CAPÍTULO 3: EL MONSTRUO BAJO LA CAMA

CAPÍTULO 3: EL MONSTRUO BAJO LA CAMA

CAPÍTULO 3. EL MONSTRUO BAJO LA CAMA

Carlos se acercó a Lucía, bajo el edredón. Al contacto de sus pies helados la mujer pegó un bote.

—¡¡¡UF!!! ¡No me toques con los pinreles, los tienes congelados!

El hombre se rio; seguidamente la abrazó por la espalda y le olfateó el cabello, deleitándose con el dulce aroma de su perfume.

—No seas quejica, te echaba mucho de menos.

Ella sonrió, sabiendo que su marido no la veía. Lucía también los había añorado a todos. Esas dos semanas se le habían hecho cuesta arriba, aunque no se hallaba dispuesta a decírselo a nadie. “Menos mal que ya estoy en casa, junto a mis tres fieras” pensó aliviada.

—Ahora no, cariño. Tengo mucho sueño, el viaje ha sido agotador.

Él la besó en el cuello y le acarició los senos bajo el camisón. Tanto el niño como el abuelo ya dormían desde hacía rato, era el momento perfecto…

—Venga nena —le susurró—. Tengo ganas de ti…

En ese momento un grito infantil rasgó el “intento de romanticismo” de la situación.

—¿El niño sigue teniendo esa pesadilla, verdad? —preguntó Lucía, apartándose de su marido para darse la vuelta y mirarlo a la cara.

Carlos asintió con la cabeza.

—¡PAPÁAAA!

Entonces la mujer frunció el ceño.

—¡Oye! —exclamó picajosa— ¿Desde cuándo el nene te llama a ti primero?

El hombre se rio y le pellizcó suavemente la punta de la nariz.

—No me culpes, ¿quieres? Nos ha salido práctico, en eso se parece a ti. Te llamó los primeros días, pero como no estabas comenzó a llamarnos a nosotros. Sobre todo al yayo.

—Pobre Anselmo —dijo la mujer, soltando una risita. “Bueno, no hay mal que por bien no venga”, pensó. Se sentía tan cansada que no le apetecía, para nada, salir de la cama…

—Anda, ya voy yo —se ofreció Carlos. Lucía le hizo cosquillas en la tripita que se veía entre la camisa abierta del pijama y contempló en silencio como se levantaba. “¿Está más gordito o me lo parece?” pensó, al notarle el cambio de anchura, no demasiado pronunciado. “Bah, no me importa; sigue siendo un hombre maravilloso” se dijo después.

—Bueno —añadió con un tono zalamero, mientras él se cubría con la bata y se calzaba las zapatillas—, como te estás portando tan bien a lo mejor te doy un premio cuando regreses…

—Descuida cariño. Puedes estar segura de que lo reclamaré —soltó el hombre, volviéndose para guiñarle un ojo.

Al llegar a la habitación del niño, Carlos se dio cuenta de que la luz ya se hallaba encendida. Encontró al crío incorporado en la cama, jadeante y con los ojos muy abiertos. “Ha tenido una pesadilla de las malas, el pobrecillo” pensó.

—¡Papá, hay un monstruo debajo de mi cama! —le dijo Carlitos nada más verlo.

—No pasa nada, campeón —le contestó su padre, sentándose en un lado del colchón—. Ha sido una pesadilla, sólo eso.

—Pues mira para asegurarnos…

Carlos le acarició el cabello y se rio. “¿Yo también obligaba a mi padre a hacer esas cosas?”.

—Está bien, chavalote; miraré para que te vuelvas a dormir, como los niños buenos.

Y rápidamente se agachó, haciendo un gesto exagerado y teatral; una bonita sonrisita se perfiló en los labios de Carlitos, mientras su padre levantaba el edredón y echaba un vistazo. “Que puñeteras son las pesadillas” se dijo. Lucía lo esperaba en la cama, tan calentita…

—No hay nada, Carlitos —“Qué puedo hacer…” Entonces Carlos recordó un detalle de su infancia que le pareció muy divertido y le venía que ni pintado…— Espera un momento, cariño, ahora vuelvo —le dijo al crío, antes de salir apresurado de la habitación.

Pasados un par de minutos el hombre regresó con un bote de espray lleno de agua.

—¿Qué es eso, papá? —quiso saber el niño.

—Un remedio que el abuelo me enseñó hace ya muchísimo tiempo. ¿Sabías que los monstruos le tienen miedo al agua?

El crío negó con un gesto de cabeza.

—¿De verdad?

—De verdad de la buena. Voy a dejar esto en la mesita y si vuelves a despertarte, metes un poco el bote y rocías al monstruo sin piedad. Ya verás cómo se va.

—¡Anda! —exclamó Carlitos—. La vecina también hace eso con los gatos que se portan mal.

Carlos la recordó; era cierto, no lo había pensado. Aunque la anciana no estaba muy fina, la pobrecita. El alzheimer era una enfermedad que siempre le parecería una tremenda hija de la gran…

—Y si rocío al monstruo, ¿qué le pasará? —quiso saber el crío.

Su padre lo miró con una sonrisa en los ojos.

—Nada, chavalote. Sólo se esfumará, hará ¡¡¡PLOFFF!!! y adiós bicho. ¿Lo probamos?

Carlitos lo meditó unos instantes y asintió. Le quitó el bote de las manos y lo colocó en la mesita, bien a su alcance. Luego se tumbó y cerró los ojos, dejando que Carlos lo arropara y le diera un beso en la frente.

El hombre se disponía a salir de la habitación cuando su hijo lo llamó de nuevo, y se volvió para mirarlo.

—¿Y si el agua no funciona? —preguntó el nene, con la voz tensa.

Carlos pensó algo rápidamente. “Lucía, Lucia…”

—Si el agua no funciona haz fuerza y tírate el pedo más grande que puedas. Eso lo hará seguro, a los monstruos no les gusta —soltó Carlos. “Anda, vaya chorrada le acabo de decir…” se dijo después—. Pero eso solo funciona en la cama, ¿eh?

El niño soltó una risita y cerró los ojos. La luz se apagó y Carlos regresó junto a su mujer, aguantándose la risa. “Mierda, espero que ahora el crío no vaya peyéndose por ahí…”

—¿Carlitos está bien? —quiso saber Lucía, mientras su marido se quitaba la bata y se metía en la cama; lo abrazó bajo el edredón, pegándose a él para notar su calorcillo corporal. Desde luego, se había portado como todo un caballero…

Carlos notó como ella bajaba la mano a través de su ombligo.

—Todo bien, ya te lo contaré mañana… —y la besó en los labios, mientras apagaba las luces…

El niño volvió a despertarse un rato después, por culpa de otra pesadilla. Encendió la luz y miró el bote con los ojos entornados. “Bueno, si no funciona nada de lo que ha dicho papá lo llamaré otra vez”, pensó. Con mucho cuidado introdujo el spray bajo el somier y lo roció todo sin piedad. “Ya está, se habrá ido”. Apagó la luz un poco más tranquilo y cerró los ojos de nuevo. “Pero a lo mejor no ha ido bien y sigue por aquí…” se dijo después. Entonces hizo fuerza con la barriguita y un sonido estridente rasgó la quietud del silencio nocturno.

—Que peste —susurró el nene, tapándose la nariz.

Aunque tal y como había dicho su padre, Carlitos era un crío práctico; ventiló un poco el ambiente con el edredón y cerró los ojos. Sí, nunca estaba de más tomar precauciones para que las cosas salieran bien. Ya no apestaba tanto y ahora el monstruo se había marchado seguro…

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El niño que no entendía convencionalismos 3. El monstruo bajo la cama por Ramón Márquez Ruiz se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivar 4.0 Internacional.

Me llamo Ramón Márquez Ruiz y soy escritor, diseñador gráfico e ilustrador. Bienvenidos a Novelesco. Si deseas saber más cosas sobre mi, clica abajo. Muchas gracias por leerme ; )

CAPÍTULO 2: EL PROFESOR

CAPÍTULO 2: EL PROFESOR

CAPÍTULO 2. EL PROFESOR

Carlos Gutiérrez caminaba por el pasillo a paso ligero, con sus zapatos impolutos y brillantes. Mientras el hombre se preguntaba cómo sería el dichoso profesor vio su reflejo en el cristal de una puerta cercana y se detuvo un momento, haciendo un rápido barrido a su aspecto. El pelo… bien, la barba… perfecto. Aquel día había amanecido fresco por lo que llevaba puesta su chaqueta predilecta, una “Battleestar” según su hijo. Al pensar en eso una sonrisa se dibujó en su rostro, relajándolo un poco. En realidad, la marca del abrigo se llamaba “Belstaff”. Pero Battleestar le sonaba de una forma maravillosa, tan maravillosa como la mente de su niño.

Una vez hechas las comprobaciones de rigor el hombre continuó la marcha, admitiendo que se sentía un poco nervioso y enfadado. Esa mañana había mantenido una charla telefónica con su padre y se había enterado de algo que sin duda NO le había mejorado los ánimos del día. Y para colmo, su progenitor sabía ser muy secretitos cuando lo deseaba, por lo que le había costado un gran esfuerzo conseguir que se le fuera soltando la lengua…

—Oh, venga papá. ¿Qué diablos te pasa?

—Nada, Carlitos, no he dormido bien, sólo eso ¿Ya has salido de la reunión con tu editor?

—Sí, papá, ya he salido. Y no me llames Carlitos. ¿Quieres que yo te llame Anselmo?

Su padre se rio al otro lado del teléfono.

—Llámame como quieras, hijo. Tú, en cambio, aunque tengas cuarenta años y las pelotas negras o blancas…

—Joder, papá.

—Vigila esa lengua que tu hijo lo pilla todo al vuelo —le regañó Anselmo-. Entonces ¿Vas tú a buscar al peque, no?

—Sí, no te preocupes. A la tarde me encargo yo, hoy se queda a comer en el colegio. Y es mejor que te relajes en casa y descanses, abuelete.

El hombre volvió a reírse al otro lado de la red.

—¿Cuando regresa Lucía de ese viaje de trabajo?

—No evadas el tema, aún espero respuestas.

Un minuto más tarde, Carlos decidió ser él quien contestara primero.

—Mañana, por la tarde. Carlitos tiene muchas ganas de ver a su madre.

—¿Sólo él?

Carlos esbozó una sonrisa. Acababa de llegar a la puerta del párking y se había apoyado en una pared cercana, esperando que la conversación no se prolongara demasiado. En los garajes no solía haber mucha cobertura, precisamente.

—Nosotros también, papá. Sobre todo yo. Ahora dime la verdad, que te pasa. ¿Desde cuándo uno de los profesores del crío te despierta tanta curiosidad? ¿El niño te ha contado algo que yo debería saber?

—No, no, que va…

—PADRE…

—¡Leches! Siempre me llamas así cuando estás mosqueado conmigo, ¡JODER…!

—Esa lengua, papá. Suelta. ¿He de saber algo sobre el profesor de mi HIJO? —Carlos remarcó la última palabra, enfatizándola un poco.

Varios minutos y giros de conversación más tarde, por fin había surgido el asunto que realmente les interesaba y que había sido el principal motivo de que Carlos, ahora, se hallase en ese pasillo, buscando la clase de su retoño. Había dejado que Carlitos se fuera a regañadientes a un parque cercano con un amiguito y sus padres, por lo que tenía carta blanca para hablar con el educador.

Pasados unos instantes dio con el aula que buscaba y tocó a la puerta. Normalmente era Lucía, su mujer, la que iba a las reuniones de padres, a menos que los demandaran a los dos. Él viajaba bastante por trabajo, aunque llevaba un par de años reduciendo en gran medida el número. Y Lucía era diplomada en psicología, a pesar de que no trabajara de eso. Y también una experta en rebatir cuando no se encontraba de acuerdo con algo. No obstante, Carlos admitía que el hecho de que no se hallara en la ciudad constituía en un giro perfecto del destino; y tanto él como Anselmo había decidido guardarle un secretito. “Menos mal que he venido yo” pensó.

—Adelante —contestó alguien en el interior de la clase.

Al abrir la puerta Carlos se topó con un muchacho, sorprendiéndose de lo joven que le parecía. “Éste acaba de terminar la carrera”.

—Buenas tardes —saludó con tono serio, tendiéndole la mano—. Soy el padre de Carlitos Gutiérrez y estoy buscando a su profesor.

Un deje nervioso traspasó al educador cuando le devolvió el gesto, apretándole suavemente la mano.

—Yo mismo, puede llamarme Juan o Giménez, como quiera. Pase y tome asiento, por favor. Lo estaba esperando.

“Es un buen comienzo” se dijo el hombre. Siempre le habían dado una “buena impresión” las personas que apretaban un poco la mano, denotaba cierto carácter.

Finalmente ambos se sentaron alrededor de un escritorio, frente a la pizarra. Había un libro sobre la mesa, cerca del profesor. Pero ninguno de los dos le prestó atención.

—Bien —Carlos rompió el hielo—. Ya le dije por teléfono que debíamos tratar un asunto respecto a mi hijo.

La cara del chico se tornó roja, de un carmesí muy intenso.

—Si claro, creo que ya sé sobre lo que desea tratar…

—Mire, soy un tipo muy directo —lo interrumpió Carlos—. Por lo que prefiero hablarle sin tapujos. ¿Quién diablos es usted para decirle a mi hijo que es “raro”? Y encima por pintarle el pelo de verde a un monigote sin importancia.

El profesor se cruzó de brazos. Aún seguía colorado.

—Señor Gutiérrez, no es muy común que un niño le pinte el pelo de ese color…

—¿Usted ha visto últimamente cualquiera de los dibujos que hacen por la tele? —Carlos volvió a la carga—. Yo sí, con mi chaval. Y he visto a un sinfín de personajes con cabellos de colorines.

—Claro, por supuesto…

“El pobre no sabe ni qué responder” caviló Carlos. Desde luego, a simple vista el educador no le parecía un mal chico. Primerizo, eso sí. Pero un profesor debía tener cuidado con decir algunas cosas, los niños podían ser muy crueles…

—No sea condescendiente conmigo y dígame en qué diablos pensaba al criticar a un alumno delante de sus compañeros. ¿Es que no le enseñaron un poco de psicología en la facultad? Ahora la mayoría de niños de su clase se ríen de mi hijo. Y yo estoy muy enfadado.

—Lo lamento muchísimo, señor Gutiérrez, no suelen sucederme este tipo de cosas. Ya estoy trabajando en el asunto para solucionar el problema.

—Mire, yo no he estudiado magisterio ni nada por el estilo y no pretendo decirle como ha de hacer su trabajo. Pero sí que soy padre…

—Ya sé lo que es usted —contestó el educador—. Y le puedo asegurar que lo lamento. Dije algo sin pensar y me sabe realmente mal. Tienen toda la razón al enfadarse, yo también lo haría. Puedo pedirle disculpas más veces pero no más claro.

Carlos se sintió mejor. No tenía ganas de mantener una charla forzada, no le sentaban bien. Hablando con franqueza, siempre se podía llegar a un resultado de una forma más rápida. Y la conversación duró cinco minutos más, en los que aprovechó para que le contara cosas de su hijo. Lo sabía todo gracias a Lucía, pero ya que se encontraba allí…

El niño era un hacha leyendo, obviamente marca de la casa. Él le ponía mucho empeño y parecía que a su hijo le gustaba la lectura. Carlitos ya no era tan fiera en matemáticas, pero destacaba en lengua y en manualidades.

“No está nada mal” pensó Carlos satisfecho. Y el profesor no le parecía un capullo. Una vez terminada la reunión, cuando se disponía a abandonar la clase el educador le llamó la atención. Nada más volverse vio que cogía el libro de la mesa.

—Disculpe, señor Gutiérrez. La verdad es que soy un gran admirador, su novela es una de mis favoritas… la recomiendo siempre que puedo, me parece extraño que no se hable más de ella… —se hizo un silencio incómodo—. Casi me da algo cuando me ha llamado personalmente, siempre suele venir su mujer.

“Uno de mis pocos lectores tenía que ser” pensó el hombre. Debía admitir que un halago era un halago. Desde luego, su primera novela de momento no había causado mucha sensación. Y si el chaval no arreglaba el problema, se lo diría a Lucía. Ella si que se encargaría de solucionarlo de raíz…

—Claro, por supuesto, con mucho gusto.

Nada más abandonar el colegio el teléfono de Carlos sonó con insistencia. Él ni se molestó en mirar de quien se trataba y lo descolgó al instante. Sabía perfectamente quien era.

—Hola papá.

—Hola hijo. ¿Ya has ido echarle la bronca al profe?

—Sí, papá. Y he sido firme, con mano dura e inquebrantable —en ese momento Carlos pensó que si le decía a su padre que hasta le había firmado un libro… comenzó a reírse.

—¿Qué pasa, de que te ríes?

—De nada, papá, de nada…

¡DEDICADO A MI PADRE Y A TODOS LOS PADRES DEL MUNDO! MÁS VALE TARDE QUE NUNCA…

¡FELIZ DÍA DEL PADRE!

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El niño que no entendía convencionalismos 2. El profesor por Ramón Márquez Ruiz se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivar 4.0 Internacional.

Me llamo Ramón Márquez Ruiz y soy escritor, diseñador gráfico e ilustrador. Bienvenidos a Novelesco. Si deseas saber más cosas sobre mi, clica abajo. Muchas gracias por leerme ; )

EL NIÑO QUE NO ENTENDÍA CONVENCIONALISMOS

EL NIÑO QUE NO ENTENDÍA CONVENCIONALISMOS

CAPÍTULO 1. EL TEO DEL PELO VERDE

—¿Por qué deseas ser como los demás, cuando puedes ser tú mismo?

El niño miró a su abuelo a los ojos. Éstos siempre le sonreían con un cariño infinito, repleto de la sabiduría que sólo se adquiría con el devenir de la vida, la madurez.

—Porque ser diferente duele —respondió Carlitos—. Los niños me tratan de otra manera, no como a los demás. En mi clase dicen que soy “el raro”.

Anselmo suspiró. Él no conocía mucho mundo, apenas había salido de la gran ciudad. Pero los años y las experiencias le habían enseñado a ver la pureza de las cosas.

—¿Y por qué te dicen eso? —preguntó, interesado.

Carlitos lo miró a los ojos y una expresión indecisa cruzó su semblante.

—Porque… —comenzó a explicarse—. Porque el otro día teníamos que colorear un dibujo de Teo y yo le pinté el pelo verde.

El abuelo reprimió una sonrisa. “Le pintó el pelo de verde, que cachondo”.

—¿Y por qué lo pintaste de ese color?

—¿Por qué no? —soltó el pequeño—. Lo he visto en los dibujos de la tele, algunas veces salen personajes con pelos de colores.

Al oír eso Anselmo esbozó otra sonrisa. Era muy cierto, él también había visto esos dibujos con su nieto. ¿Y qué más daba?

—¿Sólo por eso te llaman “el raro”?

Otra expresión distinta traspasó la cara del niño. El abuelo supo al instante que había algo más.

—Pues… no… —respondió Carlitos.

—¿Entonces? No tengas miedo, sabes que al yayo le puedes contar lo que quieras.

El crío le dedicó una intensa mirada.

—¿Se lo dirás a papá y a mamá?

—Sólo si tú quieres.

—¿Y si yo no quiero?

De haber sido más joven, Anselmo se hubiera postrado de rodillas. Pero sus piernas ya no eran como antes, ni tampoco la espalda, ni…

—Lo prometo —se decidió a responderle, apoyando las palabras con un rápido gesto de los dedos sobre la boca, como si cerrara una cremallera.

—Uno de los profesores me interrumpió cuando terminaba el dibujo y me lo quitó, diciéndome que las personas normales no tenían el pelo verde.

—Eso es cierto, no es común. Pero… ¿te quitó el dibujo?

Carlitos asintió con un rápido movimiento de cabeza.

—Luego me dio otro y me dijo que lo pintara “NORMAL”. Y un rato más tarde lo escuché hablar con otra profe, y le dijo que yo ya la estaba liando otra vez y que era un niño raro.

—Vaya con tu maestro —añadió el abuelo, fingiendo serenidad. Desde luego, en esa historia había algo que no le parecía “NORMAL”. El profesor— ¿Y ya está?

—No —respondió el pequeño—. No fui el único que lo escuchó. Unos cuantos niños más lo oyeron y ahora me dicen “el raro” todo el rato.

—Vaya —soltó Anselmo. “Desde luego que a ese profesor le falta psicología»— ¿Y el profe no hace nada?

—Les mete bronca, pero no puede enterarse de todo, es una persona. Y yo no soy un chivato.

El abuelo se rio con ganas, aunque por dentro sentía un poco de rabia. Seguidamente, pensó dos cosas:

La primera: Si su nuera se enteraba de eso, ya podía prepararse el profe.

La segunda: Jamás dejaría de sorprenderlo la estupidez del mundo moderno. Tanta tontería por pintar verde el pelo de un monigote infantil.

Anselmo pensó muy bien lo que deseaba transmitirle a su nieto y respiró fuerte antes de hablar.

—Escúchame bien —le dijo a Carlitos, con cuidado de que su voz sonara profunda—. Todas las personas tenemos una luz interior. En ocasiones brilla como un faro, atrae a los demás como sucede con los barcos perdidos en las tormentas. Pero al mismo tiempo algunas luces son incapaces de ver ese destello en los demás.

Carlitos esbozó una mueca.

—¿Yo también tengo una luz de esas?

—Pues claro que sí. La luz más brillante que mis ojos hayan visto jamás, y mira que soy un tipo muy viejo. Ahora es cuando te doy un consejo. No malgastes energía en personas que no ven las cosas buenas que hay en ti. Puede que tardes un tiempo, pero encontrarás a gente que brille tanto como tú. Palabra de abuelo.

La mueca del niño se transformó en una bonita sonrisa.

—Y otra cosa —añadió el hombre. En ocasiones sentía una comunicación bestial con el niño y olvidaba eso, precisamente, que hablaba con un crío— pasa de los de tu clase, de todos. Son unos Cilipollas —la emoción del momento consiguió que se le escapara un pequeño taco. “¡Mierda!” pensó “Bueno, menos mal que lo he dicho con C…”

Carlitos estalló en una sonora carcajada.

—Abuelo —le dijo, cuando pudo parar de reír—. Eres el hombre más listo del mundo, después de papá. Pero Gilipollas, se escribe con G.

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RESEÑA: ELANTRIS

RESEÑA: ELANTRIS

V me guiaba por su escalera y contestaba paciente a todas mis preguntas. En aquel momento, después de unas cuantas cervezas caducadas, me sentía como si nos halláramos en una pequeña y desconocida galería de arte, un estrecho pasillo vertical con varios retratos que hablaban sobre una etapa de su vida.

¿Por qué te fuiste a Irlanda? le pregunté con un ligero deje gangoso. Por lo visto ninguno de los dos habíamos heredado un super poder para volvernos inmunes al alcohol.

Siempre me ha gustado mucho Irlanda me respondió ella.

Un cuarto de hora más tarde nos encontrábamos detenidos frente a una de sus espectaculares fotografías, en la que salía una playa preciosa, alejada de los cánones caribeños/paradisiacos. El cielo ligeramente brumoso, cargado con una gama de colores rosados, azules lilosos y blancos se reflejaba en un mar de aspecto frío y sereno con una viveza increíble, otorgando al retrato un poder onírico y espectacular, mágico.

Cuando la alagué por ese logro y por su buena mano para la fotografía, V me respondió con una tímida sonrisa.

Me encantan las personas que son modestas de verdad, las que apoyan los gestos con un cambio sutil —o no— en el color de la cara, que suele volverse carmesí. Cuando alguien se pone rojo no engaña, aunque admito que puede resultar incómodo en ocasiones. Y V no era una excepción.

Un rato después ya nos habíamos acomodado en su sofá, y charlábamos animadamente sobre las últimas novelas que nos habían gustado. Entonces V se acordó de algo y desapareció durante unos minutos para regresar con un libro en la mano.

Lo compré sin muchas esperanzas y me sorprendió me dijo, antes de hacerme una breve sinopsis y recomendármelo hasta la saciedad.

No soy la clase de hombre que suela rechazar ninguna novela prestada. Admito que otro tipo de lectura tal vez me llegue a costar un poco, pero con una buena ficción, jamás. Y V la pintó tan interesante que, encantado de la vida, acepté el ofrecimiento.

Fue de ese modo como descubrí Elantris, escrita por Brandon Sanderson. Se trata de una de las historias de fantasía que más buen rollo me ha dado en los últimos tiempos, aunque sospecho que, en parte, se debe a que me recuerda a una extraña, pero buena época.
Y después de esta breve introducción, aceptad mis disculpas. Ahora sí, con mucho gusto, hablemos de Elantris.

Nota: Puede contener algún Spoiler

Elantris es la capital de la bella Arelon, también considerada la ciudad de los Dioses. En este universo fantástico existe la Shaod (la transformación) una poderosa magia proveniente de Elantris que convierte a cualquier persona normal en un Dios; una vez alguien ha sido tocado por ella deja atrás su vida mortal y se vuelve un Elantrino, un ser hermoso e inmortal capaz de sanar y dominar las magias de la ciudad. Pero como suele pasar con bastantes cosas chulas de la vida, algo sucede en la ciudad de los Dioses, cambiando totalmente la naturaleza de la transformación. Ahora, el pobre desgraciado/a que se despierte tocado por la Shaod deja de ser una persona normal para volverse un No Muerto, un ser de aspecto extraño “condenado a no morir pero tampoco a vivir”. Una vez alguien ha sido “infectado” es perseguido y arrojado a la antaño ciudad de los Dioses, que se ha vuelto un lugar oscuro y decadente —un ruinoso vestigio de la grandeza perdida— en la que las únicas leyes que gobiernan son las del más fuerte y la de la supervivencia. Yo personalmente llamaría a Elantris “la devoradora de humanidad”.

La novela comienza cuando el príncipe Raoden —heredero al trono de Arelon— despierta una mañana y se da cuenta de que ha sido “maldecido” por la Shaod, con el esperado resultado. Ni siquiera su elevado rango social —su padre no mueve un dedo por protegerlo— logra impedir que lo arrojen a Elantris como a un perro, escondiendo al resto del mundo cual ha sido su trágico destino.

En este punto de la narración entra Sarene —su recién y desconocida esposa— que es la princesa del reino vecino, Teod. Resulta que han casado a los jóvenes en un matrimonio concertado para unir ambos reinos. Y LA POBRE PRINCESA LLEGA A SU NUEVO HOGAR, ARELON, RECIBIENDO LA TERRIBLE NOTICIA DE QUE SIN HABER CONOCIDO PERSONALMENTE A SU MARIDO, YA SE HA QUEDADO VIUDA. De esta manera, Sarene se ve forzada a integrarse en una sociedad compleja llena de aristas, y mucho más restrictiva en cuanto al rol de la mujer de lo está acostumbrada, por no hablar de que un personaje igual de extranjero que ella no tarda en levantarle suspicacias. En la corte de su nuevo hogar se topa con Hathren, un embajador y alto sacerdote de otro reino vecino, Fjordell, un imperio que desea dominar a Teod y Arelon para someterlos a su emperador y a su Dios. Sarene es una mujer lista y ve el peligro que corren TODOS con esa religión que conquista e impone, y que destruye todo cuanto se le resista o no desee adaptarse al cambio …

El primer detalle que destacaría de Elantris es la lograda ambientación; posee varios elementos originales y atípicos en cuanto a magias y a la propia “construcción” de su universo, que la vuelven una novela interesante y refrescante al mismo tiempo, por no caer en los tópicos de espada y brujería. Si deseas encontrarte con un clon de Tolkien, te decepcionará. Y si llegas a ella con la mente abierta, hará que devores sus páginas sin darte cuenta –o al menos, eso sucedió conmigo.

Otro elemento a destacar son los detallados y complejos personajes; tanto los protagonistas como los secundarios están llenos de vida y de color, con personalidades perfectamente definidas. En cuanto a la trama, sólo diré que va girando y sorprendiendo a medida que vas engullendo las páginas del libro, siempre manteniendo una coherencia con los sucesos que relata y con su propio universo. Además, habla sin tapujos de temas complicados como el fanatismo, la religión y las emociones humanas, tanto las buenas como las malas.

En esta novela también hay un rincón para el romance, pero sin llegar a volverse empalagoso. Y he de admitir que siendo un hombre con poca predilección por ese género, esta historia de amor consiguió gustarme, y mucho; sin duda la catalogo de las mejores que he leído en una novela de este estilo, por la gran empatía que transmiten tanto los personajes como lo que les sucede. Y tanto Sarene como Raoden son de mis favoritos, por ser unos príncipes de lo más atípicos.

Como datos curiosos añadiré tres cosas, dos de ellas sacadas de la wikipedia (entre nosotros, menos mal que existe):

1. 

En el año 2005 Sanderson cursó un máster de escritura creativa, en la  Brigham Young University. En un trabajo de clase él menciona lo que denomina «El síndrome de Campbell», en referencia a Joseph Campbell, escritor y autor del libro «El héroe de las mil caras». En esta obra Campbell menciona un patrón narrativo que suele repetirse constantemente en todas las historias de fantasía, llamado «El camino del héroe». Y es muy curioso, porque estoy bastante de acuerdo y lo veo como un cliché en el que todos los autores suelen caer. «El camino del héroe» nos habla sobre el personaje principal, que al principio de la narración suele ser alguien normal que comienza un viaje iniciático incentivado/ayudado por un mentor o una fuerza sobrenatural, y que casi siempre acaba superando las dificultades y llegando a su meta, sea cual sea, transformándose en un héroe/heroina por el camino. En Elantris, Sanderson rompe con el «Síndrome de Campbell» ya que durante la obra los personajes no se mueven de un punto geográfico, metamorfoseando los viajes en «cambios interiores» de los personajes, hasta tal punto que cuando el autor llevó su obra a la editorial Tor Books, el editor Moshe Feder se sorprendió de que no hubiera precisamente eso, viajes. Sanderson manifiesta la necesidad de reconocer este problema y revitalizar la literatura fantástica con ideas frescas y nuevas.

«Muchos escritores contemporáneos, algunos de ellos muy buenos, se han restringido a sí mismos al estándar asumido de la fantasía. Escriben relatos sobre jóvenes héroes que son llamados a una búsqueda misteriosa, ambicionan el poder y llegan a la madurez al superar sus tribulaciones. Siguen el Síndrome de Campbell paso a paso, e intentan estar seguros de que no dejan nada al margen. El movimiento ha ganado tal impulso (en parte por Tolkien, cuya obra exhibe el Mito del Héroe pero no lo sigue) que se ha convertido en sinónimo de fantasía. Y, a causa de ello, el género está amenazado de estancamiento –traducción del texto original«.

2. 

Sanderson fue seleccionado para finalizar el libro final de la aclamada serie épica «La rueda del tiempo», tras el fallecimiento de su autor, Robert Jordan. Fue su propia viuda, Harriet McDougal, quien escogiera personalmente a Sanderson para esta tarea; por lo visto la mujer quedó muy impresionada tras leerse una obra suya, «El imperio final», primera novela de la serie «Nacidos de la bruma».

3.

Hay una saga de videojuegos que a mi parecer bebe del concepto del «No Muerto» de esta novela, la saga «Souls», compuesta por Demon Souls y Dark Souls I, II y III, aunque tanto el contexto como el argumento son totalmente distintos, sin tener nada que ver. Quien sabe, tal vez en las lejanas tierras del sol naciente los creadores de estos fantásticos y difíciles juegos también cayeron rendidos ante la obra de Sanderson. O a la inversa ; )

 

En definitiva, podría decir muchas cosas sobre Elantris, pero siento que no he de explayarme más. Tal vez y sólo tal vez haya llegado el momento de dejaros decidir a vosotros, lectores. ¿Os llama la atención esta novela? Eso ya es cosa vuestra. Yo solo os puedo asegurar que la obra de Brandon Sanderson os hará pasar un buen rato, disfrutando de una buena y atípica historia de fantasía, amena de leer, bien escrita y que logra encandilar con un lenguaje muy visual. Sin duda es una lectura que recomiendo de forma infinita y que entró directamente en mi Hall of Fame, en un puesto elevado de mi lista. Ahora sacad vuestras propias conclusiones. Gracias por dedicarme unos minutos de atención! ; )

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