VALLEY

VALLEY

Novelesco presenta «VALLEY «, un relato breve escrito para EL EXTRAORDINARIO OESTE, un concurso de Cowboys de EL CÍRCULO DE ESCRITORES. Espero que os guste ; )

Creí oír un disparo lejano cuando me abrochaba el pantalón. Cerré un momento los ojos y me volví, contemplando que varios remolinos de heno y arena se desplazaban libremente por la desértica calle, como si fueran los únicos transeúntes de la pequeña ciudad.

A pesar de gozar de más de seiscientos habitantes, aquella mañana en Valley reinaba un silencio absoluto, roto por el escalofriante aullar del viento. No sabía decir cuánto tiempo llevaba esperando frente a la enorme escultura de la plaza mayor. El sol brillaba incandescente sobre mí, pero era extraño, ya no sentía molestia alguna, ni siquiera percibía la agobiante sensación de la camisa pegándose sobre mi piel sudada. “Maldito Jacobson” pensé, dándome cuenta de que me embargaban unas increíbles ganas de volver a casa, junto a mi esposa y mis hijos. Aquel forajido había ido diciendo en los pueblos vecinos que se dejaría caer por Valley a las ocho para matar a su flamante sheriff, un tipo de dos metros y fama de justiciero bien reconocida.

El caso es que ahí seguía esperándolo yo, en jarras, pulcramente vestido pese al calor que debiera ser insoportable y con la insignia bien limpia y brillante, colocada sobre la levita. Ya de mal humor saqué el reloj del bolsillo del chaleco.

“Qué raro” pensé, al ver las agujas detenidas a las ocho en punto de la mañana. “Pero si funcionaba cuando llegué a menos cinco” me dije después. Y era obvio que llevaba esperando a Jacobson unas horas, aunque la ciudad parecía no haberse despertado… “A la tarde lo llevaré a un buen relojero” dilucidé, guardándolo de nuevo. Por instinto puse una mano en mi revólver, bien preparado en el cinturón.

“¿Es que no piensa salir nadie?” reflexioné un rato después. Me resultaba extraña la ausencia de vida en Saloon’s Street, normalmente llena de bullicio. Los remolinos de aire y heno seguían siendo mis únicos acompañantes, algo que me exasperaba. Comenzó a picarme la nuca y me rasqué sobre el cuello de la camisa, molesto por todo. De repente me invadió una extraña desazón interior, había algo a mí alrededor que no me cuadraba; la luz lo iluminaba todo de una forma singular, lograba que los edificios presentaran un aspecto deteriorado y dejado, abandonado. “He de hablar seriamente con el alcalde, esto es muy impresentable”.

Seguí escrutando mi entorno, lleno de extrañeza. La nuca me picaba cada vez más, por lo que supuse que me había quemado. Entonces, aburrido, busqué la micción que había metido unas horas antes en una esquina del podio; orinar en la vía pública era impropio de un hombre como yo, pero me había visto obligado por necesidad. Y como era de suponer, no quedaba ni rastro del charquito, aunque vi algo que… “¿Cuándo la han cambiado?”. Alcé la mirada, descubriendo que la figura de nuestro alcalde había sido suplantada por la gastada efigie de un hombre cuyo rostro me resultaba familiar. Olvidé a Jacobson y me acerqué para verla mejor… sentí un pánico repentino, me temblaron las piernas… ¡ERA YO! ¡ME REPRESENTABA A Mí!

—¿¡CÓMO ES POSIBLE!? —exclamé, viendo que había una gastada placa de aspecto oxidado en el centro de la base. Con el corazón encogido distinguí una maltrecha inscripción… la leí con voz temblorosa…

—En… en honor a Brandon Stevensson, nuestro amado sheriff, ca… caído a traición a manos del forajido Jacobson. Su amada familia y Valley hemos perdido el corazón de este lugar, te añoraremos por siempre jamás.

Y fue en ese instante aterrador cuando comprendí el motivo de mi larga espera. Tanto yo como mi ciudad éramos fantasmas…

Este relato es un homenaje a otro de los grandes autores del terror, Ambrose Bierce, por desgracia descubierto recientemente. Ahora sé de dónde han podido inspirarse una multitud de guionistas de cine, jeje. Y me ha encantado tanto su obra que no he podido resistir la tentación de crear mi propia Carcosa, aunque desplazándola en el tiempo para situarla en el lejano Oeste. Espero que os haya gustado, pese a no poder compararme con Bierce. Tal vez, y sólo tal vez, nos volvamos a encontrar en otra ocasión. O no… ; )

Me llamo Ramón Márquez Ruiz y soy escritor, diseñador gráfico e ilustrador. Bienvenidos a Novelesco. Si deseas saber más cosas sobre mi, clica abajo. Muchas gracias por leerme ; )

BAJO EL MISMO SOL

BAJO EL MISMO SOL

Novelesco presenta Bajo el mismo sol, un relato escrito entre OSCAR RYAN y yo, para el concurso RELATOS A DÚO, de CÍRCULO DE ESCRITORES.

A continuación adjunto el link a la parte de Oscar, para que la leáis antes de mi texto. Hemos decidido hacerlo de ese modo para que nuestra colaboración pudiera salir en los dos blogs, sin que GOOGLE lo interpretara como Spam.

PRIMERA PARTE

Sin más preámbulos, aquí va la continuación. Espero que os guste ; )

—No pasa nada, cariño —le dijo Maite, calmandolo. Sus compañeros de fatiga hicieron lo mismo que ellos, mientras los policías los apuntaban con los fusiles.

“Malditas armas” pensó. “Están en todas partes”.

—Hola chavalín —le dijo Luis al pequeño, agachándose—. ¿Cuantos años tienes?

Pero el niño lo miró aterrado y echó a llorar.

—Tiene seis —respondió su madre—. No se ofenda, las armas le dan miedo. Hace unos meses le volaron la cabeza a mi marido delante de nosotros.

El policía la miró sorprendido, incapaz de ocultar la consternación que sentía. “Joder, que fuerte”.

—Lo… lo lamento mucho…

—No se preocupe, una guerra y un viaje en una barcaza de mierda endurecen el corazón de cualquiera —respondió ella, hosca— ¿Nos ve peligrosos?

—No…

—Pues aparte ese fusil de mi hijo, le está provocando ansiedad…

—¡Que pasa aquí! —saltó el cabo. Nadie lo había visto acercarse—. En posición, recluta.

Luis obedeció sin rechistar.

—¿Qué es eso de hablar con ellos? —añadió Fernández, apuntando al crío a la cara.

—No haga eso, señor —pidió Maite, muy nerviosa…

De golpe el niño se quedó sin respiración y jadeó, ahogándose.

—¡DIOS! ¡LE ESTÁ DANDO UNA CRISIS DE ASMA! —exclamó su madre, metiendo una mano en la mochila por auto reflejo…

—¡¿Que está haciendo, señora?! —dijo el hombre, encañonándola—. ¡Deje las manos donde pueda verlas…!

—¡NO! —exclamó ella, insistiendo en la búsqueda—. Necesita su…

El disparo resonó en la playa y los emigrantes chillaron aterrorizados.

—¡HIJO DE PUTA! —gritó Luis, golpeando a su superior con la culata en la boca, dejándolo inconsciente.

Maite cayó de espaldas, con un inhalador en la mano. La luz la cegó; y reflexionó que todos vivían bajo el mismo sol.

—¡Llamad a una ambulancia! —pidió Luis, mientras miraba la herida. Por fortuna, la bala le había rozado la cabeza.

Me llamo Ramón Márquez Ruiz y soy escritor, diseñador gráfico e ilustrador. Bienvenidos a Novelesco. Si deseas saber más cosas sobre mi, clica abajo. Muchas gracias por leerme ; )

LA MANSIÓN CROW MIRROR, CAPÍTULO V

LA MANSIÓN CROW MIRROR, CAPÍTULO V

LA MANSIÓN CROW MIRROR es la segunda edición del desafío ESCRIBAMOS UNA NOVELA JUNTOS, de la comunidad RELATOS EXTRAORDINARIOS, que consiste en crear una novela conjunta entre una larga lista de autores. En la primera, LA ISLA Y YO colaboré con un par de capítulos, ya publicados en Seres de luz blog.

Mientras que LA ISLA Y YO trataba sobre un náufrago en una isla desierta —un homenaje a Robinson Crusoe y al veranito ; )—, LA MANSIÓN CROW MIRROR cambia totalmente de registro, para transportarnos a un thriller policiaco/fantástico ambientado en la década de los 50, en una zona cercana a Nueva Orleans, el pueblo ficticio de “St. Mare”.

Este proyecto actualmente se ha quedado congelado, pero hay unos cuantos capítulos. Y aquí presento mi primera colaboración, el quinto.

Pero… ¿De qué trata La mansión Crow Mirror?

Haré una breve sinopsis, para meteros en contexto:

«El detective en horas bajas Peter Mongabay recibe el caso de investigar por parte de una misteriosa y bella dama, la desaparición de su marido ocurrida en la mansión colonial Crow Mirror. En principio parecerá algo ordinario, pero poco a poco se dará cuenta que elementos misterios y fantásticos se entrelazan en su investigación. Sucesos que aterrorizan y provocan el silencio de la comunidad de St. Mare. Una comunidad dividida por el odio y las rencillas familiares. Curiosamente Peter Montgabay que se creía ajeno a todo lo ocurrido en St. Mare y la mansión, descubrirá que algo de su pasado va a aflorar. ¿Tienen relación ese sello en el anillo con el emblema de un cuervo mirándose en el espejo que le dejó en herencia su abuelo con la mansión?

A partir de aquí… Cada autor puede ir introduciendo personajes, situaciones, monstruos, fantasmas, crímenes horrendos, erotismo, amor, etc.»

Como dato curioso, diré que para hacerlo más divertido e interesante los participantes escogen tanto una banda sonora como a actores reales —antiguos o contemporáneos, da lo mismo— para representar a los personajes de la trama. Es muy aconsejable leer los episodios con la música elegida, ya que le da un plus fantástico a la imaginación.

Bien, os presento a los actores de mi capítulo:

En cuanto a la música, aquí os dejo el video, por si queréis leer el texto con la B.S.O, que es obra de GRAHAM PLOWMAN, un compositor recién descubierto que me ha acompañado durante la creación de mi capítulo.

 

Ya concluyendo las explicaciones y antes de que leáis mi aportación, os dejo el link a este fantástico proyecto:

LA MANSIÓN CROW MIRROR

Ahora si, ahí va mi episodio, que trata sobre el origen de la trama, en La Luisiana de 1810. He querido homenajear a uno de los GRANDES en mayúscula autores de la literatura de terror. Espero que os guste y comentad, queridos lectores. Muchas gracias por dedicarme algo de vuestro tiempo, tal vez nos volvamos a cruzar en otra ocasión ; )

“15 de Julio de 1810, afueras del pueblo St. Mare, Nueva Orleans, La Luisiana”

Nathaniel Mirror se movía inquieto en su despacho, preocupado por su esposa; el rítmico sonido de los tambores se colaba a través de las ventanas entreabiertas, incluso a pesar de que su finca no se hallara demasiado cercana al pantano.

—Sé que tienen buenas intenciones —le dijo a su fiel consejero, François, que siempre lo acompañaba allí donde fuera—. Pero no lo puedo evitar, me sorprende que llegue hasta aquí y me provoca escalofríos.

El hombre de piel tiznada le dedicó una intensa mirada. Aunque monsieur Mirror era un buen amo, en todas las plantaciones vecinas circulaba el rumor, un murmullo al principio susurrante que había ido creciendo de volumen hasta convertirse en un grito a viva voz. Una etapa de cambio se avecinaba desde las sombras, venida para enseñarle al hombre, fuera blanco o negro, una lección sangrienta…

—¡SIENTO QUE ME ARAÑA POR DENTRO! —exclamó Amelie, fuera de sí; las criadas de tez oscura le acomodaron las piernas, para controlarla mejor. El bebé iba a nacer ya.

—Shhhhh, mi niña —le susurró Angora, acariciándole el cabello empapado de sudor, mientras seguía dibujando los símbolos sobre su pálida frente con un ungüento de olor extraño y penetrante—. Escucha los tambores, deja que te inunden desde el interior.

El cielo nocturno se iluminó de blanco y el resplandor entró furtivo en la estancia por las ventanas abiertas de par en par. El aya sonrió, conocedora de la esperada señal; los ancestros ya se concentraban sobre las tumbas del pantano…

—Ha llegado el momento —sentenció a continuación, situándose frente a la vagina de su ama—. Rezad todas conmigo, llamemos al Dormido para que bendiga este alumbramiento y proteja a nuestra preciosa flor.

—IKU DEMÓN, ESCLA AFEFE, NUIT PEUR ENFANTE IWORO ICHU —comenzaron a cantar todas a la vez, al compás de los tambores—. Ph’nglui mglw’nafh Cthulhu R’lyeh wgah’nagl fhtagn.

—Empuja, mi pequeña —insistía Angora—. Eso es, ¡EMPUJA!

El dolor se hizo insoportable, Amelie lo sentía retorcerse, percibía su poder, oía como Él la llamaba de nuevo… Abrió mucho la boca, emitiendo un silencioso aullido mientras sus ojos se quedaban en blanco.

—¡PH’NGLUI MGLW’NAFH CTHULHU R’LYEH WGAH’NAGL FHTAGN! —el canto de las esclavas se elevó encima del rugido de la tempestad, que ya se arremolinaba sobre sus cabezas. Comenzó a caer una lluvia torrencial.

—¡OH GUARDIÁN OSCURO,  QUE NOS MIRAS DESDE LAS SOMBRAS! —exclamó Angora, la cabeza del niño ya comenzaba a surgir al exterior— ¡ENTRA EN ESTE MUNDO A TRAVÉS DEL ESPEJO ROTO DE NUESTRA ALMA!

—¡IKU DEMÓN, ESCLA AFEFE, NUIT PEUR ENFANTE IWORO ICHU!

Una intensa y fría corriente de aire se coló en la habitación con violencia, soplando las frágiles llamas de las velas y dejándolas a merced de los resplandores de la tormenta. Y con ella irrumpió en la estancia un cuervo que se posó sobre la lámpara de araña, mirando la escena con dos orbes pequeños y brillantes, cargados de tiniebla.

“10 meses antes, pantano Manchac, cerca de la plantación Crow y del lago Pontchartrain”

La joven corría entre los árboles retorcidos, cubierta por su capa de color púrpura.

—¡Antonine! —gritó feliz— ¿Dónde estás?

Pronto llegó al viejo cementerio en la orilla del pantano y contempló la extraña lápida de piedra que se encontraba más cercana del agua. Desde pequeña, los grabados de aquella losa habían tenido el poder de fascinarla; representaban a una multitud de seres con aspecto extraño y diminuto que bailaban alrededor de algo que ella interpretaba como un Dios, una silueta enorme y siniestra que pese a su aspecto terrorífico, siempre acababa cautivándola.

El sonido de una rama rota la retornó al mundo real y se volvió para mirar.

—¿Antonine? —preguntó al vacío, reprimiendo una sonrisa—. Sé que eres tú, no puedes engañarme.

Pero al no obtener respuesta, su atención regresó junto a las figuras de la losa. En ocasiones imaginaba que aquel ser la llamaba desde la oscuridad, susurrándole cosas increíbles y dulces, zalamero. Entonces se veía a sí misma sumergiéndose en el agua para encontrarse con él, para renacer…

Amelie cerró los ojos, dispuesta a dejarse llevar por sus extrañas fantasías. Y de repente algo la agarró de la cintura y le dio la vuelta.

—¡Serás truhán! —exclamó al ver a su mejor amigo a unos palmos de su cara, riéndose por el susto bien realizado.

—¿Qué hace una princesa en este desolado lugar?

—Yo no soy una princesa —soltó ella, abrazándolo—. Y dentro de poco ya no nos quedará nada.

Antonine la apretó fuerte contra sí y olió su cabello dorado. Era bien sabido que monsieur Crow lo había perdido casi todo apostando, por no mencionar los efectos devastadores de las plagas que, en los últimos tiempos, habían azotado a la plantación y habían vuelto más caótica su posición económica.

—¿Pero sabes una cosa? —añadió la muchacha—. ¡Estoy feliz!

Una sonrisa de dientes blancos se perfiló en la cara del joven, contrastando con el tono oscuro de su piel.

—¿Feliz? —quiso saber a continuación, apartándola suavemente para poder mirarla a los ojos.

Ella asintió con un gesto de cabeza antes de responder.

—¡Si! —rio— ¡Porque al no tener nada seré libre de irme contigo, ya nadie podrá decirme a que color de piel amar!

Ambos mantuvieron el contacto visual durante unos minutos, en silencio. “Es demasiado inocente, mi dulce soñadora” reflexionó el muchacho, lleno de tristeza. Ese día no llegaría jamás, él no dejaría de ser un esclavo y ella la hija de un “apoderado”. Ni tan siquiera la quiebra podía cambiar aquel desquiciado orden social, impuesto a fuerza de látigos y varas.

—Lo veré cuando lo crea —sentenció Antonine—. ¿Por qué siempre quedamos aquí? —preguntó, intentando evadir el tema—. Este viejo cementerio olvidado está maldito.

Amelie captó la indirecta.

—No son más que tonterías —alegó divertida, aceptando la iniciativa.

—Mi madre nos contaba a mis hermanos y a mí que en otros tiempos, mucho antes de que apareciera el hombre, en Manchac se había erguido una extraña ciudad, ya desaparecida. Lo único que queda es esa lápida que tanto te entusiasma.

—Fábulas —lo interrumpió la joven, riéndose—. Yo también estaba presente cuando Angora explicaba esos cuentos de hadas, ¿Recuerdas? Prácticamente me he criado contigo, vosotros sois más de mi familia que mi propio padre. Y es imposible que hubiese algo antes que el hombre; mi aya es muy fantaseosa, algo que me encanta. Ahora quiero que me beses.

—¿Qué? —preguntó el chico, sorprendido; contempló como ella se bajaba la capucha y la luz se reflejaba en sus ojos azules, volviéndolos tan cautivadores como dos gemas preciosas.

—Bésame, lo deseo —insistió Amelie.

—Puede vernos alguien —argumentó Antonine, con la voz temblorosa—. Tu padre no está muy contento conmigo.

—No me importa, aquí no hay nadie más salvo tú y yo —sentenció ella, acariciándole la cara con suavidad—. Te prometo que llegará ese día, amor —susurró, acercando los labios poco a poco—. El día en el que no importará el color de la piel, en el que no habrá amos…

Ambos se fundieron en un cálido beso de amor verdadero, olvidando la crueldad del mundo que los esperaba fuera de aquel antiguo y sagrado lugar, ignorantes de los ojos discretos que los escrutaban desde las sombras.

—¡MALDITO BASTARDO! —gritó monsieur Crow, tras pegarle en la cara.

Sus dos capataces inmovilizaban al muchacho, que se retorcía de dolor con cada golpe recibido.

—Me tienes hasta los cojones, negro de mierda —añadió el amo, acercándose para poder susurrarle al oído—. Te he consentido agravios por respeto a tu madre, incluso te he dejado corretear con mi hija en ese espantoso lugar. ¡Pero antes prefiero morirme a permitirlo!

Su aliento apestaba a bourbon y Antonine tosió, sintiendo un punzante dolor en el labio inferior, que se hinchaba cada vez más.

—¡Yo no he hecho nada! —exclamó en un intento de defenderse; ni siquiera sabía por qué le caía la manta de palos.

—¡Jodido mentiroso! —soltó uno de sus captores.

Monsieur Crow se apartó pensativo y dedicó al chico una gélida mirada. Entonces le pegó un puñetazo en el ojo, tan fuerte que su cara crugió.

—¡VEN AQUÍ, BIZCO! —exigió después, acariciándose el puño dolorido; la puerta del despacho se abrió y en la estancia entró uno de sus esclavos más fieles.

Al verlo, Antonine lo contempló con dureza; era sabido por todos que Musaraigne siempre andaba de un lugar a otro de la plantación ojo avizor, buscando cualquier detalle que contarle a su amo como un perro faldero con el rabo entre las piernas.

—Díselo —exigió Crow—. Dile lo que me has contado esta mañana.

El hombre se veía incapaz de mirar al joven a la cara. Sabía que había tocado una piedra angular, que ninguno de sus compañeros lo perdonaría jamás. No obstante, una costumbre arraigada con violencia costaba de quitar. “Que los ancestros me perdonen” pensó miedoso, antes de hablar.

—Los… los vi… yo los vi…

—Venga jodido zoquete bizco, no tenemos todo el santo día —lo interrumpió monsieur Crow.

Los dos mayorales estallaron en una carcajada.

—Lo… Lo vi besa besando a mademoiselle Amelie, ay… ayayer en el pantano.

Antonine abrió mucho el único ojo sano que le quedaba.

—Muy bien, sucia sabandija, así me gusta. Te lanzaría un hueso —el amo se dirigió al mueble bar y se llenó otro vaso de bourbon; le temblaban tanto las manos que derramó algo de alcohol sobre la bandeja de plata. Necesitaba calmar el fuego que ardía en su interior, deseoso por devorar todo cuanto perdía con cada partida de cartas, con cada apuesta mal realizada, con las plagas. Su hijita era lo único puro que le quedaba y ahora… “Seguro que me la habrá dejado preñada y saldrá un bastardo canela”.

Crow se volvió y regresó junto a su presa, vaciando el recipiente de un trago

—Ahora dime, Antonine. ¿Te la has follado? ¿Has mancillado el honor de mi pequeña?

La cara del muchacho se contorsionó con una mueca de terror.

—¡No! —gritó— ¡SE LO JURO, MONSIEUR CROW! ¡NO LA HE TOCADO!

El hombre lo miro a los ojos con semblante inexpresivo. Y sin previo aviso le arrojó el vaso a la cara. El estallido reverberó en la estancia mientras el cristal, hecho añicos, caía al suelo salpicado de sangre. Los capataces votaron desde sus puestos y dedicaron a su jefe una mirada cargada de sorpresa.

El joven soltó un alarido de dolor; de su frente sobresalían varios trozos de vidrio y una cascada escarlata le bañaba la mitad del rostro, provocando una imagen grotesca.

—¡SE LO JURO! —imploró lloroso—. ¡JAMÁS LE HARÍA ESO A AMELIE, YO LA AMO…!

—¡QUE LA AMA DICE! ¡EL AMOR NO ES COSA DE BESTIAS!

Musaraigne observaba la escena temblando, percibía como la ira del señor crecía cada vez más. “Perdóname, Angora…” se dijo. Debía avisar a mademoiselle Amelie de inmediato.

—Yo sé cómo solucionar esto —sentenció Crow—. Tú eres mío, por lo que puedo hacer contigo lo que quiera. Traedme una soga. Pero antes… ¡Bajadle los pantalones, zoquetes!

Los hombres lo miraron extrañados, mientras su jefe sacaba un puñal del interior de una de sus botas de montar.

—Esto enseñará a todos los monos una lección, lo que pasa por ensuciar a una mujer blanca.

Amelie gritó fuera de sí; a cada segundo transcurrido, una inmensa agonía se iba apoderando de su alma, quebrándola como un espejo. Angora la sujetaba con fuerza, intentando inmovilizarla para que no corriera hacia él. Ambas lloraban desconsoladas, unidas por el dolor de la pérdida e ignorando a la multitud de esclavos que se arremolinaban delante de aquel árbol retorcido. El cuerpo sin vida del muchacho se balanceaba colgado de una soga, con un charco rojo entre las piernas.

—¡NOOOOOOOOOOO! —aulló la joven, forcejeando para que la dejaran ir. Tras varios intentos logró deshacerse de su aya y corrió hasta el cadáver, esquivando a la gente que intentaba agarrarla.

Antoine los miraba a todos con ojos inexpresivos y muertos, su piel había adquirido un aspecto ceniciento y extraño, antinatural. Ella se aferró a sus tobillos, ignorando los ríos escarlata que le resbalaban a través de los muslos. Entonces miró arriba, descubriendo al detalle la cruel mutilación. Le habían cortado los testí… Chilló histérica, sentía que se ahogaba, no podía respirar. De golpe dos brazos grandes y fuertes le dieron la vuelta. Sam, el hijo mayor de Angora, la apretó contra su pecho, con los ojos bañados de lágrimas. Amelie lo observó un segundo y se desvaneció.

Monsieur Crow temblaba de pies a cabeza. Angora lo miraba de una forma penetrante, plantada frente a la puerta del despacho. Y sus ojos relucían como centellas del infierno, provocándole intensos escalofríos.

—¿Qué… que es lo que quieres? —le preguntó hosco.

—Quiero que me permitáis descolgar el cuerpo de mon petit, amo —respondió la mujer.

El hombre dudó unos instantes; ya evaporado el efecto etílico del bourbon comenzaba a ver la intolerable crueldad de sus actos, por no hablar del infernal dolor de cabeza que lo torturaba en silencio. Y la aya de su hija siempre había tenido el poder de intimidarlo, se veía incapaz de explicarlo con palabras; en aquel momento emanaba una energía tormentosa, como una fuerza destructora de la naturaleza. “Es mejor que ceda” pensó; al menos, el mono ya no le reportaría más quebraderos de cabeza.

—Está bien, mujer. Nadie se interpondrá, haced lo que prefiráis con el cuerpo.

Una sonrisa helada se dibujó en el rostro de la esclava, que se dio la vuelta dispuesta a marcharse. Pero un segundo después se giró de nuevo para mirar al asesino de su hijo, sin borrar el gesto de la cara.

—Otra cosa más —añadió, caminando lentamente hacia el escritorio.

El hombre no pudo disimular su desconcierto desde el otro lado. Y miró, con los ojos cada vez más abiertos, como ella se mordía en la muñeca y escupía un poco de sangre sobre la superficie barnizada.

—¡QUÉ COÑO…! —exclamó él, levantándose de golpe.

—Tal vez yo sea negra, monsieur —dijo la mujer—. Pero mi linaje es mucho más ancestral que el vuestro. Y a partir de ahora, estáis maldito. Así que os reto, colgadme a mí también de una rama, mutiladme, serviros de vuestra cobardía, tremendo hijo de perra. Porque si no lo hacéis, averiguaréis lo que es el puro terror.

Un pánico repentino rebotó en el alma del amo, incapaz de despegar los labios. Contempló como ella se marchaba, sin pestañear, percibiendo el pulso acelerado en las sienes. Entonces miró a la mesa, descubriendo que la sangre burbujeaba, devorando la madera.

“Cuatro semanas después”

Los pétalos flotaron en la orilla del pantano, gráciles como bailarinas. Amelie deshojaba las flores lentamente, al compás de las lágrimas que caían a través de sus mejillas y descendían cuello abajo, hasta perderse en el canalillo tras el corpiño. La capa negra que la cubría ondeaba gracias a una brisa que, pese a ser agradable, no lograba calmar su agriado ánimo.

Siempre solía quedar allí con Antonine, desde la más tierna infancia. Y en aquel mismo lugar, por culpa de su inconsciencia, lo había condenado a morir de una manera tan cruel…

La muchacha jamás perdonaría a su maldito progenitor; pero si era sincera consigo misma, sabía que hacía muchos años que lo había perdido, desde que falleciera su madre cuando ella contaba con cinco años de edad. Pensar en la hermosa mujer que apenas recordaba consiguió calmar un poco su pena. Tal vez el tiempo borrara su rostro, pero las sensaciones permanecían intactas. Y sabía que había sido una preciosa dama, hija de criollos españoles. Se hallaba tan sumergida en su mundo que no se percató de que alguien se acercaba lentamente.

Angora le acarició el cabello y la joven reaccionó volviéndose de golpe.

—Hola mi pequeña —la saludó el aya, dedicándole una triste sonrisa. Nunca sería capaz de culpar a su princesita, ella era otra víctima de la brutalidad; y sabía que podía convertirse en su mejor aliada.

La muchacha la abrazó y rompió a llorar.

—Angora, me siento muy mal —sollozó—. Yo lo besé y Musaraigne nos vio…

—Shhhhh, mon petit fleur. No es culpa tuya, tú solo amaste a mi hijo con todo tu corazón. Nadie puede culparte de eso. ¿Por qué siempre vienes aquí?

El llanto de Amelie fue amainando poco a poco.

—Él me reconforta —respondió, señalando a la antigua lápida—. El ser que es más grande que los demás, la figura sobre la que nos contabas esos cuentos de hadas.

—¿Hablas del Dormido?

La joven asintió con la cabeza.

—Antes cerraba los ojos e imaginaba que me susurraba desde las sombras —contestó a continuación— y me decía cosas dulces, me llamaba… Pero ahora, cuando cierro los ojos, sólo lo oigo hablar de dolor, de venganza. Me tiene muy confusa.

La esclava siempre había sabido que su flor podía escuchar a los ancestros, incluso a pesar de tener la piel tan blanca como la nieve. Y sentía la necesidad de protegerla de su destino, la quiebra. Los acreedores de monsieur Crow ya habían comenzado a cobrarse las deudas, a cada día transcurrido las salas de la mansión iban quedando vacías, incluso habían vendido a una multitud de sus compañeros de tez morena. Pero jamás permitiría que el bastardo de su amo jugara con Amelie. Mientras su bella flor viviera, su hijo lo haría con ella; por lo que necesitaba transmutarla, convertirla de presa fácil a depredadora. Y sabía cómo lograrlo.

—¿Y si te dijera que no son cuentos de hadas? —soltó Angora, toda dulzura—. ¿Y si te asegurara que esa losa representa a antiguos Dioses, venerados por mi pueblo en la lejana África, desde tiempos ancestrales?

La muchacha la miró a los ojos, sorprendida.

—Es imposible, Angora. Ahora estamos en La Luisiana.

—Lo sé cariño. Pero ellos han sido venerados en muchos sitios distintos, incluso aquí, hace ya cientos de años. ¿Por qué crees que está esa piedra en este pantano? Ahora, nosotras dos nos hallamos en un santuario, un lugar sagrado. Aquí hay mucho poder.

—¿Poder para qué?

—Para salvaguardarte de tu cruel destino, para vengarnos.

La última palabra de la esclava revoloteó en el joven y herido corazón de la muchacha, que sentía que ya no había salvación para su progenitor.

—Ojalá fuera verdad —susurró melancólica.

Angora sonrió.

—Te lo demostraré, mon petit fleur —añadió, sorprendiendo a su ama—. Ves frente a la lápida y reza, reza al Dormido con toda la potencia del odio que sientes hacia tu padre. Pídele una prueba de su existencia, a ver que sucede.

Amelie la miró interrogante.

—No pierdes nada, cariño…

El antiguo cementerio se hallaba iluminado por numerosas hogueras y antorchas; la cálida luz de las llamas provocaba sombras bailonas e hipnóticas en los objetos y en las personas. Había llegado el momento de invocar al Dormido, de pedirle poder y riqueza, venganza. Incluso el cielo auguraba la magia que ya se condensaba en el ambiente, iluminándose de blanco cada pocos minutos mientras el sonido de los truenos reverberaba como un instrumento añadido.

Sobre las aguas del pantano reinaba una niebla densa, penetrante, que se extendía tierra adentro como un oleaje brumoso. Amelie caminaba hacia la lápida, cubierta por su capa negra. Varios de los esclavos tocaban inmensos tambores de forma rítmica y ensordecedora, mientras la multitud cantaba a viva voz antiguas letras que no comprendía, arremolinada en círculo a su alrededor.

Angora la esperaba junto a la losa, ataviada con una túnica de color blanco. Cuando la muchacha llegó hasta ella le tendió la mano y se la besó de forma delicada, casi reverencial.

—Recuerda lo que te conté cuando solicitaste la prueba de su existencia —le dijo, dedicándole una sonrisa.

Amelie le devolvió el gesto, aterrada y emocionada al mismo tiempo. Jamás podría olvidar aquella tarde en la que sus convicciones se habían quebrado como un cristal. Tal y como le pidiera su aya, había rezado a aquel extraño Dios, proyectando en la piedra todo el odio que sentía hacia su padre y sus secuaces. Al principio no sucedió nada, pero de repente el agua se había agitado con violencia y ambas vieron una silueta bajo la superficie, que dejaba un brillante objeto antes de esfumarse.

“Anda, ves” le había dicho la mujer entonces. Y ella la había obedecido temblorosa, introduciéndose hasta los tobillos para luego coger su regalo, una enorme concha de oro macizo…

La joven volvió al presente, percatándose de que durante un segundo había retrocedido en el tiempo.

—¿Estás preparada, mon petit fleur? —quiso saber Angora, soltándole la mano.

—Lo estoy —respondió Amelie, un poco nerviosa.

—Invoquemos pues a los subordinados del Dormido, para que lleven a cabo el sacrificio y lo alimenten de las tinieblas de sus corazones perversos.

—¡PH’NGLUI MGLW’NAFH CTHULHU R’LYEH WGAH’NAGL FHTAGN…! —cantó la multitud.

—¡OH, DORMIDO, QUE SUEÑAS DESDE LOS TIEMPOS ANTIGUOS EN TU CIUDAD OCULTA! –exclamó la mujer—. ¡VUELVE A ACUDIR ANTE LA PRESENCIA DE ESTA BELLA FLOR, QUE ESCUCHA TU LLAMADA Y YA CREE CIEGAMENTE EN TU PODER!

—¡PH’NGLUI MGLW’NAFH CTHULHU R’LYEH WGAH’NAGL FHTAGN…!

—¡OH, REY DE LOS DIOSES DEL INFRAMUNDO SUMERGIDO, ILUMÍNANOS CON TU PRESENCIA ASTRAL, ACEPTA EL SACRIFICIO DE SANGRE QUE TE OFRECEMOS! 

Amelie alzó los brazos al cielo y se postró frente a la lápida; después besó a la figura más grande. “Acude a mí, precioso salvador” le rezó en silencio. “Acude a mi llamada y venga mi roto corazón”.

Entonces la muchacha retrocedió asustada, pues varios puntos luminosos comenzaron a aparecer en las siluetas, como si hubieran abierto los ojos para mirarla. De repente sintió que una fuerza bestial brotaba de la piedra, al mismo tiempo que una presencia amorfa y traslúcida, gigantesca, se iba perfilando sobre su cabeza.

El ser le hizo una reverencia y se fragmentó en un millar de diablillos brumosos, que corrieron hacia la mansión.

La joven los vio marcharse con los ojos abiertos como platos, comprendiendo lo que aquello significaba. El Dormido la había escuchado, aceptando el sacrificio. Y el destino de los causantes de su desgracia estaba sellado.

Los tambores reverberaban por todo el pantano y su potente sonido inundaba los oídos de Musaraigne, que corría como alma que llevaba el diablo hacia la mansión. Una tempestad se arremolinaba sobre el cielo nocturno, tiñéndolo momentáneamente de blanco cada pocos minutos.

“Estamos bien jodidos” pensó, deteniéndose un instante para recuperar el aliento. Los había visto a todos celebrando aquel ritual oscuro y sabía que invocaban a una fuerza destructora. Lo sentía en cada partícula de su cuerpo. “He de conseguir algo con lo que defenderme” se dijo para reconfortarse.

Al entrar en la residencia percibió que un insoportable hedor a pescado en descomposición impregnaba el aire, provocándole arcadas. Salió veloz hacia el despacho y cuando ya le quedaba muy poco para llegar, unos disparos resonaron por el pasillo, logrando que diera un brinco. Reconoció el sonido de las escopetas de caza de monsieur Crow. “Maldtia sea”. Él sólo deseaba armarse hasta los dientes, si el bastardo de su amo vivía o moría le importaba muy poco. Las puertas de madera lo esperaban abiertas de par en par, por lo que se asomó en busca de la deseada vitrina. Contuvo el aliento, preso del terror.

Una sombra amorfa y enorme sujetaba a uno de los capataces por el cuello. Su arma yacía tirada en el suelo, a cierta distancia… El hombre flotaba en el aire, luchando contra una fuerza que escapaba a su control. De repente la figura fantasmagórica le arrancó toda la ropa de un estirón, dejándolo casi desnudo. El mayoral intentó darle patadas, se revolvía mientras le agarraban de la piel del pecho y lo despellejaban de cuajo, salpicando escarlata por todas partes.

Musaraigne chilló histérico, corrió hacia la escopeta y logró agarrarla, apuntó con pulso tembloroso, viendo como el ser arrojaba el cadáver por una de las ventanas, quebrando los cristales. Sintió que lo miraba, sintió la furia de un depredador implacable preparándose para atacarlo. Disparó y la bala traspasó a la entidad, que comenzó a fragmentarse en miles de pequeños seres de menor tamaño. El hombre gritó y huyó hacia las habitaciones del piso superior. Cuando había ascendido por la mitad de la escalera resonó otra detonación y necesitó darse la vuelta.

El otro capataz de monsieur Crow disparaba a los diablillos desde el hall, gritando a pleno pulmón. Un segundo más tarde la marabunta se abalanzó sobre el pobre cretino, que chilló mientras se agitaba desesperado por sacárselos de encima; sus gritos fueron subiendo de volumen hasta convertirse en alaridos llenos de agonía. Entonces reventó en mil pedazos, levantando una niebla roja que flotó en aire como una flor escarlata.

El esclavo gitó, apartó la mirada y sintiéndose desfallecer, aceleró el paso hasta la primera planta.

—¡POR AQUÍ! —le gritó su amo, que se asomaba desde la puerta de sus aposentos, pálido como la luna.

El hombre entró en la estancia, apresurado.

—¡AYÚDAME A MOVER EL ARMARIO, DEPRISA! —le exigió monsieur Crow. Presentaba un aspecto lamentable, lleno de heridas y con la ropa desgarrada.

Musaraigne obedeció sin rechistar; el mueble pesaba y les costó desplazarlo hasta la entrada, aunque sabía que aquello no sería suficiente.

—Esto los entretendrá —añadió el viejo—. Llevo un mes preparándome, esa zorra me advirtió… —escupió en el suelo, su saliva tenía un aspecto rojizo—. Debería haberla colgado, junto a la zorra de mi hija. Perras desagradecidas, quieren aniquilarme —su expresión adquirió un semblante horrible, una máscara de locura abrumadora—. Pero soy un hombre luchador, ¡NO MORIRÉ POR SU MALDICIÓN! ¡MIRA!

Musaragne siguió la dirección de su dedo, que le señalaba hacia el interior de la habitación. Contuvo el aliento. “Dios bendito” se dijo. La estancia estaba llena de barriles, de los cuales sobresalían mechas largas que se enzarzaban las unas con las otras. Notó el característico olor de la pólvora, comprobando que había esparcida por todas partes.

—¡COMPRAR ESTO HA ACABADO DE LLEVARME A LA RUINA! ¡PERO A LA MIERDA EL DINERO, NO SIRVE PARA UN HOMBRE MUERTO COMO YO!

“Maldito chiflado” caviló el esclavo. Todo había sido culpa suya, él había traicionado a los amantes debido al miedo que le tenía a aquel malnacido loco y suicida, a sus palizas continuas… Pero ahora lo veía tal y como era, un bastardo. Y morir no entraba en sus planes, por no mencionar que iba armado. El odio transformó su expresión de cordero, dejando al señor paralizado de terror cuando lo encañonó con la escopeta y lo apuntó a la cara.

—¡Esto es lo que mereces, maldito hijo de puta! ¡MORIRÁS POR LA MANO DE UNO DE LOS NEGROS A LOS QUE TORTURASTE!

Comenzaron a golpear la puerta con fiereza y el armario botaba de forma brusca cuando su dedo apretó el gatillo, volándole los sesos al viejo. El cuerpo cayó sobre una mesa cercana, en la cual habían varios candelabros con velas encendidas, la tumbó.

“Grandísima mierda” pensó Musaragne por última vez, viendo lentamente como los cirios tocaban el suelo, saltando un chispazo…

La explosión fue tan intensa que se oyó por todo el pantano. Durante un segundo cesaron los tambores y los cánticos. 

Amelie cerró los ojos, sabedora de la muerte de su padre. Pero no podía lamentarlo, no después de sus horribles actos. Tampoco añoraría a su mansión destruída, pues sabía que podía construir otra mejor, una que no estuviera manchada por la desdicha.

Un murmullo se acercó hasta ellos y la marabunta de diablillos apareció correteando. La multitud se apartó para dejarles pasar y contempló como éstos chocaban contra la piedra, tiñéndola de rojo. En menos de un minuto ya no quedaba ninguno y la superficie ancestral brillaba por la sangre fresca.

—Es el momento, mi niña —sentenció Angora.

Tocó la superficie húmeda, manchándose un dedo de escarlata. A continuación dibujó unos extraños símbolos sobre la frente de su ama.

—Recuerda que a partir de esta noche deberemos realizar un sacrificio al Dormido cada cinco años para no despertar su cólera y nos maldiga.

La joven tragó saliva, nerviosa. Por fortuna, aquella deidad no tenía preferencias en cuanto a la sangre humana. Le bastaba con cualquiera, fuera honrada o aberrante. Y ella sentía predilección por entregarle a bastardos como su progenitor.

—Nadie romperá el rito —respondió, segura de sus palabras. Ambas se sonrieron.

—¡Traédmelo! —ordenó Angora.

El cielo crujió sobre sus cabezas, precedido por los tambores y los cánticos. Una chiquilla pequeña y bonita se acercó a las mujeres con un voluminoso paquete envuelto en seda blanca.

El aya se lo quitó de las manos con un cariño reverencial y los ojos brillantes. Acarició la tela y la besó, mientras dejaba atrás a la multitud y entraba en el agua, hasta quedar sumergida por las rodillas. Seguidamente fue desenvolviéndolo poco a poco, dejando visible una única pieza de piel humana, con un rostro que nunca se cansaría de mirar.

—Han pagado muy caro tu asesinato, mon petit —le susurró—. Pero tu piel dará comienzo a una nueva era, tú serás el recipiente necesario para el contacto.

Sus manos fueron sumergiendo el pellejo, hasta que lo dejaron flotando.

—¡Oh Dormido! —exclamó, alzando los brazos al cielo—. Ven a nosotros, acude a la llamada de tu preciosa flor… ¡PH’NGLUI MGLW’NAFH CTHULHU R’LYEH WGAH’NAGL FHTAGN…!

—¡PH’NGLUI MGLW’NAFH CTHULHU R’LYEH WGAH’NAGL FHTAGN! —cantó la multitud.

Angora regresó hacia la lápida y la muchacha. La niebla del lugar retrocedió como un oleaje, adquiriendo la forma de una infinidad de tentáculos exhorbitantes, que se introdujeron en el interior de la piel sin carne, hinchándola y dándole el volumen perdido.

Amelie se cubrió la boca con las manos. Su Antonine surgía del agua cubierto hasta la cintura y la miraba de forma penetrante. Ella lloró de felicidad y lo deseó; sabía que en su interior se condensaba la energía del Dormido, pero al menos volvería a tocar a su amor, aunque fuera una sola vez.

—Vé con él, mi flor —le dijo el aya.

La joven quitó el broche de la capa, que resbaló lentamente sobre su piel, dejándola desnuda.

—Te desea, será dulce contigo.

Amelie respiró fuerte y se dirigió a su destino con una sonrisa en los labios. Pronto quedó sumergida hasta las pantorrillas, siguió adelante ignorando la frialdad del líquido y llegó a su amigo inseparable, al hombre con el que había soñado una vida en común. Él la miró con ojos rojos, se dejó abrazar y besar.

—Te amo, Antonine —susurró ella, percibiendo que él la apretaba fuertemente contra su cuerpo y la iba hundiendo poco a poco.

La tempestad llegó a su cénit y un aguacero se desplomó sobre el antiguo cementerio. Empezaron a caer rayos en algunos árboles, en la superficie del lago…

—¡NO DEJÉIS DE TOCAR NI DE CANTAR! —exclamó Angora, riendo ante el poder de los ancestros.

Y la orilla fue irradiando una luz cada vez más intensa, dorada, un millar de sombras bajo la superficie dejaban su presente, que se iba condensando hasta que montones de gemas y figuras de metal precioso emergieron como icebergs, cubriendo la arena y las piedras de oro macizo.

El ritual siguió su curso. La tormenta amainó impregnando el aire de un fresco aroma a humedad. Amelie emergió renacida, tal y como había imaginado en sus fantasías cargadas de inocencia perdida. Cesaron los tambores y los cánticos, la multitud la aplaudió y se arremolinó en torno a la lápida, que se había secado, quedando tiznada de granate oscuro.

Nada más verla Angora corrió hacia ella y la ayudó a caminar sobre el terreno dorado.

—Ha sido bueno conmigo, tal y como dijiste —dijo la joven, que miraba a su alrededor deslumbrada por el brillo del oro y las piedras preciosas.

—Lo celebro, mon petit fleur —respondió el aya, abrazándola—. Observa su presente, el Dormido te ha convertido en la reina de La Luisiana.

—Nos ha convertido a todos en reyes —la corrigió Amelie—. Mientras yo sea rica, vosotros también lo seréis, se acabó la violencia.

Angora le sonrió mientras la cubría con una manta de tacto delicado.

—¿Y ahora que haremos? —preguntó la muchacha, tiritando.

—Ya hemos solucionado tu falta de dote. Ahora, hay que buscarte un buen esposo. Y tengo al candidato perfecto, uno que ya te ama en secreto.

—¿Nathaniel Mirror?

—En efecto, preciosa. Es guapo, sano e inteligente, y posee un corazón noble repleto de pureza. Acudirás a su mansión como una damisela en apuros, llorando la muerte de tu padre. Y lo seducirás, te meterás en su cama tentándolo con tu belleza, dejarás que como todos los hombres, te deseé y luego permitirás que te posea. Es un joven de honor. Y sus padres, sabiendo de tu increíble riqueza, no se opondrán al matrimonio.

—Pero es harto conocido por todos que padre malgastó nuestra fortuna en prostitutas, alcohol y apuestas… Y las plagas, nadie las olvida…

—No te preocupes Amelie. Yo me encargaré de abrirte las puertas a la alta sociedad. Incluso podrías volver a enamorarte, Nathaniel es el objeto de deseo de muchas mujeres, te envidiarán.

La joven le acarició la mejilla. Desde luego, monsieur Mirror era la mejor opción. Sus padres habían intentado casarlos antes de que la fama de su maldito progenitor decayera, junto a la de la plantación.

—Tal vez me enamore —le dijo a Angora, con voz melodiosa— Aunque nunca jamás lo haré como amé a tu hijo. Él siempre estará en mi corazón, ya lo siento aquí —le cogió la mano y la colocó sobre su vientre. Las dos sabían de quién era la semilla que germinaba en la matriz de la muchacha. Pero para Amelie, sería el hijo de su verdadero amor.

Al oír el sonido de la puerta, Nathaniel se volvió de repente. Angora entró en la estancia, con dos preciosas criaturas en los brazos.

—¡Dios mío! —exclamó el joven, lleno de asombro—. ¡Pero si son dos! ¡Soy muy feliz, François!

—Le felicito, monsieur —le dijo la mujer—. Son varones sanos y fuertes.

El esclavo la miró a los ojos, antes de centrarse en los recién nacidos. Uno tenía el cabello oscuro como las plumas de un cuervo, mientras que el del otro era de un color castaño claro, igual que su amo.

—¿Y mi esposa, está bien? —preguntó el muchacho, con un deje de ansiedad en la voz.

—Está bien, ahora duerme. ¿Desea entrar a verla?

—Oh sí, por favor. Es lo que más deseo en este momento… ¡François, avisa a mis padres, a todo el mundo! ¡Soy padre de mellizos!

Me llamo Ramón Márquez Ruiz y soy escritor, diseñador gráfico e ilustrador. Bienvenidos a Novelesco. Si deseas saber más cosas sobre mi, clica abajo. Muchas gracias por leerme ; )

CAPÍTULO 7. EL VENENO DE LA SERPIENTE

CAPÍTULO 7. EL VENENO DE LA SERPIENTE

«Madrid, 17 de Julio de 1986»

 

En el exterior hacía un bochorno insoportable, pero dentro de la limusina reinaba un agradable frescor.

Álvaro miró como su hija se sentaba a su lado, tan silenciosa como una sombra. Sabía que la niña tenía las mismas ganas que él de asistir a aquel encuentro, pero había obligaciones familiares que no podían evadir… Nada más cerrarse la puerta, dedicó una sonrisa a su chófer. 

—Rodrigo, cuando quiera ya podemos marcharnos —le indicó a continuación, de forma amistosa.

—Como guste, señor Siena.

—Por Dios, tutéame. Ahora no llevas a Mr. Stone…

El conductor le devolvió el gesto desde el espejo retrovisor, antes de subir la mampara de vidrio oscuro para concederles intimidad. Entonces la atención de Álvaro volvió a centrarse en su pequeña. 

—Mira cariño, es para ti —le dijo, señalando al regalo que había depositado previamente en uno de los asientos vacíos. 

Marla lo observó con una expresión de sorpresa dibujada en el rostro, desconcertada; luego estudió el enorme presente, mordiéndose el labio inferior. 

—¿Y esto por qué? —preguntó curiosa, después de la pausa—. Sabes que hoy no es mi cumpleaños…

—¡Vaya! —exclamó el hombre, con un tono jovial— debo haberme confundido…

La chiquilla soltó una risita. 

—Que tonto eres papá… venga, dime por qué.

—¿Desde cuándo eres tan preguntona? Anda cógelo, te está llamando…

Pero ella no se movió de su lado, dejándolo confundido. Él contempló cada centímetro de aquella carita que amaba con locura y se perdió en el intenso azul de sus ojos. “Cada día se parece más a su madre” pensó satisfecho; su esposa había sido una mujer muy especial, fuerte, carismática, de una belleza sublime y un alma rebelde como pocas. 

—¿Quieres hacerme el favor de abrirlo? —añadió, forzando la situación—. O me lo quedo para mí…

El silencio se impuso entre los dos.

—No lo quiero. Sé que viene de parte del abuelo…

El hombre se asombró con la respuesta. Su hija demostraba ser inteligente y sensible, captaba la esencia de aquel anciano a la perfección. Desde luego, su suegro no era la clase de persona que despertara simpatías, mucho menos infantiles. Y siendo sincero, a él tampoco le agradaba, pese a que los uniera un lazo familiar. 

—Es mío, él no tiene nada que ver. 

—Prométemelo. El abuelo no me gusta, es mala persona. Y tampoco tengo ganas de que vayamos a verlo. 

Álvaro no pudo reprimir una ligera satisfacción interior, pese a que se veía forzado a regañarla. Las relaciones con aquel hombre empeoraban cada vez que iba a visitarlos a Madrid, incluso empezaba a comprender por qué su mujer había intentado, a toda costa, alejarlos de él.

—No hables así, ¿quieres? —le contestó con un tono severo—. Recuerda que es el padre de tu madre, tal vez ella ya no esté entre nosotros pero le debemos respeto a su familia, por muy extraña que nos parezca. Además, también han venido tu tía Margaret y tus primos Billy y Joe… Se mueren de ganas de verte, te han echado mucho de menos…

Al oír eso un amago de sonrisa se dibujó en la cara de Marla. Joe tampoco le caía demasiado bien, le parecía un chico de carácter huraño y hosco que siempre se distanciaba de todo el mundo; pero adoraba tanto a Margaret como a Billy. 

—Aún no me lo has prometido —insistió la niña, esbozando una sonrisa.

—Pues te lo prometo ahora mismo —contestó su padre, besándose el dedo meñique de la mano derecha—. El regalo es de mi parte, solamente mío…

—Vale, te creo —respondió la nena, antes de abalanzarse sobre el paquete. Al quitar el papel se topó con una caja blanca; y al levantar la tapa contuvo el aliento… Ante sus ojos tenía a la muñeca de cerámica más grande y preciosa que había visto nunca. Sus pupilas lilas y enormes la miraban desde una carita redonda de facciones estilizadas. Unos abundantes rizos oscuros de tacto suave le caían de la cabeza como una cascada, cubiertos por un sombrero de seda a juego con el fabuloso vestido que la cubría hasta los tobillos.

—¿Te gusta?

—Es preciosa, papá ¡Me encanta! —exclamó Marla, recuperando el habla— ¡Y es enorme!

—Celebro que te entusiasme, cariño. Me la han fabricado por encargo, es tan única como tú.

Álvaro sonrió satisfecho de su elección, al ver que la niña lo abrazaba con efusividad; intentó no pensar en el encuentro que los acontecía a los dos, lográndolo hasta que miró a través de una de las ventanas, contemplando su maravillosa ciudad. Por desgracia, comprobó que ya se hallaban cerca del lujoso Villareal. Y algo le decía que el anciano insistiría de nuevo en encargarse de la educación de hija, en llevársela a Estados unidos… “Antes habrá de pasar sobre mi cadáver” pensó, mientras besaba el dorado cabello de su tesoro…

«En la acutalidad»

 

Ni siquiera la selecta y zen decoración de mi despacho en Creytok lograba relajar la excitación que me embargaba por dentro. Durante un instante pensé que las fotos de uno de mis asociados y de sus hombres me miraban desde la mesa, todos con los ojos muy abiertos y sin brillo, muertos.

—Aún no me lo creo —le respondí a mi primo después de la pausa, apretando el teléfono con fuerza.

—Pues créetelo, ahí tienes las pruebas. Son fotografías de la escena del crimen, cedidas por uno de nuestros hombres de la policía.

Suspiré y miré a través de la cristalera, hacia la esplendorosa y radiante Barcelona.

—Supongo que hasta los titanes pueden eclipsarse —solté—. ¿Seguimos sin encontrar supervivientes?

—No los hay Marla, ya que cayeron todos —añadió Billy, desde el otro lado de la red—. Un testigo nos hubiera venido que ni pintado.

—Maravilloso —solté irónica. Oí como él aguantaba una risita.

—Pongámonos serios —añadió mi primo— ¿Tienes las fotos delante?

—Sí, espera —contesté, dedicando otro vistazo a las imágenes.

—Observa la de nuestro ex socio. Verás que tiene una herida en las manos, pero nada mortal…

Sonreí en silencio. El maldito bastardo seguía siendo un tipo elegante y guapo, incluso así, tan pálido y vacío de aliento. Alguien le había clavado las manos con su Katana, un detalle que me parecía interesante. “Logró liberar una” analicé rápida; después pensé que en este caótico mundo existía cierta justicia poética, al fin y al cabo, ya que aquel había sido su juguete favorito para terminar con los que consideraba sus enemigos, o estorbos…

—Esto no es obra de alguien cualquiera —argumenté unos segundos más tarde—. Hay que tener mucho valor para haberse enfrentado a ellos y hacerles eso. Por no decir que nuestro hombre gozaba de una excelente forma física.

—Y de nuestra sagrada protección —me interrumpió Billy.

—En efecto querido, no lo olvido. Por eso digo que nos enfrentamos a algo inusual. ¿También hemos conseguido el informe del forense?

—Por supuesto, ¿Acaso lo dudabas?

Me reí.

—En absoluto, tanto tú como tu equipo sois los mejores asesores, ya lo sabes.

—No me alagues tanto y prosigue analizando la foto, céntrate en la expresión de su rostro. ¿Qué ves?

—Miedo —respondí al momento—. Terror, más bien. Y eso es lo que me parece extraño. ¿Han encontrado huellas dactilares o algo por el estilo?

—Nada. Lo único que han hallado son unos agujeros misteriosos, que van desde una pared cercana y se extienden hacia el techo.

—¿Hacia el techo?

—Sí, querida. Son perforaciones, da la impresión de haber sido creadas clavando un punzón. Lo desconcertante es que siguen un recorrido que termina justo encima de nuestro hombre…

—Dudo mucho que alguien perdiera su tiempo en hacer boquetes con un palo, o algo así —lo interrumpí por instinto. Billy me cedió la palabra, como todo un caballero—. Me resulta muy interesante… ¿Alguna otra cosa extraña?

—La cristalera reventada y unas marcas en el asfalto de la calle, como si hubieran tirado un objeto contundente. Tal vez nuestro sicario vuele… —añadió mi primo, perspicaz.

Analicé la información, procesando todos los datos.

—¿Tú que crees? —le pregunté después de la pausa.

Billy pareció meditar una respuesta.

—Yo digo que si tú no vuelas nadie puede hacerlo —respondió bromista—. Pero volvamos a ponernos serios, es el tercer asociado español que cae en menos de seis meses. Y estamos hablando de clientes Premium, de los que han pagado escandalosas sumas de dinero para vivir tranquilos…

—¿Y las cámaras de seguridad? —volví a interrumpirlo—. Recuerda que fuimos nosotros los que instalamos nuestra tecnología en su edificio…

—Aunque suene increíble, Marla, lo han vuelto a fundir con un virus, dejándolo inutilizable…

—¡Oh, vamos! —exclamé, volviendo al ventanal. El cielo azul sobre la ciudad volvió a brindarme otra estampa de postal—. Esto se va tornando cada vez más interesante… Así que de nuevo, no hay grabaciones…

—A mí no me parece interesante, querida. Más bien diría que es una putada. Ahora estamos recibiendo llamadas de nuestros socios en tropel, casi no damos abasto para calmarlos a todos. Por no decir que tendrás que buscar a otro “voluntario” —mi primo remarcó la última palabra con énfasis—. Recuerda que ha caído junto a todos sus camaradas…

Solté una carcajada, era verdad. La mano derecha de nuestro ex socio debía de cumplir un papel importante en una reunión cercana, traicionado y vendido por su mejor amigo y jefe como si fuera un boleto para una lotería. Y lo cierto era que había sido seleccionado con mucho mimo, yo siempre elegía lo mejor.

—Hay más, no te preocupes —respondí—. Nuestros asociados son muy bien intencionados con nosotros, no te preocupes. Elegiré a otro y ya está. Ahora volvamos al tema que nos interesa. Así que no hay evidencias de ningún tipo, ni grabaciones, ni muestras…

—Es como si una sombra cargada de muerte hubiera entrado en su edificio, al igual que sucediera con los otros.

Siempre me habían encantado los enigmas. Sonreí abiertamente a mi reflejo, recordando los cuentos que corrían por los bajos fondos…

—¿Piensas que ha sido ella? —quise saber, directa— Cómo la llaman… ah, sí, Eternal.

Billy se rió.

—Puede ser. Desde luego que no hablamos de un asesino normal. Los forenses aún siguen practicando autopsias, pero los cuerpos analizados demuestran que estaban sanos al morir, y eso es lo raro. En los tres casos que llevamos se repite ese patrón. Y ya han muerto doscientas personas, entre nuestros asociados y sus séquitos.

—Supongo que no han encontrado marcas de mordiscos ni nada por el estilo —añadí jocosa.

—No, nada de eso, como era de suponer. ¡Por Dios! Los yonquis tienen mucha imaginación gracias a las porquerías de baja estofa que les venden. ¿Un vampiro? —se rió—. Ambos sabemos que hay cosas muy jodidas, pero esa especie no existe. Yo diría que se trata de un justiciero, en todo caso.

—Esto es obra de una mujer, me lo dice mi instinto —lo corregí.

—Como digas Marla, tú eres la experta en esa materia. Ahora dime, qué quieres hacer.

Necesité unos segundos para meditar; conocía una manera de esclarecer la situación, aunque Billy tendría que hacerme un diminuto favor para lograrlo.

—De momento quiero que consigas algo para mí. ¿Podrás, primito?

—Tú pide por esa boquita tan preciosa que tienes, cariño. Y yo me las arreglaré para cumplir tus deseos, como siempre.

Sonreí. Sabía que lo haría, Billy me seguía como un perrito faldero, desesperado por meterse en mis bragas, algo que no lograría jamás. Sería muchas cosas, pero no necesitaba abrirme de piernas para cumplir mis objetivos. Y él nunca me fallaba…

Miré mi reflejo denudo en el enorme espejo estilo Luis XV, preparándome mentalmente para la velada que me esperaba. Sabía que los invitados ya habían comenzado a llegar, pero necesitaba de unos momentos de intimidad. De repente sentí la necesidad de volverme y buscar a mi inseparable compañera de viaje, un talismán que me acompañaba allí donde fuera, desde hacía ya muchos años. Siempre que la miraba recordaba a mi padre, algo que me llenaba de energía y de valor, incluso a pesar de que después de todos sus intentos, había acabado convirtiéndome en la persona de la que él había intentado salvarme. No obstante algunos de sus valores habían cuajado en lo más hondo de mi ser, pese a considerarme una mujer fatal y perversa.

Contemplé los ojos lilas y preciosos de la muñeca, tumbada en la cama junto al precioso vestido dorado con el que iba a cubrirme para la ocasión. “Sé que me miras desde el cielo, papá” pensé nostálgica. “Pero hace tiempo que acepté cual era mi destino; las personas malditas como yo han de afrontar y aceptar su oscuridad”.

Unos golpes en la puerta me sobresaltaron, sacándome de mis ensoñaciones.

—Adelante —dije con la voz firme; sabía quién era.

Billy entró en la estancia y dedicó una intensa mirada a mi silueta. Iba engalanado con un frac que le quedaba perfecto, como un guante. Y noté como se excitaba al mirarme los senos. Pero no me importaba que me viera desnuda, jamás consentí que me tocara.

—Estás preciosa —me dijo, acercándose para darme un beso en la mejilla. Por instinto miré un segundo a su entrepierna, notando el bulto. Sonreí y le dediqué una sonrisa a sus ojos.

—Más lo estaré arreglada —respondí—. Ese vestido es precioso.

—Lo dudo mucho, querida —alegó mi primo, antes de apartarse para dejarme espacio— ¿Qué tal ha ido el vuelo?

—Tan perfecto como esta mansión, apenas la recordaba. Sin duda es lo mejor que nos pudo dejar el abuelo. Y han hecho un trabajo magnífico con la restauración.

—Celebro que te guste, Marla. La re inauguración nos brinda el escenario perfecto para solicitar protección a los ancestros; y algo me dice que la necesitamos más que nunca.

Ambos nos quedamos en silencio, mirándonos a los ojos.

—Por cierto —añadió él, después de la pausa—. Casi lo olvido, Maggie y los niños te mandan muchos recuerdos y se mueren de ganas de verte…

Le sonreí otra vez. Una preciosa mujer embarazada de seis meses y tres hijos llenos de luz eran lo mejor que me había dado mi primo. Y la verdad era que los amaba a mi manera, disfrutaba con ellos y de su inocente normalidad… Vivían tan alejados del oscuro mundo real…

—Tal vez mañana vaya a visitaros. Maggie ha de estar radiante…

—Si por radiante quieres decir gorda como una ballena, en efecto —respondió él, poniendo una mueca.

Mi mirada se endureció. A Billy le tenía en gran estima, pero no dejaba de ser la clase de hombre que acudía al lecho de una mujer con la verga dura, como si nosotras fuéramos un regalo que le perteneciera. “Bastardo” pensé, arrepintiéndome de haberle concedido, antaño, mi mejor regalo de cumpleaños. Conseguir el amor ciego de una top model de éxito no había constituido un reto para mi elaborado arte. Y Maggie seguía conservando su fértil belleza, junto a su dulzura…

Él notó la frialdad de mis ojos y se dirigió al tocador, dándome la espalda. Supe que me preparaba un estimulante.

—No soporto que me mires así. Anda, ven aquí; necesitas un poco de mi receta especial.

—Sólo si no es la mercancía de un muerto —argumenté.

—¿Por quien me tomas, querida? Aún quedan buenos y honrados narcotraficantes entre nuestros asociados.

Al apartarse vi que me había dejado preparada, sobre una bandeja de plata, una perfecta raya de coca. Yo nunca me drogaba en el día a día, pero en nuestras celebraciones sagradas necesitaba de ese estímulo para anular la mente racional; o tal vez, para aplacar a esa niña aterrorizada que de vez en cuando, pugnaba por surgir a la superficie desde un oscuro rincón de mi alma…

Al descender la escalera principal con mi precioso vestido dorado todas las miradas se posaron sobre mí. Disfruté el momento en silencio, permitiéndome el lujo de esbozar una tenue sonrisa. Los invitados iban engalanados para la ocasión y con las caras cubiertas por pálidas máscaras venecianas. Incluso Billy se había puesto una, regalándome el lujo de ser la única asistente de rostro descubierto.

Cuando llegué al primer rellano miré a mi público desde las alturas, compuesto por más de quinientos asistentes, la flor y nata de la sociedad.

—Bienvenidos, hermanos y hermanas, al círculo de este sagrado lugar —dije, con la voz bien alta.

—Bienvenidos somos —respondieron todos al mismo tiempo, con una voz contundente que resonó como un eco por todo el enorme recibidor.

Sonreí antes de hablar.

—Tiempos aciagos nos acechan desde las sombras. Hoy conmemoraremos a los caídos, pediremos energías renovadas y protección a los dormidos. ¡YO OS DOY EL FARO!

—¡NOSOTROS TE ENTREGAMOS LA MECHA!

—¡YO OS DOY LA LUZ QUE ALUMBRA NUESTRO ÉXITO EN LAS TINIEBLAS!

Todos los presentes se agacharon grácilmente ante mí, durante unos segundos que disfruté como una reina.

—Traedme al Andros Pater —pedí.

La masa de invitados comenzó a abrirse, formando un pasillo vacío justo en el centro. Por él apareció un hombre ataviado de gala como el resto, con una banda roja alrededor del torso y una máscara del mismo color, que lo diferenciaban entre los demás. Una atractiva sonrisa de dientes perfectos se dibujaba en la parte visible de su rostro, mientras caminaba orgulloso como un rey, precedido por dos sacerdotes que portaban túnicas de terciopelo oscuro.

La gente murmuraba a su paso y aplaudía fuera de sí.

—Hete aquí al Andros que cerrará el círculo sagrado —dije, cuando mi invitado de honor se postró ante el último peldaño de la escalera—. El rito puede comenzar.

Mis acólitos se arremolinaban en un círculo alrededor del altar y de nosotros. El ritmo de los cánticos y de los tambores comenzaba a surtir efecto en mi cabeza, notaba el poder ascendiendo desde la base de mi columna vertebral, mordiéndome bajo la piel… Las bailarinas ataviadas con vestidos escarlata y translúcidos ya habían comenzado su danza, situadas en los cuatro puntos cardinales. La luz de las velas iluminaba la escena desde las enormes lámparas de araña, metamorfoseando el ambiente y otorgándole un aire místico e irreal.

El Andros Pater lo miraba todo con los ojos muy abiertos, percibía la excitación debajo de su máscara carmesí. Y notaba su lujuria, mientras los sacerdotes le bajaban los pantalones hasta los tobillos y lo ayudaban a tumbarse en el altar. Yo había ordenado que le administraran una viagra con la primera copa de champán, para asegurarnos de que nada podía fallar. Los ancestros necesitaban alimentarse de la sagrada energía de la procreación para comunicarse, era de vital importancia que el sacrificio estuviera bien dispuesto. Dediqué un vistazo a su miembro, sabiendo al instante que posiblemente, no hubiera hecho falta el poder de la pildorita azul. No tenía el pene muy grande, pero era grueso como un tronco; sentí que me humedecía. “Pobre diablo” pensé un segundo más tarde. Aquel hombre había sido vendido por su clienta, una de mis asociadas más antiguas; era uno de sus abogados y hacía unos meses, también había sido su juguete favorito. Pero ella ya estaba cansada del amorío. Y él reunía todas las características; maduro, sano, atractivo, esposo y padre, su semilla ya había engendrado más de una vida. Y había acudido al círculo libremente, engañado como todos sus predecesores.

—¡DIOSES Y ANCESTROS! —grité bien alto, con los brazos alzados al cielo—. ¡HABLADME, PROTEGED A VUESTRO CÍRCULO FIEL DE SUS ENEMIGOS. AMADNOS!

—¡NOSOTROS OS DAMOS LA MECHA! —repitieron todos al mismo tiempo, un eco que se extendió por todo el lujoso salón de baile—. ¡VOSOTROS NOS DAIS LA LUZ QUE ALUMBRA NUESTRO ÉXITO EN LAS TINIEBLAS!

Mi alrededor cobró vida, los acólitos comenzaron a moverse en círculos, con las manos unidas, pareciendo un agitado mar de carne y hueso. Supe que había llegado el momento y estiré un hilo del vestido; éste se desprendió resbalando por mi piel, hasta dejarme desnuda.

—¡OH, ANDROS PATER, SAGRADO VARÓN! —exclamé.

—¡OH, SAGRADA HEMBRA!

Los sacerdotes me levantaron por la cintura y me ayudaron a subirme sobre mi anfitrión. La excitación del hombre quedaba más patente que nunca, la sentí entrar por mi vagina, recorrer cada palmo de mi cuerpo que se movía como un autómata, rítmico, al compás de la melodía tribal que reverberaba en la sala. Él gemía, sonidos viriles que me llenaban de gozo, noté que mi tocado se deshacía, el cabello salvaje y suelto, agitándose a mi alrededor… Entonces vino la primera sacudida, mi poder ya había llegado a la sutura sagital, como una serpiente de luz… aquella era mi contribución al sacrificio, el Andros daba la vida, yo la energía. Y la visión me sacudió, dejándome ida. Vi a los ancestros a nuestro alrededor, espectros sin rostro que se arremolinaban sobre nosotros, acariciándonos… las puertas de mi consciencia se quebraron como un cristal, floté… de repente ya no me hallaba en el círculo, sino en un lugar oscuro y húmedo, una cueva con extrañas pinturas relucientes en las paredes; había una urna de aspecto arcaico, supe que era tan antigua como la humanidad. De golpe comenzó a quebrarse, percibí una energía colosal en su interior, la más oscura que había captado jamás; y quería brotar al mundo… sentí terror, hipnotizada, mientras contemplaba como la grieta crecía y crecía de tamaño, hasta que sin previo aviso, el recipiente reventó en mil pedazos. Grité al ver que una niebla negra surgía al exterior, adquiriendo la apariencia de una anciana terrorífica… ella me miró con los ojos rojos, una tétrica sonrisa se esbozó en sus cadavéricas facciones…

BRUJA HERMOSA… —me susurró sin palabras, un mensaje que se clavó en mi psique—. LLEVO MUCHO TIEMPO ESPERÁNDOTE… VOLVEREMOS A VERNOS, TU DESTINO TE AGUARDA…

Todo a mi alrededor se volvió brumoso, escuché unos intensos gemidos y regresé a mi cuerpo, al círculo… todavía abrumada, supe que él estaba a punto de llegar al orgasmo y miré como los sacerdotes le cubrían la cabeza con una bolsa de terciopelo negro… quiso resistirse, pero yo le agarré de las manos y aceleré el ritmo sobre su miembro. Él logró liberarse, un estertor invadió sus piernas, quiso empujarme… las bailarinas lo sujetaron con fuerza, impidiéndoselo… unos minutos más tarde eyaculó con violencia, me sentí llena… y mi Andros Pater exhaló su último aliento, quedando tan quieto como una estatua. El sacrificio había concluido.

El cigarrillo se agitaba entre mis dedos, ya que no podía dejar de temblar. Hacía rato que me hallaba en mi habitación, mirando por la ventana y cubierta por un cálido y suave albornoz. La fiesta seguía su curso, pero necesitaba descansar, ocultar mi enturbiado ánimo. Unos golpes en la puerta me despertaron, logrando que me volviera para mirar. Billy entró en la estancia, sonriente.

—Ya hemos solucionado el tema de nuestro anfitrión —soltó a modo de saludo.

—Perfecto —respondí, poco convencida—. ¿Lo habéis cambiado?

—Claro. Es más natural que lo encuentren con su ropa de diario que con un frac, ¿No te parece? Uno de nuestros hombres está dejando su deportivo en un descampado, bien lejos de aquí. No te preocupes, saldrá bien, como siempre.

Quise sonreírle, pero me fue imposible.

—En unos días volveremos a ver por la televisión otro caso de nuestro psicópata favorito —añadió ante mi silencio—. ¿Estás bien?

—Cansada —dije, pensando en lo que acababa de oír.

El asesino del terciopelo había sido nuestra mejor invención, una mascarada perfecta para ocultar los rituales. Todos los Andros Pater eran cambiados de ropa, llevados a un lugar apartado y colocados en el lugar del conductor, con las manos atadas detrás del asiento. Habíamos creado un mito moderno, una distracción perfecta para los medios de comunicación y las autoridades. Hasta tenía seguidores en las redes sociales, un acontecimiento que me hacía pensar en lo jodidamente loca que estaba la gente.

—Has… ¿Los ancestros te han dado un mensaje? —preguntó Billy, indeciso.

Asentí con un movimiento de cabeza.

—Un miasma de tiniebla se ha cernido sobre todos nosotros —respondí, volviendo a mirar por la ventana—. Sucesos importantes están por llegar, te lo aseguro.

Mi primo se quedó en silencio, mirándome fijamente. Notaba sus ojos clavados en la nuca, pero no me importó. Me sentía medio desfallecida. Y una idea ridícula revoloteó por mi cabeza, logrando que meditara sobre ella. Pensé en el torrente de energía que corría a través del cuerpo humano, serpenteando entre los chakras o puntos cardinales, llena de luz. Todos poseíamos esa conexión con lo divino, pese a que la mayoría de la población la tuviera rota y apagada. Entonces, caí en la cuenta de que hacía mucho tiempo, la mía se había transmutado en una serpiente hermosa y letal, cargada de veneno…

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Ciudades de tiniebla. 7. El veneno de la serpiente por Ramón Márquez Ruiz se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivar 4.0 Internacional.

Me llamo Ramón Márquez Ruiz y soy escritor, diseñador gráfico e ilustrador. Bienvenidos a Novelesco. Si deseas saber más cosas sobre mi, clica abajo. Muchas gracias por leerme ; )

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