuanto a la identidad de la momia, déjeme adivinarlo: ¿La de un fontanero del faraón? ¿La de Mario Bros? ¿Luigi?

Los dos hombres ignoraron a Amarna, aunque alguno de los soltados reprimió una sonrisa.

—La de Ramsés, hijo de Thot, Dios de la sabiduría. Siempre creí que todos los semidioses serían griegos, un craso error por mi parte.

Ramsey se rascó la barba de varios días, antes de hablar.

—Lamento que los acontecimientos le provocaran frustración, caballero. Pero creo que usted desconoce lo que realmente significa esa palabra.

—¿Ah si? —quiso saber el profesor, altanero.

—Imagínese que un día resucita después de tres mil años de plácida oscuridad, totalmente desorientado, en una época desquiciada a la que ya no pertenece y en la que hasta su idioma ha pasado a mejor vida. ¡Jones casi tuvo que volver a enseñarme a andar, a hablar, hasta a hacer mis necesidades solo!

El inglés abrió mucho los ojos.

—Y todo porque se equivocó al interpretar un par de jeroglíficos del hechizo. Mi cuerpo necesitó alimentarse de su energía vital para solventar el problema, estuve a punto de matarla. Pero eso no es lo peor…

—Oh, dígamelo, se lo suplico…

—Lo peor fue… ¡QUE LA MUY HIJA DE PUTA ME LLAMÓ SWAG!

—¡Oh, venga ya! —exclamó Amarna—. ¡Tenía veinte años! Estaba loca y me sentía muy agobiada por todo, no sabes la presión que se siente al tener mi apellido. ¡Y eso por no mencionar que logré resucitar a una momia, algo que rompió todos mis esquemas sobre el mundo que creía conocer! ¡Encima eras la cosa mas increíble, bonita y molona que había visto en mi vida!

La pareja comenzó a discutir, hasta que Echron hizo un gesto y los soldados formaron un círculo alrededor de ellos. Al ver la amenaza, callaron al instante.

—Lamento tener que interrumpirles, pero nunca he soportado las ñoñerías románticas —se excusó el británico—. Además, me esperan en otro lugar. Así que si es tan amable, señorita Jones, deme el Ojo. Y usted, Ramsés, va a acompañarnos también. Seguro que mis socios estarán deseando hacerle pruebas.

Al oír eso, una llamarada de enfado chisporroteó en los ojos del chico, que guiñó un ojo. Ella captó el mensaje y se preparó.

—¿Sabe una cosa, señor Lechran? —soltó Ramsey, hosco—. No estoy a favor de la experimentación con animales. Y para que le quede bien claro, soy una persona y ni Amarna ni yo vamos a obedecerle.

—Me llamo Echron, ya se lo dije antes. Y no tienen más remedio, querido amigo.

El camarero se encogió de hombros, dando por sentado que no iba a conseguir una vía pacífica. Entonces, sin previo aviso, lanzó a la chica hacia la viga que tenían sobre sus cabezas. Ella se agarró y dio una vuelta digna de una trapecista, hasta subirse encima. Los soldados comenzaron a dispararla cuando corría a través de la madera, devolviéndoles los tiros con sus pistolas.

—¡Mierda! —gritó ella, al darse cuenta de que había perdido el sobrero.

Mientras tanto Ramsey aprovechó la dispersión del grupo y cogió a uno de los mercenarios como si pesara lo mismo que un ladrillo, para usarlo de maza y golpear a diestro y siniestro con él. Sus ojos desprendían chispas púrpuras que dibujaban estelas en el aire,  el suelo se llenó de balas…

Las maderas crujían bajo las botas de Jones, que al quedarse sin munición se vio forzada a tirar las pistolas a uno de los soldados, que ya la tenía en el punto de mira. El tronco cedió obligándola a saltar, vio como las armas le daban en las manos y desviaban la ráfaga. Cayó sobre él, ambos rodaron por el suelo y Ramsey acudió a socorrerla, agarrando al soldado por uno de los pies y tirándolo a través del hueco que había dejado la camioneta en la pared.

Pronto no quedó ni un enemigo en pie y ambos jadeaban exhaustos, mirándose mutuamente como si no hubiera un mañana.

—Estas jodidas balas escuecen, joder —se quejó Ramsey. Por fortuna Amarna estaba ilesa, con alguna herida sangrante, pero nada que pareciera necesitar atención urgente.

—No te quejes tanto, guapo. Para ti son picotazos, para mí mortales de necesidad.

Él frunció el ceño. Y de repente la besó, inclinándola hacia atrás. Oh, Dioses, había sido un idiota engañándose de aquella manera durante tanto tiempo. Supo que jamás iba a abandonarla de nuevo.

Un crujido los alertó y ambos miraron en su dirección. Echron se detuvo al ver que había sido descubierto cuando intentaba subirse al vehículo.

—Acabo de recrodar que me esperan en otro sitio —dijo poco convincente.

Una parte del techo se derrumbó del todo, dejando un hueco inmenso por el que al instante comenzó a colarse la nieve. Ramsey suspiró. Aquello ya no tenía arreglo.

—Caballero, ese vehículo queda requisado ahora mismo —le dijo al inglés—. Y tenga por seguro que usted y lo que quede de sus hombres se van a quedar aquí. Ella y yo nos vamos ahora.

Amarna sonrió. Entonces vio su preciado sombrero no muy lejos y se acercaba para cogerlo, cuando entre los escombros salió el tipo del machete e intentó apuñalarla en el cuello con él. La mujer lo esquivó con un movimiento veloz y le propinó una patada en la entrepierna. Después se caló la prenda sobre la cabeza, esbozando una radiante sonrisa.

Había tardado trece años en comprender ciertas cosas. Su inmadurez y falta de respeto ante la nueva realidad del mundo estuvo a punto de costarles un enorme precio en Cancún. Aquel había sido el motivo por el que el hombre de su vida la había dejado, al percatarse de que esas cualidades negativas, en una combinación tan explosiva como su relación amorosa, resultaba demasiado peligrosa para ella misma y para todo quien los rodeara. Pero por fin sentía que había madurado y ahora comprendía muchas cosas que antes le resultaban imposibles. Y supo que a partir de aquel momento, nada podría separarla de su momia favorita, llena de swag.

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Amarna Jones, en busca del ojo perdido por Ramón Márquez Ruiz se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución-SinDerivar 4.0 Internacional.

Me llamo Ramón Márquez Ruiz y soy escritor, diseñador gráfico e ilustrador. Bienvenidos a Novelesco. Si deseas saber más cosas sobre mi, clica abajo. Muchas gracias por leerme ; )

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