HOLOGRAMS (RELATOS 3 Y 4)

HOLOGRAMS (RELATOS 3 Y 4)

 

RELATO 3. LA IRA

—¿Quién es? —preguntó Samantha, con el ojo pegado en la mirilla.

Afuera había un chico con una divertida máscara de diablillo.

—Soy el maldito Karma…

“Que disfraz de Halloween tan gracioso” reflexionó la mujer, animada. Aquel muchacho había tenido las agallas de acudir solo a su lejana puerta…

—¿Y qué haces aquí? —quiso saber. “Tal vez también me divierta este año”. Pensó en sus cuchillos…

—Un pajarito me ha dicho que has sido una hija de la gran puta…

Samantha parpadeó, antes de oír el rugido mecánico y ver que la hoja de una motosierra traspasaba la madera…

—¡Dios! —chilló, corriendo al salón en busca del teléfono.

Al llegar se topó con dos intrusos, un duende verde y un ogro, ambos cargados con el mismo tipo de arma.

—¡No me hagáis nada! —exclamó la mujer.

—Tú nos robaste a nuestro hijo —dijo una voz femenina y resentida, bajo una de las caretas de plástico.

—¿Qué?

—Se llamaba Thomas Sheppard —añadió la otra máscara—. ¿Te divertiste el año pasado, torturando y asesinando a mi hermano?

La puerta cedió con un gran estruendo. Y las tres motosierras comenzaron su furioso baile…

Una presencia que lo había visto todo volvió a saltar…

RELATO 4. LEALTAD

Marina miró a su mejor amiga, atónita.

—Que estoy embarazada —volvió a repetir Luz, con voz temblorosa y ojos brillantes.

Las dos adolescentes siguieron manteniendo el contacto visual durante un minuto, en el que el ajetreo del bar pareció volverse atronador.

—¡Ay mierda! —reaccionó Marina, apretando la mano de su alma inseparable.

—¿Cómo se te ocurre no usar preservativo? ¿Ya se lo has dicho?

—No, aún no lo sabe y… ¡Siempre lo hemos usado, lo juro! No entiendo que ha pasado…

—¿Estás segura de que no ha habido ninguno a pelo?

—Lucas es muy concienzudo, te lo aseguro.

Su amiga conocía a Luz tan bien que fácilmente le pillaba las mentiras. Y tras otro escrutinio a sus ojos sintió que decía la verdad.

—Pues se os ha debido de romper alguno.

—Eso creo yo, aunque… ¿Los malditos condones no eran seguros al 100%?

Una lágrima resbaló por las mejillas de la chica.

—Cariño, muy pocas cosas son tan seguras —respondió Marina, afectada—. Pero yo soy una de ellas. Tú eres como mi hermana y siempre te apoyaré, pase lo que pase.

Las dos chicas se abrazaron con fuerza.

Una presencia que lo había visto todo volvió a saltar…

Me llamo Ramón Márquez Ruiz y soy escritor, diseñador gráfico e ilustrador. Bienvenidos a Novelesco. Si deseas saber más cosas sobre mi, clica abajo. Muchas gracias por leerme ; )

ESPECIAL DÍA DEL PADRE

ESPECIAL DÍA DEL PADRE

Marga dormía y respiraba de forma acompasada. Hugo la miraba hipnotizado, mientras le acariciaba el pronunciado vientre con un cariño reverencial.

“En poco tiempo ya estarás aquí fuera, con nosotros” pensó el hombre, que continuó tranquilo junto a su mujer, hasta que las ganas de miccionar apretaron con fuerza obligándolo a levantarse a regañadientes de la cama. Mientras cruzaba la habitación miró la hora en su reloj de pulsera, cuya esfera relucía en la oscuridad. “Son las tres de la mañana” se dijo, calculando que aún le quedaban varias horas para que diera comienzo otra jornada más.

Y al subir la tapa y el asiento del váter, analizó somnoliento cada una de las cosas que tenía que hacer a lo largo del día. Sintió un agradable escalofrío al acabar de orinar y escuchó el característico rugido de sus tripas. “Como odio las dietas” reflexionó asqueado, siendo consciente de que si no comía cualquier cosa no volvería a conciliar el sueño.

Después de lavarse las manos dedicó un minuto a estudiarse en el espejo, analizando cada centímetro del reflejo que lo había acompañado a lo largo de su vida.

—Soy un maldito bollo peludo —dijo en voz baja, soltando un prologado suspiro. No sabía por qué, pero a lo largo de los años le había ido saliendo más y más pelo, sin mencionar su característica corpulencia… Por instinto inclinó la cabeza, mirándose la barriga. Muy atrás quedaban los tiempos de los abdominales marcados a golpe de gimnasio y de los musculitos…

Otro suspiro rompió la quietud del silencio. Pero que tonto era… “Oh, venga ya” se regañó Hugo, despertando de sus lamentos. Alzó la cabeza para mirar a su rostro, contemplando el azul somnoliento de sus ojos. Medía metro ochenta y cinco, con algo de sobrepeso, muy cierto, pero notaba que algunas mujeres seguían mirándolo por la calle. Además, conservaba una abundante mata de cabello rubio, pese a las canas y las entradas. Y la dieta funcionaba a la perfección, pues notaba un cambio significativo, aunque fuera lento.

“¿Padre tardío?” se preguntó entonces, dirigiendo su mente hacia otro lugar. Su primer hijo le iba a venir a los cuarenta bien cumplidos y con un nivel del colesterol bastante alarmante, un dato que por fortuna menguaba al igual que lo hacía la anchura de su cuerpo. Entonces reflexionó sobre su mujer. “Suerte que ella y yo nos llevamos ocho años, que si no…”

Marga apareció silenciosa en la puerta y observó como su esposo se miraba con lupa en el espejo. Pensó que era una persona extraordinaria y de no haber existido el riesgo para su salud, le hubiera importado un comino que adelgazara o no. Aunque debía admitir que se preocupaba, sobre todo ahora que… Soñadora, se acarició el vientre con la mano, sintiéndose la mujer más afortunada del mundo. Porque sabía que había encontrado a un hombre bueno, y sobre todas las cosas sabía que su hijo tendría a un padre maravilloso. “Todo irá bien” reflexionó, caminando hacia él en silencio, sobresaltándolo.

—¡Dios cariño! —exclamó Hugo, llevándose una mano al pecho—. Que susto. ¿Te he despertado?

Ella lo besó en los labios, sin borrar el apacible gesto de la cara.

—No, tranquilo. Tenía que hacer mis cositas. Y tu… ¿Estás bien?

Él esbozó una mueca.

—Tengo hambre…

Marga soltó una risita, bajó el asiento y se acomodó en el váter.

—Pues come algo, cariño. No soporto verte pasarlo mal.

—A mí me pasa lo mismo contigo…

La mujer lo miró sorprendida. Supo en lo que pensaba, por lo que una vez acabó y tiró de la cadena se dirigió a él y lo abrazó con cuidado de no aplastar su vientre.

—Escúchame bien, cielo —le dijo—. Los dos sufrimos mucho los primeros meses del embarazo, cuando vimos que sería difícil y yo me ponía tan mala. Pero ya está, ahora los médicos dicen que todo va bien y nos queda muy poquito para que el niño salga por fin.

—Nunca dejará de sorprenderme que suelas averiguar en lo que pienso.

—Te conozco, amor. No tanto como te conoces a ti mismo, pero poco me falta.

—Seremos unos padres cojonudos —dijo el hombre, volviendo a besar a su mujer.

—Sobre todo tú, cariño. Serás un padrazo maduro y atractivo y todas las mamis niñatas te mirarán…

Una expresión traviesa cruzó la cara de Hugo, logrando que su esposa soltara una risita.

—Bueno, prefiero que no te miren mucho, hombretón. Te quiero todo para mi…

—Que egoísta…

Los dos se miraron a los ojos y se rieron a la vez.

—¿Te vienes a dormir conmigo?

—Necesito comer algo…

—Está bien cariño, no pasa nada. Yo te espero en la cama, estoy rendida.

Al encenderse la luz de la cocina el hombre miró distraído en la mesa, comprobando que sobre ella había media barra de pan. Se dirigió a la nevera arrastrando los pies, notando el peso del cansancio todavía en el cuerpo. “Almorzaré algo ligerito y ya” pensó, mientras cogía un plato con varios tacos de queso. Después sacó un cuchillo de un cajón cercano y se sentó en una de las sillas, encendiendo el televisor con el mando.

—“El presidente asegura que España está saliendo de la crisis” —dijo el tertuliano de un programa de política, que emitía en diferido.

—Si, claro que si —comentó Hugo en voz baja, sarcástico.

Hacía meses que en su empresa circulaban rumores sobre despidos. Y él no podía hacer otra cosa que rezar para que no le tocara, y mucho menos ahora. Tenía varios años de paro, pero la perspectiva no le resultaba nada alentadora, ya que no era precisamente un chaval… Cambió de canal sin pensar, dando con un anuncio del día del padre… “Andá” pensó, mirando en su reloj. “Pero si es hoy, lo había olvidado por completo…”

Distraído, continuó comiendo un poco de pan y queso, hasta que oyó que Marga lo llamaba. Notó la urgencia en su tono, por lo que se levantó de un salto y corrió hacia el dormitorio, casi chocándose contra las paredes.

—¿Cariño, que pasa? —le preguntó desde la puerta.

Ella lo miró sentada en la cama, junto a una enorme mancha de aspecto húmedo que destacaba en las sábanas.

—Hugo, he roto aguas. El niño ya viene…

El hombre la estudió un segundo, analizando la situación.

—Joder, Joder…

—Tranquilo —le dijo su mujer, respirando con fuerza—. Vístete, que nos vamos pero ya…

Hugo acunaba a su hijo entre los brazos, mirando cada centímetro de su cuerpecito con un cariño reverencial.

—Es precioso —logró decirle a su esposa, que los observaba con una sonrisa dibujada en los labios.

—Le veo mucho parecido contigo —le respondió Marga—. Por cierto cielo, feliz día del padre…

El hombre la miró un momento y sonrió. ¡Era verdad! Con todo el ajetreo y los nervios había vuelto a olvidarlo…

—En cuanto salgamos de aquí te compraré un bonito regalo, tenlo por seguro —añadió ella, acomodándose un poco mejor en la cama.

—No hace falta, cariño. Que todo haya salido bien y tengamos aquí a nuestro pequeño ha sido el mejor presente que todo padre desearía…

Porque los malos tiempos siempre se van. Y en ocasiones una chispa de vida puede llegar con fuerza y alumbrarnos, llenándonos de felicidad.

DEDICADO A MI PADRE Y A TODOS LOS PADRES DEL MUNDO!

¡FELIZ DÍA DEL PADRE!

Me llamo Ramón Márquez Ruiz y soy escritor, diseñador gráfico e ilustrador. Bienvenidos a Novelesco. Si deseas saber más cosas sobre mi, clica abajo. Muchas gracias por leerme ; )

HOLOGRAMS (RELATOS 3 Y 4)

HOLOGRAMS (RELATOS 1 Y 2)

RELATO 1. HOLOGRAMS

Kathara entró en trance, tumbada en el centro del Gran Prisma, la sala triangular de los diez mil espejos.

Los péndulos de Athlos se movían incesantes varios metros sobre su cuerpo y de vez en cuando algún destello caleidoscópico huía del metal e impactaba contra sus párpados cerrados.

A pesar de que la muchacha no se movía, en realidad ascendía cada vez más alto. Y en cuanto más lejos del mundo se hallaba, más rápido giraban las paredes a su alrededor.

Kathara necesitaba conectarse con los ancestros, era la única manera de salvar a su pueblo. Aunque para ello debía sortear a los Holograms, entidades artificiales creadas para confundir a las mentes que alcanzaban el despertar. Y para lograr tamaña proeza tenía que viajar a través de los fractales de su alma, saltando de dimensión en dimensión, de realidad en realidad, navegando entre las distintas versiones de sí misma, que mutaban de sexo y rasgos fisiológicos.

La muchacha sabía que el viaje sería largo, difícil y extraño. Pero su pueblo bien lo merecía. Y si vencía a los malvados Holograms y a sus creadores, tanto mejor… todo se llenó de colores antes de dar el primer salto…

RELATO 2. TIERNO

El rugido resonó por toda la cueva y el cabello de Hanna se agitó como si hubiera un huracán.

—¡Menos humos! —le gritó al dragón, alzando un dedo amenazador—. ¡He notado el aire caliente y cómo me eches fuego la tendremos muy gorda!

La bestia cerró las fauces al instante.

—Mira que te lo avisé… ¡Que las mujeres de mi familia estamos malditas!

La hechicera notó la súplica en aquellas pupilas rasgadas, pero necesitaba desahogarse.

—Si es que… Yo sabía que mucho matar dragones y rescatar doncellas, pero seguías siendo virgen… Y mira si te amo, que hasta te ofrecí dinero para un lupanar… Pero tú erre que erre, que habías yacido con muchas…

Un quejido lastimero brotó entre los dientazos afilados.

—Ya está, caballero de mis amores… —lo calmó ella resignada, acariciándole las garras—. A mi bisabuelo le sucedió lo mismo y mi bisabuela logró romper el efecto. Aunque tardó dos siglos…

El monstruo la miró con ojos llenos de amor y miedo.

—¡Oh, que tierno! Por fortuna mi magia es poderosa, así que nos mantendremos intactos hasta que te cure… Y no me mientas nunca más, ¿Vale?

Una presencia que lo había visto todo volvió a saltar…

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CAPÍTULO 11. LAS CORBATAS DE PAPÁ

CAPÍTULO 11. LAS CORBATAS DE PAPÁ

CAPÍTULO 11. LAS CORBATAS DE PAPÁ

Carlos miró por la ventana del coche hacia la calle durante un segundo, mientras esperaba a que el semáforo volviera a ponerse en verde. El Cd de Mercedes Serrano no había parado de sonar en su vida desde que lo comprara unos días antes, sobre todo aquella dichosa canción…

“Maldita sea” pensó el hombre, centrando de nuevo su atención hacia delante. Esa letra en especial le había tocado la fibra sensible de una manera… Al reanudarse la marcha siguió conduciendo durante un rato, sobrellevando la hora punta y el tráfico denso, hasta que llegó al parking en el que dejaba el coche por las mañanas. Y una vez estacionado miró la hora en su reloj, respirando tranquilo al comprobar que aún le quedaba un cuarto de hora para que diera comienzo la jornada laboral. “Bueno…” pensó indeciso. Miró su reflejo en el retrovisor, se ajustó el nudo de la corbata y dio unos toquecitos nerviosos en el volante, antes de apretar de nuevo el botón del reproductor de sonido y sentir un escalofrío con los primeros compases de la melodía… “Sólo la oiré una vez más” se dijo, cerrando los ojos…

Hacía dos minutos que Carlos había salido de la oficina cuando le sonó el teléfono.

—Hola cariño —contestó veloz, al ver que se trataba de su mujer— ¿Todo está bien?

—Sí cielo, no te preocupes. ¿Ya vienes para casa?

—En efecto, tardaré un rato. ¿Quieres algo?

—Pues la verdad es que sí. Necesito que vayas a comprarle un regalo a tu padre…

Al oír eso una lucecita se activó en el cerebro del hombre. “Oh, mierda, seré idiota” se regañó. Anselmo cumplía años en un par de días…

—¿Lo habías olvidado, verdad?

—Joder… Sí cariño. Menos mal que te tengo.

Lucía soltó una risita.

—No pasa nada cielo, tranquilo. ¿Tienes alguna idea?

—Le compraré un par de corbatas. Como por desgracia nos parecemos hasta en los gustos… —añadió él de forma bromista, consiguiendo que ella se riera.

—Me parece excelente, cariño. Desde que sale tanto con los amigos del imserso, tu padre se arregla más que nunca…

“Si, claro, con los del imserso” reflexionó Carlos con una sonrisa. “A lo mejor también le compro una caja de preservativos” reflexionó granuja.

—Pues lo dejo en sus manos de experto, señor. Su buen gusto le precede, así que…

—No estará intentando seducirme, señortia…

Su mujer volvió a soltar una risita.

—Para nada caballero, ya soy madre y estoy esperando el hijo de un hombre muy guapo…

Ambos se rieron a la vez.

—He estado un poco ido estos últimos días, ¿Verdad?

—Un poco, pero no pasa nada. Anda, corre a mirar eso y vuelve pronto a casa, que me muero de ganas de verte. Y ya que estás, cómprame fresas y nata, que tengo un antojo impresionante…

—Ahora comprendo el motivo de tanta prisa…—dijo Carlos, riéndose—. De acuerdo, con tal de que el bebé no nos salga con cara de fresón, te compraría cualquier cosa…

La sección de caballero de El corte inglés no se hallaba abarrotada de gente, algo que al hombre le agradó. Nada más bajarse de las escaleras mecánicas recorrió varias de las secciones un poco disperso, hasta que dio con la que buscaba y se plantó delante de una enorme mesa redonda llena de corbatas estiradas. Vistos desde arriba, le pareció que los cambios de texturas y de tonalidades formaban un curioso gráfico de tela repleto de color.

Carlos estudió las porciones de una en una, centrándose un poco. Desde luego, él tenía un criterio muy desarrollado en cuanto a los gustos personales de su padre, que eran casi clavados a los suyos. Así que solo debía pensar en qué compraría para él mismo.

Después de una pequeña búsqueda encontró una con un diseño que le gustó y la cogió para verla más de cerca. El estampado era precioso, de un Pasley de colores suaves que bailaban entre azules, crudos y verdes con un equilibrio asombroso, resaltando lo justo. Y el tejido parecía de calidad. “Puede ser una candidata” pensó, dándole la vuelta para mirar el precio en la etiqueta… Tras comprobar aliviado que no era demasiado elevado y entraba en su baremo decidió que se la quedaba y rodeó la mesa, buscando alguna más… “No, ya no veo ninguna que me atraiga por aquí…” caviló, dándose la vuelta para buscar en un mostrador que había a poca distancia, tan grande como una pared.

Y se hallaba absorto, estudiando las prendas, cuando una voz femenina lo sacó de su investigación…

—Disculpe señor…

Carlos reaccionó, topándose con una chica bonita y bastante joven, que debía de rondar la veintena, a lo sumo. Lucía un corte de pelo moderno y algo punky, de aquellos con un lateral rapado, e iba vestida con unos tejanos rotos y un abrigo largo y colorido, que se ceñía a su estilizada silueta.

—¿Si? —preguntó cortés.

—Sé que le sonará extraño, pero en cuanto lo he visto he sabido que podía ayudarme…

“Madre mía, a ver que me suelta” se dijo el hombre en silencio, extrañado. En su acento se percibía un suave deje inglés, pese a hablar un castellano casi perfecto.

—Verá —continuó diciendo la joven—. Hoy los dependientes tienen que estar de vaga o algo por el estilo, porque los he reclamado varias veces y no me han hecho nada de caso… Vamos, que para ellos debe de ser el día de tocarse los… ya me entiende…

El comentario hizo que Carlos se riera. Aquella niña tenía algo que le resultaba familiar y le gustaba, un desparpajo natural, encantador…

—Perdone, es que ya estoy un poco enfadada… ¿Podría ayudarme un segundo si es tan amable?

—Vaya jovencita, pues no sé si podré.

—Claro que sí, no se preocupe. Usted me ha parecido muy atractivo e interesante… y me agrada su gusto por la ropa… —expuso la chica, de forma nerviosa—. No piense mal por favor, no sé si me he explicado de la mejor manera…

Se hizo el silencio y los dos se rieron al mismo tiempo.

—No pasa nada —la relajó Carlos, conciliador. Creía saber lo que le iba a pedir—. ¿Necesita que la ayude a escoger algo para su padre o para un familiar, tal vez?

Un brillo relampagueó en los ojos azules de la muchacha, al mismo tiempo que una agradecida sonrisa se dibujaba en sus facciones.

—¡Si! —exclamó—. ¡Oh dear! No sé cómo no he podido exponerlo de ese modo, disculpe.

—Tranquila. Aunque yo tengo un gusto muy personal… y de tallas, solo entiendo sobre la mía…

—Por eso precisamente creo que puede ayudarme, lo de la talla no es un problema, ya que no busco camisas ni nada por el estilo. Verá, mi jefa me ha encargado que le compre un par de corbatas y algunas cosas para un regalo que desea hacer. Y como va muy liada, me ha mandado a mí en su lugar, como si yo fuera una experta en moda masculina… —se rio otra vez, encogiéndose de hombros.

—Bueno, eso es un buen comienzo —alegó Carlos—. Aunque yo tampoco lo soy, me guío por lo que me gusta… ¿Y le ha especificado un poco más?

—Pues sí, que tenían que ser regalos clásicos y elegantes. La jefa es muy buena tía pero tiene una mala leche impresionante cuando se enfada, por lo que no puedo volver con cualquier cosa…

El hombre no pudo evitar volver a reírse. Miró un momento la hora en su reloj y al ver que no era muy tarde, se decidió a ser un buen samaritano y ayudar a la chica. Además, a él también le faltaba escoger un regalo.

—De acuerdo, me has caído muy bien —le dijo, guiñándole un ojo. “Espero que no piense que soy un maduro verde”—. Y no queremos que “La jefa” le haga pasar un mal rato…

—¡Great! —exclamó la chica, entusiasmada por la idea—. Le prometo que no le haré perder mucho tiempo.

—Está bien.

—Mire, para empezar he de decirle que me gustan mucho tanto la corbata que lleva puesta como la que ha escogido.

—Gracias. Sabe, al igual que tú yo también ando buscando un regalo. Por suerte mi gusto es muy similar al del cumpleañero, así que no tengo problema…

—Qué bien, eso le facilita las cosas. Yo casi nunca me había fijado en un tipo de chico así, aunque he de admitir que comienza a gustarme.

Se hizo un silencio incómodo.

—No… no lo digo por usted, de verdad —se apresuró a decir ella, nerviosa—. Es simplemente que desde hace unos meses, me parece que la elegancia tiene su punto. ¿De dónde ha cogido esa corbata? Es muy bonita.

—No pasa nada, tranquila. De la mesa redonda, mire…

Y dieron unas cuantas vueltas por varias secciones de caballero, charlando sobre las prendas que llamaban su atención. Pasados unos veinte minutos ambos se hallaban en la cola para pagar.

Carlos iba con sus corbatas y la chica había escogido otras dos muy bonitas y de marca, a unos cuatrocientos euros cada una, a parte de un par de impresionantes gemelos, de tirantes, de calcetines con estampados elegantes y varios pañuelos de seda.

—¿Está segura de que quiere gastarse ese dinero? —preguntó él, mientras esperaban a que les tocara el turno—. En muchas ocasiones que algo sea de una marca famosa no significa que haya una garantía de calidad…

La joven lo miró sonriente.

—Bueno, todo ha superado su criterio…

—Sí, lo sé, pero ya le he dicho varias veces que por menos dinero también puede adquirir productos muy buenos. Sólo hace falta saber dónde y qué buscar, no veo necesario gastar cantidades tan exhorbitantes de dinero. Las que yo he escogido no cuestan ni la mitad y la firma es muy buena, se lo puedo asegurar…

—Muchas gracias, de verdad. Pero la jefa quiere que sean este tipo de regalos. Y la jefa es la jefa…

—Está bien, no le insisto. Menuda ha de ser su jefa.

Los dos avanzaron un poco.

—He de añadir en su favor que es una mujer maravillosa cuando no anda cabreada… No sabe cuánto le agradezco la ayuda, de verdad. Es una persona genial, todo un señor de los pies a la cabeza.

—De nada, ha sido un placer —respondió el hombre, halagado—. Ahora solo espero haber dado en el clavo…

—Yo creo que si… Por cierto, soy muy mal educada… —añadió ella algo nerviosa, tendiéndole una mano—. Me llamo Abigail.

—Encantado jovencita. Yo me llamo Carlos.

—Great. Ese nombre está apareciendo mucho en mi vida últimamente… ¿Y es de aquí?

—Si. ¿Y usted jovencita?

—Soy americana. Pero mi madre es española y el castellano es mi segunda lengua. Aunque en los últimos años he vivido en Londres. Ahora estamos aquí por trabajo, aunque creo que la cosa ha ido derivando bastante…

—Vaya, espero que para bien…

—Ni se lo imagina, está siendo toda una experiencia…

En ese momento les tocó el turno de pagar. Y unos instantes después, ambos se dirigieron a la planta principal.

—Prefiero despedirme a la española, si no le importa —dijo la chica, dándole al hombre dos besos—. Ha sido un super señor, muy amable, de verdad. Le estoy muy agradecida.

—De nada —dijo él, un poco cohibido—. Es lo que tiene ser un super señor.

Ambos se miraron a los ojos y se sonrieron. Después, la joven se dio la vuelta y salió a la calle. Carlos la vio marcharse con una extraña sensación interior. Había sido una experiencia muy insólita pero le había gustado. “Mi mujer alucinará seguro cuando le explique esto” pensó. Siempre se lo habían contado todo y no veía por qué aquello debía ser diferente. “Oh, casi lo olvido, las fresas y la nata” recordó. Entonces se percató de un detalle que logró dibujarle una sonrisa en la cara, pues durante un rato, se había olvidado de su dichosa madre y sus canciones…

Lucía masticaba lentamente, mientras escuchaba el relato de su marido con el semblante muy serio. Éste había tenido el detalle de prepararle una copa inmensa de fresas con nata, con un poco de chocolate deshecho por encima y unas birutitas de colores.

—Vaya con la jovencita —dijo ella un poco tajante, dejando a su marido aturdido.

—Oye cariño… no me jodas, ¿Quieres?

—Los hombres sois muy ingenuos y el mundo está lleno de lagartas —la mujer hizo una pausa, antes de sonreír—. Amor, es normal que otras te miren, yo siempre te he visto un tipo muy guapo e interesante. Y sabes que me fío de ti, en eso los dos siempre hemos sido iguales.

Carlos se sintió aliviado y se rio. Luego, se acercó a Lucía y la abrazó con cuidado de no mover demasiado la cuchara llena que se había quedado paralizada en el aire.

—Tu siempre serás mi casa, Lucía, mi mayor deseo convertido en realidad —añadió él, acariciándole el vientre—. Y eso no cambiará nunca.

—Vaya con el señor escritor —susurró ella, besándolo en los labios—. Tal vez debería desconfiar un poco, ese don de palabra es demasiado tentador… —sus labios volvieron a unirse— ¿Y cómo era nuestra risueña damisela en apuros? Casi que me da pena, pobre Abigail, como ha de ser su jefa…

Carlos la miró a los ojos y soltó una risita.

—Pues una cría bonita y encantadora, con mucho desparpajo. Lo mejor de todo es que me transmitía una sensación extraña, como si me recordara a alguien… y aún no he conseguido determinar a quién…

Carlitos jugaba con su muñeco de acción favorito en la bañera, mientras Carlos le enjabonaba el pelo con las mangas de la camisa arremangadas hasta los codos. Hacía ya un buen rato que se había quitado la corbata y sustituido los zapatos por unas zapatillas que ahora se le pegaban sobre los calcetines, después de que el niño le mojara la parte baja de las piernas con una ola improvisada.

—¡No aprietes tanto, papá! —se quejó el nene—. Que me arrancas el pelo…

El hombre aflojó la presión de los dedos al instante.

—Lo siento, chavalote, estaba pensando en mis cosas. ¿Que tal ha ido el cole?

—Muy bien, como siempre… ¿Sabes? Hoy he aprendido una palabra nueva, pero ha sido en la calle.

—¿A si? —quiso saber su padre, mientras comprobaba la temperatura del agua con la mano y comenzaba a aclararle el pelo con cuidado de que al crío no le cayera nada en los ojos— ¿Qué palabra ha sido tan afortunada de que la hayas aprendido?

El niño soltó una risita y sumergió a su soldado, como si fuera un buzo.

—Se… Serebdipia.

Carlos miró a su retoño levantando una ceja, gratamente sorprendido. “Que pasada, vamos, cualquier cosa” pensó sonriente.

—¿Quieres decir Serendipia?

—¡Sí, eso papá, lo sabes todo! La he visto escrita en una parada de bus cercana al cole. Aunque el yayo ha tenido que decirme lo que significa.

Entonces el hombre entornó los ojos. “A ver si el abuelo ha sabido explicarse” se dijo.

—Que bien, campeón. ¿Y qué significado tiene?

—Pues es una cosa que pasa cuando estás buscando algo, y en vez de encontrar lo que quieres, encuentras otra cosa muy buena y chula de forma inesperada.

“Un punto para Anselmo” pensó Carlos, bastante satisfecho con la explicación.

—No está nada mal, cariño, os felicito a los dos.

Entonces el nene se volvió y le dedicó a su padre la más radiante de las sonrisas…

El hombre se hallaba tan concentrado corrigiendo su texto que apenas podía prestar atención a cuanto le rodeaba, con los cascos calados en las orejas y el maldito cd de Mercedes Serrano + The Anonymous Strangers sonando constantemente. Y cuando llamaron a la puerta, el sonido del timbre apenas logró romper su concentración.

“Ya abrirán” pensó por un momento, siguiendo con lo suyo. Pero cuando el segundo toque se coló en la música, se quitó los auriculares y se levantó de mala gana, recordando que su mujer había salido y su padre se había marchado a celebrar su cumpleaños con su amiguita especial.

Durante un segundo Carlos se miró en el espejo del pasillo, viendo que un lado de la camisa sobresalía demasiado junto a uno de los tirantes. La colocó en su sitio con un gesto rápido y en ese momento oyó que el niño corría hacia la puerta y la abría… “Joder Carlitos, mira que te lo tengo dicho” se dijo nervioso, acelerando el paso.

—¡Pero mira que niño tan bonito! —escuchó que alguien saludaba al crío, con una voz femenina que le resultaba familiar.

—Gracias —contestó el nene.

—¡Que educado! —exclamó otra mujer— ¿Está tu papá en casa?

“Serán unas comerciales” reflexionó el hombre. Llegó hasta la puerta y se colocó detrás de su hijo, centrando primero su atención en él.

—¡Carlitos! ¡Cuántas veces te tengo dicho que no abras a nadie! —lo regañó severo.

—Perdona papá, es que como no lo hacías tú…

—Luego hablaremos muy seriamente. Disculpen, buenas tardes, ¿Que desean?

En ese momento Carlos miró al frente, quedándose de piedra…

—¡Abigail! —soltó, sin poder ocultar su sorpresa.

La chica del Corte Inglés lo miraba con la boca abierta y los ojos brillantes. Iba cargada con dos bolsas de regalo y acompañada por una mujer que parecía sacada de una película, toda vestida de negro y con un enorme sombrero calado sobre la cabeza. Parecía una espía de incógnito, una imagen que quedaba reforzada por unas modernas gafas de sol que le ocultaban los ojos, junto a un foulard que le cubría la parte inferior de la cara.

—¡Carlos! —exclamó la joven, tapándose la boca con la mano libre—. Oh my god, it’s amazing…

—D… Desde luego, pero… ¿Qué… que haces aquí?

—Yo, verás… vengo con la jefa… —respondió ella, mirando a su acompañante, cada vez más emocionada—. Bueno, en realidad es…

Entonces, por instinto, padre e hijo desviaron la vista hacia la otra mujer y observaron como se quitaba las gafas de sol y el sombrero, para luego apartar el foulard de su rostro…

El hombre sintió un nudo en la boca del estómago, un vértigo repentino cargado de emociones encontradas…

—Hola cariño —lo saludó Mercedes Serrano, con la voz temblorosa y los ojos azules increíblemente brillantes—. Por fin he reunido el valor de picar a tu puerta…

—¡Es la yaya! —gritó el niño, dando saltitos y aplaudiendo, mientras se reía lleno de felicidad—. ¡Es la yaya!

—Y también es mi madre —añadió Abigail, logrando que Carlos volviera a centrarse en su presencia, con ojos muy abiertos he hinchados…

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EL NIÑO QUE NO ENTENDÍA CONVENCIONALISMOS 11. LAS CORBATAS DE PAPÁ por Ramón Márquez Ruiz se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivar 4.0 Internacional.

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ESPECIAL: UN AÑO DE SERES DE LUZ BLOG

ESPECIAL: UN AÑO DE SERES DE LUZ BLOG

El texto que viene a continuación tiene algo de historia. Inicialmente fue concebido para un concurso en el que participé hace tiempo, el I PREMIO DE MICRORELATOS DE IASA ASCENSORES.

Se trataba de un micro de 500 caracteres y su trama me hizo pensar que merecía un relato en toda regla. Así que unos meses más tarde, después de que por fin saliera el fallo del jurado y ver que NO, no había quedado finalista, me puse manos a la obra. Pero por una serie de sucesos nunca me veía capaz de terminarlo y se fue quedando en el tintero, hasta que a principios de año decidí que era la opción perfecta para un post tan especial como este. Así que, tras afinar y terminar la receta durante casi un año, aquí lo tenéis, recién salido del horno y aún humeante por haber sido cocido a fuego lento. Espero que os guste ; )

Aquel solar había permanecido vacío durante mucho tiempo, rodeado por edificios de aspecto moderno y aséptico, como si dibujara una fea cicatriz en el devenir del progreso. Pero de la noche a la mañana alguien había dejado el ascensor, pegado a la vieja y gastada pared de ladrillo. Parecía una enorme caja rectangular abandonada a su suerte, junto a una placa con un misterioso mensaje escrito.

—Epifanía en el aire —leyó Julián en voz alta. “Esto es rarísimo” pensó a continuación, encogiéndose de hombros. Cada mañana pasaba por allí y estaba seguro de que el día anterior no había nada. “¿Se habrán desecho de una vieja cabina?” se preguntó un instante después, sintiendo el irrefrenable impulso de acercarse a las puertas cerradas.

Un rápido vistazo le bastó para ver lo nuevas que parecían, un hecho que despertó aún más su curiosidad. Y al contemplar el panel de botones, descubrió que los números se iluminaban en una cuenta atrás…

—¡Pero si funciona! —exclamó asombrado, sintiéndose de golpe como un niño. Miró la hora en su reloj y se cruzó de brazos, decidido a ver qué sucedía; aún le quedaba tiempo para llegar al trabajo y algo le instaba a que esperara.

Cuando el número cero se iluminó con una luz azul, sonó una campanita y las puertas se abrieron mostrando un interior completamente vacío.

—Suba, caballero —se oyó una voz masculina y grave, radiofónica.

Julián pegó un bote, sorprendido.

—Sí, sí, se lo digo a usted.

El chico pensó que el ascensor tenía instalada una cámara o un micrófono. Y al preguntar si podían oírle, alguien lo obsequió con una clara respuesta afirmativa.

—Lo escucho perfectamente. ¿Por qué no sube? Percibo que lo desea.

“Esto ha de ser una broma” pensó el joven.

—No puedo… voy a llegar tarde al trabajo… —contestó inseguro, mirando en derredor sin saber a ciencia cierta lo que buscaba. A lo mejor se estaba convirtiendo en la víctima de algún programa televisivo…

—Le prometo que no le haré perder nada de su tiempo, adelante.

Aquella voz de locutor poseía algo mágico que inspiraba una confianza infinita. Julián estudió por un momento el interior de la cabina, comprobando lo limpia y brillante que parecía. “Es una aventura” se dijo, dejándose llevar y cruzando el umbral, percibiendo al instante un delicado aroma a flores que no le resultaba molesto ni empalagoso.

—Ya estoy dentro —soltó, dándose la vuelta para mirar hacia la calle. Iba a preguntar si debía picar en algún botón cuando se percató de un simple detalle: el panel de control brillaba por su ausencia.

“Es muy extraño” caviló. Un segundo después se cerraron las puertas, dejándolo aturdido.

—Tranquilícese, disfrute del momento.

Al oírlo hablar el chico volvió a sentirse relajado. Entonces le sobrevino una suave sacudida y supo que había comenzado a ascender. “Seguro que se trata de una simulación…”

—¿Hacia dónde voy? —logró preguntar.

—Eso depende de usted, hay muchas paradas. ¿Desea que le sugiera alguna, caballero?

—De acuerdo.

—Bien, vayamos a la de su presente, lo que siente ahora sobre su vida.

Acto seguido volvió a sonar la campanita y el ascensor se detuvo; y de repente se abrieron las puertas, mostrando una habitación que Julián conocía demasiado bien…

—¡Es mi cuarto! —exclamó sorprendido—. Imposible… ¿Esto es una broma de la televisión? En las puertas pueden haber colocado una pantalla…

En el ascensor retumbó una risa, que sonó armónica a pesar del tono profundo.

—Le prometo que no es una broma. ¿Por qué no se acerca y lo comprueba?

El chico entornó los ojos y obedeció, alzando la mano…

—Dios mío… —susurró, al comprobar que no había nada…

—¿Se ha quedado más tranquilo?

—Pues no sabría que decirle, la verdad —respondió Julián, con una risita.

—Que sí, hombre. Hay muy pocas cosas imposibles.

—Si… Si usted lo dice…

—Permítame hacerle una pregunta, ya verá como no ha de temer nada. ¿Qué es lo que siente al mirarlo?

El joven pensó detenidamente una respuesta, sin saber exactamente qué era lo que le hacía sentirse tranquilo, incluso a pesar de la extraña e insólita situación. Hacía tiempo que deseaba abandonar aquel piso compartido para proseguir con su vida, estaba claro que ya no entendía a sus compañeros y sentía que debía de embarcarse hacia otro lugar. Pero pagaba un precio de risa, y con su sueldo se veía incapaz de afrontar un alquiler…

—¿Y bien?

—Pues no sabría responder. Creo que nunca he sido feliz del todo, siempre ha habido detalles que no han acabado de hacerme sentir ni bien, ni como en casa.

—¿Y eso? —quiso saber la voz.

—Vivo con gente complicada a la que no comprendo; y comienzo a ser consciente de que cada vez nos entendemos menos, por no hablar de que tienen actitudes hacia mí que no me acaban de encajar. En ocasiones se comportan como si los sentimientos y las cosas de los demás les importara un bledo, como si para ellos la amistad fuera una especie de trueque, de moneda que cambiar contra el aburrimiento… —“¿por qué le estoy contando todo esto a un desconocido…” reflexionó.

—Lo lamento muchacho, no ha sonado alentador.

—No, tal vez no; puede, incluso, que haya sonado demasiado mal….

—¿Demasiado mal? En absoluto, sólo ha dibujado las emociones que hay bajo la superficie. ¿Y por qué sigue en ese piso?

—Por el alquiler, porque a ellos los conozco desde hace tiempo…

—¿Usted es una persona que vea las cosas buenas y respete a los demás? Sus decisiones, sus vidas, sus metas, sus proyectos…

Julián pensó un instante. Aún seguía sintiéndose desorientado, pero una vocecita interior le susurraba que nada malo podría sucederle en aquel pulcro ascensor; y la idea de la broma televisiva perdía peso a cada segundo.

—Creo que sí, aunque no soy perfecto ni mucho menos. También he tenido mis problemas, ¿Sabe?, mi genio, mis errores…

—Le creo. Pero me gustaría decirle que me parece una buena persona, aunque lo veo brumoso.

—¿Brumoso? —preguntó el chico, intrigado.

—Sí, desde que ha entrado percibo claramente que no es un hombre feliz.

Esa afirmación logró que una resignada sonrisa se dibujara en la cara del muchacho.

—Lo que dice no me parece muy alentador —añadió éste.

—La realidad en muchas ocasiones no lo es. Pero ser capaz de verla para afrontarla y poder darle la vuelta forma parte de un despertar —dijo el locutor misterioso—. Y usted lleva bastante tiempo sintiendo que, en muchísimas ocasiones, no encajaba en aquel piso.

Julián cerró los ojos y se masajeó las sienes. Todo aquello se le antojaba muy extraño, insólito, incluso a pesar de la tremenda sabiduría que transparentaba aquel hombre en cada una de sus palabras.

—¿De dónde diantres ha salido usted? —necesitó preguntar, mirando al techo en busca de una cámara—. Deje que lo adivine, en realidad sigo soñando…

Entonces se pellizcó bien fuerte en la mano y notó un intenso dolor. “Mierda” pensó; una suave risa llenó la cabina.

—No se haga daño, está muy despierto, no le quepa la menor duda. Y todo a su debido tiempo, ¿Proseguimos?

El joven meditó un momento y se encogió de hombros, pues no veía alternativa posible. Aunque no le molestaba en absoluto. Era extraño, pero por primera vez en mucho tiempo sentía que charlaba con un buen amigo, alguien que lo escuchaba de verdad, sin juicios ni necedades. Y eso le hacía percibir un agradable calor interior, una paz desconocida…

—Hábleme ahora del trabajo. ¿Le gusta?

—No está mal, pero diría que no acabo de despuntar.

—¡Vaya! —exclamó la voz— ¡Cuantos NO!

—¿Y cómo sabe que no soy feliz?

—Porque no brilla como debería; usted ya ha comenzado a ver algo entre la niebla, pero sigue perdido. Y todas las personas poseen una chispa que reluce y reluce en cuanto más felices son. Ahora dígame otra cosa. ¿Cómo definiría sus relaciones humanas?

—¿Mis relaciones? —repitió el chico, analizando aún lo que acababa de escuchar.

—En efecto, dígamelo. Con sus compañeros de trabajo, por ejemplo…

—Pues…

—¿Si?

—Pues tampoco diría que es muy buena, la verdad. En ocasiones siento que la gente que conozco reaccionara de la misma manera, da igual si es en casa, en la calle o en el trabajo. Es una especie de bucle bizarro, como si hubiera una impresión generalizada de que ser un buenazo significa ser idiota, o algo por el estilo.

—Vaya, yo no lo veo así para nada.

—Gracias, teniendo en cuenta que ni siquiera sé quién es usted…

La voz soltó una agradable carcajada.

—Le conozco mucho más de lo que cree. Pero vayamos paso a paso, no quiero marearlo. Ahora hábleme de usted. ¿Cómo se ve a sí mismo?

El muchacho necesitó pensar un poco la respuesta, rascándose la barbilla.

—Teniendo en cuenta de que veo la palabra “Normal” del todo subjetiva y repleta de connotaciones contradictorias, diría que un tío normal —contestó—. Ni alto ni bajo, ni guapo ni feo. Tengo mis extrañezas, mucho carácter pero me cuesta sacarlo… soy muy paciente, creo que se me da bien escuchar a los demás y he llegado a ayudar, incluso, a personas que me han criticado y se han reído de mi…

—Eso dice mucho de usted —dijo la voz.

—¿Quiere decir que sí, soy tonto o algo por el estilo? Porque le puedo asegurar que varias de esas personas a las que he prestado ayuda lo piensan o lo han pensado.

—¿Y eso es importante?

—¿El qué?

—Lo que piensen los demás. Le he preguntado cómo se ve a sí mismo, no como lo ve el mundo que le rodea.

El chico meditó esa contestación. Y lo cierto era que en su cabeza, aquella frase había resonado con fuerza…

—Supongo que no —respondió.

—Exacto, no importa. Y la gente que tenga que estar a su lado lo apoyará, lo escuchará y no se dejará llevar por falsas impresiones ni necedades. ¿Me comprende?

—Sí…

—Muy bien, veo que en el fondo ya había interiorizado ese concepto desde hacía mucho tiempo. Sigamos hablando de usted. ¿Qué siente cuando se mira delante de un espejo? ¿Le gusta lo que ve?

—Hombre, pues no tengo complejos físicos muy complicados. Quizá me gustaría ser más alto y corpulento, pero de gimnasio. Aunque me voy manteniendo y me gusto, sí, me gusta tanto como soy en general como mi manera de vestir, pese a que me hayan criticado por ello. Pero no me importa.

—Las críticas de ese estilo suelen existir para ser ignoradas. Me parece perfecto que no le importen, eso está muy bien. La ropa debería ser tratada como tal y no como una etiqueta. ¿Y qué me dice del amor?

—Pues en eso no me ha ido tan bien. Creo que soy demasiado tímido…

—Y le da miedo el rechazo…

—Hombre no… Bueno… tal vez un poco.

La voz volvió a reírse cándidamente.

—Sabe, ésa es una emoción muy humana y hay mucha gente como usted. Pero no ha de dejarse llevar por el miedo. ¿Lo hace?

—¿Yo? —contestó el chico, poniéndose un poco colorado—. Es posible que lo haga en ocasiones, siendo sincero. Y pese a que me doy cuenta de que es un error, mis miedos más profundos de momento no están ligados exclusivamente a las relaciones románticas. He experimentado bastantes rechazos, cierto, pero no creo que sea el tipo que mayor acumulación tenga. Sé que tarde o temprano una mujer me dirá que sí.

—Me agrada ver su positividad. ¿Qué es lo que más le preocupa? ¿No cumplir su mayor meta, tal vez?

—Pues sí, en efecto. Quiero ser escritor y me encantaría ganarme la vida, o al menos en parte, dedicándome a lo que me gusta. De hecho, estoy terminando mi primera novela.

—Es maravilloso, yo le veo pinta de escritor. ¿Lo sabía?

—Gracias, pero soy amateur. Ni siquiera he estudiado nada de letras, a pesar de que llevo escribiendo desde la más tierna infancia.

—El hábito no hace al monje. El monje lo es por cómo se siente, no por como viste.

Julián meditó sobre aquella respuesta, ya que le veía mucho sentido. Aunque…

—¿Y sus familia, sabe lo que desea ser?

—Por supuesto, lo sabe toda mi gente.

La voz calló durante un minuto como si deseara formular otra pregunta. El chico esperó expectante, convencido de que la naturaleza de aquel ascensor no era como había pensado en un principio. Desde que había entrado en la cabina no había parado de hacerse reflexiones sobre su vida y sentía que se hallaba en un paréntesis, en una pausa deliciosa. De golpe sintió la necesidad de mirar el reloj, viendo que en efecto, las manecillas se habían detenido.

—Y sus compañeros de piso. ¿Siente que le apoyan?

—No —contestó el joven sin pensar, sorprendiéndose de su celeridad y volviendo a centrar su atención en la charla—. Salvo mi familia directa nadie de mi entorno me transmite esa sensación, y eso me entristecía. Aunque con el tiempo ha ido dándome igual.

—Perfecto. Lo único malo es que me huelo un no obstante…

El chico suspiró desanimado.

—No obstante lo tengo muy difícil, muy MUY complicado. En el mundo literario hay mucha competencia y si eres nobel, abrirse camino cuesta todavía más. Creo que tengo una base, aunque me queda un largo, larguísimo camino por delante. El otro día vi una entrevista entre un cantante reconocido y un escritor de prestigio, y éste decía que ahora cualquiera escribía…

—¿Y?

—Que me hizo pensar un poco. Nací con esa pasión, llevo picando teclas desde que era un renacuajo y mucho ha madurado mi narrativa. Pero… ¿Soy diferente a las personas de las que habla ese autor? ¿O quién es ese autor para hacer tal afirmación? O joder, con mucho perdón, ¿Cuál de los dos egos está más herido, el suyo o el mío?

Una suave risa llenó la cabina.

—La honestidad de sus palabras es una de las cosas que me agradan de usted, caballero. Yo creo que las letras siempre han estado bien tatuadas en la esencia de su alma. Y eso nos lleva a la siguiente parada. ¿Me deja sugerírsela?

—Me ha dicho algo precioso, muchas gracias—se decidió a contestar Julián—. Vayamos donde quiera, no me importa.

En un segundo el joven volvió a notar el ligero temblor de la cabina y supo que ascendía de nuevo, hasta que sonó la campanita y las puertas se abrieron de par en par, mostrándole una negrura impenetrable.

—Disculpe señor, pero aquí no hay nada…

—¿Ah, no? —preguntó la voz—. Acérquese un poco más y mire con mayor detenimiento.

El muchacho obedeció, aproximándose hasta el filo que lo separaba del vacío impenetrable. Al principio no captó nada y suspiró resignado, pero de repente algo llamó su atención, pues comenzaron a brillar pequeñas chispas y luces por doquier, cada vez con mayor intensidad, dejándolo casi sin respiración…

Ante él se abría un universo similar a los de los documentales, lleno de galaxias repletas de nebulosas de colores vivos e intensos, rebosantes de estrellas y planetas. Y por un segundo creyó oír que lo llamaban, pero… era algo imposible, tan improbable como todo aquello, aunque…

—¡Es maravilloso! —exclamó el chico, dejándose llevar por la mágica sensación que sentía.

—Celebro que le guste. ¿Y si ahora le sugiriera saltar?

—¿Que? Todo esto es precioso pero… ni de broma, vamos, que ni muerto…

Se hizo el silencio.

—Caballero —añadió el locutor misterioso, después de la pausa— en la vida hay algunas ocasiones en las que para poder avanzar, primero se ha de dar un salto de fe.

—Lo que usted diga pero… —de golpe una ráfaga de aire lo empujó, impidiéndole terminar la frase. Julián intentó agarrarse a las puertas, pero sus dedos resbalaron sobre la superficie de metal y cayó al vacío, gritando a pleno pulmón…

Entonces sintió que colisionaba contra una barrera invisible y cerró los ojos, percibiendo un segundo después que ya no descendía y se balanceaba preso de un violento vaivén. Indeciso, miró en derredor descubriendo que montaba sobre un enorme lobo gris, que corría por una selva moteada por una infinidad de verdes y marrones, bajo un cielo brumoso y mágico…

—¡Dios mío! —exclamó desconcertado, agarrándose a los pelos del animal, que se desplazaba cada vez a mayor velocidad, esquivando los obstáculos con una agilidad sobrehumana…

De forma repentina volvió a chocar con algo etéreo y el joven cerró los ojos otra vez; al instante supo que el lobo se había esfumado pues notó que ahora se hallaba de pie, subido en otra cosa, y una intensa luz se filtraba por la comisura de sus párpados cerrados al mismo tiempo que oía el constante rechinar de caballos. Lleno de curiosidad volvió a mirar, descubriendo que rasgaba el viento en un carro que atravesaba un ardiente océano de dunas y arena, rodeado por una multitud de jinetes ataviados con ropajes egipcios que se le antojaron sacados de una película histórica. “Increíble” pensó analizando la situación, antes de notar un parón brusco y salir disparado hacia delante, quedándose flotando en el aire… contuvo el aliento, parpadeó, y apareció a lomos de un semental negro espada en alto, dirigiéndose raudo hacia una enorme muralla junto a un ejército compuesto de soldados y caballeros medievales. Sobre ellos flotaron un millar de flechas encendidas que rasgaron el cielo y cayeron en todas partes…

—¡POR TIERRA SANTA! —exclamó uno de sus compañeros de batalla, antes de que una roca gigantesca lo aplastara, rebotara en el suelo y se dirigiera contra Julián, que cerró los ojos acongojado…

De golpe el chico apareció subido en una especie de aparato futurista que desgarraba el aire a toda velocidad y a bastante distancia del suelo, emitiendo un metálico sonido. “Madre del amor hermoso” se dijo, dándose cuenta de que a cada segundo el cacharro corría más y más… entonces miró al frente percatándose horrorizado de que se acercaba a unas ruinas enormes, con monumentales rascacielos medio sepultados y devorados por una naturaleza exuberante…

—¡OH, MIERDA! —gritó al darse cuenta de que si no hacía algo iba a colisionar contra uno de los titánicos esqueletos de metal…

Por impulso el chico tomó el control de los mandos y comenzó a sortear peligros, esquivando aquella arquitectura muerta hasta que colisionó contra una barrera invisible otra vez; y en aquella ocasión mantuvo los ojos bien abiertos, viendo alucinado como la realidad mutaba a su alrededor convertida en millones de centellas que formaban cosas, y se notó flotar, y ascender, hasta que se sintió como un pájaro que surcaba el firmamento. Entonces, un paisaje virgen, lleno de lagos que reflejaban el esplendor del cielo se dibujó bajo sus pies, y el viento le acarició la cara, regalándole la increíble impresión de ser libre, libre de verdad…

“No quiero que esto se termine nunca” pensó Julián, mientras no paraba de viajar a través de aquellas extrañas realidades paralelas. Pronto apareció sumergido en un océano de aguas cristalinas, agarrado a la aleta de un delfín que lo llevaba hacia las profundidades, mostrándole una impresionante ciudad sumergida. Un parpadeo después corría histérico perseguido por una horda de zombis sedientos de sangre, a lo largo de una abandonada carretera, y luego, surcaba la antigua Persia sobre una alfombra voladora para aparecer en la cubierta de un velero que navegaba por unas aguas llenas de bellas sirenas, que susurraban cosas dulces a los marineros. El viento tensaba las velas y desplazaba de forma perezosa unas pequeñas nubes blancas, que flotaban en un cielo con tres lunas resplandecientes.

El muchacho saboreó la brisa marina, que se le antojó tan agradable como una caricia. Sonrió al mar, cerrando los ojos para sentir aquel momento con mayor intensidad… y de repente oyó de nuevo que lo llamaban y volvió a colisionar con aquella cuarta pared invisible, descubriéndose corriendo a través de una ciudad en llamas, agarrando la mano de alguien… Al volverse para mirar a su acompañante se topó con una bella doncella que parecía la princesa de un cuento de hadas y el auténtico terror que se reflejaba en sus ojos verdes lo instó a acelerar el paso, apretando y estirando bien fuerte de ella para no perderla. A su alrededor una multitud huía despavorido hacia todas partes, sorteando el fuego que devoraba los edificios y los árboles cercanos… Un intenso y desagradable hedor a humo y a carne quemada imperaba por doquier…

—¡QUE VUELVE EL DRAGOOOOÓN! —gritó alguien, desesperado…

El rugir de una bestia enorme retumbó en el ambiente, al mismo tiempo que se escuchaba el batir de unas alas de gran envergadura. Julián se giró un segundo y gritó fuera de sí, al ver que un monstruo aterrador los acosaba desde el cielo, descendiendo a una velocidad vertiginosa…

Ambos siguieron en línea recta sorteando bultos que parecían cadáveres calcinados en el suelo, hasta llegar a una plaza que daba a un pronunciado mirador. Y chocaron contra una sólida baranda de metal… el joven exclamó frustrado al ver que tras ésta se abría un precipicio que les cortaba la huida…
En ese momento una sombra gigantesca les pasó por encima. Entonces la pareja comprobó que tenían al dragón justo frente a ellos, flotando sobre el desfiladero; y los miraba con dos ojos rojos llenos de maldad…

Julián vio horrorizado que la bestia abría las fauces y que las profundidades de su garganta comenzaban a brillar, averiguando lo que iba a suceder… En un auto reflejo le dio la espalda a la terrible visión de futuro poco alentador y abrazó a la princesa para protegerla, deseando que las llamas se transformaran en palabras… De golpe resonó un estallido acompañado por una onda expansiva que los sacudió como ramitas a merced del viento. Y todo se deshizo en letras, que centellearon en un torbellino de luz alrededor de ellos, ensordecedor…

El chico se abrazó a la doncella, que lo apretaba bien fuerte… y cuanto más segundos se sucedían manteniendo el contacto directo, más sentía que la conocía, como si hubiera sido una buena amiga desde la infancia… y supo que había sido ella quien lo había llamado desde la cabina del ascensor…

—¡NO ME ABANDONES NUNCA! —le gritó la princesa, desesperada…

—¡JAMAAAAAAAAAAAAÁS! —le respondió él, al borde del llanto— ¡YO DECIDO QUE NO TE DEJARÉ JAMAAAAAÁS!

Y dejaron de tocar el suelo, mientras la luminaria se volvía cada vez más cegadora, forzándolos a cerrar los ojos…

Julián volvió en sí y se sobresaltó, descubriéndose sentado en el piso de la cabina, con la espalda apoyada contra la pared.

—¡DIOS MÍO, DIOS MÍO! —exclamó desconcertado, levantándose de un salto— ¿Dónde diablos estoy?

—Tranquilo, ha vuelto al ascensor. ¿Qué le ha parecido la experiencia del viaje?

—¡Ha sido bestial! —aseguró el chico, soltando una risita llena de energía—. ¿Qué era todo aquello? Es extraño pero por dentro, en todos y cada uno de los sitios que he visitado no podía dejar de sentirme como en casa… Incluso cuando el dragón… —al nombrar a la fiera el recuerdo de otra cosa ocupó toda su mente— ¿Y la princesa, DÓNDE ESTÁ LA PRINCESA?

La voz se rio dulce antes de hablar.

—La ha salvado, caballero. Usted decidió que la quería y la protegió, por lo que ahora ha regresado al lugar que le corresponde, a casa.

—¿Y dónde está eso?

—En su corazón, muchacho. Ella es la musa, la creatividad que siempre lo ha acompañado a lo largo de su vida. Y también es una llave.

—¿Una llave?

—En efecto, la que le ha permitido viajar entre los mundos soñados para rescatarla. Esos lugares que ha visitado forman parte de los universos que puede crear si lo desea, y sólo ha viajado por una ínfima parte.

El chico escuchó atento con los ojos muy abiertos. Y entonces recordó un pensamiento que había tenido aquella misma mañana, nada más levantarse…

—El dragón… —dijo, reflexionando en voz alta.

—Hay ocasiones en la que las personas desisten de sus sueños cuando ceden ante la presión social, o ante un entorno que no los comprende. Es como un cansancio acumulativo que acaba por desbordarse, desmoronando espejismos que antes se creían reales. Son los miedos, las inseguridades…

—Esa bestia quería quemar mi imaginación para arrasar el terreno fértil y convertirlo en un páramo yermo, para volverme el hombre que no soy…

—Para apartarlo de su naturaleza, apagando su luz. Usted, caballero, estaba perdiendo su esencia, y eso es lo que puede hacer que las personas se extravíen a sí mismas.

Julián sintió que una increíble emoción lo embargaba desde dentro, notando los ojos humedecidos. Aquel desconocido tenía toda la razón… Y pensó, pensó en todos los mundos que había creado en su cabeza desde la más tierna infancia y en las historias que jamás había escrito, notando un nudo en la garganta.

—Podemos hacer una última parada si lo desea —sugirió la voz.

El chico volvió en sí y asintió, percibiendo que la cabina comenzaba a ascender otra vez. Un minuto después las puertas se abrieron de par en par, y tras éstas apareció un elegante salón.

El muchacho lo estudió con detenimiento y se acercó un poco al filo de la cabina, para verlo mejor. Le pareció extraño, pero la decoración del lugar era muy de su estilo, en absolutamente todo… Entonces descubrió que había un señor en una pequeña estancia anexa, separada por unas puertas correderas que permanecían abiertas de par en par. Tras mirarlo con mayor interés supo que era un despacho y el hombre parecía trabajar en un portátil, de perfil. La luz del sol se filtraba con intensidad a través de una ventana cercana, algo que le impedía verle la cara con nitidez.

—Me siento como un espía —añadió el joven, poniéndose un poco colorado.

—No se preocupe, usted no puede ser visto. Siga observando, por favor.

Nada más decir eso sonó una puerta y en la escena irrumpieron una atractiva mujer y dos niños muy bonitos y sonrientes; sin saber por qué, Julián supo que se hallaba observando a una familia… En ese momento el dueño de la casa se levantó y se acercó a su pareja, antes de besarla y abrazar a los críos…

El chico abrió mucho los ojos, reprimiendo un grito de sorpresa… era… era imposible…

—¿Soy… soy yo? —preguntó—. No es posible…

La voz se rio cargada de comprensión y dulzura.

—En efecto, caballero, es usted. Pero un usted diferente, más maduro y curtido. Aquí hace tiempo que comenzó a luchar por cumplir su sueño y ahora vive feliz. Puede que algún día sea rico, puede que no. Pero él sabe que logra sus metas gracias al esfuerzo por conseguir lo que desea. Y también sabe que a su alrededor tiene a personas que lo quieren y lo respetan tal y como es, sin engaños ni falsedades.

—¿Quién es usted? —quiso saber el muchacho con la voz rota, emocionado por todo cuanto le sucedía.

—Soy alguien que eleva los sueños de las buenas personas como tú, mostrándoles lo que pueden llegar a ser y encendiendo esa luz que en ocasiones puede ir menguando, haciendo que os sintáis en la más remota oscuridad. A partir de ahora recuerda, caballero, mantén los pies en el suelo pero nunca, jamás, dejes de soñar ni abandones a la musa que rescataste del olvido. Persigue tus metas hasta traerlas a la realidad.

El joven se secó las lágrimas con la mano, embargado por una increíble paz interior. Parpadeó y al abrir los ojos de nuevo, se descubrió plantado en el solar. De la cabina de aquel extraño ascensor no quedaba ni rastro, como si jamás hubiera estado allí.

—¡Pero qué es esto, joder! —exclamó. El miedo repentino a que todo hubiera sido una ensoñación comenzó a barrer su ánimo, hasta que notó algo cálido en el bolsillo del pantalón e introdujo una mano, sacándola con el puño bien cerrado sobre unos objetos de forma extraña.

El muchacho respiró bien fuerte y fue abriendo los dedos, descubriendo fascinado un pequeño detalle que volvió a llenarlo de esperanza. Pues ante sus ojos, y desde su palma, empezaron a flotar letras llenas de luz, que fueron ascendiendo lentamente hasta que sobre su cabeza se juntaron formando una frase, un último mensaje de aquel extraño maestro de voz radiofónica.

—Cree en ti —leyó Julián en voz alta, sonriendo al mismo tiempo que por sus mejillas corría la sal. Y contempló como las palabras se desvanecieron en chispitas, que siguieron subiendo hacia el cielo. No hacía falta que dijera nada más, pues agradecía en silencio aquella extraña epifanía. Y sabía, que para cumplir sus sueños no se rendiría jamás.

Ilustración obra de Ramón Márquez Ruiz

Créditos podcast: 

ESTÁS? DE SEBA LAY EDITADA. Y PENUMBRA de TARO

PARA OÍR LAS ORIGINALES, CLICAR EN LOS NOMBRES DE LOS AUTORES. 

Licencia Creative Commons
ESPECIAL: UN AÑO DE SERES DE LUZ BLOG por RAMÓN MÁRQUEZ RUIZ se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivar 4.0 Internacional.

Me llamo Ramón Márquez Ruiz y soy escritor, diseñador gráfico e ilustrador. Bienvenidos a Novelesco. Si deseas saber más cosas sobre mi, clica abajo. Muchas gracias por leerme ; )

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